Muchas personas tienen el nombre de cristianos, pero no muestran el carácter que debería acompañar al nombre.

Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo».

– Efesios 5:14.

Pongo ante ustedes una sencilla pregunta. Revisen estas reflexiones y pronto verán por qué la planteo. «¿Estás tú dormido en lo que respecta a tu alma?».

Muchas personas tienen el nombre de cristianos, pero no muestran el carácter que debería acompañar al nombre. Dios no es el Rey de sus corazones. Ellos se ocupan de las cosas terrenales. A menudo, tales personas son ágiles e inteligentes en relación a los asuntos de esta vida, buenos hombres de negocio, eficientes en su labor diaria, buenos patrones, buenos empleados, buenos vecinos, buenos ciudadanos. Todo esto es totalmente aceptable. Sin embargo, nos estamos refiriendo a la parte eterna del hombre: su alma inmortal. Y en este caso, si alguien puede juzgar considerando lo poco que ellos hacen por su alma, comprobaría que son descuidados, irreflexivos, imprudentes y despreocupados. Ellos están dormidos.

No digo que Dios y la salvación sean temas que no pasan por sus mentes: pero estos asuntos no tienen un lugar preeminente. Tampoco digo que todos ellos son semejantes en sus vidas; sin duda, algunos de ellos van más lejos en el pecado que otros: pero una cosa es cierta: todos ellos se han vuelto cada uno a su propio camino, y no al camino de Dios.

No hay otra regla por la cual juzgar el estado de un hombre sino por medio de la Biblia. Y cuando leo la Biblia solo puedo concluir que tales personas están dormidas en relación a sus almas. Ellos no ven la pecaminosidad del pecado ni su propia condición, perdida, por naturaleza. Parecen tomar con liviandad los mandamientos de Dios, y les importa poco vivir según Su ley o no. Sin embargo, Dios dice que el pecado es transgresión de la ley, que Su mandamiento es sobremanera amplio, que toda intención del corazón natural es malvada, que el pecado es algo que él no puede soportar y que él aborrece, que la paga del pecado es muerte, y que el alma que pecare morirá. Es evidente que ellos están dormidos.

¿Es éste el estado de tu alma? ¿Estás tú dormido?

Estas personas no ven su necesidad de un Salvador. Parecen pensar que es un asunto fácil llegar al cielo, y que Dios, por supuesto, será misericordioso con ellos al final, de una u otra forma, aunque no saben exactamente cómo. Pero Dios dice que él es justo y santo, y nunca cambia, que Cristo es el único camino, y nadie puede venir al Padre sino por él, que sin la sangre no hay perdón de pecados, que un hombre sin Cristo es un hombre sin esperanza, que aquellos que serán salvados deben creer en Jesús y venir a él, y que aquel que no creyere será condenado. ¡De seguro, están dormidos!

La santidad

Estas personas no ven la necesidad de la santidad. Parecen pensar que es suficiente caminar como lo hacen otros y vivir como sus vecinos. Y en cuanto a orar y leer la Biblia, tomar conciencia de las palabras y las acciones, seguir la verdad y la mansedumbre, la humildad y la caridad, y el apartarse del mundo, son cosas que ellos no parecen valorar en absoluto. No obstante, Dios dice que sin santidad ningún hombre verá al Señor, que no entrará en el cielo nada que contamine, que su pueblo debe ser un pueblo especial, celoso de buenas obras. ¡Sin duda, ellos están dormidos!

¿Es éste el estado de su alma? ¿Estás dormido?

Un terrible riesgo

Lo peor de todo esto es que estas personas no parecen advertir el riesgo que corren. Ellos caminan con sus ojos cerrados, y parecen no saber que el fin de su senda es el infierno.

Algunos soñadores creen que son ricos cuando son pobres, o que están satisfechos cuando tienen hambre, o que están bien cuando son enfermos, y se despiertan para encontrar que todo ello es un error. Y ésta es la manera en que muchos sueñan acerca de sus almas. Pretenden que tendrán paz, y no habrá paz; imaginan que van muy bien, y en verdad encontrarán que están errados.

¡Están seguramente dormidos!

Una vez más digo: ¿Es éste el estado de tu alma? ¿Estás dormido?

