Hay un lamento del Señor por su Amada esclavizada.

Al mirar en el libro del profeta Ezequiel podemos obtener algunas características de lo que es un profeta de Dios, y de lo que es el ministerio profético.

Un profeta para la Casa

Todos los profetas de Dios dicen: “Vino a mí palabra de Jehová” (ejemplo, Ez. 6:1;7:1). “No se me ocurrió, no fue una cosa mía, no fue una cosa estudiada, algo de lo que yo pude sacar cuentas”. Sino que dicen: “Vino a mí palabra de Jehová”. Por tanto, la característica primera de un profeta de Dios es que la palabra es de Dios, y esta palabra viene a él.

Y el profeta tampoco es la palabra. Cuando yo soy la palabra, quiero que se quede conmigo, quiero que la gloria sea mía, pero cuando un hombre tiene la gracia profética de Dios, cuando la palabra viene sobre él, quiere soltarla, es algo que no puede sujetar.

La palabra de Dios, profetizada en lugares donde no nos quieren oír, en lugares donde no hay oídos aptos para esa palabra, es mucho más terrible para el profeta. Es más fácil hablar a un pueblo que está acostumbrado a oír de Cristo. Uno llega a captar el Espíritu del Señor en la vida de los hermanos. Pero aun así también, aun así, es terrible tener que ser la voz de Dios para reprender algunas cosas.

Este es el caso de Ezequiel, que fue enviado a la casa de Israel. No fue llevado a Egipto, como Jeremías. (Jeremías 43-44). Ezequiel fue llevado a la misma casa de Dios. Al pueblo amado. Al que tenía las promesas, al que tenía los pactos. Ezequiel posiblemente podía decir: “Yo voy a hablar y me van a entender”. Es el mismo idioma, son los mismos milagros que hizo Dios en el desierto. Pero Dios le advierte: “Si te escuchara otro pueblo, que no me conoce; si te escuchara otro pueblo que no invoca mi nombre, posiblemente te oirían, pero la casa de Israel es seguro que no te va a oír”. (Ezequiel capítulos 2 y 3).

Ezequiel nos está diciendo que posiblemente nosotros, de tanto escuchar la misma Palabra, vayamos pensando que ya no la necesitamos, que está todo bien. Una de las cosas más terribles para Ezequiel fue que tuvo que hablarle a la casa de Israel.

Primero, la gloria de Dios

No hay ninguna palabra profética que no comience primero por la gloria de Dios, que no sea para restaurar la gloria, que no sea para poner a Jesucristo como el Señor de la iglesia, como el Señor de su casa. Quiero decir esto porque se están levantando y se van a levantar muchos profetas de otras cosas. Profetas de la prosperidad, profetas de las sanidades, profetas de los milagros. Todos los profetas en la Escritura tuvieron primero que ver la gloria de Dios. Tuvieron que ver al Señor sentado –como Isaías– para luego profetizar.

Puesto que todos los cristianos somos profetas (1ª Cor. 14:31), entonces lo que nos está diciendo el Señor es: “Si vas a profetizar, debes tener una experiencia primera con la gloria de Dios, con la persona maravillosa de Cristo.” Es lo que nos está diciendo Ezequiel, capítulo 1.

Isaías, cuando lo vio, “cayó desmayado”. Juan, al sonido de la trompeta, otra vez, cayó también. La gloria de Dios es mayor. Es mayor que el profeta. Es mayor que la palabra profética. ¡La gloria del Señor es lo que motiva al profeta a hablar! Y es lo que motiva a la iglesia a cantar. Porque cuando cantamos también profetizamos. ¡Es la gloria de Dios!

Podríamos caer en este siguiente error: “Yo soy importante, yo soy parte del cuerpo de Cristo, así que si yo canto bien, voy a poder ayudar a la iglesia a cantar”. ¡No, no, no! No quieras ayudar en nada. Lo primero que debes hacer es tener una experiencia con la gloria de Dios. Y esa experiencia no se puede imitar. Pero cuando hay gloria de Dios, la iglesia alaba, la iglesia canta.

Así que lo primero que debemos decir es que antes de ser profeta, y antes de tener una palabra profética, debemos tener la experiencia de ver a Jesús sentado a la diestra del Padre con poder. ¡Sí, Jesucristo es el Hijo del Dios viviente! Eso es antes que los cantos. Eso es antes que todas las cosas. Es antes que la comunión. La Iglesia es comunión, pero para que la iglesia tenga la autoridad debe decir: “Sí, Jesucristo es el Señor! ¡Sí, yo he visto al Señor sentado! Luego puedo hablar. Luego puedo testificar. Luego puedo cantar. Sólo la gloria de Dios puede provocar que la iglesia sea viva. Que una iglesia sea testigo. Que sea una iglesia profética. ¡La gloria de Dios!

