Veamos, a la luz de 2ª Timoteo, qué es lo que consideramos «un hombre de  Dios».

Sería un gran error suponer que cada cristiano es un hombre de Dios. Aun en los días de Pablo y Timoteo había muchos que llevaban el nombre de cristianos, pero que estaban muy lejos de conducirse como hombres de Dios, en medio del fracaso y del error que ya  había  comenzado a  crecer. Es la  percepción de  este hecho que hace a la  2ª Epístola a Timoteo tan profundamente interesante. En ella podemos ver lo que llamaremos «la amplia provisión para el hombre de Dios» en el día en que nos es dado vivir. Día peligroso, oscuro, diabólico; más aun, día en que todo aquel que quiera vivir santa y piadosamente debe mantener los ojos fijamente puestos en Cristo mismo, en su Nombre, en su Persona, en su palabra, si es que quiere avanzar contra la corriente.

Compañerismo

Es casi imposible leer la 2ª epístola a Timoteo sin sentirse impresionado por su carácter intensamente individual. Esto es así desde el comienzo: «Doy gracias a mi Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día» (1:3)

¡Qué hermoso es escuchar a un  hombre de Dios derramando los tiernos y profundos sentimientos de su amante corazón, en el corazón de otro hombre de Dios! El querido apóstol comenzaba a sentir ya la fría indiferencia que estaba subiendo sobre la iglesia profesante; estaba probando la amargura de las esperanzas idas. Se encontró a sí mismo desolado, abandonado por muchos que una vez habían profesado ser sus amigos y se habían asociado en este glorioso  trabajo. Muchos estaban llegando a sentirse avergonzados del testimonio de Dios y de su prisionero. Ellos no dejaban de ser cristianos ni abandonaban la  profesión  cristiana, sino que le daban las espaldas  a Pablo, dejándole solo en el día  de la prueba.

Ahora bien, bajo tales circunstancias, el corazón se vuelve con especial ternura a una fe individual y a un afecto  individual. Si uno está rodeado de un ejército de buenos soldados de Cristo Jesús, si la marea de la devoción va fluyendo alrededor de uno y lo va apoyando, uno no tiene por qué depender de las simpatías individuales y de la amistad; pero, en cambio, si las condiciones generales bajan, si los antiguos compañeros nos abandonan, es entonces cuando la gracia personal y el verdadero afecto son realmente valorados. En medio del oscuro ambiente de decadencia general, el corazón se precipita hacia la devoción individual.

Esto es lo que se advierte en 2ª Ti-moteo. Hace bien al corazón escuchar la inspiración del viejo prisionero de Cristo Jesús hablar de servir a Dios desde sus mayores con limpia conciencia, y de un recuerdo incesante de su amado hijo y verdadero compañero.

Es especialmente interesante notar que, ya  sea referido a su propia historia, ya a la de su amigo, Pablo siempre recuerda los hechos de sus primeros tiempos, anteriores a su primer encuentro y a lo que podríamos llamar «asociación de iglesia»; esto lo podía continuar haciendo aún cuando estuviera abandonado por todos sus compañeros. Así también en el caso de su fiel amigo.

Conciencia pura y fe no fingida

El dice: «Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro de que en ti también» (1:5). Nosotros nos sentimos impresionados por estas referencias a la historia antigua de estos hombres de Dios. La conciencia pura de uno y la fe no fingida del otro son dos grandes cualidades morales que deben  poseer los  hombres de Dios en un día tan oscuro. La primera tiene su inmediata referencia al Dios vivo y verdadero; la otra saca todas sus fuerzas de El. Aquélla nos guía a caminar ante Dios, ésta nos permite caminar con El; ambas, juntas, son indispensables en la formación del carácter del  verdadero hombre de Dios.

Es imposible sobreestimar la importancia de mantener una conciencia pura ante Dios en nuestros días. Ella nos lleva a referir todas las cosas a Dios. Nos libra de ser lanzados de un lado a otro por cualquier corriente de opiniones humanas. Imparte estabilidad y consistencia a nuestras vidas. Todos estamos en un inminente peligro de caer bajo la influencia humana, de conformar nuestro caminar de acuerdo a  sus pensamientos, de adoptar su forma de ser y su forma de vida.

