Dos ciudades, y dos casas en ellas, que representan dos realidades espirituales también diferentes.

Lectura: 1ª Tim.3:15-16.

Hoy nosotros sabemos algo acerca de la iglesia del Dios viviente, pero también sabemos que la iglesia es mal comprendida hoy. Por un lado, parece que nosotros sabemos algo acerca de la iglesia, por otro lado, nosotros no sabemos nada. En esta oportunidad, me gustaría hablar acerca de la realidad de la vida de la iglesia.

Hoy cuando las personas hablan acerca de la iglesia, inmediatamente piensan en un edificio. Alguien podría hasta decir: «He olvidado mi paraguas en la iglesia». Pero nosotros sabemos que, en verdad, la iglesia es la casa de Dios. Hoy cuando pensamos en la iglesia pensamos en una organización, en una institución, en una tradición. Pero si vamos a la Biblia, la iglesia en verdad es una realidad espiritual.

El templo fue un lugar hostil

Si estudiamos nuestras Biblias cuidadosamente, percibiremos claramente la diferencia entre los tres primeros evangelios, y el cuarto. Cuando vamos a los primeros tres evangelios, estamos ocupados con la obra del Señor mientras estuvo en Galilea. El principal énfasis es la obra de nuestro Señor allí. Pero cuando vamos al evangelio de Juan el énfasis es Jerusalén. Más que eso, cuando Juan escribió el cuarto evangelio, él no solamente enfatizó la ciudad de Jerusalén, sino más específicamente el templo, que estaba sobre el monte Moriah. Según el cuarto evangelio pareciera que nuestro Señor nunca dejó el templo de Dios, el cual él llama «la casa de mi Padre».

Hablando históricamente, la ciudad de Jerusalén era llamada «la ciudad del gran Rey». Era el deseo de nuestro Dios poder habitar en Sion, el monte del templo, porque él la había elegido. Entonces, si eso era la casa de Dios, nuestro Señor debería haber encontrado todo su reposo y alegría en su casa.

Si usted hubiera estado en el monte del templo en el tiempo del Señor Jesús hubiera visto una gran plaza. Hablando estrictamente, la plaza del templo era la mayor plaza religiosa de aquella época. El rey Herodes era un gran constructor. Originalmente en el monte Moriah estaba sólo el templo de Salomón, pero Herodes hizo un gran complejo urbanístico allí. El área era dos veces mayor que la del tiempo de Salomón. De sur a norte, cabían casi seis canchas de fútbol; en tanto que de oriente a occidente cabían unas cinco. Podemos imaginar aquello especialmente en la fiesta de la Pascua. Nadie se sentiría solo allí, porque de acuerdo a los historiadores, en esas celebraciones solían juntarse cerca de dos millones de personas.

Sin embargo, una pequeña frase del evangelio de Juan nos permite de alguna manera tocar el solitario corazón de nuestro Señor Jesús mientras estuvo allí.

Veamos el capítulo 7:53-8:1: «Cada uno se fue a su casa; y Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo». ¿Pueden ver? La Biblia dice: «Cada uno se fue a su casa». Podemos imaginar cómo, después de un día ocupado, cada uno se va a su casa, pero Jesús se va al monte de los Olivos. Dice «cada uno se fue a su casa», como si nuestro Señor no tuviera casa. A la mañana siguiente él vuelve al templo. Probablemente, igual que el día anterior, estuvo todo el día allí. Luego todos se van a su casa y Jesús se va al monte de los Olivos. Al día siguiente vuelve otra vez al templo, para un día lleno de quehaceres. De esta descripción, podemos ver algo que no hemos visto antes.

Ustedes ven: cada uno tenía su casa, pero no nuestro Señor. Ahora, durante el día estaba en el templo de Dios, que él llamó «la casa de mi Padre». Pero si esa era la casa de su Padre, debería ser también su casa. El Espíritu Santo nos muestra especialmente esta frase: «Cada uno se fue a su casa, pero Jesús se fue al monte de los Olivos». Si no conociéramos la Biblia muy bien, estaríamos casi seguros que él pasó esa noche en el monte de los Olivos, porque en el monte de los Olivos hay muchas cuevas. Es bastante lógico pensar que pudiera haber pasado la noche en algunas de esas cuevas.

