Cuando el Señor llevó a los discípulos a Cesarea de Filipo, el Padre reveló a Cristo en el corazón de Pedro. Esta revelación muestra dos facetas del Señor Jesús; una dice relación con lo que él es, y la otra con lo que él ha hecho. Una tiene que ver con su naturaleza y la otra con su persona. Pedro dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente».

En toda la Escritura no hay revelación mayor que ésta, que el Padre mismo hace de su Hijo. Mencionar cualquier otro título o rasgo de Jesús no toca el punto central. Aquí está la sustancia de lo que Jesús es, y lo que él hizo.

Ahora bien, de todos los escritores neotestamentarios, es Juan quien retoma con más fuerza esta doble revelación tanto en su evangelio como en la primera de sus Epístolas. Tal parece que, cuando él escribió, a fines del primer siglo, se había descuidado el fundamento de la fe, y era preciso que él lo restaurara. Por eso, tal como él mismo lo dice, el Evangelio lo escribió para que todos creyesen que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tuviéramos vida en su nombre (20:31).

Si miramos con más atención, el evangelio está impregnado de esta revelación. De hecho, todos los estudiosos coinciden en que Juan muestra al Señor Jesús como el Hijo de Dios. En el primer capítulo ya tenemos esta doble revelación, anunciada por Andrés, en lo referente a su condición de el Cristo (1:41), y por Natanael, en lo referente a su condición de Hijo de Dios (1:49).

En el evangelio de Juan encontramos dos episodios –los únicos en los cuatro evangelios– en los que el Señor se revela a sí mismo a los hombres. En uno de ellos se revela como el Cristo, y en el otro como el Hijo de Dios. ¿Coincidencia? Creemos que nada en la Biblia es accidental o azaroso.

En la sorprendente conversación del Señor con la mujer samaritana, llega un punto en que la mujer dice: «Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas». A lo cual Jesús replica: «Yo soy, el que habla contigo» (4:25-26).

Después, en el episodio de la sanidad del ciego de nacimiento, cuando éste es expulsado de la sinagoga, el Señor le busca, y hallándole, le dice: «¿Crees tú en el Hijo de Dios? Respondió él y le dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró» (Jn. 9:35-38).

He aquí una cosa asombrosa. La doble revelación maravillosa de Jesús es concedida a dos personas consideradas socialmente bajas y viles: una mujer de vida licenciosa, y un hombre ciego de nacimiento. Nunca antes ni después el Señor se mostró así a los hombres. Nunca antes ni después concedió esta maravillosa doble revelación a hombre o mujer alguna, hablando de sí mismo.

Se cumple así la Escritura que dice: «Lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios» (1 Cor. 1:28), y: «¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe, y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?» (Stgo. 2:5). ¿Es usted uno de estos bienaventurados?

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