El modelo de comunión que precisamos vivir es el modelo que siempre existió entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Uno de los fundamentos de la visión celestial es la comunión unos con otros. En relación a este tema, hoy meditaremos sobre la oración del Señor en el evangelio de Juan capítulo 17. Esta es la mayor de todas las oraciones de la Biblia. No hallaremos en ningún otro lugar una oración como ésta. El punto culminante es que en ella podemos ver el corazón de nuestro Señor.

Aquella hora

El Señor había llegado a lo que él mismo dice: «aquella hora». Él levanta sus ojos al Padre, diciendo: «Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti» (17:1). Esta fue la hora más importante que existió dentro del tiempo.

Podemos reflexionar sobre todo el universo, podemos considerar cada uno de los hechos de Dios, esforzándonos en entender la creación de todas las cosas, podemos escudriñar toda la historia de la humanidad y la historia del pueblo de Dios, la historia de los apóstoles y la historia de la iglesia, pero nunca encontraremos una hora como ésta.

Ésta fue la hora máxima en el propósito eterno de Dios. Ella comprende muchos hechos, y se consuma con la muerte, la resurrección y la entronización de nuestro Señor Jesús. El Señor tiene sus ojos vueltos hacia el Padre, tiene su corazón volcado hacia esta hora. A partir de este punto, debemos ver este capítulo con sumo cuidado.

Hay muchas formas de estudiar este capítulo. A muchos hermanos, el Señor les ha dado alguna particularidad sobre este pasaje. Por eso, quiero ayudarles hoy a ver ocho puntos singulares sobre la oración del Señor. Estos puntos nos ayudarán a ver con más claridad el corazón del Señor en esta oración.

La oración del Señor

Si usted mira este capítulo, verá por lo menos ocho frases distintas que nos muestran algunas verdades sobre esta oración. Cuando miramos estas frases, percibiremos que ellas construyen para nosotros la esencia de esta oración. Al leer todo el capítulo 17 del evangelio de Juan, en el texto original, hallaremos ocho veces la frase «para que».

«Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti». Observen esta frase: «Te glorifique a ti». La palabra «glorifique», en este texto, significa «vestir de esplendor», realzar el brillo. No es una palabra muy simple. Es una palabra que tiene un contenido de gloria.

«Glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti». Cuando miramos todo el escenario de la crucifixión y muerte del Señor Jesús, ¿cómo, humanamente, podemos encontrar gloria en ello? Allí, el Padre quebrantó a su único Hijo en nuestro propio lugar.

Allí fue donde el Hijo, por primera vez, se sintió desamparado. Él, que nunca vivió fuera de la comunión con el Padre, en la cruz, se sintió solo. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». ¿Hemos extraído toda la fuerza de su oración en la cruz? ¿Cómo podríamos ver gloria en una situación semejante? El Hijo tuvo que experimentar la soledad, para que tú y yo pudiésemos entrar en esta comunión. Esto no es algo pequeño. Veamos, entonces, estas ocho frases.

Obra consumada

«Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti» (17:1). Este primer «para que» quebranta nuestro corazón. Cuando miramos la gloria de Dios en aquella cruz, solo por la obra del Hijo de Dios en la resurrección podríamos ver toda su grandeza. Porque, de no ser por su resurrección y entronización, ¿qué gloria tendría?

Por eso, cuando el Hijo ora: «Padre, glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti», él estaba seguro de que toda su obra sería consumada cuando él estuviese ante el trono del Padre, porque allí, delante del Padre, él hace esta oración. Él tenía plena conciencia de que en él no había pecado, ninguna mancha, nada que pudiese complicarlo delante del Padre en esta oración. Él estaba en completa libertad delante del Padre.

Él llegó hasta aquella hora, sabiendo que los principados de este mundo no pudieron vencerlo en su carne. Varias veces en este capítulo, él dice así: «Voy a ti». Él decía esta frase en plena confianza. Él sabía que ni el pecado, ni el mundo, ni la muerte, ni el mismo Satanás, podrían retenerlo. Y el Padre le resucitó, y él subió al Padre.

