El Señor Jesucristo tiene pleno cuidado de nosotros; él conoce todas nuestras necesidades y siempre las suple. Si alimenta a las aves del cielo y viste a las hierbas del campo, ¿cuánto más a nosotros? (Mat. 6:26; 28-30). Pero él quiere que aprendamos a descansar en él; que entremos en su reposo. Por eso, en 1 Timoteo 2:1-3, el apóstol Pablo nos aconseja que permanezcamos en constante oración, para que vivamos quieta y reposadamente, porque esto es bueno delante de Dios. Pero esto no es solo un consejo del apóstol, sino también un mandato de Dios, para que conozcamos que él es Dios, y que está con nosotros (Sal. 46:10-11).

Hebreos nos habla acerca del pueblo de Israel, al cual se le negó la entrada en el reposo por su incredulidad y desobediencia (Heb. 3:18-19). Es decir, el no poder descansar en Cristo es una consecuencia de nuestro pecado de incredulidad. Si no aprendemos a descansar y a confiar en el Señor, es porque no le creemos al Señor; y además desobedecemos a su mandato de estar quietos y reposar en él.

Solo aquellos que le han creído al Señor son los que pueden entrar en su reposo (Heb. 4:3). Por eso también aquí mismo en Hebreos 4:1 se nos exhorta a que tengamos temor de Dios, no sea que permaneciendo aún la promesa de su reposo, alguno no la haya alcanzado. Porque, además, caemos en otro pecado: la falta de temor de Dios, lo cual por lo demás nos lleva a ser necios, puesto que el principio de la sabiduría es el temor de Jehová (Prov. 1:7).

En Mateo 15 se nos narra la multiplicación de los panes y los peces. Jesús mandó que la multitud se recostase, y luego fueron saciados. Primero el reposo, después la llenura. Igual que en Pentecostés (Hech. 2:1-2). Los discípulos, mientras esperaban la promesa, estaban sentados (en estado de reposo), entonces fueron llenos del Espíritu Santo.

En este mismo reposo es cuando somos vencedores, no por nosotros mismos, sino por Cristo, pero solo cuando descansamos en él. En 2 Crónicas 20:16-17 el Señor nos manda estar quietos en la guerra, porque él pelea la batalla por nosotros. Por eso, Isaías 30:15 nos dice que en descanso y en reposo seremos salvos. Y en quietud y confianza será nuestra fortaleza. Esta es la manera de enfrentar cualquier situación que inquiete nuestras almas: descansando en Cristo (Sal. 62:5).

Pero este no es un reposo cualquiera, sino un reposo consagrado al Señor, un reposo santificado (Jer. 17:21-22), pues Cristo es nuestro reposo y este reposo es señal entre Dios y su pueblo (Éx. 30:13). Por eso, este reposo es motivo de fiesta y regocijo en el Señor (Ester 9:17-18). Mientras yo descanso, el Señor suple todas mis necesidades.

Hebreos 4:11 nos exhorta a procurar entrar en el reposo; y antes dice que «si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación» (3:15), pues el no entrar en el reposo del Señor es causa de nuestra incredulidad, es motivo de desobediencia, falta de temor, necedad y, además, provoca la ira del Señor. Como Israel, que tentó al Señor en el día de la provocación, y juró el Señor en su ira que no entrarían en su reposo. Y vagaron cuarenta años en el desierto.

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