Si usted visitaba el templo allí en Jerusalén, todo estaba en orden. Todo estaba de acuerdo a la Biblia. Cada día por la mañana, algunos sacerdotes iban a un lugar alto, y cuando ellos veían el sol salir sobre el monte Moab, sonaba la trompeta. Entonces alguien abría la puerta del templo, y comenzaba el servicio cotidiano. Ellos estaban cumpliendo su misión. Entonces las personas de Israel empezaban a entrar.

Ellos tenían un sistema de sacrificios. Tenían un sacerdocio. Tenían un altar de bronce, un lugar santo, un candelero, el pan de la proposición. Y también tenían el altar de oro. Más que eso, por detrás del velo, estaba el Lugar Santísimo. Todo estaba de acuerdo al patrón que Dios había mostrado a Moisés, y después a David. Si nosotros vamos a nuestras Biblias, vamos a descubrir que todo estaba en orden. Todo estaba de acuerdo a la Biblia.

Cuando los judíos miraban su historia, tenían toda la razón para sentirse orgullosos. Ellos podían decir: «Nosotros tenemos más de mil años de historia. Dios está con nosotros. Esta es la ciudad del Gran Rey». Más que eso, cuando uno ascendía el monte del templo, según la historia, especialmente a la hora que el sol salía, podía ver la gloria del templo de Dios. No nos habría dejado de impresionar. Por eso los discípulos dijeron al Señor Jesús: «¡Qué bello templo, qué bellas piedras!».

Ahora, hermanos y hermanas, eso representa la estructura exterior. Todo estaba correcto. Hablando estrictamente, si aquella era la casa de Dios, nuestro Señor no debería irse de ella, porque sería también su casa. En el patio del templo había un lugar de reposo, donde él podía pernoctar. Pero entonces, ¿por qué nuestro Señor tuvo que irse al Monte de los Olivos?

Hablando externamente, todo estaba de acuerdo a la Biblia. Algunas veces podemos decir: nosotros tenemos aquí todo de acuerdo a la Biblia. Pero esto no es todo el tema aquí. Hablando externamente, el templo estaba allí, pero la realidad se había ido. Por eso tenemos que ser sensibles al movimiento del Espíritu Santo. Cuando uno estudia el evangelio de Juan casi cada día nuestro Señor pasaba en el templo, pero la realidad ya se había ido.

El pueblo de Israel podía decir: «nosotros tenemos el orden bíblico. Todo está de acuerdo a como ha sido revelado en el Antiguo Testamento». Algunas veces nosotros decimos: «nosotros tenemos el orden de la iglesia del Nuevo Testamento». Pero, hermanos, el punto no es ese; no es si eso está correcto o errado. El punto es: ¿hay realidad allí? La iglesia es la casa de Dios, el nombre es correcto, el orden es el correcto, todo está correcto, pero sólo una cosa nos va a preguntar el Señor: «¿Hay alguna realidad allí? ¿Puedo encontrar mi reposo allí?» Por eso el Señor hizo del monte de los Olivos su casa.

Betania: El lugar de su reposo

Algunas veces nosotros pensamos que probablemente él pasaba la noche en alguna cueva. Pero no era así. El Señor no tenía que dormir en una cueva, pues había una casa abierta para él en el monte de los Olivos.

Para entender esto, yo tengo que explicar a ustedes un poco de la geografía de Jerusalén: al este del monte de los Olivos está el Mar Muerto; al oeste está el Mar Mediterráneo. Si alguien mira hacia el oeste desde el Monte de los Olivos ve la ciudad de Jerusalén, y ve también el templo sobre el monte Moriah, porque el monte de los Olivos es más alto que el monte Moriah. Entre estos dos montes hay un valle muy profundo, el valle de Cedrón. Ahora, durante el día nuestro Señor estaba en el monte del templo; al atardecer bajaba por el valle de Cedrón y subía el Monte de los Olivos –donde estaba el huerto del Getsemaní–; luego, al bajar desde la cumbre del Monte hacia el lado oriental había una pequeña aldea, Betania.

Por la Palabra de Dios vamos a darnos cuenta que cuando nuestro Señor Jesús iba a Betania, pasaba por el monte de los Olivos. Si leemos los cuatro evangelios, especialmente en la última semana antes de la crucifixión, veremos que todas las noches él salía de Jerusalén e iba a Betania. Hay algo muy interesante aquí: cuando el templo de Dios en Jerusalén se tornó en una cáscara sin contenido, en un árbol lleno de hojas, pero sin fruto, nuestro Señor iba hacia el Monte de los Olivos, porque allá en Betania hallaba su reposo.