Existe un punto muy alto en este capítulo, que él va a afirmar sobre este asunto. En este primer punto, observen esto. La gloria de la crucifixión, la muerte, la resurrección y la entronización de Cristo Jesús, todos estos eventos, están contenidos en esta frase: «Padre, glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti».

Para que sean uno

«Y ya no estoy en el mundo, mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros» (17:11). Aquí está el segundo «para que». Esta frase indica propósito.

Él ora para que nosotros seamos uno, como lo fueron siempre él y el Padre. Si tú y yo nos inclinamos ante esta frase a los pies del Señor, repudiaremos con vehemencia cualquier forma de disensión que haya entre nosotros. Jesús ora para que nosotros tengamos la misma comunión que él siempre tuvo con el Padre y el Padre con él. La esencia de la comunión es la vida de Dios. Siendo así, cualquier forma de división ofende a Dios.

El modelo de comunión que nosotros debemos tener, no está basado en el relacionamiento de los cristianos primitivos, ni siquiera en el modelo de comunión de Cristo y sus apóstoles. Nuestro modelo de comunión es el modelo que hay entre el Padre y el Hijo. El modelo de comunión que precisamos vivir es el modelo que siempre existió entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Si nosotros parásemos aquí, ahora, y reflexionásemos a los pies del Señor sobre esta declaración, esto ya sería suficiente para arrepentirnos de toda forma de disensión que haya en nuestro corazón. Entonces, vean: «para que sean uno, así como nosotros».

Gozo cumplido

«Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos» (17:13). La clave para entender este punto está en la frase: «Voy a ti». Si observamos también el versículo 11, el Señor Jesús dice: «Yo voy a ti». En el texto original, es una afirmación absoluta, una certeza plena.

¿Qué significa, en primer lugar: «Voy a ti»? Primero, él dice: «Yo voy a ti… para que sean uno, así como nosotros». Intente conectar estas frases. «Voy a ti… para que tengan mi gozo completo».

Creo que necesitamos ver una porción de la palabra para tener más luz sobre esto, en Hebreos capítulo 10, a partir del versículo 19. «Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo…». El versículo 19 inicia una sección dentro del capítulo 10, que se cierra en el versículo 25. El versículo 19 dice que tenemos entera libertad, una confianza plena, para entrar en el Lugar Santísimo. Este lugar nos habla del tabernáculo; es la sección del tabernáculo donde solo el sumo sacerdote entraba una sola vez al año. Sin embargo, el versículo 19 dice que tenemos completa libertad para entrar.

El término «entrar» nos muestra una acción continua. Podemos entrar y permanecer cuanto queramos. Ahora no necesitamos un evento para entrar. Hubo un evento que nos habilitó para entrar. Y aun más, tenemos un sumo sacerdote sobre la casa de Dios, que nos garantiza esta entrada.

Veamos a continuación el versículo 20. «…por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios…». Observe esta frase, «teniendo». Ahora, veamos el versículo 19, «teniendo libertad». Estas dos palabras hablan la misma cosa, nos hablan de una posesión y una garantía que nadie nos puede quitar, porque quien garantiza esta posesión es el sumo sacerdote.

Acceso garantizado

Nosotros podemos entrar, porque él fue nuestro Precursor; él entró delante de nosotros, y nos abrió el camino. Ahora tenemos un gran sumo sacerdote. Versículo 22: «Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura». Noten la frase, «plena certidumbre», o «completa seguridad». Entonces, tenemos completa seguridad para entrar.

Si estudiamos esto con mucho cuidado, vemos que, a pesar de nuestras debilidades y flaquezas, a pesar de nuestras posibilidades de pecar, tenemos un sumo sacerdote. En primer lugar, él fue nuestro Salvador allá en la cruz, en el pasado. Sin embargo, ahora él está delante de Dios, por nosotros, garantizando el acceso a este gran templo.

