Espigando en la historia de la iglesia

He aquí la historia de Evan Henry Hopkins, quien fuera por casi cuarenta años el mentor y guía de la famosa Conferencia de Keswick, en la segunda mitad del siglo XIX, una de las más fructíferas en la historia de la Iglesia.

Evan Hopkins nació en Inglaterra en 1837. Siendo muy joven se graduó en una Universidad como Ingeniero de Minas. A los 26 años, ayudado por un guardacostas, Evan Hopkins fue salvo. Curiosamente, para el guardacostas, Evan fue su primer convertido, pues él mismo se había convertido ¡el día anterior!

Sintiendo un gran deseo de conocer más la Palabra de Dios, Hopkins entró a la “Escuela de Teología” del “King’s College”, en Londres. Al concluir sus estudios, fue ordenado pastor de la “Iglesia de Inglaterra”.

Por la excelente preparación que recibió, tanto en la Universidad como en la “Escuela de Teología”, Evan Hopkins era un hombre muy educado y culto.

Procuraba trabajar diligentemente y el Señor pudo usarlo mucho. Ayudó a innumerables hermanos. Por diez años, Evan Hopkins realmente se dedicó al servicio de su Maestro. Pero, después de todos esos años de tanto trabajo, él no se sentía satisfecho. Por esos diez años él estaba con hambre y deseaba algo que lo pudiese satisfacer. Evan Hopkins sentía que no podía exponer tal situación a los otros hermanos, pues todos le miraban con cierta confianza. Él, que procuraba animar a los hermanos a seguir al Señor, se sentía insatisfecho y con hambre.

Un encuentro especial con su Señor

Cierto día, en mayo de 1873, cuando tenía 36 años, Evan Hopkins fue invitado a participar de una pequeña reunión. Estaba ocurriendo en aquella época un gran mover del Espíritu en Europa. El Señor estaba usando grandemente al hermano Robert Pearsall Smith, un cuáquero americano, y muchos hermanos eran llevados a ver al Señor de una nueva forma, en pequeñas reuniones, conocidas como “reuniones de consagración”. Al llegar al local donde se realizaría la reunión, Evan Hopkins quedó sorprendido al ver que, junto con él, había dieciséis invitados muy conocidos y famosos. Él pensaba que era el único predicador que, a pesar de haber sido usado por el Señor para ayudar a otros hermanos, se sentía sin poder, hambriento e insatisfecho interiormente.

Smith predicaba que la santificación, lo mismo que la justificación, se recibía por medio de la fe. Evan Hopkins nunca pudo olvidar aquel día. Él lo llamó “aquel día de mayo”. En aquella reunión él se encontró con su Booz. En aquellos diez años anteriores él estuvo, diligentemente, recogiendo en el campo, ayudando a otros a recoger, pero aquel día sus ojos fueron abiertos y él oyó acerca del hecho de “Permaneced en mí”.

Su esposa testificó más tarde diciendo: “Yo me acuerdo bien de su regreso a casa, profundamente tocado por lo que vio y experimentó. Él me dijo que se sentía como alguien que hubiera visto una tierra amplia y linda, donde fluye leche y miel. Esta tierra debía ser poseída. Era de él. A medida que la describía, percibí que había recibido una bendición desbordante, mucho más de lo que yo conocía.”

Más tarde, a través de un versículo, el Señor le dio una luz, le abrió los ojos, y por el resto de su vida él no se separó más de ese versículo. Está en 2ª Corintios 9:8: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra”. A través de esta palabra “toda” que aparece repetidamente en este versículo, sus ojos fueron abiertos. Él comenzó, entonces, a ver toda la suficiencia de Cristo. Por eso dice que vio la tierra que fluye leche y miel, que debe ser poseída y que era de él.

Ahora él tenía la luz. Por toda la historia de la Iglesia esta antorcha de luz ha pasado de mano en mano. Y el Señor lo capacitó también para pasar esta luz a otros, para que ellos, a su vez, también la pasen más adelante, para que sepamos que debemos permanecer en Cristo. Evan Hopkins pudo ayudar grandemente a otros hermanos. Él recibió la antorcha de luz del Señor y la pasó a otros hermanos.

Durante algunos años, el Señor usó maravillosamente aquellas pequeñas “reuniones de consagración”. Ahora, pues, el Señor comenzó a hacer algo más.