Al final, la gloria de Dios

¿Y en qué termina la profecía? ¡Termina con la gloria de Dios! (Ez.cap. 43 y 47). Otra vez termina poniendo a Jesús en el lugar que le corresponde, poniendo a Jesús como Señor otra vez. Restaurando el lugar para que Jesús vuelva a su casa. Volviendo a los perdidos a Jesucristo. La profecía comienza, entonces, con la gloria de Dios, y termina con la gloria de Dios. Para que en todo Él sea glorificado. ¡Qué bueno! ¡Gloria al Señor!

Al final, quedan de lado los profetas. Por eso son tomados … y con muchos dolor ¡son también dejados! Por eso son tomados, y muchas veces cuando el profeta quiere seguir, son muertos. Cuando el profeta quiere tomar la palabra y hacerla de él, muere. Cuando una Iglesia cree que la verdad –escúchalo bien– que la verdad es de ella (el grupo, el sector), el candelero empieza a apagarse. Porque la profecía comienza con la gloria de Dios, y termina con la gloria de Dios. El grupo, las cantidades, y aun nosotros somos instrumentos de la gloria de Dios.

Empujados

Ezequiel 3:12 dice. “Y me levantó el Espíritu, y oí detrás de mí una voz de gran estruendo, que decía: Bendita sea la gloria de Jehová desde su lugar.” No estaba adelante: estaba atrás. No estaba delante cantando ni hablándole: estaba como empujándolo. ¡Bendita sea la gloria de Jehová! La gloria está detrás, y está como diciéndole: “Anda, ya no te quedes más ahí, ya no sigas más en tu lugar. Ya no pienses que esta verdad es para jugar con ella, y gozarse solamente, y cantar. Anda a donde yo te estoy mandando.” ¡Bendita sea la gloria!

Hay algo detrás de mí como que me empuja, algo como que me obliga. Quiero decir que yo no creo que los profetas de la Escritura hayan querido tomar el lugar de tales. No creo que hayan dicho: “He aquí, yo voy a ir a estudiar y …”, sino que fueron tomados por sorpresa. Fueron tomados y les fue mostrada la gloria de Dios. Y dice uno de ellos por ahí: “Tú fuiste más fuerte que yo, Señor”. Él llega a decir: “No hablo más de tu nombre, porque cuando voy a hablar, me pegan una palmada. Cuando voy a hablar, me meten en un hoyo”. No obstante, dice después, había un fuego de nuevo que me consumía, que tenía que decirlo, que tenía que hacerlo”. (Jeremías 20).

Muchas veces hemos querido decir: “Basta, cerremos las puertas y gocémonos. Estamos tan bien así. Pero quiero decirles que el fuego de Dios está hablándoles de nuevo. Hay muchos y muchos que necesitan de la palabra de Cristo en la casa de Dios. No en el mundo, sino en la casa de Dios.

Si tenemos algo que decirles de parte del Señor es: “Bendita sea la gloria de Jehová en su lugar. Sal iglesia de …. (tú que tienes el candelero encendido), muévete con poder, no te quedes así, abre tus puertas, nos seas escasa, ensancha tu territorio”. Pero el profeta dice: “No quiero, no estoy dispuesto”.

Versículo 13: “Oí también el sonido de las alas de los seres vivientes que se juntaban la una con la otra, y el sonido de las ruedas delante de ellos, y sonido de gran estruendo”. Me imagino todo lo que tuvo que hacer el Señor para mover a Ezequiel, y él allí quedándose. Yo digo: “¿Ustedes han visto la gloria de Dios?”. “¿Está Cristo entre ustedes?” “¿El ruido de las alas está aquí en las reuniones?” “¿Se mueve su gloria cuando cantamos?” Entonces, muévete, iglesia.

“Me levantó, pues, el Espíritu”. Hermanos ¿qué les parece? Después de haber escuchado a Dios mismo, después de haber sentido el poder de Dios con las alas, el Espíritu no tiene otra cosa más que tomarme por la fuerza y elevarme. Ya que no puedo ir yo, él tiene que llevarme.

“Y fui …” Suena así como: “Ya, bueno, si es así, tengo que ir.” “Y fui en amargura, en la indignación de mi espíritu, pero la mano de Jehová era fuerte sobre mí.” Hermanos, lo que ustedes tienen de Cristo es valioso para toda la iglesia, porque tienen a Cristo mismo, que es el fundamento de la Iglesia.