Hermanos, tenemos Betania contra Jerusalén. ¡Qué contraste! En Betania uno no encuentra un millón de personas, ni una historia gloriosa, pero era allí donde nuestro Señor podía pasar la noche, allí podía encontrar su descanso. Ahora, ¿qué es Betania?

La mejor descripción de Betania está en los escritos de Juan. Vamos a leer Juan capítulo 12, versículo 1-3: «Seis días antes de la Pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. (Donde hay muerte y resurrección allí está la realidad de Betania). Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume».

Vamos a leer con cuidado. Esto es Betania. Este es el lugar donde nuestro Señor pasaba las noches. Este es el lugar donde él encontraba reposo. Betania es el lugar donde encontramos a Lázaro, el testimonio de muerte y resurrección, y donde Marta servía. La cena estaba lista, porque Marta estaba allí. Y entonces encontramos que Lázaro estaba a la mesa con ellos. Si esto es la casa de Dios, no solamente Dios va a encontrar su descanso: nosotros también vamos a encontrar nuestro reposo. ¿Vemos qué bella figura tenemos aquí?

Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro de mucho precio y ungió los pies del Señor, y los enjugó con sus cabellos. ¿Dónde estaba María? María estaba a los pies de nuestro Señor Jesús. Siempre encontramos a María sentada a los pies de nuestro Señor. Así pues, ¿dónde nuestro Señor podía encontrar la realidad de la vida de la iglesia? Aquí encontramos a Lázaro, a Marta y a María a los pies de Jesús. Pero en esta ocasión María no solamente está escuchando la palabra de Jesús, sino que está ungiendo sus pies. Para algunos de los discípulos era un desperdicio, pero entonces algo sucedió: La casa se llenó del olor del perfume. Todos en aquella casa pudieron sentir el olor del perfume. Esto es Betania. Aquí encontramos la realidad.

La alegoría de la higuera

Vamos a leer en Marcos 11:12-14. «Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces Jesús dijo a la higuera: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos.» Vean una cosa interesante aquí. Nuestro Señor recién había dejado Betania, por la mañana temprano. Entonces, en el camino hacia Jerusalén vio de lejos una higuera llena de hojas. Entonces fue a ver si hallaba en ella algo, porque tenía hambre. Ahora, voy a hacer una pregunta: Si nuestro Señor Jesús está en mi casa, ¿es posible que salga por la mañana con hambre? La Biblia nos dice que él salió de Betania, y Marta estaba allí. ¿Pueden imaginarse, si Marta en verdad servía al Señor, que iba a permitir que él saliera de su casa sin desayuno? ¡Imposible!

Sin duda, Marta había servido desayuno al Señor. Pero entonces, ¿por qué él tenía hambre? Es que no se trataba de hambre física, sino espiritual. Esta es una lección espiritual. Esa higuera no es una simple higuera; esa higuera representa algo. Nuestro Señor busca frutos en la higuera, pero no los encuentra. La Biblia nos dice que nuestro Señor la maldijo, por lo que se secó desde la raíz hasta el tope.

Tal vez nosotros no entendemos por qué nuestro Señor maldijo esta higuera. Pero si usted estudia su Biblia, verá que la higuera representa la nación de Israel, y que Dios deseaba obtener algo de Israel.

Si estudiamos el libro de Jueces, vemos que Dios tiene un propósito para los diferentes árboles. Así, el propósito de Dios para el olivo es el aceite (aunque también de él se pueda hacer madera), y para la vid es el vino, por eso, aunque la uva sea muy bella, ese no es el propósito de Dios para ella.

En el libro de Jueces vemos que el propósito de Dios con la higuera son sus frutos. Por eso, cuando nuestro Señor vio aquella higuera llena de hojas, pero sin ningún fruto, él profirió una maldición. ¿Por qué? Porque nuestro Señor no desea pretensión. Si no hay frutos, ¿por qué hay hojas? Cuando tenemos hojas, nosotros impresionamos a las personas con ellas. Es como la historia de Israel: ellos tenían el monte del templo, y tenían un hermoso templo. Pero cuando no hay realidad, cuando solamente estamos impresionando a las personas con números, con edificaciones, entonces eso es pretensión. Y si Dios todavía ama aquel árbol, él desea que ese árbol sea honesto. Si no tiene fruto, entonces ¿por qué no se seca hasta la raíz? Sea honesto.

