Dios no responde las oraciones de su pueblo quitando las presiones, sino aumentando la capacidad de soportarlas y vencer los desafíos.

Lectura: 1ª Corintios 1:8-10.

¿Qué es lo que Pablo deseaba que los hermanos conociesen, según vemos en este pasaje de 1ª Corintios? La aflicción que le sobrevino a él y a sus compañeros en Asia Menor. ¿Por qué tipo de aflicción ellos pasaron? La aflicción de la presión. ¿Hasta qué punto aconteció tal presión sobre ellos? Más allá de su capacidad, de tal manera que temieron por su vida. Esa fue la situación exterior de ellos, ¿y en cuanto a su sentimiento interior? Armonizaba con su situación exterior, pues tenían sentencia de muerte dentro de sí. ¿Y cuál fue la conclusión a la que llegaron? Que no podían confiar en sí mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. Por eso, Dios los había librado de tan gran muerte en el pasado para poder librarlos ahora y librarlos en el futuro.

Lo que nos gustaría considerar aquí es la relación entre presión y poder. Como cristianos, prestamos mucha atención al asunto del poder. Eso es especialmente verdadero entre los cristianos espirituales. Ellos frecuentemente preguntan si cierta persona tiene poder o indagan sobre cuánto poder tiene. Oímos tales preguntas dondequiera que vayamos.

Veamos lo que la Biblia enseña sobre la relación entre presión y poder. Antes, me gustaría decir que ambos son directamente proporcionales. O sea, siempre que hay presión, hay también poder. Si un cristiano no sabe qué es la presión, tampoco tiene conocimiento acerca del poder. Solamente los que han experimentado inclinarse ante la presión saben qué es el poder. Cuanto mayor es la presión, mayor el poder.

Pero antes de hablar sobre la relación espiritual entre estos dos hechos, debemos explicar la relación que existe entre ellos en el ámbito físico, pues de ella podremos aprender luego el principio espiritual. ¿Usted ha observado cómo el agua hierve en una caldera abierta? Usted puede haber visitado una tienda donde se vende agua caliente. El agua es hervida allí desde la mañana hasta la noche, año tras año. El vapor escapa y llena la casa, aunque no sea utilizado por falta de presión. Pero si en otro lugar observamos otro tipo de caldera, sea dentro de una locomotora o en un barco a vapor, veremos que los operarios encienden un fuego fuerte bajo de la caldera permitiendo que el agua hierva; pero, a diferencia de la tienda que vende agua, ellos no dejan que el vapor escape. La caldera, en este caso, es hecha de acero grueso y el vapor es continuamente presionado dentro de ella. La caldera comienza a reunir fuerza debido a la presión exterior, puesto que el vapor no puede expandirse, conduciendo al siguiente resultado: que se condensa en una especie de poder. Y cuando el poder del vapor es liberado por medio de una pequeña abertura, comienza a mover el tren o el barco.

Ahora, el vapor en la tienda de agua caliente y el vapor en la locomotora es el mismo. ¿Por qué, entonces, existe tal diferencia en el poder? El vapor generado en la tienda es inútil, pero el de la locomotora es tremendamente útil. La razón es porque en un caso no hay presión, permitiendo que el vapor se disperse; pero en el otro caso, el vapor permanece constantemente bajo presión, es canalizado por una abertura y, finalmente, es transformado en un gran poder.

Aquí, entonces, hay una ley o principio espiritual que es derivado de la ley física: donde no hay presión, no hay poder, pero la presión puede producir poder, y de hecho lo hace. Sin embargo, para un cristiano, conocer el poder implica conocer primero la presión. La presión estaba siempre presente con los apóstoles del Nuevo Testamento. Muchas cosas se amontonaban sobre ellos que podían robarles permanentemente la paz. Pero Dios usó ese fenómeno para darles poder. Por el hecho de ser excesivamente presionados, no había nadie que tuviese tal poder como los apóstoles, pues la presión los llevaba a mirar hacia Dios.

