Tres claves para el crecimiento espiritual.

Antes de considerar las leyes del crecimiento espiritual, es necesario tener una preocupación real por ese crecimiento. Debe haber en nosotros un fuerte sentido de su importancia y necesidad. Debemos comprender de una manera viva que:

1. La medida de nuestra total satisfacción al Señor será la medida de la plenitud de Cristo.

2. La medida de nuestra valoración para otros dependerá enteramente de nuestra propia medida espiritual: no meramente de lo que nosotros creemos, pensamos o decimos.

3. La medida de nuestro propio gozo y satisfacción dependerá de la llenura de Cristo que conocemos y vivimos.

Porque estas tres cosas constituyen la naturaleza entera de, y la razón de, nuestro llamamiento «a la comunión con el Hijo de Dios», el noventa por ciento del Nuevo Testamento se ocupa del crecimiento y madurez de los creyentes.

Del mismo modo que existen leyes definidas de crecimiento en el hombre físico y mental, las hay en el ‘hombre interior’. Algunas de ellas son bastante obvias, como la alimentación apropiada y conveniente, el aire puro, el ejercicio regular y la autodisciplina sistemática. Violar o descuidar cualquiera de estas leyes del cuerpo y de la mente detiene el desarrollo, limita la capacidad, y abre la puerta a elementos adversos y destructivos.

Hay leyes correspondientes –contraparte de las ya mencionadas– en la vida espiritual, con efectos similares para bien o para mal en su observancia o descuido. No nos referiremos aquí a estos factores particulares, sino que especificaremos otros tres, aunque relacionados: las leyes del crecimiento espiritual.

El primero de éstos es:

Esa cosa poco atractiva – la obediencia

Naturalmente, a nadie le gusta esa palabra. Es desagradable desde la infancia. Su esencia misma parece implicar la presencia de por lo menos el peligro de la desobediencia, y la aversión natural universal a ella, más que implicar, demuestra, la presencia de un deseo de ser libre de cualquier obligación o ley. Sí, esa rebelión primitiva y ruptura con Dios que fue el principio del pecado real, ha entrado como el veneno de la Serpiente en la sangre misma – el arroyo de la creación entera, y la sola mención de la obediencia revuelve una antipatía secreta, si no el resentimiento.

Tomaría demasiado espacio mostrar cómo, a través del tiempo, la única cosa que ha sido el obstáculo supremo de Dios en la relación del hombre con Él ha sido esta desobediencia inherente como la expresión activa de la incredulidad. Por otro lado, tomaría volúmenes mostrar totalmente cómo cada movimiento en la comunión con Dios en Sus grandes propósitos ha estado basado en la exigencia de una obediencia a la fe; una prueba, un desafío y un conflicto que conducen a una rendición voluntaria a la voluntad divina en alguna dirección general o particular.

Aquí, nuestra única intención es apuntar y enfatizar el hecho de que no hay ninguna posibilidad del más leve verdadero y genuino progreso y crecimiento espiritual más allá del punto de la luz recibida –el Señor mostrando Su mente– si no ha habido una respuesta definitiva en obediencia práctica. El tiempo no cambia esto, y no importa cuán lejos vayamos, o nos imaginemos que el asunto ya es cosa del pasado, cuando por fin surge la cuestión real de la aprobación para un fin particular, nos traerá de nuevo al obstáculo de esa obediencia reservada. Es como la presencia y el funcionamiento secreto de alguna lesión en el sistema físico que se delata cuando una demanda particular aparece años después. Dios no vive en el tiempo. Todo el pasado y el futuro están presentes con Él.

Pero hay un reino de obediencia que no es ley sino amor, y el amor transforma lo ingrato en delicia. De ahí que el apóstol Pablo, cuando requiere una obediencia que haga posible un crecimiento espiritual, plantea el tema en base al amor, y entonces da el ejemplo supremo de la obediencia de amor: «Que este sentir esté en ustedes, el cual también estaba en Cristo, el cual … haciéndose obediente» (Fil. 2:5, 8). Son aquéllos cuyo amor por el Señor los lleva a un veloz accionar en relación a la luz recibida, quienes hacen rápido avance, y son vistos creciendo en belleza delante del Señor. Por otro lado, aquéllos que son descuidados o rebeldes cuando el Señor ha hablado, y tardíos en contestar –de modo práctico– son marcados por reiteradas derrotas, ratos recurrentes de nebulosidad espiritual e incapacidad para enfrentar un llamado de emergencia cuando éste surge. Demasiado a menudo esta falta de obediencia, o la desobediencia positiva, es debida a su origen en Satanás – el Orgullo.

La segunda cosa en ser mencionada aquí es:

Esa cosa no reconocida – la ajustabilidad

Una de las causas más comunes de la debilidad espiritual es la inmovilidad. Es particularmente común en el ámbito donde la verdad cristiana se ha reducido a una forma, orden, sistema y credo fijos. Las doctrinas de la Cristiandad son tales y tales; son muchas. Las ideas aceptadas y establecidas de servicio y métodos cristianos son demasiadas. Pedro tenía su posición fija acerca de los judíos y los gentiles, y debido a eso estuvo en peligro de desbaratar el propósito más grande de Dios, y presentó al Señor en medio de un verdadero campo de batalla. Él se puso muy resueltamente en una posición irrevocable que cerraba la puerta a la revelación más plena acerca de lo que Dios quiere decir por Su Palabra.

