Abel y Enoc nos ilustran bellamente dos aspectos de la obra de Dios en sus hijos: la justificación y la aprobación. En Hebreos capítulo 11 aparecen estos dos patriarcas encabezando la galería de los héroes de la fe.

Abel es el primero de quien se dice que fue justificado por la fe. Y fue justificado no por su conducta –buena, sin duda–, sino por su ofrenda. Su fe provocó un hecho centrado no en sí mismo, sino en aquello con lo que se presentó delante de Dios. Para presentarnos delante de Dios no debemos dejar que su mirada se pose en nosotros directamente, sino en nuestra ofrenda, para no ser consumidos.

La ofrenda de Abel es Cristo mismo, quien, como Cordero, fue inmolado, y por cuya sangre nos presentamos limpios ante la presencia de Dios. Abel murió tempranamente en manos de su impío hermano; por tanto, su ejemplo es el ejemplo de las cosas tempranas, de la fe inicial, de la fe que salva.

Distinto es lo que ocurre con Enoc. Él tuvo un largo caminar –aunque sin duda breve si lo comparamos con el de su padre y su hijo– en que disfrutó la intimidad con Dios. Y en esto, Enoc representa la senda que sigue a la justificación, es decir, lo que hacemos luego de ser justificados por la fe. En dos pasajes, Génesis dice: «Y caminó Enoc con Dios» (5:22, 24).

Lo que no pudo mostrársenos en Abel debido a su corta existencia, se nos muestra en Enoc, en su ejemplar modo de vivir cerca de Dios. Habiendo caminado con Dios, él tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Abel alcanzó la justicia en su solo acto de fe; Enoc obtuvo el agrado de Dios por su larga travesía con él. ¡Oh, cuán diferente es el ser justificado del agradar a Dios! Lo primero abarca un segundo; lo otro, toda una vida.

Si pudiésemos asomarnos a esa intimidad de Enoc con Dios, cuántas lecciones prácticas veríamos. Sin embargo, no se nos describe qué hubo allí. Un velo de misterio cubre esa sublime amistad de Dios con un mortal.

Pero Dios no se ha quedado sin testimonio, y tampoco nos ha privado de las luces necesarias para que no nos extraviemos del camino. Tal vez la clave esté en la misma frase: «Caminó con Dios». No Dios con Enoc, sino Enoc con Dios; es decir, no a la manera del hombre, sino a la manera de Dios.

Son tantas las ideas, presuposiciones y métodos que encierra el corazón humano, que bastaría vaciarnos de ellos para tomar de Dios las directrices de cómo caminar con él. Vaciándonos de tanta humanidad, y llenándonos de divinidad por su Palabra, por su Espíritu, por su vida; dedicándonos a oírle y a creerle, en vez de hacer tantas cosas a nuestro modo; quedándonos quietos, para ver cómo Dios nos salva cada día.

Abel y Enoc son dos nombres, dos vidas, pero una sola realidad en el creyente. Dos ejemplos para ser vividos en cada vida.

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