Si tú te adaptas a tus  semejantes, si consientes en ser puesto en un molde humano, si tu fe permanece en la sabiduría del hombre, si tu objetivo es complacer al hombre, entonces, en lugar de ser un hombre de Dios, llegarás a ser miembro de una pandilla, o un integrante más de una fiesta. Llegarás a perder la encantadora frescura y originalidad tan esencial para un siervo de Cristo y llegarás a marcarte por la particular y dominante característica de una secta.

Guardémonos cuidadosamente de esto, que ha arruinado a muchos valiosos siervos. Muchos que podían haber sido trabajadores útiles en la viña, han fallado completamente por no mantener la integridad de su carácter individual, de su camino individual. Ellos comenzaron con Dios, en el ejercicio de una pura conciencia. Ellos eran enseñados por Dios. Ellos estaban cerca de la fuente eterna de la Sagrada Escritura y bebían por ellos mismos.  Tal vez no sabían mucho,  pero lo que sabían era real, porque lo recibían de Dios. Ellos podían decir: «Hay mucho alimento en la casa de los pobres.» Pero, en vez de continuar con Dios, se permitieron a sí mismos caer bajo la influencia humana. Tomaron la verdad de segunda mano, llegaron a ser vendedores de los pensamientos de otros hombres, y, en vez de beber de la Fuente misma, bebieron de los chorrillos de la opinión humana. Ellos perdieron la originalidad, la  simplicidad, la frescura y el poder, y llegaron a ser meras copias –aun más, miserables caricaturas. En vez de salir adelante, en vez de volverse a los ríos de agua viva que fluyen para los verdaderos creyentes en Jesús, cayeron en las barreras del tecnicismo, y se secaron en los lugares comunes de la religión sistematizada.

Amado cristiano, busquemos servir a Dios con una conciencia pura, busquemos mirarnos en su inmediata presencia, en la hermosa intimidad de una comunión personal con El por el poder del Santo Espíritu. Esto nos permitirá estar asegurados; es el verdadero secreto del poder del hombre de Dios en todo tiempo y bajo cualquier circunstancia. Debemos caminar con Dios en el profundo y hermoso sentido de nuestra  responsabilidad personal para El. Esto es lo que entendemos por una conciencia pura.

Comunión vs. comunicación

Hay pocos términos tan comúnmente usados y mal entendidos como la palabra «comunión» en un sinnúmero de cosas. Indica el hecho de una membresía nominal en algunas denominaciones religiosas, un hecho que no garantiza una comunión viva con Cristo o una devoción personal a su causa. Si todos los que se denominan «hermanos» estuvieran viviendo como hombres de Dios, qué distintas serían las cosas y qué privilegio sería ser testigos de ellos.

Pero, ¿qué es la comunión? Es tener un objetivo común con Dios y tomar parte en él, y en ese objetivo y en esa parte está Cristo –Cristo reconocido y gozado a través del Espíritu Santo. Esta es la hermandad con Dios. ¡Qué privilegio! ¡Qué dignidad! ¡Qué bendición más inexplicable! ¡Que nos sea permitido tener un objetivo común y una parte común con Dios mismo! ¡Deleitarse en el Único, y en quien Él se deleita! No puede haber nada más alto, nada más precioso que esto, ni aun los cielos mismos.

Así es como funciona nuestra comunión con Dios, nuestra amistad con Dios, y es como miramos también nuestra amistad y hermandad con otros. Es simplemente que nosotros caminamos en luz; es así como se lee «pero si andamos en luz como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (1ª de Juan 1:7). Nosotros sólo podemos tener comunión unos con otros si es que caminamos en la presencia inmediata de Dios. Puede haber una gran cantidad de comunicación sin una partícula de comunión divina. Una gran cantidad de lo que le pasa a la comunión del cristiano no es más que una murmuración religiosa. La verdadera comunión del cristiano puede ser solamente gozada en la luz. Es cuando nosotros estamos individualmente caminando con Dios en el poder de la comunión personal que nosotros tenemos realmente comunión los unos con los otros; y esta comunión consiste en el gozo real del corazón de Cristo como nuestro único objeto y como nuestra porción común.