El hecho es que Dios sólo nos da la luz suficiente para lograr que demos el próximo paso, pero cuando ese paso ha sido dado, estamos en camino de apreciar cuánto más amplio era el pensamiento del Señor que lo que Él nos había mostrado. Las primeras expectativas de muchos siervos del Señor en la Biblia, resultantes de algo que el Señor les dijo, fueron más tarde vistas no como la totalidad de lo que Él realmente quiso decir, sino que había algo más, y quizás otra cosa diferente de la que ellos pensaron originalmente.

¿Puede alguien en realidad discutir que la luz plena muy a menudo significa un derrame de cosas e ideas que nosotros pensamos era de Dios? ¿No es verdad que, cuando nosotros avanzamos, encontramos que ciertas guías del Señor eran tácticas, para llevarnos a cierto punto donde nosotros solos pudiéramos aprender de una necesidad mayor? Hay muchísimo respecto a este tipo de cosa en relación a ambos: doctrina y práctica, y el servicio –su naturaleza y formas–, y mientras los principios divinos no cambiarán por toda la eternidad, la envoltura de esos principios puede variar y puede cambiar con las dispensaciones, las generaciones y las fases de nuestras propias vidas.

En todo esto –mientras la Verdad permanece inalterable– la única manera de crecer es ser ajustable y no estático y fijo. ¿Te atan tus tradiciones religiosas de tal manera que no eres libre para moverte con Dios? Si Él ve que esto es así, Él no puede darte la luz necesaria para que te amplíes. Pero si Él ve que, aunque tú puedas estar en una posición comparativamente falsa, tu corazón está puesto en Su llenura a toda costa, Él puede presentarte con luz que probará seriamente tu ajustabilidad. Vean el caso de los discípulos de Juan el Bautista transfiriendo su discipulado a Cristo. Vean el caso de Pedro y lo que pasó en casa de Cornelio. También el caso de Apolos en Hechos 18:24-28; como también los discípulos mencionados antes en ese capítulo.

Nuestro tercer principio de crecimiento es:

Ese crítico punto del compromiso

Muy a menudo todo el alud de la obra divina en nuestras vidas –un alud construido tan silenciosa y suavemente como los copos de nieve agregados a los Alpes– sólo espera para moverse con poder aplastante hacia ese final –y todo inclusivo– acto de compromiso. Nosotros esperamos; pensamos, luchamos, contemplamos, analizamos, damos vueltas y vueltas; razonamos y argüimos; reconocemos que no hay nada más que hacer, y aun lo declaramos; incluso llegamos al punto en que la cuestión está resuelta en nuestra convicción y aceptación, y pensamos que hemos pasado la valla, pero nada sucede, nada resulta. ¿Por qué es eso? El Señor sabe más que nosotros acerca de lo engañoso de nuestro corazón.

Un pacto tiene dos partes, y en el Antiguo Testamento se conectaron dos sacrificios con un pacto; una parte representando a Dios, y la otra al oferente; ambas partes del pacto fueron sacrificadas (Ver a Abraham en Génesis 15). ¡Tiene que haber una víctima de algo en nuestro lado! En otras palabras, Dios está esperando hasta que hayamos quemado nuestras naves detrás de nosotros. Aunque nos podemos acercar a la orilla de Su voluntad y propósito para nosotros, no habrá nada del lado de Dios mientras nuestros barcos aún quedan en la ribera para que, si las cosas realmente no resultan como nosotros esperamos, todavía podamos retirarnos. Ese barco es una evidencia de la duda o la reserva. Debe ser quemado, para que –cualquiera sea la consecuencia– nosotros no tengamos ninguna alternativa.

El joven creyente no crecerá a menos que él o ella hagan un compromiso en testimonio, permitiendo así que otros sepan dónde ellos están establecidos. La ley tiene un buen lugar en cada fase de desarrollo y progreso. Si gobierna la política, o el temor, o consideraciones como de qué manera tal paso afectará a nuestras perspectivas, o cualquier otra que choca con lo que nosotros sabemos en lo más profundo de nuestros corazones es la manera indicada para nosotros –para nosotros–, esas cosas son barcos o puentes que representan una falsa política de ‘seguridad ante todo’. Como cuando los corderos que balaban fueron preservados por Saúl, el dedo de Dios apuntará a ellos y dirá: ‘¿Qué significan esos barcos?’. Dios esperará por la rendición plena y final sin reservas, y rehusar sólo tendrá como consecuencia verse envuelto en la confusión, o convertirse en un inadaptado, habiendo perdido lo primero y mejor de Dios, o perdiéndolo todo.

Traducido de «A Witness and A Testimony», Vol. 24-1, 1946.