Nosotros nos podemos acercar teniendo una fe segura, teniendo nuestros corazones purificados de malos pensamientos, y nuestros cuerpos regenerados y lavados por la Palabra.

El versículo 23 dice: «Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza». La palabra «esperanza», aquí, es muy significativa. Nos habla de un gozo previo. Versículo 24: «Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras». La palabra «considerémonos», en el texto original, está así: «considerémonos con mucha atención unos a otros».

Congregarnos

Desde el versículo 19 hasta el 25, tenemos, entonces, una sección. Hay un pensamiento divino revelado en estas palabras,  «No dejando de congregarnos» (v. 25). La palabra «congregarnos» solo aparece dos veces en el Nuevo Testamento. La primera está en 2a Tes. 2:1: «En relación a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él».

La palabra «reunión» es la misma que «congregar». De acuerdo a los principios de interpretación bíblica, la Biblia interpreta a la propia Biblia. La primera mención de esta palabra trae su real significado. Cuando Hebreos dice: «No dejando de congregarnos», el contexto impide que demos otra interpretación que no sea lo que está escrito aquí. Lo que dice es que no dejemos de reunirnos con el Señor.

El versículo 19 dice que tenemos total libertad para entrar en el Lugar Santísimo. ¿Y qué es lo que anhelamos encontrar en este templo santísimo? La comunión de nuestro Señor, y la comunión unos con otros.

Hay muchos puntos importantes en esta porción. Pero podemos sintetizarlo en estos dos versículos: Tenemos libertad para entrar en el santuario que el Señor nos abrió, para reunirnos con él. Y, ¿cómo podemos tener una reunión con nuestro Señor? ¿Cuántas veces nosotros cantamos Maranatha? ¿Cuántas veces le decimos al Señor: «Vuelve por tu iglesia, te anhelamos. Queremos tu presencia»? Hay una manera de experimentar esto. Hay un gran gozo previo que podemos tener ahora, es el que está escrito en el versículo 24. «Considerémonos unos a otros».

Considerarnos

La primera vez que esta palabra aparece en Hebreos, en el versículo 3:1, dice que consideremos a este supremo apóstol que es nuestro Señor Jesús. Y la forma más práctica de hacerlo es considerarnos unos a otros. Si tú no consideras a tu hermano, no importa cuánto cantes para el Señor, no importa cuánto digas que lo amas, tus palabras no tienen el menor sentido. Si nosotros decimos que amamos al Señor, la expresión más fuerte y más práctica de esto es cuando amamos a los hermanos.

Volvamos a Juan capítulo 17. Nuestro Señor fue al Padre, y nos abrió la gran puerta a una comunión eterna. Todas las dificultades que tenemos de vivir esta comunión relacional entre nosotros, es porque tenemos dificultades para entrar en ese santuario. No hemos entendido este nuevo y vivo camino, no nos hemos reunido con el Señor.

Reunirnos con los hermanos es reunirnos con el Señor; estar con los hermanos es estar con el Señor. Disfrutar al Señor es disfrutar a los hermanos. Porque ahora hemos sido introducidos no en una mera comunión de relacionamientos humanos, sino en una comunión eterna, una comunión en un plano más elevado, cuyo valor no tenemos el derecho de minimizar o de disminuir.

El gozo del Señor

«Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos» (v. 13).

Una vez más, «para que…». Significa que el deseo de Cristo Jesús no es que nosotros tengamos nuestro gozo, sino Su gozo. Cuando nosotros perdemos la comunión, no perdemos nuestra paz, sino la paz de Cristo, que sobrepasa todo entendimiento. Al perder la comunión, no perdemos nuestra alegría, sino la satisfacción de Cristo, su gozo entre nosotros. Pero él ora aquí, para que tengamos su gozo completo.

¿Cómo es posible tener un gozo completo? 1a Juan 1, a partir del versículo 3, nos da su interpretación. «Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros, y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido».

