Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo dije llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que solo piensan en lo terrenal».

– Flp. 2:18-19.

Pocas veces Pablo habla con el dramatismo con que dice estas palabras en Filipenses. La razón de su dolor es muy precisa: son los enemigos de la cruz de Cristo. ¿Qué sabemos de ellos?

Dos cosas se pueden ver en estos versículos como características de esta clase de cristianos: su sensualidad y su amor al mundo. «…cuyo dios es el vientre», dice Pablo. Esto nos habla de personas que viven en deleites: la buena comida y la bebida abundante; pero, evidentemente, esto tiene que ver también con el ‘buen vivir’, con el apego al confort y a las riquezas.

Pablo, en otro lugar, identifica esta clase de cristianos como los «amadores de los deleites más que de Dios» (2 Tim. 3:4). Pedro los señala como «los que tienen por delicia el gozar de los deleites cada día» (2 Ped. 2:13). Judas los describe como los «burladores que andarán según sus malvados deseos… los sensuales, que no tienen al Espíritu» (18-19). Si en los días en que Pablo escribió Filipenses ya existían, en tiempos posteriores (los de las epístolas de Pedro y Judas) abundaban. En los postreros días (los nuestros), serán una verdadera plaga.

En algunos círculos cristianos, la prosperidad ha llegado a ser una bandera de lucha y un slogan de moda. Quienes la promueven, afirman que los cristianos no solo pueden gozar de los bienes materiales, sino que están llamados a ser ricos, y que la riqueza material es señal inequívoca de prosperidad espiritual. Consecuentemente, la pobreza es signo de fracaso espiritual y falta de fe.

Esta tendencia ha sido denominada por algunos como una «nueva cruz», fácil, placentera, acomodada al mundo, encaminada a satisfacer los deseos carnales, y a rendir ganancia para sus impulsores. Por supuesto, esta cruz no tiene nada que ver con la cruz de Cristo. Sus seguidores son los mismos «enemigos de la cruz de Cristo» de los que habló Pablo con tanto dolor.

Los enemigos de la cruz de Cristo no quieren perder su vida en este mundo; ellos quieren disfrutar el día, olvidarse de dolores y sufrimientos por causa de Cristo. Buscan afanosamente su felicidad aparte de Cristo, no importando cuántos damnificados vayan quedando a su paso. Ellos están muy bien disfrutando del mundo y, a su parecer, el Señor tarda demasiado en volver.

El vientre es hoy el dios de muchos –como lo fue en los días del apóstol Pablo– y aun el bajo vientre parece ser el dios de otros muchos que han olvidado las santas advertencias de las Escrituras, y se han sumido en la concupiscencia. ¡Que Dios libre a sus amados de la profana corriente que envuelve al mundo!

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