El color es producto de las vibraciones de la luz, así como el sonido es producto de las vibraciones del aire. Hay una relación entre ambos, de modo que a un color determinado le corresponde una nota particular de música.

De ahí que existan siete colores que se corresponden con las siete notas musicales, y se encuentra que los sones que armonizan se corresponden con los colores que armonizan. Del mismo modo, las discordancias en color se corresponden a las disonancias en música

El siete, tanto en música como en color, se divide en tres y cuatro. Tres colores primarios y cuatro secundarios, de los que proceden todos los demás; y se corresponden con los tres sonidos primarios, llamados «el triple acorde», y los cuatro secundarios… Todo, en las obras de Dios, es perfecta armonía, orden y simetría, tanto en números como en designio, y lo uno se corresponde con lo otro de una manera verdaderamente maravillosa.

La gran pregunta ahora es: ¿Acaso no es de esperar hallar el mismo fenómeno en la mayor de las obras de Dios, Su Palabra escrita? La Escritura, si bien no es la más grande de las obras de Dios en sentido absoluto, es la de mayor importancia para nosotros. Y cuando descubrimos en ella la misma y correspondiente perfección de diseño que encontramos en la naturaleza, nos damos cuenta de que ambas vienen firmadas por un mismo y misterioso autógrafo.

De modo que las verdades, promesas y preceptos del Libro Santo nos vienen con una mayor solemnidad y poder, porque nos dicen, junto con las estrellas del cielo: «la mano que nos hizo divina es».

E. W. Bullinger (1837-1913)