El Señor hace algo en una escala mayor

En 1874, en el verano, hubo una conferencia de una semana en Broadlands. Estaban allí cerca de 100 hermanos reunidos, procedentes de diferentes localidades y circunstancias, pero que, habiendo sido atraídos por el Señor, quisieron reunirse durante esos días. Entre ellos había algunos teólogos que habían ido con una mente muy crítica; pero, por haber sido, de alguna forma, atraídos por el Señor, ellos acudieron. Estos hermanos resolvieron hacer esta conferencia porque ya se habían encontrado algunas veces, en diversos lugares, en las “reuniones de consagración”, y tuvieron un gran deseo de poder reunirse en una conferencia para compartir sus experiencias. Aunque había muchas diferencias entre ellos, el punto común que había era muy fuerte y vital, era Cristo mismo. Cristo era su centro de atracción.

La experiencia fue tan buena que resolvieron tener otra conferencia en el mes siguiente. Así fue cómo en agosto de 1874, en Oxford, tuvieron su segunda conferencia, pero esta vez no de una semana, sino de 10 días. El Señor realizó una gran obra allí. Evan Hopkins fue uno de los conferencistas, y el Señor lo usó para entregar un mensaje que estaba en Su corazón. El río de vida fluía del trono de la gracia.

Los hermanos allí presentes fueron profundamente tocados por el Señor, y llevados a ver aquella misma luz que Evan Hopkins había visto. Había allí muchos líderes famosos. Uno de ellos fue especialmente ayudado cuando Evan Hopkins habló sobre la historia del hombre noble cuyo hijo estaban enfermo: “En el camino de ida hacia Jesús aquel hombre tenía fe, la fe que busca. Pero en el camino de vuelta hacia su casa, él tenía la fe que descansa”. Aquel hermano se sintió en la misma situación de aquel hombre noble. Su fe en el Señor era una fe que buscaba. Pero a través de aquella palabra, él simplemente descansó en la Palabra de Jesús.

Dentro de dos meses hubo otras dos conferencias donde también el Señor obró grandemente. Y en el año siguiente, una vez más el Señor reunió a su pueblo. Desde el 29 de mayo al 7 de junio, siete mil hermanos se reunieron. Veintitrés naciones estuvieron allí representadas. Y nuevamente el Señor visitó a su pueblo con su Palabra.

La próxima conferencia fue en julio, en una bella ciudad inglesa llamada Keswick. Y a partir de esa época, cada año, en el mes de julio, el Señor reunía allí a su pueblo y lo suplía con su Palabra. Durante 39 años, Evan Hopkins siempre estuvo presente en las conferencias en Keswick. No sólo como conferencista, sino también como gran líder, casi como un piloto que se quedaba en la parte posterior cuando otros hermanos estaban al frente. Él estaba siempre escondido, pero el Señor realmente lo usó, y de una forma muy especial.

El gran tema de Keswick era, según Frances Ridley Havergal: “La santidad por medio de la fe en Jesús, no por esfuerzo propio”. Watchman Nee cierta vez dijo que el púlpito de Keswick era, en aquella época, el más elevado púlpito del mundo. Allí, durante esos 39 años, el Señor suplió abundantemente a su pueblo con su Palabra.

Foulleton dice, respecto de Hopkins: “La santidad que él predicaba era más que una teoría, era su propia vida. Otros eran apenas conferencistas, él era un líder. Evan Hopkins era el poder detrás del trono. Él no sólo era el teólogo de Keswick, sino que era también el guardián del púlpito. Por un lado, estaba atento para descubrir nuevas voces que pudiesen dar testimonio de la verdad. Por otro, procuraba impedir la aceptación de cualquier persona para predicar que no tuviese la experiencia personal de las cosas que predicaba.”

Alex Smellie, uno de sus biógrafos, escribió: “Él era un sermón encarnado. El brillo de la Patria mejor –donde invertía sus días y noches– temblaba en su alma y se articulaba en sus palabras; era un brillo no solamente audible, sino visible”. Él era llamado por las personas como “el amado Evan Hopkins”. F.B. Meyer dice respecto de él: “nuestro hermano siempre nos da evidencias de claridad en sus declaraciones, de precisión en las Escrituras, y nos da la ilustración adecuada, que es la marca que caracteriza su ministerio.” Por ejemplo, cierta vez él ilustró una verdad de la siguiente forma. “Tome una barra de fierro. Ella puede decir: soy negra, fría y dura. Pero colóqueme en el fuego y yo diré que soy roja, caliente y maleable. Apenas la barra esté en el fuego y el fuego esté en la barra.” Esto ejemplifica nuestra unión con Cristo. Como esta barra, así somos nosotros –negros, fríos y duros– pero colocados en el fuego, y el fuego en nosotros, entonces somos completamente transformados.

Dificultades

Evan Hopkins también pasó por muchas dificultades. Entre ellas, la acusación de que en Keswick ellos predicaban herejías. Después de algunos años de conferencias en Keswick, las personas comenzaron a usar los términos “la enseñanza de Keswick” y “el movimiento de Keswick”. Evan Hopkins era considerado el teólogo de Keswick y fue acusado de estar predicando “la perfección sin pecado”, por el hecho de haber predicado no sólo la justificación por la fe, sino también la santificación por la fe.