Cuatro puntos

Primeramente, Juan nos dice que todo lo que ellos vieron, oyeron y predicaron, tiene como propósito la comunión. Sabemos que aquí Juan le está hablando a la iglesia. Esta es una carta apostólica a las iglesias. Él hace una declaración impresionante. Todo lo que vimos, oímos y predicamos, es para que tengamos comunión. Y lo más interesante es que él va a definir esta comunión, que esta comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo.

En segundo término, la comunión no es una propiedad exclusiva de la iglesia, sino una propiedad exclusivamente divina. Nuestra comunión no tiene nada que ver con nuestras afinidades y pensamientos. Es mucho más que eso. No se limita a nuestros pensamientos doctrinales; ella traspasa todo eso. Tú puedes caminar con un hermano que no piensa como tú, que tenga incluso diferencias contigo. Y tú puedes disfrutar con él una rica comunión divina.

En tercer lugar, Juan dice que nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo. Entonces, aquí tenemos un tercer punto. Cuando yo tengo un problema con un hermano, cuando yo ofendo a mi hermano, entonces, de hecho, estoy ofendiendo a Dios, porque nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo. Cuando yo estoy dividido de mi hermano, inevitablemente, estoy dividido del Padre y del Hijo.

Y un cuarto punto que Juan coloca aquí es: «Estas cosas os escribimos…». Él está escribiendo sobre la naturaleza y el carácter de esta comunión, comunión que es fruto de aquello que ellos vieron, oyeron y predicaron a la iglesia. «Estas cosas os escribimos para que vuestro gozo sea cumplido».

Ser ese jardín

¿Cuándo es posible tener el gozo completo? Recuerden Juan 17:13. «Para que tengan mi gozo». ¿Y cuál es el gozo del Señor? Es cuando nosotros estamos disfrutando de su plena comunión. Necesitamos ser ese jardín donde el Señor se sienta plenamente agradado. Si anhelamos tener un buen aroma de Cristo, este principio es fundamental.

Si anhelamos ser, para este mundo, una carta viva del amor de Cristo, entonces el mundo debería percibir la comunión eterna en nuestro vivir. Nuestra comunión debe ser la base de nuestra predicación. ¡Cuánto nos confronta esto! ¡Cuánto nos habla Dios sobre esto!

Cuántas dificultades tenemos nosotros con nuestras esposas o esposos. Es aquí donde comienza la comunión. No podemos limitar la comunión a la mesa del Señor, a las reuniones de la iglesia. El primer aspecto de ella está en tu hogar. Allí comienza tu vida de amor, de perdón, allí comienza el camino de la cruz. Toda la obra de la cruz comienza a desarrollarse a partir de los relacionamientos más próximos. Allí nuestro ego será quebrantado.

No podemos ser cristianos que usan máscaras. Queremos la comunión de la iglesia, pero estamos fracasando en la comunión en nuestro matrimonio. Nuestra realidad de reunión de iglesia tiene que tener un fuerte reflejo de aquello que vivo con las personas que están más cercanas a mí. Y esto incluye esposo, esposa, hijos.

No impidamos que el Señor tenga su gozo entre nosotros. Batallemos para tener este gozo completo entre nosotros. Solo en la iglesia podemos tener la realidad de los cielos en la tierra, solo en la vida de iglesia podemos disfrutar de esta realidad celestial.

Santificados en la verdad

«Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad» (17:19). La primera parte del texto es la clave para interpretar este punto de la oración del Señor. «Por ellos yo me santifico a mí mismo». ¡Cuán rica es esta frase!

En Hechos capítulo 2:22, se declara que nuestro Señor Jesús es el varón aprobado por Dios. Él fue y es el varón aprobado por Dios. Otro texto que nos ayuda a entender esta declaración está en Hebreos 4:15: «(Él) fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado». Necesitamos juntar estos dos textos, para comprender la fuerza de estas palabras de nuestro Señor.