Permítame preguntar: ¿cuán grande es la presión que hay sobre usted? Usted sólo puede medir su poder por la presión que recibe. El poder del vapor es medido por la presión de la caldera. De la misma forma, el poder de un creyente nunca puede ser mayor que la presión que él soporta. Si alguien desea saber cuán grande es su poder delante de Dios, necesita comprender que su poder no puede exceder la presión que recibe de Dios. Esta es una ley espiritual básica.

A veces usted ora: «¡Oh, Dios, dame poder!». ¿Usted sabe lo que realmente está pidiendo? Si Dios responde a su oración, ciertamente él lo pondrá a usted bajo presión, pues él sabe que el poder de la vida es generado por la presión de la vida. Una vida bajo presión es una vida con poder, mientras que una vida sin presión es una vida sin poder. Una gran presión en la vida produce un gran poder de vida, mas poca presión en la vida resulta en poco poder de vida. Sin embargo, el poder en discusión aquí es el poder de la vida y no el de otras fuentes.

Continuemos nuestra discusión en lo que dice relación con la esfera moral y espiritual, y veamos cuán verdadero es el principio de «presión es poder».

La presión del pecado

¿Cuántos de nosotros tenemos alguna experiencia clara de vencer el pecado? ¿Quién entre nosotros conoce cómo la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos liberta de la ley del pecado y de la muerte? ¿Quién ha tratado explícitamente con el pecado y lo ha vencido? ¿Por qué tan pocos de nosotros somos libertados de la esclavitud del pecado? Puede ser debido tal vez a nuestra incapacidad de usar este principio: saber cómo usar la presión del pecado sobre nosotros; por el contrario, desmayamos bajo su presión. Fallamos por no usar esa presión para clamar a Dios y buscar su liberación. Cuán frecuentemente debemos  ser presionados por el pecado hasta ese punto –presionados más allá de nuestra medida, de tal forma que no podemos ayudarnos o salvarnos a nosotros mismos– antes que se vuelva real el tener poder para ir a Dios y recibir la victoria de Cristo. Entonces, seremos libertados.

Supongamos, por ejemplo, que un creyente, involuntariamente, diga frecuentemente mentiras. Un pequeño descuido, y una mentira escapará de su boca. Él no podrá vencer ese pecado si no tiene la conciencia de la impiedad de las mentiras, y le da dolor de mentir; tampoco sentirá profundamente que está bajo la opresión de las mentiras y que no tiene fuerza alguna para luchar contra ellas. Solamente cuando desee no cometer ese pecado es que él reconocerá cuán sometido está bajo su presión. En tal caso, luchar contra el pecado sólo aumenta cada vez más la conciencia de la opresión del pecado. Él todavía no puede hablar sin mentir y se va tornando cada vez más y más miserable.

¿Cuándo y cómo puede encontrar liberación de ese pecado? No antes de confesar, un día, que, no importa cuánto él intente, simplemente no puede vencer ese pecado, y siente que sería mejor si estuviese muerto. Está tan consciente de la presión de ese pecado, que no puede soportarlo más. La presión en el momento es grande y suficiente, y por eso, el poder de vencerla se hace suficientemente grande también. Desde esa vez, él parece tener mayor poder por el cual puede ir a Dios y clamar por la liberación, como también mucha mayor capacidad para recibir la obra de Cristo. En seguida, dirá a Dios: «Oh, Dios, no puedo vivir si tú no me capacitas para vencer mi pecado por medio de la obra consumada del Señor Jesús». Cuando se allega a Dios de esa forma, él vence. ¿Ve usted cómo la presión del pecado le da poder para ir a Dios en busca de liberación?

Usemos otra ilustración: Un creyente es incomodado por pensamientos impuros. Él no tiene cómo refrenar esos pensamientos impuros. Él sabe que eso no está correcto, pero no consigue resistir ni tiene poder para orar a Dios. Él podrá intentar resistir e incluso hasta intentará orar, pero parece que está intentando sin mucha dedicación. No existe poder. ¿Por qué? Porque él aún no sintió la presión del pecado y, por eso, no tiene el poder de la liberación. Pero si es perturbado por esos pensamientos, no sólo una o dos, sino un centenar de veces, y es vencido todo el tiempo, pese a sus esfuerzos, entonces sufrirá el dolor de la confesión y de las derrotas al punto de no poder soportar más la presión, ni siquiera por cinco minutos más. Es en ese momento que él recibe la fe como también el poder para vencer su pecado. En los días comunes, él no tiene ni fe ni poder. Pero cuando experimenta el poder de la presión, su fe parece acumular poder. Normalmente, su resistencia en el pasado era pequeña, pero ahora, después de haber aumentado tanto la presión, su resistencia se hace más poderosa.

