Una hermosa alegoría de los tratos de Dios con sus escogidos. La disciplina de Dios y sus valiosos efectos para este tiempo final, son metaforizados en esta lúcida parábola.

En un camino polvoriento, en medio de un extenso campo, se halla, detenida, una hermosa carroza, algo parecida a una diligencia, con acabados de oro y hermosa- mente labrada. Uncidos a ella hay seis grandes caballos castaños, dos al frente, dos en medio, y dos atrás. Ellos no tiran de la carroza: el cochero está debajo de ella, de espaldas, justamente detrás de los talones de los dos últimos caballos, arreglando algo que está entre las ruedas delanteras.

Ciertamente, la posición del cochero es muy peligrosa, pues si alguno de los caballos coceara o se moviera, podría provocar que la carroza le pasara por encima.

Pero él no parece tener miedo, pues sabe que los caballos están disciplinados y no se moverán hasta que él les dé la orden para hacerlo. Las campanitas amarradas en sus patas no dan ningún sonido. Los adornos colocados sobre los arneses de sus cabezas no se mueven. Ellos están simplemente de pie, en silencio y quietud, esperando la voz del cochero.

Dos potrillos en el campo

De pronto llegan dos potrillos del campo, y se acercan al carruaje, como diciéndoles a los caballos: “Vengan a jugar con nosotros; jugaremos a las carreras, vengan a atraparnos.” Los potrillos relinchan, mueven sus colas, y corren por el campo. Pero al ver que los caballos no los siguen, se sienten intrigados. Ellos no saben nada de la sujeción, y no pueden entender por qué los caballos no quieren jugar.

Entonces vuelven y les preguntan: “Por qué no corren con nosotros? ¿Están cansados? ¿Se sienten muy débiles? ¿Acaso no tienen fuerzas para correr? Están muy serios, necesitan más alegría en sus vidas.”

Los caballos no contestan ni una sola palabra, ni siquiera mueven sus patas. Tampoco sacuden sus cabezas. Permanecen quietos y silenciosos, esperando la voz del cochero.

De nuevo los potrillos les dicen: “¿Por qué están parados allí bajo el calor del sol? Vengan acá bajo la sombra de este hermoso árbol. ¿Ven qué verde está el pasto? Deben de tener hambre, vengan y coman con nosotros, está muy verde y rico. Se ven sedientos, vengan y beban de uno de nuestros tantos arroyos de agua fresca y clara.” Pero los caballos no contestan ni siquiera con una mirada.

Los potrillos en el corral del Maestro

Después, la escena cambia. Alguien pone el lazo al cuello de los potrillos, y son llevados al corral del Maestro para ser entrenados y disciplinados. Qué tristes se sienten al ver desaparecer los hermosos campos verdes. Ellos han sido encerrados en un corral polvoriento y con alta cerca. Corren de un lado a otro buscando libertad, pero se dan cuenta de que han sido encerrados allí para entrenamiento.

Luego, el Entrenador comienza a trabajar con ellos con su látigo y su brida. ¡Era la muerte para estos potrillos que se habían acostumbrado a la libertad! No pueden comprender la razón de esta tortura, de esta terrible disciplina. ¿Qué crimen cometieron para merecer esto? Poco saben de la responsabilidad que se pondrá sobre ellos cuando se sometan a la disciplina, y aprendan a obedecer perfectamente al Maestro. Lo único que saben es que este proceso es la cosa más horrible que jamás habían conocido.

Sujeción y rebelión

Uno de los potrillos se rebela durante el entrenamiento, y exclama: “Esto no es para mí. Me gusta mi libertad, mis montañas verdes, mis arroyos de agua fresca. No soportaré más este encierro.” Así que encuentra una salida, brinca la cerca y corre felizmente a sus pastos verdes.

Sorprendentemente, el Maestro no le retiene. Desde entonces, concentra toda su atención en el potrillo que se ha quedado. Este también tuvo la oportunidad de escapar, pero decide someter su voluntad, y aprender los caminos del Maestro. El entrenamiento es cada vez más duro, pero él aprende rápidamente a obedecer el más mínimo deseo del Maestro, y a responder incluso a la quietud de su voz.

(Si no hubiera habido ningún entrenamiento, ni prueba, tampoco hubiera habido sujeción ni rebelión por parte de ninguno de los potrillos. En el campo no se les daba alternativa de sujetarse o de rebelarse. Pero cuando fueron llevados al lugar de entrenamiento, entonces se hizo manifiesta la obediencia de uno y la rebelión del otro. Pese a que parece más seguro no entrar al lugar de la disciplina por el riesgo de ser encontrado rebelde, sin esto, no podría haber comunión con Su gloria, ni con su Hijo.)

Finalmente, este período de entrenamiento termina. ¿Acaso se le recompensa con su libertad, y se le envía a los campos? Oh, no. Ahora se lleva a cabo un encierro mayor, pues es colocado un arnés sobre sus hombros. Ahora se da cuenta de que ni siquiera tiene libertad para correr en el pequeño corral, pues con el arnés se puede mover solamente en el momento y al lugar donde el Maestro le indica. A menos que el Maestro dé una orden, él debe permanecer quieto.

