Uno de los mayores peligros que enfrenta el cristiano es la inconsciencia de su decadencia espiritual. El profeta Oseas decía de Efraín (Israel): «Devoraron extraños su fuerza, y él no lo supo; y aun canas le han cubierto, y él no lo supo» (7:9). Hay algo que Efraín no sabía. Efraín presumía de muchas cosas, pero no conocía su real condición. Él pensaba que tenía fuerzas, pero extraños lo habían devorado; pensaba que era joven, pero ya le habían salido canas.

Las canas son señal de vejez, de debilitamiento. ¿Cómo no darse cuenta de que han comenzado a salir? G. Campbell Morgan, en su libro «El corazón de Dios», habla acerca de la ‘decadencia inconsciente’: «Con frecuencia no sabemos descubrir por nosotros mismos las señales de decadencia que están patentes a los ojos de los demás, y seguimos en nuestro camino, inconscientes víctimas de una fuerza que se disipa y que llega a estar moral y espiritualmente debilitada, sin saberlo. Estamos ciegos ante las señales que a los ojos de quienes nos miran son evidentes y bien visibles. No hay condición más peligrosa para nuestro bienestar espiritual, que este tipo de decadencia inconsciente».

Pero hay más. Efraín había dicho: «Ciertamente he enriquecido, he hallado riquezas para mí; nadie hallará iniquidad en mí, ni pecado en todos mis trabajos» (Oseas 12:8) Aquí se habla de dos asuntos: de las riquezas, y de la justicia propia. Él cree que las riquezas son producto de su inteligencia o artificio. Pero, ¿es así? El Señor Jesús le dice a una Laodicea presumida. «Tú eres pobre», y agrega: «Te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego». Las verdaderas riquezas consisten en oro, pero no cualquier oro, sino el oro refinado en fuego.

Efraín dice también: «Nadie hallará iniquidad en mí, ni pecado en todos mis trabajos». Efraín ha asumido una postura de justicia propia, muy contraria a la realidad. Opina muy bien de sí mismo, pero Dios ve algo muy diferente. ¡Qué tremenda desgracia es para un hijo de Dios pensar bien de sí mismo cuando el Señor está reprobando su actitud y conducta!

La justicia propia no necesariamente es una postura deliberada y consciente. Bien puede haberse introducido furtivamente en el corazón del creyente. En sus comienzos fue pobre, y se sabía pobre. Se humilló delante de Dios y Dios le tuvo lástima y oyó su clamor, y le concedió riquezas. Luego, se vio engalanado con ricos dones, recibió las alabanzas de todos, y, en su necedad, llegó a pensar que tales dones le habían sido otorgados porque era una clase especial de persona. Y así va surgiendo la justicia propia. Así, una justicia imputada, viene a transformarse en una justicia propia.

Este es el síndrome de Efraín. No es nuevo, ni está circunscrito a un sector determinado de la cristiandad. Ronda constantemente alrededor de todo hijo de Dios, para inducirle a pensar bien de sí y mal de otros. Que el Señor nos libre de tan venenosa actitud y presunción. Que, por la gracia de Dios, seamos hallados libres de tal enfermedad.

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