Si la conciencia te aguijonea y te dice que aún estás dormido, ¿qué puedo decir para despertarte? Tu alma está en un peligro terrible. Sin un cambio poderoso, ella estará perdida. ¿Cuándo será ese cambio?

Estás en riesgo de muerte y no estás preparado para partir, tú va a ser juzgado y no estás preparado para presentarte ante Dios; tus pecados no han sido perdonados, tu persona no ha sido justificada, tu corazón no ha sido renovado. El cielo mismo no sería ninguna felicidad para ti si tú estuvieses allí, porque el Señor del cielo no es tu amigo: lo que a él le agrada no te agrada a ti; lo que él aborrece no te molesta a ti. La palabra del Señor no es tu consejero, su día no es tu placer, su ley no es tu guía.

A ti no te preocupa mucho oírle a él, e ignoras lo que es hablar con él. Estar por siempre en su compañía sería algo que no podrías soportar; y la compañía de los santos y de los ángeles sería una lata y no un gozo. En la forma en que tú vives, es como si la Biblia nunca hubiese sido escrita y Cristo nunca hubiese muerto, los apóstoles serían insensatos, los cristianos del Nuevo Testamento unos locos, y la salvación del Evangelio una cosa innecesaria. ¡Oh, despierta, y no duermas más!

Es probable que tú no creas que tu caso sea tan grave, o el peligro tan grande, o que Dios sea tan exigente. La verdad es que el diablo ha estado poniendo esta mentira en los corazones de los hombres por casi seis mil años. Ha sido su trampa magnífica desde el día en que dijo a Eva: «No moriréis». No te dejes engañar. Dios nunca ha dejado ni dejará de castigar el pecado; jamás ha dejado de cumplir su buena palabra, y tú comprobarás esto a tu costo, un día, a menos que te arrepientas. ¡Lector, despierta!

La autojustificación

Tú puedes declarar que eres un miembro de la iglesia de Cristo y que, por lo tanto, no tienes duda de ser tan buen cristiano como otros. Pero esto solo agravará tu caso si tú no tienes nada más a qué apelar. Puedes estar registrado en el pueblo de Dios, contado en el número de los santos; puedes estar cobijado por años bajo el sonido del evangelio; puedes utilizar formas santas e incluso venir a la mesa del Señor con regularidad; y aún, con todo esto, a menos el pecado te sea aborrecible, y Cristo precioso, y su corazón un templo del Espíritu Santo, tú probarás al final no ser mejor que un alma perdida. El llamamiento santo nunca salvará a un hombre profano. ¡Despierta ahora!

Puedes argumentar que has sido bautizado, y así sentirte confiado en que has nacido de Dios, y tienes su gracia a tu favor; pero puede ser que tú no muestres ninguna de las señales que el apóstol Juan dice, en su primera epístola, que distinguen a tal persona. Tú no confiesas que Jesús es el Cristo – venciendo al mundo, no cometiendo pecado, amando a tu hermano, haciendo justicia, guardándote del maligno.

Evidencias firmes

Entonces, ¿cómo creer que eres nacido de Dios? Si Dios fuera tu Padre, amarías a Cristo; si fueras un hijo de Dios, su Espíritu te conduciría. Se requieren evidencias firmes. Muestra arrepentimiento y fe; muestra una vida escondida con Cristo en Dios; muestra un hablar espiritual y santificado. Esos son los frutos que han de ver manifiestos, que confirman que tú eres un pámpano vivo de la vid verdadera. Pero, sin esto, tu bautismo solo agregará a tu condenación. ¡Despierta!

Hablo con fuerza, porque lo siento profundamente. El tiempo es muy corto, la vida es demasiado incierta, para permitir detenernos en ceremonias. Aun a riesgo de ofender, uso de mucha franqueza. No puedo soportar la idea de oír que tú seas condenado en el gran día de juicio; de ver tu rostro en la multitud a la mano izquierda de Dios, entre aquellos que están desamparados, sin esperanza, y más allá del alcance de la misericordia. No puedo soportar este tipo de pensamientos, me afligen el corazón. Antes que el día de la gracia haya pasado, y el día de la venganza comience, te invito a abrir los ojos y a arrepentirte. Considera tus caminos y sé sabio. ¡Despierta! ¿Por qué habrías de morir?

