La historia de Fred Wertheim.

Cuando un judío llega a creer en Jesús, este hecho no sólo afecta a su vida sino también la de su familia. Éste fue ciertamente el caso de Steve Wertheim.

El padre de Steve, Fred Wertheim, nació en Alemania en 1925. Vivía en un pueblito de 2.000 habitantes donde sólo había diez familias judías. Cuando Fred tenía ocho años, el plan de Hitler estaba en marcha. La familia decidió emigrar a América. Recibieron un número, el 48.878, que representaba su turno entre las personas autorizadas a salir. Tendrían que esperar un largo tiempo.

El 2 de julio de 1938 Fred celebró su Bar Mitzvah. Al poco tiempo, su sinagoga fue destruida, los niños judíos fueron expulsados de las escuelas, mientras los varones eran alistados para «campos de trabajo». En pocos días, familias enteras fueron enviadas a campos de concentración. Providencialmente, los Wertheim se salvaron. El pase de inmigración llegó, y en mayo de 1941 viajaron a América.

De vuelta al peligro

Fred aprendió el idioma inglés rápidamente y se alistó en el ejército. Fue entrenado para la peligrosa misión de quitar minas y construir puentes de emergencia. Participó en la invasión de Europa, y cruzó a través de Francia hasta su Alemania nativa, donde él y otros de sus compañeros fueron capturados.

Dice Fred: «Recuerdo que ellos nos tenían formados. Los alemanes hablaban ruidosamente. Cuando entendí lo que decían, empecé a temblar. Mis compañeros me preguntaron qué estaba ocurriendo. Yo les dije: ‘No saben qué hacer con nosotros, así que van a matarnos’». Sin embargo, cambiaron de parecer y los llevaron a un campo de prisioneros.

Los presos estaban tan débiles que algunos ni siquiera podían sostenerse en pie. Sus ropas eran quemadas regularmente pues se infestaban de piojos. Sus comidas se reducían a una maloliente sopa de verduras y una lata de estaño llena de café negro. «A veces, por la noche, algunas personas de afuera nos tiraban alimentos por encima del muro». No todos los alemanes eran hitleristas. Entretanto, en los Estados Unidos, el Departamento de Guerra informaba a su familia que Fred había desaparecido en acción.

Finalmente, los Aliados conquistaron Alemania y los prisioneros fueron liberados. Tras recuperar su salud, Fred fue enviado a casa en el primer convoy que llegó a Nueva York. El sábado siguiente fue festejado por la congregación entera en la sinagoga. Él sentía que Dios le había guardado con un propósito, no sabía cuál, pero que Dios se lo mostraría algún día.

Fred estaba muy conmovido. Recordaba los horrores de la guerra y el milagro de su liberación. «Dios ha hecho tantas cosas buenas. Sacó a mi familia de Alemania y salvó mi vida. Sin embargo, yo no fui verdaderamente libre hasta que el Mesías me salvó».

Comienzan a suceder cosas extrañas

Fred se casó con Laura, una muchacha judía. Tuvieron dos hijos. Pasaron los años. Todo iba muy bien hasta que él recibió una llamada telefónica de Steve, su hijo mayor, quien, tras graduarse de la universidad, vivía en California. Fred no podría creer lo que oía: «¡Papá, mamá, yo he creído en Jesús como el Mesías!».

Fred dice: «Mi propia carne y sangre se volvía contra mí». Él trabajaba como cartero, y deprimido por la noticia, hacía su ruta llorando. Las personas le preguntaban qué andaba mal, pero no podía decirlo. Le avergonzaba confesar que su hijo se había hecho cristiano.

Steve explicó a su padre que su decisión estaba basada en la certeza de que Jesús era el Mesías de Israel. Le habló acerca del señor Goldstein, un judío cristiano que le había compartido su fe. Fred estaba irritado. Cuando supo que Goldstein venía a Nueva York y quería visitarlo, dijo: «Quiero ver al hombre que hizo esto y matarlo. ¡Lo lanzaré desde nuestra terraza!».

Sin embargo, cuando se reunieron, hablaron reposadamente. Dice Laura Wertheim: «Nosotros hicimos muchas preguntas. Él nos señaló las profecías en la Biblia judía. Yo estaba asustada al ver que mi marido se interesaba en saber más».

Fred empezó a asistir a reuniones de estudio bíblico: «Me volví un asiduo estudiante. Cada clase nos pedían preparar la próxima lección leyendo un pasaje particular de las Escrituras. Una vez, la asignación fue leer la primera epístola de Juan, pero por equivocación yo leí el evangelio de Juan. No podía soltarlo. Entonces, el 29 de septiembre de 1975, me desperté a las cuatro de la mañana, y vi una figura de pie en la puerta de mi alcoba. No pude ver su rostro, pero supe que era Jesús. Me convencí de que él era real y yo lo necesitaba en mi vida. Supe que él era mi Mesías. Luego lo conté a mi esposa».

Ella se disgustó mucho. ¡Primero su hijo y ahora también su marido! Para completar el cuadro, su hijo menor anunció que él también era un creyente. No había querido decirlo por temor a la reacción de su padre. Laura dice: «Yo era muy obstinada. Estaba rodeada por creyentes, pero recordaba a los judíos que habían perecido en el Holocausto, y sentía que no podía traicionar a mi pueblo».

Una noche, la familia fue a ver una película llamada «The Hiding Place» (El Refugio Secreto). Era la historia real de una familia cristiana en Holanda durante la guerra. Dice Laura: «Vi el sufrimiento de la madre, y cómo ella creía en Jesús, y ayudaba a los judíos. Me di cuenta que durante el Holocausto Dios estaba obrando a través de personas como esa buena mujer. Apenas me senté allí, lloré y lloré durante toda la proyección».

A la semana siguiente, ella también aceptó a Jesús como su Salvador.

Fuente: Jews for Jesus (Web).