No es el conocimiento de ciertas doctrinas favoritas las que nosotros recibimos para tener en común. No es la simpatía de aquellos que piensan, que ven, que sienten como nosotros alguna teoría favorita o algún dogma. Es algo completamente diferente de todo esto. Es el deleitarse en Cristo, en común con todos aquellos que caminan en la luz. Es un mantenerse al lado de Cristo, de su Persona, de su Nombre, de su Palabra, de su Causa, de su Pueblo. Es hallar satisfacción en la consagración del corazón y del alma al único Amado, al único Bendito, que nos ama y que nos lavó de nuestros pecados con su propia Sangre y que nos trajo a la luz de Dios.

Ejercitar el don

Nosotros hemos visto la indispensable necesidad de tener una conciencia pura y una fe no fingida en el equipamiento moral del hombre de Dios. Estas cualidades están en la base de todo el edificio de la santidad práctica  y deben ser las características genuinas de un hombre de Dios.

Pero hay mucho más que esto. El edificio debe ser levantado, de igual forma como se echó el cimiento. El hombre de Dios tiene que trabajar en toda clase de dificultades, penas, desalientos, obstáculos, preguntas y controversias. El tiene un lugar que llenar, un camino que caminar, un trabajo que hacer: él debe servir. El enemigo se puede oponer, el  mundo puede rugir, la iglesia  puede estar en ruinas alrededor de él, puede estar todo desierto, puede haber controversia, división, puede oscurecerse la atmósfera, pero aún el hombre de Dios debe moverse, no importando estas cosas. Debe trabajar, servir, testificar, de acuerdo a la esfera en que la mano de Dios le ha puesto y de acuerdo a los dones que él posee.

¿Cómo será hecho esto? No solamente manteniendo una conciencia pura y ejercitando una fe no fingida, sino, aun más, atendiendo a las siguientes palabras de exhortación:  «Por lo cual, te aconsejo  que avives el fuego del don de  Dios que está en ti  por la imposición de  mis manos» (1:6).

El don debe ser avivado, porque pudiera permanecer en desuso si permitimos que se adormezca. Hay un gran peligro en permitir que el don caiga en desuso, por causa de las influencias descorazonadoras y las circunstancias que nos rodean. Un don que no se usa, prontamente llega a ser inútil; un don que es avivado y usado diligentemente, crece y se expande. No es suficiente poseer un don, debemos cultivarlo y ejercitarlo: esta es la forma de mejorarlo.

Poder, amor y dominio propio

El hombre de Dios no debe permitirse a sí mismo ser estorbado en cultivar diligentemente y ejercitar su don, aunque todo parezca estar oscuro y prohibido, porque «Dios no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (1:7). Aquí nosotros tenemos a Dios nuevamente introducido en nuestro pensamiento, el cual también, en una forma muy agradable, ha edificado su hombre con cada cosa que éste necesita: «El Espíritu de poder, amor y de dominio propio».

Verdaderamente es esta una gloriosa combinación: poder, amor y sabiduría ¡qué perfecto! Ni un solo ingrediente más. Si es que hubiera sólo un  Espíritu de poder, podría guiarnos a llevar las cosas en una  forma arbitraria; donde hay sólo un Espíritu de amor, nos podría guiar al sacrificio por la causa de la paz o a tolerar indolentemente el error y la maldad, preocupándonos sólo de no ofender. Pero el poder está suavizado por el amor  y el amor está fortalecido por el poder; más aún, el Espíritu de sabiduría viene como a ajustar ambos, el poder y el amor. En una palabra, todo es perfecto, y es la hermosa provisión para el hombre de Dios. Es lo que él realmente necesita  para «los últimos días» tan peligrosos, tan difíciles, tan llenos de toda clase de complejidades, de preguntas acuciantes y aparentemente contradictorias. Si a uno se le preguntara qué consideraría más necesario para días como estos, seguramente diría «poder, amor y dominio propio». Bueno, ¡bendito sea el Señor!, esas son las cosas que  nos ha  dado por gracia para formar el carácter, la forma de ser, y para gobernar la conducta del  hombre  de Dios de comienzo a fin.