En 1884, Evan Hopkins, a los 47 años, escribió un libro muy importante, para que las personas conociesen cuál era la teología aplicada en Keswick. Más tarde este libro se convirtió en un clásico. Se titula “La ley de la libertad en la vida espiritual”. Por ese libro podemos ver cómo el Señor confió un ministerio a Evan Hopkins que definitivamente ayudó a muchos. A fin de aclarar todos los malentendidos, Hopkins envió una copia a un hermano muy conocido en la época, para que él mismo hiciese un comentario y lo publicase en un determinado periódico. Este hermano leyó el libro y halló que era muy importante. Pensó que debería ser publicado y puesto en manos de los hermanos. Pero sintió que él no era una persona debidamente calificada para hacer un buen comentario, así que fue al diario y sugirió que ellos enviasen el libro a H.C.G. Moule, obispo de Durham, un famoso erudito de Cambridge.

Evan Hopkins y el Obispo Moule

H.C.G. Moule era un intelectual y leyó aquel libro analizando cuidadosamente cada detalle. Él ya había oído algo sobre la Conferencia de Keswick y, finalmente, escribió cuatro artículos comentando el libro. Eran cuatro artículos que contenían palabras contra aquel libro. Y como él era muy erudito, y muy preciso, todos lo oyeron.

Evan Hopkins había escrito el libro para aclarar cuál era, verdaderamente, la llamada “enseñanza de Keswick”, y ahora tenía cuatro artículos publicados hablando contra el libro, escritos por el obispo Moule.

Pero la vida de Evan Hopkins era el verdadero comentario de aquello que él enseñaba. Él realmente descansaba en el Señor. Él paró de hacer todo y descansó en el Señor. Y cuando él paró, el Señor comenzó a moverse.

Apenas dos meses después de haberse publicado el cuarto artículo, algo sucedió al obispo Moule. Más tarde él testificó sobre aquel día que nunca pudo olvidar. Fue un día que produjo un vuelco en su vida.

Él resolvió tomar unas vacaciones en casa de unos parientes que vivían en Keswick. Estos eran muy ricos, poseían una gran hacienda. Y era justamente en los graneros de su hacienda que muchos creyentes se reunían para la gran Conferencia de Keswick. Él fue invitado para ir a las reuniones, pero no quiso aceptar. Él sabía que era famoso y que todos le reconocerían.

Las personas veían su exterior: su erudición, su piedad, su fama, pero solamente él sabía que en su interior algo estaba fallando. Él reconocía que era muy brillante en la mente pero no en el corazón. Sólo él sabía que, después de escribir aquellas críticas sobre aquel libro, no se sentía feliz.

Pero el Señor, en su gran amor, le preparó esa ocasión maravillosa. En el principio, él se rehusó a asistir, pero más tarde él tuvo que aceptar. Entonces fue, con una mente muy crítica, y pensando no volver más. En realidad, él quedó bastante decepcionado con la reunión y decidió no ir otra vez. Pero el Espíritu Santo estaba operando en él, y acabó yendo de nuevo. Aquella noche dos hermanos hablaron. Uno de ellos era un comerciante que habló sobre el libro de Hageo, sobre “comer y no quedar satisfecho”. Más tarde el obispo H. Moule testificó que aquella palabra fue como un martillo golpeándole. Esa palabra penetró en él, y él sintió una verdadera agonía interior. Aquel hermano explicó el pasaje bíblico diciendo que de muchas maneras el “yo” religioso se entromete en las obras de Dios. El dedo de Dios apuntó esto en la vida de aquel Su siervo y él clamó en su interior: “¿Qué debo hacer para ser libertado de mí mismo?”. Entonces Dios le dio un segundo mensaje. Y éste fue dado por Evan Hopkins. La respuesta a la pregunta fue: “No haga nada”. Para el obispo H. Moule fue una gran sorpresa. Pero Evan E. Hopkins, sin saber que había ese clamor en el corazón de aquel hombre de Dios, continuó: “No haga nada. Entréguese al Señor como un esclavo. Por otro lado, confíe en Él para una poderosa victoria en su interior”.

Esta palabra realmente trajo una transformación en la vida del obispo Moule. Antes de dejar aquel local de reunión él hizo dos cosas delante del Señor. Primero, él se entregó al Señor como un esclavo. Más tarde, en su ministerio, él siempre hablaba de la historia de aquel esclavo. Él estaba contando su propia experiencia. Y entonces él confió en el Señor, con una nueva dirección, para que operase en él transformándolo a su imagen, lo cual solamente Cristo puede hacer.