Un profeta atónito

“Y vine a los cautivos en Tel-abib, que moraban junto al río Quebar, y me senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí siete días … ¿Cómo? ¿Lo puedes leer conmigo? … atónito entre ellos.” ¡Atónito! ¡Atónito! Esto es, impávido, sin movimiento, sin poder hablar. Atónito al ver a los hombres colgados de las manos, a los ancianos llevando la leña, a las mujeres siendo violadas. Atónito al ver lo que le estaban haciendo al pueblo de Dios.

Cuando vamos –los que hemos estado en la casa de Dios– a estar con hermanos amados, ignorantes muchos de las verdades de Dios, sin saber cantar, sin saber predicar, sin saber muchas verdades, nos hemos quedado atónitos. Nuestro corazón ha llorado. Hemos dicho: “Señor, ¿ésta es tu amada? Sus grilletes y sus cadenas ya no son de acero, son de una palabra diferente; es un teléfono que está pidiéndole y pidiéndole ofrendas a la Iglesia, desarmándola y desnudándola, sin verdades y sin gracias. Es la ofrenda pedida moviendo la ambición humana. “¡Si tú das, Dios te va a bendecir!” La iglesia desnudada … Sí, fueron sacados sus joyeles, sus anillos y sus vestidos, pero por los mismos pastores de Israel. ¡Atónito, Atónito! Esta es la palabra que más nos representa: ¡Atónito!

El mismo Ezequiel, después de quedar atónito, nos muestra cómo está esclavizada la amada del Señor. ¿Es la amada del Señor? ¿Es la que lavó con su sangre?. “Con amor eterno te he amado”, escuchamos al Señor cantándole hermosas canciones de amor a su amada, y a su amada respondiéndole apenas con un quejido: “Aquí estoy, esclava de tus propios pastores”.

Capítulo 34, versículo 3: “Os alimentáis con la leche de las ovejas, os vestís con su lana y degolláis a la engordada, pero no la apacentáis. No fortalecisteis a las débiles, ni curasteis a las enfermas. No vendasteis a la perniquebrada, ni volvisteis al redil a la descarriada, ni buscaste a la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ella, con dureza y con violencia”. Si Él derramó su sangre, ¿por qué los pastores están golpeándola? Por eso el profeta está atónito en medio de ellos …

La cristiandad, hoy

Apocalipsis capítulo 3, desde el versículo 14, nos da una pequeña imagen de lo que es la Iglesia hoy. “Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea, el Amén, el testigo fiel, y el verdadero, y el principio de la creación de Dios. Yo conozco tus obras que ni eres frío ni caliente, ojalá, fueras frío; ojalá fueras caliente. Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Tú dices: … (Ah, escuchamos a la gente decir: “Hemos tenido reuniones gloriosas … – donde ha hablado uno.” “Hemos tenido reuniones tremendas …” – donde son dos o tres los que están haciendo todo. “Gloriosa es nuestra reunión …” – y se refieren a los músicos, a los instrumentos. “Tremenda es nuestra iglesia …” – y se refieren a la estructura física.) … Tú dices: “Yo soy rica, me he enriquecido, y ya no tengo necesidad … (podríamos poner entre paréntesis “de Cristo”)…. Pero no sabes que eres … (sin Cristo, otra vez) … desventurado, miserable, pobre, ciego, y estás desnuda. Por tanto, que yo te aconsejo que compres de mí oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez, y unge tus ojos con colirio para que veas … (¿A quién? ¡A Cristo!) … Yo reprendo y castigo a los que amo.”

Ella está pobre, está ciega, está desnuda. Pobre, ciega y desnuda. Cuando viajábamos hasta acá, un hermano nos pasó una revista en que aparece un reportaje a unos telepredicadores … El mundo desnudando, burlándose. Yo no quiero defender a esos pastores, quiero defender a los miles de hermanos nuestros que están esclavizados, que están con grilletes, que están pobres de Cristo, desnudos de Cristo, ciegos de Cristo. ¡Ayúdenos el Señor!

Llamado a una iglesia que tiene el testimonio

Iglesia, tú que tienes el candelero encendido, no dejes de escuchar lo que el Señor te está hablando: “¿Qué van a decir de ti mañana tus hijos? ¿Qué van a decir los hombres que te vieron pasar el testimonio?”. En Hebreos capítulo 11 vemos a los hombres que corrieron la carrera y nos pasaron el testimonio de Cristo. El escritor de Hebreos nos dice luego: “Ahora, despojémonos nosotros de todo peso, y de todo pecado, y corramos con paciencia la carrera que tenemos con el testimonio. Llévalo un poco más allá, llévalo a otro más, lleva el testimonio de Cristo a otro. No te guardes, no te quedes, ¡Sí!, retén las verdades. Que no vengan a ser las verdades mezcladas. Reténlas, pero dad de gracia lo que de gracia habéis recibido. Traspasa el testimonio a otro.