Participar de las aflicciones

Pero hay otra provisión y exhortación para el hombre de Dios: «Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el Evangelio según el poder de Dios». (1:8). En los días de Pentecostés, cuando la poderosa y rica marea de la divina gracia estaba fluyendo y llevando a miles de almas, cuando todos estaban de un corazón y un alma, fue más bien el participar de un triunfo del evangelio que de sus aflicciones; pero en los días contemplados en 2ª de Timoteo, todo es diferente. El amado apóstol es un solitario prisionero en Roma; toda Asia le había olvidado. Himeneo y Fileto habían negado la resurrección. Toda clase de herejías y errores y maldades se estaban produciendo.

Ante esto, el hombre de Dios tenía que asegurarse a sí mismo para la ocasión. Tenía que guardar todas estas cosas que le habían sido encargadas; ser fuerte en la gracia que es en Cristo Jesús; mantenerse libre, desenredado; aun cuando él está comprometido, puede mantenerse libre como un soldado; debe seguir la rectitud, la fe, el amor y la paz con todos aquellos que aman e invocan al Señor con un corazón puro. Debe evitar la banalidad y la tontería, debe apartarse de los maestros que enseñan en forma pusilánime y formal; debe ser edificado para toda buena obra, perfectamente equipado por el Espíritu Santo. Debe predicar la Palabra, estar dispuesto a tiempo y fuera de tiempo. Debe mirar en todas las cosas, sufrir penalidades y hacer la obra de evangelista.

¡Qué categoría para un hombre de Dios! ¿Quién es suficiente para todas estas cosas? ¿Dónde está el poder espiritual para tales trabajos?. Realmente, todo esto tiene que ser llevado a la misericordia, para ser encontrado en paciencia, en el creer, en el esperar solamente en Dios y en ninguna otra cosa. Todo lo nuestro está en Él. Nosotros solamente tenemos que confiar en Él, esperar en Él. Él es suficiente para este día oscuro. Las dificultades son nada con Él. Las dificultades más grandes son simplemente el sustento para la fe, y el hombre de fe se desarrollará y crecerá firme. El incrédulo dice: «Hay un león en el camino»; pero la fe mata al león que ruge en el camino. Ese es el privilegio del verdadero creyente: levantarse sobre todo a las influencias hostiles que le rodean, no importa cuáles ellas sean y de dónde provengan. Luego, la calma, la belleza y el brillo de la presencia divina nos hace gozar de una comunión tan grande, nos hace gustar de privilegios tan raros y tan ricos, como nunca ha sido conocido en los más brillantes días de la Iglesia.

Todo hombre de Dios necesita recordar esto: No hay comodidad, no hay paz, no hay fuerza, no hay poder moral, no hay elevación verdadera que se derive de mirar las ruinas. Nosotros tenemos que salir de las ruinas al lugar donde nuestro Señor Jesucristo se ha sentado, a la diestra de la Majestad en los cielos, o, más bien, -para hablar más de acuerdo con nuestra verdadera posición- nosotros podemos mirar hacia abajo, desde nuestro lugar en los cielos, a todas las ruinas de la tierra, para darnos cuenta de nuestro lugar en Cristo, y estar ocupados en el corazón y en el alma con El; este es realmente el secreto del poder que nos sostiene a nosotros mismos como hombres de Dios. Tener a Cristo para siempre ante nosotros, su obra para la conciencia, su persona para el corazón, sus palabras para el camino, todo esto  constituye  un gran y soberano  remedio para la ruina del mundo, para la ruina de la iglesia.

Ojalá que nuestro Señor nos guíe a una más profunda consagración de nosotros mismos, en espíritu, alma y cuerpo –todo lo que somos y todo lo que tenemos para su servicio.