Él dice que fue por nosotros que él se santificó. Debemos ver esto con extremo celo y temor. Él no consideró su propia vida. Él fue tentado en todas las cosas, y buscó en todo ser aprobado. Lo que él tenía en vista era a ti y a mí. Él se santificó por nuestra causa. Él se santificó para que un día nos pudiera tener eternamente. Es lo que Pablo dice en Efesios 5:25. «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella».

Él se dio por ella. Vean cómo Pablo toca este asunto en el punto más alto del propósito eterno de Dios en nuestra salvación. Él se dio totalmente por ella. «Por ellos yo me santifico a mí mismo». Todas sus batallas en la carne nos tenían en vista a nosotros. ¿Entendemos esto? Él dice, de sus ovejas, en Juan 10, «Mi Padre que me las dio».

Y allí en Hebreos capítulo 12, dice: «Por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz», o «Por causa de la alegría que le estaba propuesta». Posiblemente encontramos aquí la clave para entender esta declaración de Hebreos.

«Por el gozo puesto delante de él». Esto es muy impresionante. Él se santificó por nosotros, para ser nuestra vida, para ser nuestro gozo, para ser nuestra santidad, nuestra justicia, nuestra comunión, nuestro todo. En él no había el menor indicio de pecado. ¡Esto es muy precioso! «Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad».

Contraste con el mundo

Al estudiar el capítulo 17 del evangelio de Juan, vemos que el Señor se refiere trece veces al mundo. En el aspecto espiritual, sabemos que el mundo es una entidad. Y el Señor nos muestra algo claro respecto al mundo aquí. Versículo 11: «Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo».

Observen que el mundo tiene un poder destructor. Versículo 14: «Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo». Versículo 15: «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal».

Veamos el versículo 11, de nuevo, solo para acotar un detalle. Cuando nuestro Señor dice: «Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti, Padre santo… guárdalos en tu nombre», esta frase es muy importante. Cuatro veces en este capítulo, él hace referencia al nombre de Dios, diciendo «tu nombre». Entonces, tenemos que ver algo muy importante aquí.

Según este pasaje, el mundo, como entidad espiritual, pretende operar dos cosas terribles contra la iglesia del Señor: sacar a la iglesia de debajo del nombre del Señor, y destruir nuestra santidad. Es decir, de manera maligna, el propósito del mundo es destruir nuestra santidad y nuestra unidad. Por eso, el Señor ruega: «Guárdalos del mal».

Hay dos formas de pensar sobre la frase: «el mal». Si pensamos de manera generalizada, comprende todo lo que es corrupto y corrosivo frente a Dios. Mas, si miramos de manera estricta este capítulo, podemos ver aquí que el propósito del mundo es destruir tanto nuestra santidad como nuestra unidad.

«Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (v. 17). El término palabra, aquí, es el mismo de Juan 1:1 y 1:14, logos. En estos dos versículos vemos que «la Palabra era con Dios y la Palabra era Dios», y la Palabra «vino … y habitó entre nosotros». Esta Palabra, que era Dios, que habitó con Dios, es la palabra que nos santifica, la cual expresa la íntima comunión del Padre con el Hijo, la palabra que nos une.

A medida que el mundo nos va consumiendo, vamos perdiendo el deseo por la santidad, y esto trae como consecuencia la falta de unidad. Esto es triste, porque esta falta de unidad no es simplemente un problema de relacionamiento, sino de carnalidad. Que el Señor nos guarde, que su palabra hoy opere poderosamente en nuestras vidas.

Cuatro tipos de unidad

Vamos al quinto punto de la oración de nuestro Señor. «La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno» (17:22). Vemos aquí el propósito por el cual él nos ha dado su gloria. Aún no hemos entrado en la plenitud de esta gloria; pero lo más triste es que podemos estar perdiendo mucho de ella, por no comprender el verdadero valor de nuestra vida de unidad.

Bíblicamente, podemos decir que existen cuatro tipos de unidad. Primero, la Biblia enfatiza la unidad de la Trinidad, la unidad eterna e inescrutable que existe entre las tres personas de la Trinidad. Son tres personas, pero son un solo Dios. Una sustancia eterna constituida de tres personas.