Hoy Dios odia la pretensión. Nosotros los cristianos no debemos mentir, pero algunas veces tenemos una apariencia externa; damos a las personas una impresión errónea. Sin embargo, la realidad no está allí. Cuando los discípulos dijeron: «¡Qué bello templo!, ¡qué bellas piedras!», nuestro Señor dijo: «Viene el día en que no quedará piedra sobre piedra de este templo». Nuestro Señor dijo a Jerusalén: «Voy a dejar tu casa desierta».

En el comienzo él habló de «la casa de mi Padre». Pero luego él fue tan desengañado, que fue a ver la higuera con puras hojas. Cuando la casa de Dios es solamente una cáscara vacía, es engañosa. Ahora, hermanos, por causa de que Dios ama al pueblo de Israel, un día habría de dejar la casa vacía. No quedaría allí piedra sobre piedra.

¿Ha oído decir usted a algunas personas decir: «Esta es mi iglesia»? Nuestro Señor dijo: «Yo edificaré mi iglesia». ¿Cuándo ella se tornó tu iglesia? Si quieres que sea tu iglesia, entonces el Señor dice: «Yo dejaré tu casa desierta». Aunque Cristo ame su Iglesia, no olvidemos que el juicio comienza por la casa de Dios. La iglesia de Dios perdió su realidad –nosotros lo hemos visto a través de la historia de la iglesia –; no solamente el judaísmo la perdió, también la iglesia.

El judaísmo tenía la revelación que vino de Dios. Gracias a Dios, la iglesia, que fue edificada por Cristo mismo, tiene el Nuevo Testamento. Tenemos toda la revelación de Dios. Pero la pregunta es esta: ¿Somos honestos delante del Señor? nosotros podemos tener hojas, pero nuestro Señor tiene hambre. Él está buscando los frutos, está buscando la realidad. ¿Dónde está la realidad?

El secreto de la higuera

Si volvemos a Marcos capítulo 11, la Biblia dice: «Él no halló nada sino hojas, pues no era tiempo de higos». Tenemos un problema aquí. Si no era tiempo de higos, ¿por qué nuestro Señor buscaba higos? Si no era tiempo de higos, es claro que nuestro Señor no iba a encontrar ninguno. Pero aquí tenemos una cosa muy interesante de por qué Betania representa la realidad espiritual de la iglesia.

Necesitamos conocer la historia de las higueras en la Tierra Santa. Ocurre que hay dos cosechas de la higuera. Una es llamada el fruto del invierno, la otra es el fruto del verano. Depende entonces de cuándo usted busca fruto. En realidad, nuestro Señor esperaba los frutos del invierno. Aquellos frutos que habían pasado a través del invierno. Entonces, cuando viene la primavera, uno va a encontrar los frutos de la resurrección. Esto tiene que ver con un principio espiritual. Si algo puede alimentar a las personas; si algo puede satisfacer a nuestro Señor, siempre tiene que pasar primero por el invierno. Primero está la muerte, después la primavera de la resurrección.

Durante el invierno, uno encuentra que no hay hoja alguna. La mano despojadora de Dios quita todo de ese árbol. Tiene solamente las ramas, pero ni hojas, ni frutos. Pero si uno mira las ramas, ve una cosa interesante: todavía están allí las marcas de los frutos. En el tiempo de invierno, uno todavía puede encontrar los hoyos aquí y allá a lo largo de la rama. Ellos son el indicio de que el fruto estuvo allí. Y cuando viene la primavera, los frutos siempre surgen donde están aquellas marcas. Es muy interesante.

Hay una regla en el reino vegetal de nuestro Dios: normalmente tenemos primero las flores, luego el fruto. Mire usted cualquier árbol: siempre va a haber flores primero y después el fruto. Pero la higuera no. Por eso es que en chino nosotros traducimos la higuera como una fruta sin flor, porque nadie ha visto la flor de la higuera. El secreto es ese. Si uno quiere conocer la realidad de la higuera, nosotros debemos saber que su flor brota, pero no delante de nosotros. Ningún ojo humano puede ver florecer esta flor.

En la primavera, su pequeño fruto, de acuerdo con el Cantar de los cantares, es llamado el fruto verde. No es del tamaño del fruto final, es más pequeño, del tamaño de una cereza. Es un fruto no maduro. En la primavera, cuando están los frutos verdes en las ramas, ocurre una cosa muy interesante: las flores están brotando dentro del fruto. Los frutos tienen un orificio, por donde entra la abeja y hace su trabajo de polinización. Ahora sabemos que sí la higuera florece, pero con una belleza interna. Este proceso no es para que el mundo lo vea y lo alabe. Esa es una característica de la higuera.