Antes de eso, ora mucho al Señor, y dile: “Dame gracia, dame sabiduría para hablar, ponme en el lugar correcto para proteger a tu iglesia, a tu amada”. Ustedes, los obreros del Señor, el Señor les está hablando: “Cuiden a mi amada, liberen a mi amada”. No es un trabajo fácil. A lo mejor tú, hermano, has criticado. Has criticado que los obreros salen mucho, que les dejan solos. ¿Qué puede decir a eso un obrero? “Yo no quería ir, es más, yo dije: No; estoy cómodo con mis hermanos aquí. Pero el Señor me levantó.”

Supimos de un pastor que tenía una alfombra roja, con un cordel que rodeaba el escenario, así como los dignatarios, y la gente se acercaba en filas para abrazarlo, no traspasando el cordón, y se sacaban una foto. ¡Dos mil pesos la foto! “Es para la obra”, decían. ¿La obra de quién? … La iglesia está ciega. No podemos reprender a los que hacen la fila, porque están ciegos. ¿Qué podríamos decirle a un ciego? ¿Camina, camina? Y si un ciego guía a otro ciego ¿qué se le podría decir? ¡Los dos van a caer! La iglesia está ciega.

¿Qué decir de Europa, hermanos? Ustedes no quieren escuchar de Europa. Es terrible ver “matrimonios” de homosexuales, guiando a 500 personas, y llamándole a eso “iglesia”. ¡Desnuda, desnuda, se han desnudado de los vestidos, y han mostrado las vergüenzas! “¿A quién enviaré?”, pregunta el Señor. Este es el quejido, es el llanto, es el lamento del Señor. “¿Quién irá por mi amada? Yo planté una viña, dice, pero hicieron pedazos mi viña”. Esto es lo que vio Ezequiel: “Estoy atónito, atónito.”

La escena final

¡Que resuene esta proclama!: No por siempre estará caído el justo. ¡Sí, hay un remanente de gracia! ¡Sí, hay un pueblo que se va a levantar! ¡Gloria al Señor! Pareciera que está todo perdido, pero no es así. Porque en el 4:1 mira lo que dice: “Después de esto miré, y vi que había un apuerta abierta … (¡Gloria a Dios!, hay salida. Esa puerta representa otra cosa, no la decadencia. Representa a uno que tenía el aspecto como el Hijo del Hombre, lleno de gloria, como refulgente. ¿Quién era?) “… y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas. Y al instante yo estaba en el Espíritu” … (¿Qué es lo que vi?) … “Un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado …” (¡Aleluya, gloria a Dios!) … Del trono salían relámpagos, truenos y voces, delante del trono ardían …” (¡Aleluya ardían, no estaban apagadas!) … Y día y noche, y sin cesar (los cuatro seres vivientes) decían: ¡Santo, santo, santo, es el Señor Dios Todopoderoso. El que era, el que es y El que ha de venir! … Los veinticuatro ancianos se postraron delante del que estaba en el trono y adoraron al que vive por los siglos, y echaron sus coronas delante del trono diciendo: ¡Señor, digno eres de recibir la gloria, y la honra, y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen, y fueron creadas!”

¿Cómo comienza la profecía? Con la gloria de Dios, ¿Y en qué termina? ¡Con la gloria de Dios! No termina en la decadencia de la Iglesia. Él no la lavó para que la fueran a ensuciar. Él no murió para que se fuera a perder. ¡Bendito es el Señor! ¡Aleluya! ¿Cuál es la actitud de una Iglesia profética? ¡Es la Iglesia que sale, que sale! No sólo a soltar los grilletes, porque esa no es la labor final del profeta. No sólo a dejarla libre: es a ponerla frente a la gloria de Dios.

¿Y qué hace la iglesia al final? Se postra ante el trono diciendo: “¡Digno eres tú!”. No es la Iglesia la que dice: “¡Qué cantidad de cosas hemos hecho! ¡Mire cómo están saliendo de nosotros hacia allá! ¡Mire cómo lo conocen a uno!”; es la que le dice: ¡Digno eres Tú Señor!, ¡Digno eres de tomar el poder!, ¡Digno eres de tomar el poder!. Veinticuatro ancianos … la iglesia entera postrada ante el único que recibe gloria ¡Aleluya!, ¡Santo, santo, santo! ¡Aleluya!

David Vidal