Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales».

– Ef. 3:10.

Guillermo Hendriksen, en su comentario de Efesios, señala que la mejor traducción para la palabra que aquí se traduce como ‘multiforme’ es ‘iridiscente’. Según Hendriksen, la palabra griega usada aquí se refiere a aquello que tiene color y luz, y que es precisamente lo que significa la palabra castellana ‘iridiscente’.

Ahora bien, este es un adjetivo que en este versículo acompaña a ‘sabiduría’, y como sabemos, la sabiduría de Dios es Cristo. Cristo es la sabiduría iridiscente de Dios. Pablo nos indica que esta Sabiduría se da a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades. La iglesia es, por tanto, el medio utilizado por Dios para expresar la maravillosa iridiscencia de Cristo.

Color y luz. ¿Qué hay en la naturaleza que tenga color y luz al mismo tiempo? De todo lo creado, probablemente sean las piedras preciosas lo que mejor refleja el sentido divino de la iridiscencia de Cristo. Las piedras preciosas ocupan un lugar muy interesante en las Escrituras. Por ejemplo, el atuendo del sumo sacerdote tenía piedras preciosas para representar a cada una de las tribus; la nueva Jerusalén tiene en sus cimientos adornos de piedras preciosas, cada una de ellas representando a uno de los doce apóstoles; la presencia de Dios en aquel imponente trono de Apocalipsis 4 es semejante al jaspe y la cornalina.

Las piedras preciosas son formadas en un largo proceso, mediante el cual el carbón común se convierte en una gema. Para ello se requieren dos requisitos: el calor y la presión. Altas temperaturas y un peso extraordinario por un largo tiempo, logran producir una piedra tan hermosa, que puede reflejar la luz en multitud de tonalidades y destellos. Los especialistas afirman, por ejemplo, que un cm3 de carbón necesita 53 toneladas de presión a 2760º C para convertirse en diamante.

Dios ha escogido a las piedras preciosas para mostrarnos la belleza de cada cristiano en quien él mismo ha trabajado por largo tiempo, sometiéndolo a pruebas y aflicciones, para expresar la iridiscencia de Cristo. La luz blanca y radiante de Cristo se separa en maravillosos haces de luz, de los más diversos colores, al pasar por la textura pura y translúcida de las piedras preciosas, que son sus amados. Así la inefable belleza de Cristo es dada a conocer a través de la iglesia – con sus muchos miembros, diferentes entre sí, pero complementarios en sus formas y colores.

Es interesante ver en la diversidad las piedras preciosas, en sus peculiaridades de color y forma, una alegoría de la carrera de cada cristiano. Tal como los doce apóstoles del Cordero están representados en aquellas piedras de los cimientos de la ciudad, cada cristiano tiene una gema guardada para él, para mostrar su carácter único e irrepetible, la forma única y exclusiva de reflejar la belleza de Cristo.

260