En una higuera nosotros tenemos flores, pero su belleza es una belleza interna. «Cristo en nosotros la esperanza de gloria». cuando la vida de Cristo habita en nosotros, cuando el Espíritu Santo está trabajando en nosotros, hay un proceso de maduración en marcha. Sólo el propio Dios puede apreciar la belleza de este proceso de crecimiento. Esta es la característica de la vida de Cristo en nosotros.

Es esto lo que el Señor está buscando. En la primavera, este fruto verde es formado, y entonces empieza el proceso de maduración. Pero hay una cosa muy importante. El lapso entre la primavera y el verano es el tiempo más importante. Es el tiempo de la prueba. Este fruto verde tiene que aprender una lección: cómo habitar en la rama, porque un día vendrán los vientos, y será probado. Si aquel fruto verde permanece en la rama cuando el árbol sea sacudido, entonces en el verano, será un fruto maduro. Será un hermoso y maduro fruto de higuera.

Todos los granjeros saben muy bien. Cuando ellos miran a la higuera, no están buscando el fruto maduro, sino el fruto verde. Ahora, si uno no encuentra ningún fruto, ¿qué significa eso? Que no ha pasado la prueba. Significa que cuando vino la tormenta, ellos no pudieron permanecer. Si uno no encuentra ningún fruto en una higuera, no hay esperanza de cosecha. Por esa razón el Señor maldijo el árbol.

No solamente importa el proceso de crecimiento, sino que todo opera juntamente, es decir, lo exterior también. Entonces tenemos el viento que sopla del norte, y el viento que sopla del sur, el que sopla del oriente y el que sopla del occidente. Algunas veces es un verdadero remolino. Así, todas las cosas cooperan juntamente para que podamos ser conformados a la imagen de Cristo, para que podamos tener una cosecha.

Dios estaba esperando una cosecha del pueblo de Israel. Pero lamentablemente nuestro Señor no encontró ningún fruto. El pueblo de Israel tenía una maravillosa historia, algunas veces pasaron por tiempos muy difíciles, pero cuando prosperaron, ellos fracasaron. No pudieron pasar la prueba. Por eso uno no veía nada sino hojas. Por eso el Señor profirió una maldición sobre él.

Cuando el ejército romano tomó la ciudad de Jerusalén en el año 70, aquella higuera en verdad se secó. Y más que eso, la nación de Israel desapareció de sobre la faz de la tierra. Pero gracias a Dios, nuestro Señor profirió también otra profecía. El dijo: «Un día cuando vean la higuera floreciendo de nuevo, el Hijo del hombre está a las puertas». en el año 1948, el 14 de mayo, todos nosotros fuimos testigos del renacimiento de la nación de Israel.

El pueblo de Israel estaba vagando en el desierto, y entonces ¿quién tomó el lugar de Israel? La Iglesia de Dios fue la que tomó el lugar de Israel. No podemos olvidarlo: Betania representa a la iglesia de Dios. ¿Por qué? Esto es muy interesante.

Betania representa la realidad de la iglesia

¿Cuál es el significado de «Betania»? Betania significa «casa de higos». Todos los frutos están allí, por eso es llamada «casa de higos». Pero aún más sorprendente: en griego, Betania significa «la casa de los higos no maduros». ahora uno entiende. Significa que, aunque ellos no estén maduros, no estén perfectos, si uno encuentra frutos no maduros, un día habrá una cosecha. Ellos no son perfectos, pero un día ellos serán conformados a la imagen de Cristo.

Recordemos: La operación del Espíritu Santo tiene dos aspectos; uno es interior, como aquella abeja que está trabajando en el interior del fruto. El Espíritu Santo habita en nuestros espíritus. Esa es una parte de la obra del Espíritu Santo. Él intenta hacernos madurar por medio de la operación de la cruz. Eso es en lo interior. Pero hay otro aspecto: también vemos que todas las cosas cooperan juntamente. Entonces uno descubre que todo nuestro ambiente se vuelve un fiel siervo de Dios. Esta es la operación externa del Espíritu Santo a través del ambiente. Así, a través de este camino, nosotros vamos siendo madurados.

Betania significa que ellos no están completos, que no son perfectos. Betania es la casa de los higos no maduros. Cuando uno ve el árbol lleno de frutos verdes, eso es muy diferente de Israel. Esto significa que nuestro Señor ha encontrado su realidad aquí. Por eso nuestro Señor pudo encontrar su descanso en Betania. Eso es muy, muy importante.