Recordemos, por lo tanto, que la presión tiene como meta producir poder. Utilicemos la presión en nuestro diario vivir, para transformarla en poder a fin de progresar espiritualmente. Tenga en mente también que un creyente poderoso no posee ninguna medida extra de poder más allá del que nosotros mismos poseemos; él simplemente sabe cómo utilizar la presión sobre él y está decidido a hacerlo.

La presión de la necesidad

Un hermano me preguntó por qué su oración no tenía respuesta. Le respondí que era por no haber presión. Cuando preguntó por qué la presión era necesaria, yo le dije que era necesaria para que la oración tuviera respuesta. En verdad, yo siempre hago esta pregunta a los hermanos: «¿Dios oye su oración?». La respuesta que generalmente recibo es esta: «Después de orar tres o cinco veces, el asunto es olvidado». ¿Por qué es olvidado? Porque los que olvidan no sienten la presión sobre sí. ¿No es extraño que frecuentemente sea ese el caso?

Si usted olvidó un asunto de oración, ¿cómo puede culpar a Dios por no acordarse? Naturalmente, Dios no le responderá si usted sólo pronuncia casualmente algunas palabras de oración. Muchos oran como si estuviesen escribiendo una redacción. Sería mejor que no orasen. La oración de muchos transgrede el primer principio de la oración, que no es fe ni promesa, sino necesidad. Sin necesidad no hay oración. No es de maravillar que las personas no reciban respuesta a sus oraciones. Para que Dios responda la oración de un creyente, él le dará primero alguna presión a fin de que sienta la necesidad. Entonces, el creyente se vuelve a Dios pidiendo una respuesta.

John Knox era poderoso en la oración. La reina Mary, de Inglaterra, dijo cierta vez: «No tengo miedo al ejército de Escocia; sólo temo la oración de John Knox». ¿Cómo oraba John Knox? Él decía: «¡Oh Dios, dame Escocia o me muero!». ¿Por qué él oraba de esa forma? Porque la presión dentro de él era muy grande. Sobrepasaba su capacidad; por eso, él la derramaba delante de Dios. La presión dentro de John Knox lo llevaba a hacer tal oración.

Usted no puede comprender por qué Moisés, en su época, oró de esta forma: «Te ruego que … perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito» (Éxodo 32:31-32). La razón era que Moisés estaba consciente de una necesidad y estaba tan oprimido por esa necesidad que prefería perecer si Dios no salvaba a los hijos de Israel. Por eso, Dios lo oyó.

La oración de Pablo era lo mismo: «Porque deseara yo mismo … ser separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne» (Romanos 9:3). Él prefería no ser salvo si los hijos de Israel no eran salvos también. Tal palabra no es mera oración de la boca para afuera, tampoco una mera explosión emocional. Ella procede de un profundo sentimiento causado por la presión de la necesidad. Alguien puede imitar las palabras de oración de otro, pero la oración será ineficaz y sin utilidad porque no hay presión. ¿Quién orará diciendo que si Dios no le responde, él no se levantará? Si alguien tiene realmente ese sentimiento y esa palabra dentro de sí, su oración será oída. Usted también puede orar con esas palabras, pero lo esencial es que usted sienta la presión dentro de sí.

En Tsinan, había un muy buen hermano en el Señor. Él tenía un hermano en la carne que era también su compañero de escuela. Por causa de su fe, él era frecuentemente ridiculizado y hostilizado por su hermano. El año pasado, yo prediqué en esa escuela y tuve oportunidad de conversar con su hermano de carne y sangre, el cual, no obstante, permaneció indiferente. Ahora, este buen hermano acostumbraba testificar en la escuela y asumir el liderazgo entre los hermanos allí. Pero, por algún tiempo, él dejó de testificar y su rostro se puso triste. Por eso, los otros hermanos me informaron de su condición. En verdad, temían que él hubiese apostatado. Fui requerido para ayudarlo.

