De grafito a diamante

Aquellos que han estudiado un poco de química, saben que no hay ninguna diferencia esencial entre el grafito de un lápiz, y un diamante. Ambos son puramente carbón; solo ese simple elemento químico – carbón. Pero el grafito es opaco, tan débil y barato.

Cuando usted escribe con un lápiz sobre una hoja de papel, el papel es más fuerte que el grafito; por eso el grafito marca el papel. Sin embargo, cuando el grafito es sometido a tiempo, presión y temperatura, tres elementos que nos hablan de la obra del Espíritu Santo –el tiempo de tratamiento de Dios, la presión de las circunstancias, la temperatura de las aflicciones– el grafito es transformado en diamante.

El grafito es opaco, oscuro, y no refleja luz. El diamante es purísimo. Cuando la luz incide sobre él, éste no retiene nada para sí. El grafito absorbe toda la luz, pero el diamante refleja toda la luz.

Eso fue lo que el Señor hizo en la vida de Pedro. Pedro solo se reflejaba a sí mismo; pero cuando el Señor completa su obra, Pedro refleja la gloria del Señor.

El propósito del Señor con su casa es transformarnos en diamantes. Cuando entra en el diamante, la luz sufre una difracción, descomponiéndose en los colores que conforman la luz blanca. Entonces, si usted coloca un diamante delante de la luz, verá como un arco iris en él, porque la luz se divide en siete colores. Ahora bien, el diamante no es la luz, pero refleja la gloria de la luz; es un instrumento que revela lo que la luz es.

Si ponemos un diamante en la oscuridad, no revela nada de la gloria de la luz. Así somos nosotros en esa obra de transformación del Señor. Nosotros no somos la luz. El Señor dijo: «Yo soy la luz del mundo», y basado en eso, él pudo decir: «Vosotros sois la luz del mundo». Porque, en verdad, él es la luz, pero a medida que el Espíritu Santo entra en nuestras vidas y va purificándonos por la obra de la cruz, entonces la gloria de la luz va siendo vista a través de nosotros. Esto es lo que Pablo llama en Efesios «la multiforme (multifacética) sabiduría de Dios». ¿Comprenden eso?

Cuando Gálatas 5:22 habla acerca del fruto del Espíritu, cita nueve aspectos. Vemos la luz pasando a través del diamante: «Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza». La luz está pasando por el diamante, y está reflejando aquellos colores. El fruto del Espíritu es el carácter de Cristo formado en nosotros. Es imposible tener fruto del Espíritu sin que el carácter de Cristo sea formado en nosotros, y este carácter solo puede ser formado en nosotros por la obra de la cruz.

Romeu Bornelli, en Visión y Vocación.