No había más luchas en su interior, no había más fingimiento. Él confió en el Señor y dejó que Él operase. Él nunca pudo olvidar esta experiencia. Una enorme transformación se operó en este erudito.

Al volver a Cambridge, él escribió un libro que también llegó a ser un clásico cristiano: “Pensamientos sobre la santidad cristiana”. Y escribió el quinto artículo sobre aquel libro de Evan Hopkins. Él dijo: “Yo conocí al autor. Sé que él no está predicando la perfección sin pecado”. Y testificó cómo el mensaje de aquel querido hermano había transformado su vida.

Desde aquel momento en adelante Evan Hopkins y el obispo Moule se hicieron amigos. Y el obispo Moule se tornó también uno de los hermanos que se levantaron en el púlpito de Keswick para exponer la palabra.

Evan Hopkins no luchó, mas el Señor salió en su defensa. Y entonces el Señor pudo usar grandemente al obispo Moule.

Un pintor de buen humor

Evan Hopkins pintaba muy bien. Él gustaba de pintar con acuarela y sus pinturas preferidas eran rostros y conejos. Él pintaba muchos conejillos, con diversas poses, con diferentes ropas y con corbatas.

Tenía un gran sentido del humor. Cierta vez estaba hospedado en casa de unos hermanos, donde había una joven que dudaba en consagrarse al Señor. Ella hallaba que una persona espiritual era alguien que no podía sonreír, que tenía que usar ropas de colores oscuros, y que no podía ser atractiva. Pero al conocer a Evan Hopkins, ella quedó profundamente impresionada. Cierta vez que él no estaba en casa, ella tomó, del bolsillo de su chaleco, uno de los guantes que estaba roto, y lo cosió, regresándolo luego al bolsillo del chaleco. Él se fue, pero a los pocos días después esta joven recibió una carta. En esta carta Evan Hopkins había pintado dos guantes, uno al lado del otro. El primero tenía una rotura y el otro estaba cosido. Debajo del primer guante él escribió: “Como yo estaba”. Y debajo del segundo guante: “Como yo estoy. ¡Muchas gracias!”. El Señor usó esto para tocar a aquella joven y hacerle entender Su amor.

Permaneced en mí

Evan Hopkins tuvo tres hijos. Cuando eran todavía niños, ocasionalmente, había malentendidos entre ellos. Un día él llamó a su hijo mayor, Evan, entonces de seis años, a su sala de estudio. Le quería enseñar la importante verdad: “en Cristo”. Él deseaba que su hijo entendiese lo que significa “permanecer en Cristo”. Entonces colocó en sus manos una tarjeta y un lápiz. Hizo un círculo, colocó el lápiz en el centro y dijo al niño: “¿Ves este lápiz? Yo quiero que te mantengas en Cristo así como este lápiz está dentro del círculo. Dentro del círculo tú vas a encontrar todo para ser feliz, amable y obediente. Pero hay muchas pequeñas puertas alrededor del círculo y cuando tú sales por alguna de ellas tú te vuelves desordenado. No hay mal genio que pueda manifestarse si tú te mantienes del lado de adentro. Pero si tú sales por alguna puerta, tú te tornas desordenado”. Y entonces él mencionó al pequeño algunas de aquellas puertas.

Un cierto día, sus hijos pelearon nuevamente. Él oyó al mayor que estaba llorando. Entonces, fue donde él estaba y le preguntó qué había sucedido. La respuesta entre lágrimas fue: “Papi, yo salí del círculo”.

El niño estaba muy afligido, con miedo de no poder volver al círculo. Entonces Evan Hopkins le preguntó: “Evan, ¿por cuál puerta saliste?”. Él le respondió en seguida: “Por aquella puerta”. Su padre le explicó: “Si tú saliste por esa puerta, tú debes volver por esa misma”. Y los dos se arrodillaron con aquella tarjeta en frente, él confesó su pecado, y cuando se levantaron, su rostro estaba radiante. Sabía que había entrado en el círculo nuevamente, y que podía disfrutar de la presencia de Cristo.

Poseer la tierra

Como esos hermanos, nosotros debemos entrar en la experiencia de Rut. Si queremos saber lo que es la unión con Cristo, tenemos que permanecer en Cristo. La tierra que mana leche y miel delante de nosotros debe ser poseída. Es nuestra. Nosotros no sólo estamos en Cristo, sino que Cristo también está en nosotros. Ahora podemos decir: “Esto es nuestro”. Esta tierra no pertenece sólo a Booz. Por causa de nuestra unión con Él, podemos decir: “Es nuestra”. Ella fluye leche y miel y debe ser poseída.

“Permaneced en mí, y yo permaneceré en vosotros” (Juan 15:4)

Tomado con permiso de “À Maturidade” (Adaptado).