El encuentro de los dos hermanos

La escena cambia. El otro potrillo está parado a un lado de la montaña, comiendo pasto. Entonces, al otro lado de los campos, por el camino viene la carroza del Rey, tirada por seis caballos. Al frente, en el lado derecho, viene el hermano del potrillo, ahora fuerte y maduro, alimentado con buen trigo del establo del Maestro. Se mueven en el aire sus hermosos adornos. El potrillo de la montaña observa el arnés de su hermano, con sus bordes de oro brillante, y escucha las campanas en su pies … entonces siente envidia en su corazón.

Y reniega, diciendo para sí: “¿Por qué han honrado tanto a mi hermano, y a mí me han despreciado? No han puesto campanillas en mis pies, ni adornos en mi cabeza. El Maestro no me ha dado esa maravillosa responsabilidad de tirar de su carroza, ni colocó sobre mí el arnés de oro. ¿Por qué han escogido a mi hermano y no a mí?” .

Entonces la respuesta del Espíritu se oye: “Porque uno se sujetó a la voluntad y a la disciplina del Maestro, y el otro se rebeló, de allí que uno fue escogido, y el otro fue echado a un lado.”

Hambre en la tierra

Después, una gran sequía acabó con el campo. Los pastos verdes se secaron. Los pequeños arroyos dejaron de fluir, y sólo había unos cuantos charcos lodosos aquí y allá.

El pequeño potrillo de la montaña (sorprendentemente, nunca creció ni maduró) corre de un lado a otro buscando corrientes frescas y pastos verdes, pero no encuentra nada. Aun así, corre en círculos buscando algo para alimentar su espíritu hambriento.

Pero hay hambre en la tierra. Ya no hay más de aquellos ricos pastos verdes y de los arroyos que fluían anteriormente.

Más tarde, el potrillo se encuentra parado en una montaña sobre sus piernas débiles y tambaleantes, preguntándose a dónde irá ahora para encontrar comida, y de dónde tomará fuerzas para llegar. Todo parece inútil, pues la buena comida y las corrientes que fluían eran cosa del pasado, y todos los esfuerzos que hace para encontrar algo sólo lo debilitan más.

De pronto, ve la carroza del Rey que viene por el camino, tirada por seis fuertes caballos. Y ve a su hermano, gordo y fuerte, con los músculos marcados, peinado y hermoso … ¡resplandeciente!

Su corazón está sorprendido y perplejo. Entonces grita: “Hermano mío, ¿dónde encontraste el alimento que te ha mantenido tan fuerte y gordo en estos días de hambre? Yo he ido a todas partes en mi libertad, buscando comida, y no encuentro nada. ¿A dónde vas tú en tu terrible encierro y encuentras comida en estos días de sequía? ¡Dímelo, por favor, tengo que saberlo!”

Y entonces le contesta una voz llena de victoria y alabanza: “En la Casa de mi Maestro hay un lugar secreto, en sus establos, en donde Él me alimenta de su propia mano; sus graneros nunca se acaban, y su pozo jamás se seca.”

¡Oh sí! Cuando las personas están débiles, y sus espíritus hambrientos en tiempos de hambre espiritual, aquellos que han negado su voluntad, y han entrado al lugar secreto del Altísimo, en una total entrega a su perfecta voluntad, tendrán abundancia de trigo del cielo, y un fluir de corrientes de agua fresca de revelación por su Espíritu, que nunca se acabará.

El sentido del entrenamiento

Una vez que hemos nacido en la familia de Dios, nos alimentamos de los pastos verdes y tomamos de las muchas corrientes de revelación de su propósito, lo cual es bueno y maravilloso. Pero eso no es suficiente. Mientras que éramos niños, jóvenes e indisciplinados, limitados sólo por el vallado exterior de la ley que establecía los límites de los pastos (que nos detenía de entrar en los pastos oscuros donde estaban las hierbas venenosas), Él estaba contento de vernos crecer y desarrollarnos hasta ser hombres jóvenes, espiritualmente hablando. Pero llegó el momento para aquellos que se alimentaban en sus pastos y que tomaban de sus corrientes, de que fueran llevados a la “disciplina” o “entrenamiento”, con el propósito de hacerlos hijos maduros.

Muchos de los hijos de hoy en día no pueden entender por qué algunos que se han puesto los arneses de Dios no sienten ninguna emoción con los muchos juegos religiosos y travesuras juguetonas de los inmaduros. Se preguntan por qué los disciplinados no van tras toda nueva revelación o se alimentan de toda oportunidad para comprometerse en todas las supuestas actividades religiosas “buenas y provechosas”. Se preguntan por qué algunos no compiten con ellos en sus frenéticos esfuerzos para construir grandes obras y notables ministerios.

