Todos los pecadores estamos desnudos ante los ojos de Dios. Esto, que puede parecer grotesco, es la verdad, si hablamos espiritualmente.

La figura de ello está dada en el mismo Edén, poco después de la caída. Adán y Eva cayeron en la cuenta de que estaban desnudos y se hicieron delantales con hojas de higuera, para cubrir su desnudez. Sin embargo, Dios los seguía viendo desnudos, así que hizo para ellos túnicas de pieles, y los vistió. «Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta» (Hebreos 4:13).

Las pieles proceden de un animal muerto. De manera que ellos fueron vestidos a partir de un sacrificio: el sacrificio de un animal. El sacrificio aquí es típico, y apunta al único sacrificio que puede cubrirnos delante de Dios. Nadie puede cubrir la desnudez del hombre sino Dios, con la obra de Jesucristo en la cruz.

Cuando un hombre se cubre de su propia justicia para presentarse ante Dios es declarado desnudo. El profeta dice:«Todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia» (Isaías 64:6).

Cuando un pecador ha visto su desnudez y clama por vestiduras, Dios se las provee. La Biblia dice que los creyentes están vestidos del Señor Jesucristo, es decir, de Su justicia, que les es imputada.

Luego, con esta vestidura sin igual, lavada y emblanquecida con la sangre del Cordero, los creyentes estarán delante de Dios sin temor. Nada podrá intimidarlos ya, porque todo lo que es de Cristo ha venido a ser de ellos por la fe.

289