Pablo fue el instrumento que Dios usó para traer la mayor luz sobre la iglesia. Él mismo reconocía que Dios le había escogido para revelar este misterio escondido desde los siglos y edades.

La iglesia es una realidad tan maravillosa y compleja, que Dios utiliza diferentes símiles o alegorías para explicarla. En el Nuevo Testamento hay varias de ellas, pero la mayor es la del cuerpo. Pablo la desarrolla principalmente en 1 Corintios y en Efesios.

Pablo recibió luz acerca de este precioso símil muy tempranamente, cuando fue detenido por el Señor camino a Damasco. Él escuchó que el Señor le dijo unas extrañas palabras: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Saulo no se sabía persiguiendo al Señor directamente, pues, para él, Jesús había muerto hacía varios años. Pero aquí se le muestra una realidad nueva y maravillosa: el Cristo que le habla desde los cielos, es una sola cosa con los hombres y mujeres a los cuales él persigue. Él perseguía hombres y mujeres, pero he aquí que era Jesús el perseguido. En esta nueva realidad –este Hombre celestial– la Cabeza estaba en los cielos y el Cuerpo sobre la tierra.

Luego, cuando Pablo es enviado a Damasco a recibir instrucciones, es aclarado acerca del valor de cada miembro por pequeño que fuese. Desde ese día, el Señor quería que Pablo, al momento de recibir socorro, no solo mirase hacia arriba, sino que también aprendiese a mirar hacia los lados, en dirección a sus hermanos.

Lo que ocurre con Pablo en los años posteriores de su ministerio fue, en cierto modo, el desarrollo de aquella revelación primigenia. Cuando leemos sus epístolas de madurez, volvemos a encontrar lo mismo, pero ampliado.

En Efesios, Pablo lleva a la cumbre la visión celestial de la iglesia como cuerpo de Cristo, en un sentido universal, en tanto en 1 Corintios, nos muestra el funcionamiento del Cuerpo sobre la tierra, en su expresión local.

En Efesios, este Hombre Celestial es mostrado en su origen, pues en la cruz murieron los dos pueblos ‘viejos’ y surgió en su lugar «un solo y nuevo Hombre», que está sentado en los lugares celestiales, que crece hasta la medida de un varón perfecto, que pelea las batallas de Dios con una armadura completa.

En 1 Corintios se muestra la diversidad de miembros, la interdependencia y complementariedad de ellos. Nada que ocurre a un miembro puede ser indiferente a los demás, y nada que vivifique a un miembro dejará de bendecir a los demás. En el cuerpo de Cristo hay miembros honrosos y otros menos honrosos, pero todos tienen su lugar, y el más pequeño recibe la mayor honra.

La iglesia como cuerpo es una realidad maravillosa, en su posición y en su funcionamiento. En la medida que esta revelación se vaya expandiendo en medio de los hijos de Dios, la iglesia alcanzará la gloria que está profetizada para el tiempo postrero. La relación de los hijos de Dios no seguirá siendo externa y formal, sino orgánica y vital. De esa manera, la iglesia toda, unida a la Cabeza, recibiendo de él el suministro, crecerá hasta la estatura del Varón perfecto. ¡Que el Señor nos abra los ojos para verlo y vivirlo!

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