«Ven a mí»

Hoy, como embajador de Cristo, te ruego que te reconcilies con Dios. El Señor vino al mundo para salvar a los pecadores. Jesús, el mediador entre Dios y el hombre, aquel que nos amó y se entregó por nosotros, te envía un mensaje de paz: Él dice: «Ven a mí».

«Ven» es una palabra preciosa, sin duda, y debería atraerte. Tú has pecado contra el cielo: el cielo no ha pecado contra ti. Sin embargo, el primer paso hacia la paz viene desde el cielo. Es el mensaje del Señor: «Ven a mí».

«Ven», es una palabra de misericordiosa invitación, como si el Señor Jesús dijese: «Pecador, te estoy esperando. Yo no quiero que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Así como yo vivo, no me complazco en la muerte del impío. Quiero que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. El juicio es mi obra extraña, mi delicia es hacer misericordia. Ofrezco el agua de vida a todo aquel que quiera. Estoy a la puerta de tu corazón y llamo. Por mucho tiempo he extendido mis manos a ti. Mi gracia está disponible. Aún hay morada en casa de mi Padre. Mi paciencia espera que muchos hijos de los hombres vengan al propiciatorio antes de que suene la última trompeta, que más perdidos regresen antes de que la puerta sea cerrada para siempre. ¡Oh, pecador, ven a mí!».

«Ven», es una palabra de promesa y de aliento. El Señor Jesús parece decir: «Pecador, tengo regalos preparados para ti, tengo algo de importancia eterna para derramar sobre tu alma. He recibido dones para los hombres, aun para los rebeldes. Tengo un perdón gratuito para el más impío, una fuente llena para el más sucio, una vestidura blanca para el más profano, un nuevo corazón para el más endurecido, sanidad para el quebrantado de corazón, reposo para el muy cargado, gozo para aquellos que lloran. ¡Oh, pecador, no es vana mi invitación! Todas las cosas están listas. ¡Ven a mí!».

Oye la voz del Hijo de Dios. No rechaces a Aquel que habla. Aléjate del pecado, que nunca te podrá dar placer real, y será amargo al final; sal de un mundo que jamás te satisfará.

¡Ven a Cristo! Ven, con todos tus pecados, independientemente de lo muchos y graves que sean, no importa cuán lejos de Dios puedas haber ido, y cuán provocativa haya sido tu conducta. Ven tal como eres: inepto, indigno, sin ninguna preparación. Tú no ganarás ninguna aptitud por retrasarte. ¡Ven ahora al Señor Jesucristo!

¿Cómo escapar?

¿Cómo podrás en verdad escapar si descuidas una salvación tan grande? ¿Dónde aparecerás tú si menosprecias la sangre de Cristo, y desafías al Espíritu de gracia? Es cosa horrible caer en manos del Dios vivo, pero nunca tan terrible como cuando los hombres caen bajo el Evangelio. El camino más triste al infierno es aquel que corre bajo el púlpito, más allá de la Biblia, y pasa por en medio de advertencias y de invitaciones. Oh, cuidado, no sea que, como Israel en Cades, llores sobre tu error cuando sea demasiado tarde; o, como Judas Iscariote, descubras tu pecado cuando ya no haya espacio para el arrepentimiento.

Levántate y clama al Señor. No seas como Esaú, no cambies las bendiciones eternas por las cosas de hoy. De seguro, el tiempo pasado fue suficiente para haber sido negligente, sin oración, sin Dios y sin Cristo, ocupado solo en lo mundano y terrenal. Ahora, el tiempo que resta puede ser ocupado en tu alma.

Ora, a fin de que puedas ser capacitado para abandonar los viejos caminos y puedas convertirte en un nuevo hombre. Anhelo tu felicidad, y mi mayor deseo es que puedas ser hecho nueva criatura en Cristo Jesús. Esto es más que las riquezas, la salud o el honor. Un hombre puede conseguir el cielo sin éstas cosas, pero no puede llegar allí sin la conversión. Si tú mueres sin haber nacido de nuevo, te hubiera sido mejor nunca haber nacido. Ningún hombre vive de verdad sino hasta que él vive para Dios.

Te dejo mi pregunta. El Señor permita que ella sea una palabra oportuna para tu alma. Mi deseo y la oración de mi corazón a Dios es que puedas ser salvo. «Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo». Levántate, tú que duermes, y clama a Dios. Aún hay esperanza. No deseches sus misericordias. No pierdas tu propia alma.

J.C. Ryle