Nosotros no debemos procurar tener una apariencia externa, sino tener la realidad interior. Si tenemos esta realidad, entonces en verdad nuestro Señor va a encontrar su descanso en nuestro medio. Entonces podremos decir que, por la gracia, la iglesia en verdad es la casa de Dios.

Finalmente, vamos a recordar que antes de la ascensión de nuestro Señor, él llevó a sus discípulos hasta Betania. Betania está ubicada en el Monte de los Olivos. Y nuestro Señor ascendió a los cielos desde allí. Cuando él ascendió a los cielos, su rostro estaba vuelto hacia su pueblo, y sus espaldas estaban vueltas hacia Jerusalén. Cuando nuestro Señor ascendió a los cielos, todo lo que él veía eran las lágrimas de María, a Marta, Lázaro y todos sus discípulos.

Hermanos y hermanas, el mundo es atraído por las apariencias externas, porque los números impresionan, los edificios impresionan. Pero cuando nuestro Señor ascendió a los cielos, sus espaldas estaban vueltas hacia Jerusalén. Aunque Jerusalén haya sido llamada la ciudad del gran Rey; aunque la presencia de Dios haya estado allá antes, aunque la gloria de Dios estuvo allá antes, cuando la realidad se fue, no quedó piedra sobre piedra, porque se tornó una cáscara vacía. ¿No es eso una lección importante para cada uno de nosotros?

La iglesia de Dios ha pasado por casi dos mil años, y si uno mira toda su historia, encuentra que es una bella historia: la presencia y la gloria de Dios estuvieron en ella antes, ¿pero qué sucede hoy? sin embargo, lo importante es: Uno nunca puede señalar con el dedo a otros, porque Dios está llamando Lázaros, Dios está llamando Marías, Dios está llamando Martas.

Ahora hermanos, ¿qué es la iglesia de Cristo? La iglesia es el lugar donde uno encuentra el testimonio de la resurrección, y el servicio de los santos. ¿Qué más vamos a encontrar? que todas las personas son como María. En todo tiempo, cuando uno los mira, ellos están a los pies de nuestro Señor Jesucristo.

Ahora, ¿por qué tenemos que estar siempre a los pies de nuestro Señor Jesucristo? porque no hay otros pies como los suyos, que fueron perforados cuando murió por nosotros en la cruz. Cuando uno ve esos pies con las marcas, nos hacen recordar la historia de la cruz, aquel amor que nunca nos dejará. Cuando uno es tocado por ese amor, uno no puede hacer otra cosa sino ofrecerse a sí mismo como un sacrificio vivo. Uno desea quebrar el vaso que contiene el perfume de nardo puro, y derramarlo todo. Para que toda la casa se llene con el olor del perfume.

Si nosotros tenemos cien personas juntas aquí, puede ser una congregación de cien personas, pero también puede ser la iglesia de Cristo, si es que cada una de estas cien personas se atreven a ser desperdiciadas para el Señor, se atreven a romper su vaso de alabastro, si cada uno presenta su cuerpo como un sacrificio vivo. Entonces no tendremos que decir: «nosotros somos la iglesia». No digamos: «nosotros somos el testimonio de Cristo». No digamos: «nosotros estamos por la recuperación de la iglesia». esto puede ser verdadero, pero lo importante es que cuando alguien venga a nuestro medio descubra que la casa está llena del olor del perfume. Hermanos y hermanas, eso es la iglesia de Cristo. Eso es lo que el Señor está buscando hoy antes de su regreso.

Vivir la vida de iglesia es tal como la vida de familia. Como cuando el marido dice: «¡Ah, yo amo tanto a mi esposa!», el mundo va a querer ver no sólo sus palabras, sino cómo él está dispuesto a entregarse a sí mismo por amor a ella. Entonces, ¿cómo saber si tenemos el testimonio del Señor? No es por las palabras, sino por cómo uno vive esta vida. Si nosotros tenemos esta realidad, bien. Si no la tenemos, seremos exactamente como una higuera, llena de hojas, pero sin ningún fruto. Eso nunca podrá satisfacer el hambre de nuestro Señor.

Hermanos y hermanas, ¿qué va a complacer el corazón de nuestro Señor? La casa de los higos no maduros. ¡Gracias al Señor! nosotros no somos perfectos, pero tenemos el potencial. Tenemos un mañana. Seremos transformados en la imagen de Cristo. Quiera el Señor hablar a nuestros corazones.

Síntesis de un mensaje oral compartido en enero de 2003 en Santiago de Chile.