Aquel día, el Señor Jesús fue a la casa de Pedro, en Capernaum. Allí se encontró con la suegra de Pedro, enferma de fiebre, y la sanó. Luego, al llegar la noche, le trajeron muchos endemoniados, y con la palabra echó fuera a los demonios y sanó a los enfermos. La multitud se agolpaba. Como ya era tarde, el Señor decidió retirarse al otro lado del mar. Despidió la multitud y subió a la barca. Sus discípulos le siguieron.

Ahora, el Señor está cansado. Ha sido un día agotador. ¡Tantos vinieron a él en busca de socorro! La muerte, en sus más variadas formas, y mucho de Su vida y de Su poder salió de él para contrarrestarla y vencerla. ¡La muerte fue una y otra vez, sistemáticamente, repelida! El Señor está cansado, y se recuesta sobre un cabezal. Muy pronto, casi en seguida, se queda dormido.

El Señor sabe que al otro lado del mar le espera una dura batalla. Allí hay dos hombres endemoniados que nadie ha podido sujetar. Son verdaderos energúmenos, que viven en los sepulcros y aterrorizan la región. Sin embargo, el Señor duerme sobre un cabezal.

La navegación transcurre plácida, hasta que, de pronto, se levanta una furiosa tempestad de viento que embravece el mar, de tal manera, que las olas caen sobre la barca y amenazan con hundirla. Es el enemigo que da coletazos anticipados por su siguiente gran derrota; son los estertores agónicos de quien ya se sabe vencido. Y el Hijo del Hombre, que estuvo recién echando demonios en Capernaum, que se dirige ahora a Gadara para expulsar otros cientos más, el mismo que ahora está siendo amenazado de muerte por una descomunal fuerza enemiga, duerme.

El sueño del Señor sobre el cabezal es el sueño de la fe y de la confianza perfectas. Aunque él dormía, el Padre velaba sobre el Hijo de su amor, quien fue obediente hasta lo sumo. No era el sueño irresponsable que deja su vida al azar, o abandona a los suyos a la fuerza de las olas enemigas. Era la paz que descansaba en la Mano poderosa que le sustentaba y en el poder escondido, momentáneamente silenciado, que emergería, oportuno, para conjurar el peligro.

El Señor Jesús durmiendo sobre el cabezal es el creyente que duerme sobre un corazón vigilante. Jesús durmiendo sobre el cabezal es el modelo de paz perfecta para el alma creyente. Viéndolo a él dormir así, podemos descansar confiados. No importa lo que mañana nos espere. Dios vela nuestro sueño, y guarda nuestra salida y nuestra entrada. Porque nadie está tan seguro como aquel a quien Dios guarda, y nadie está tan expuesto como aquel que se guarda a sí mismo.

No miraremos el mañana como temiendo los males que nos puedan sobrevenir, sino creyendo que todo lo que nos ocurra vendrá de nuestro Padre amoroso, sustento de nuestra alma y cobijo seguro.

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