Yo me encontré con él algunas veces; sin embargo, en cada ocasión él se alejaba después de intercambiar unas pocas palabras. Yo estaba realmente confundido. Otro hermano me contó que ese joven hermano le había dicho la razón de por qué ya no testificaba: mientras su hermano de carne no fuese salvo, él no testificaría por el Señor. En la noche de la última reunión, hablé con él nuevamente, y le pregunté, a quemarropa, por qué él actuaba de esa manera. Él respondió que si Dios no salvaba a su hermano, no testificaría más. Yo sabía cuán honesto era él, y que estaba realmente preocupado por su hermano. Sabía también que él debía tener una carga especial en el corazón por su hermano y que estaba bajo una tremenda presión.

Sólo podía haber dos explicaciones: o eso era el enemigo que lo engañaba y hacía que desfalleciese y no trabajase por el Señor, o, entonces, Dios iba realmente a salvar a su hermano. Si Dios le dio tal presión y lo llevó a orar con esa intensidad, entonces su hermano sería salvo. La presión sobre él era tan grande, más allá de su capacidad, por eso él tuvo esa reacción tan particular.

Después de volver a casa, recibí una carta trayendo las buenas nuevas de que el hermano de aquel joven fue finalmente salvo. No mucho después de yo haber dejado la escuela, el hermano de aquel joven cayó muy enfermo, y, durante la enfermedad, aceptó al Señor ¡y fue sanado!

La experiencia de ese joven nos muestra un principio: Dios, antes de responder nuestras oraciones, frecuentemente pone una gran presión sobre nosotros para llevarnos a orar. Anteriormente no teníamos poder en la oración, pero ahora, con tal presión, somos capaces de orar. Cuanto mayor sea la presión de Dios, más poderosa se vuelve nuestra oración. Aprendamos esta lección: la presión produce poder. El propósito de la presión no es destruirnos, sino ser utilizada por nosotros para transformarla en poder.

Podemos, así, entender por qué algunas oraciones son respondidas y otras no. ¿Por qué Dios frecuentemente oye oraciones por cosas grandes, mientras que no oye oraciones por cosas pequeñas? ¿Por qué Dios oye nuestras oraciones por nuestros seres queridos, amigos o colaboradores, cuando están peligrosamente enfermos, pero no oye inmediatamente nuestras oraciones cuando tenemos dolor de cabeza, resfriado o algún achaque? Ya lo dije y lo voy a repetir: cualquier oración que no nos mueve, no puede mover a Dios. Eso está relacionado con el poder, y el poder es determinado por la presión.

¿Por qué Dios permite que muchas dificultades, callejones sin salida y hechos inevitables lleguen a nosotros? Por ninguna otra razón que no sea llamarnos a utilizar tal presión y tornarnos poderosos en la oración. Nuestro fracaso está en no saber cómo hacer uso de la presión para transformarla en poder.

Debemos saber que todas las presiones tienen un propósito. Sin embargo, no debemos esperar hasta que la presión se haga excesivamente insoportable antes de orar. Debemos aprender a orar sin presión como también con presión. Si hay presión, utilicemos cada una, transformándola en poder. Haciendo así, reconoceremos que siempre que la presión surja, Dios va a manifestar el poder de resucitar a los muertos. No existe poder mayor que el poder de la resurrección. Y cuando estemos oprimidos más allá de toda esperanza, experimentaremos el poder de su resurrección fluyendo dentro de nosotros.

¿Cuántas veces en su vida sus oraciones han sido respondidas? Sin duda, usted debe haber recibido respuesta a sus oraciones por lo menos algunas veces. ¿Por qué esas pocas oraciones fueron respondidas? ¿No fue porque usted sintió la presión y, por ser ésta tan grande, usted derramó su corazón delante de Dios? Tal vez nunca usted ayunó antes, pero en aquel día particular, usted no pudo hacer nada sino ayunar. Usted sintió que estaba siendo presionado a ir delante de Dios y no consideraba más la oración como una carga; por el contrario, la oración para usted se convirtió, aquel día, en un medio para vaciar una carga.

(Continuará)