La segunda unidad en la Escritura corresponde a las dos naturalezas de nuestro Señor Jesús, como perfecto Hombre y perfecto Dios. Es una naturaleza humana y una naturaleza divina, no dos naturalezas mezcladas, sino dos naturalezas distintas, no separadas, sino unidas en una sola persona.

La tercera unidad que subraya la Biblia es la unidad entre Cristo y su iglesia. En el capítulo 14 del evangelio de Juan, vean los versículos 18 y 20. «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros … En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros». Esta es la tercera unidad que enfatiza la Biblia. «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria».

La cuarta unidad es la iglesia, la unidad del cuerpo de Cristo. No podemos pensar en la unidad del cuerpo de Cristo sin esos tres maravillosos ejemplos en la palabra de Dios.

Unidad y amor

«Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado» (17:23).

Aquí tenemos dos grandes temas. Toda división de la iglesia es una contradicción al evangelio de Cristo. El mayor escándalo al evangelio de Cristo Jesús son las divisiones. Las contiendas y disensiones que hay en medio del pueblo de Dios son vergüenza para el evangelio. Y después, nuestro Señor dice, complementando el sexto punto: «Los has amado a ellos como también a mí me has amado» (17:23).

¿Cómo es posible que Dios ame a personas como nosotros de la misma manera en que ama a su Hijo? ¿Cómo entender este amor? Nosotros estábamos muertos en pecados, andábamos según la corriente de este mundo. Éramos hijos de ira, no éramos hijos del amor. El Señor Jesús era el Hijo de su amor. El Padre lo amó eternamente. Es el Hijo que nunca le causó alguna tristeza, que siempre vivió honrándolo. No así nosotros.

En muchas situaciones, nosotros hemos sido una vergüenza para Dios. Pero nuestro Señor Jesús aquí ora para que podamos tomar de una manera definitiva este amor. Aunque nos sea difícil comprender la plenitud de este amor, debemos aceptar que somos amados así como el Señor Jesús es amado por el Padre. Esta realidad de comunión nos deja sin palabras. Esta oración arrebata nuestro corazón. Que el Señor nos ayude a ver la belleza de todo esto.

Un camino de gloria

Un último punto, en el versículo 24. «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo».

«Para que vean mi gloria». La clave para interpretar esto está en la primera parte del versículo. «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo».

¿Dónde está el Hijo? ¿Dónde estuvo siempre? El evangelio de Juan nos ayuda a entenderlo: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer» (1:18). «Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (14:3).

¿Cómo nosotros podemos disfrutar de esta gloria? Si la viésemos en su plenitud, seríamos consumidos. Pero, gracias a Dios, podemos contemplar esta gloria, y hacerlo con la certeza de saber que nosotros ya estamos dónde él está. Aunque no la hayamos disfrutado plenamente, sabemos que somos su iglesia, somos su novia, somos su cuerpo.

Hay un camino abierto ante nosotros hasta el trono, hasta el santuario celestial. Podemos entrar, podemos disfrutar, vivir y comprender con todos los santos las grandezas, las maravillas, las bellezas, las glorias, de Cristo. Y todo eso es posible. Él dice: «Donde yo estoy, que ellos también estén conmigo».

Un día, veremos la gloria de todas las glorias. Hoy podremos contemplarla en nuestro espíritu y podemos sentir un poco de ella en esta dulce comunión; mas un día viviremos eso en plenitud. Todo lo que se relaciona con la vida de iglesia, con relación a toda la eternidad, nuestro Señor Jesús ya lo colocó delante del Padre. Y con certeza absoluta, el Padre ya le respondió.

Entonces, tenemos que ver que este tal vez sea el mayor de los capítulos concernientes a la vida eterna de la iglesia, y también a la realidad práctica de nuestro vivir.

Que Dios nos bendiga. Que esta palabra nos continúe edificando, para gloria de Cristo Jesús. Amén.

Transcripción de un mensaje oral impartido en Rucacura (Chile), en enero de 2016.