Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto».

– Prov. 4:18.

La carrera de cualquier cristiano no comienza en la mañana, sino a medianoche. Todo ser humano en la faz de la tierra nace en delitos y pecados, separado de la vida de Dios por la ignorancia que hay en él. Nace duro de corazón (Ef. 4:18). Nacemos en pecados y destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3:23). «He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre» (Sal. 51:5). Nacemos en tinieblas, en la mayor oscuridad (Is. 59:9).

Pero en la hora más oscura de nuestra vida Dios nos envía su Palabra. «Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos, como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones» (2 Ped. 1:19). «Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino» (Sal. 119:105).

Pero esta lámpara sola no es suficiente; es necesario que el día amanezca, y que la Estrella de la mañana salga en nuestros corazones. Su Palabra es luz, pero ella tiene como propósito hacernos ver la verdadera Luz que alumbra a todo hombre: «Porque en ti está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz» (Sal. 36:9).

La palabra de Dios es muy importante y necesaria en este tiempo de tinieblas, pero el propósito de Dios es que el Sol de Justicia se manifieste en nosotros desde lo alto, a fin de dirigir nuestros pies por camino de paz (Luc. 1:78-79). Las Escrituras nos dan testimonio de Jesús, pero es necesario que vayamos a él para tener vida (Juan 5:39-40). Jesús es la Estrella de la mañana, el Sol de Justicia, la Luz de la vida. Cuando este Sol brilla en nuestros corazones, comienza la vida cristiana (2 Cor. 4:6; Is. 9:2).

Este es nuestro primer día en el caminar cristiano. Cuando Cristo pasa a ser nuestra vida, se inicia la aurora cristiana. A partir de ese día somos llamados hijos del día (1 Tes. 5:5). Desde que la luz de la aurora brilló en nuestros corazones, vamos brillando más y más, hasta que seamos un día perfecto, hasta que lleguemos al mediodía. Esta es la senda natural del justo. «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe, y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:13).

Gracias a Dios, el día amaneció para muchos, pero la gran mayoría de los hombres aún están en tinieblas. Es necesario que no nos olvidemos de hablar a ellos la palabra de Dios, porque ella es una antorcha para los que están en tinieblas. Es necesario que seamos luz para el mundo, y que resplandezca nuestra luz, y no solo dentro de cuatro paredes – en el círculo cerrado de la convivencia con nuestros hermanos en Cristo: «Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti» (Is. 60:1). «¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!» (Is. 52:7).

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