No pueden entender el simple hecho de que este grupo de santos está esperando la voz del Maestro, y no podrían escuchar a Dios entre tanta actividad; que se moverán cuando su Maestro lo ordene, pero no antes, aunque muchas tentaciones provengan de los potrillos juguetones. Los potrillos no pueden entender por qué aquellos que parecen tener grandes habilidades y fuerzas no le están dando buen uso. “Lleven el carruaje por el camino”, dicen ellos, pero los disciplinados, aquellos sujetos a Dios, saben que no deben moverse antes de que escuchen la voz del Maestro. Se moverán en su tiempo, con un propósito, y con un gran sentido de responsabilidad.

Muchos ha habido a quienes Él llevó al entrenamiento, pero que se rebelaron contra la disciplina y la corrección del Padre. No se les pudo confiar la gran responsabilidad de hijo maduro, así que Él los dejó regresar a su libertad, a sus actividades religiosas, revelaciones y dones. Aún son parte de su pueblo, alimentándose en sus pastos, pero los ha hecho a un lado de los grandes propósitos para el fin de la era. De ahí que se gozan en su libertad, sintiendo que son los escogidos con las muchas corrientes, sin saber que han sido echados a un lado, pues son inservibles para su gran obra en este fin de la era.

A pesar de que la corrección parece gravosa en el momento, y la disciplina difícil de soportar, los resultados valen la pena, y la gloria que continuará excede todo sufrimiento que hayamos soportado. Y aunque algunos, incluso, pierdan sus vidas en este entrenamiento, no obstante, compartirán la misma gloria de su eterno propósito.

No desmayen, santos de Dios, pues es el Señor el que los lleva a este encierro, y no su enemigo. ¡Es por su bien y para la gloria de Dios que han de soportar todas las cosas con alabanza y acciones de gracias, pues Él los ha tenido por dignos de compartir su gloria!

No teman el látigo en su mano, pues no es para castigo, sino para corrección y entrenamiento, para que ustedes puedan caminar en sujeción a su voluntad, y ser hallados semejantes a Él en esa hora. Regocíjense en sus pruebas, en todas sus tribulaciones, y gloríense en su cruz y en las limitaciones del encierro de su sujeción, pues a ustedes los ha escogido, y Él ha tomado la responsabilidad de mantenerlos fuertes y bien alimentados. Por tanto, apóyense en Él, y no confíen en su propia habilidad, ni en su propio entendimiento. Serán alimentados, y su mano será sobre ustedes, y su gloria los protegerá, y fluirá entre ustedes así como cubre toda la tierra. ¡Gloria a Dios! ¡Bendito el Señor, Él es maravilloso! Permítanle ser el Señor de sus vidas, y no renieguen de aquello que Él traerá a sus vidas.

Abundancia en tiempo de hambre

En la hora cuando el hambre azote la tierra, Él alimentará de su propia mano a aquellos que estén sujetos a su perfecta voluntad, y que moren en el lugar secreto del Altísimo. Cuando el terror azote la tierra, aquellos que estén sometidos a Él no temerán, pues ellos sentirán su brida y reconocerán la guianza de su Espíritu. Cuando otros estén débiles, frágiles y temerosos, éstos serán fuertes en el poder de Su fuerza, y no tendrán falta de ningún bien. Cuando venga la hora en que las tradiciones de los sistemas religiosos hayan probado ser falsas, y sus arroyos se hayan secado, entonces sus escogidos hablarán con la verdadera Palabra de Dios. Así que, rego-cíjense, hijos de Dios, por haber sido escogidos por su gracia para esta gran obra en esta última hora.

El vallado que mantiene a los potrillos en sus propias praderas y sus propios pastos no significa nada para el grupo que se ha sometido, pues las puertas de estos vallados están abiertas para ellos. Ellos salen por allí tirando la carroza del Rey a muchos lugares extraños y maravillosos. No se detienen a comer las hierbas envenenadas de pecado, pues ellos se alimentan sólo del establo del Maestro. Sólo pisotean estos campos al pasar por ellos mientras que continúan en los asuntos del Rey. No hay ley alguna para aquellos que son traídos en absoluta sujeción a su voluntad. Pues ellos se mueven en la gracia de Dios, guiados solamente por el Espíritu Santo, en donde todas las cosas son lícitas, pero no todas convienen.

Este es un reino peligroso para los indisciplinados, y muchos han perecido en pecado por haberse saltado el vallado sin el arnés y la brida del Señor. Muchos creen estar completamente sujetos a Él, pero después encuentran alguna área en sus vidas en donde moraba la rebelión y el egoísmo.

Esperemos en Él para que ponga su lazo alrededor de nosotros y nos lleve a su lugar de entrenamiento. Y aprendamos los tratos de Dios y el mover de su Espíritu hasta que sintamos que Él nos coloca el arnés, y escuchemos su voz guiándonos. ¡Entonces habrá seguridad en contra de las trampas y del peligro del pecado, para habitar siempre en su Casa!

Bill Briton
Adaptación de Revista “Avivamiento” Nº 26, México.