Los nombres de Cristo.

El día más triste en la historia de la nación judía fue cuando, en su capital sitiada en el año 70 d. C., todos los suministros se agotaron y los sacrificios cesaron, porque ya no había ningún cordero más para ofrecer. Para Dios, sin embargo, el día más triste había sido cuando, unos cuarenta años antes, los sacerdotes del templo continuaron descuidada y laboriosamente derramando la sangre de innumerables corderos de Pascua mientras el Cordero de Dios estaba siendo sacrificado en una cruz en las afueras de la ciudad.

Juan el Bautista había testificado fielmente que Jesús era el Cordero de Dios (Juan 1:29), pero la nación cuya historia entera estaba basada en el concepto del cordero sacrificial, no recibió su testimonio, persistiendo con las sombras mientras rechazaban decididamente la sustancia. Felizmente, había un remanente dentro de esta nación que abrió camino para el nuevo Israel espiritual, basando su fe y esperanza en el hecho de que Cristo, nuestro Cordero de Pascua, ha sido sacrificado en nuestro favor (1 Cor. 5:7). La predicación de Felipe (Hech. 8:32-35) y la enseñanza de Pedro (1 Pedro 1:19) muestran claramente que todos los creyentes identificaban a Jesús como el Cordero de Dios. Del mismo modo como el perdón, la protección y la liberación vinieron a Israel mediante la sangre de un cordero, y de igual forma en que la comunión con Dios fue mantenida por los sacrificios diarios, así nosotros disfrutamos hoy la justificación, la reconciliación con Dios y la victoria espiritual a través de la sangre del Cordero (Ap. 12:11).

El cordero es símbolo de apacible mansedumbre. La única referencia que el Nuevo Testamento hace del corazón de Cristo es citar sus propias palabras sobre su humildad esencial (Mateo 11:29). Esto enfatiza la idoneidad y la belleza de Su nombre. El cordero también es símbolo de pureza. Un rasgo permanente de los corderos sacrificiales era el no tener imperfección alguna. El cordero de Pascua tenía que ser reservado durante tres días de cuidadosa inspección para asegurar su aptitud, y sólo entonces era aceptado como sacrificio válido. El Señor Jesús, sin embargo, estuvo expuesto por más de tres años al examen más acucioso de hombres y demonios, sin descubrirse falta alguna en Él, y fue declarado perfecto por el juicio celestial del Padre mismo. Él era el Cordero de Dios sin mancha, y su sangre la provisión suficiente para la necesidad del pecador, ahora y a través de la eternidad (Ap. 7:14).

El libro de Apocalipsis no sólo revela las glorias del reino venidero de Cristo, sino que también descubre el verdadero carácter del presente reino de este mundo pecador, y para este propósito emplea el simbolismo de una bestia salvaje. En total contraste con las pretensiones arrogantes de esta encarnación bestial del reino de Satanás, Juan fue inspirado para enfatizar la verdadera naturaleza del Rey designado por Dios. Él es el Cordero. El título se usa veintiocho veces en el curso del libro, y la traducción más exacta del vocablo es ‘el Corderillo’. El punto final de la historia de esta edad será un conflicto culminante entre la bestia y el Cordero (Ap. 17:14). Por supuesto, el Cordero y los seguidores del Cordero tienen asegurada la victoria. En el universo de Dios, el amor siempre prevalecerá contra el odio, la mansedumbre siempre triunfará sobre el orgullo, la pureza siempre emergerá triunfante de su lucha contra la fuerza bruta. El Cordero y Su cruz garantizan esto.

El Cordero será la figura central en la ciudad eterna de Dios de vida y amor. Él será su lumbrera (Ap. 21:22) y es interesante descubrir que este título es usado siete veces en la descripción dada por Juan en la maravillosa conclusión de su propio libro y de la Biblia entera. No hay privilegio más alto que ser ciudadanos de esa metrópoli celestial. Este honor está reservado para aquellos que «siguen al Cordero por dondequiera que va».

De «Toward the Mark», Vol. 2, N° 3, Mayo – Junio 1973.