Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”.

Colosenses 3:4.

Sabemos que debemos tener victoria, así que, cuando nos encontramos con una tentación, tenemos mucho cuidado, y velamos, y oramos. Sentimos que es nuestro deber luchar contra ella y rechazarla, esforzando al máximo nuestra voluntad. Pero ésa no es nuestra victoria. Cristo es nuestra victoria.

No necesitamos fuerza de voluntad y determinación para resistir al tentador. Miramos a Aquel que es nuestra vida: “Señor, esto es asunto tuyo; cuento contigo. La victoria es tuya, y tú, no yo, tendrás el crédito”. Con tanta frecuencia obtenemos una especie de victoria, ¡y todo el mundo lo sabe! La conseguimos nosotros mismos; pero se rompe la comunión y no hay paz.

Muchos de nosotros vivimos en constante temor a la tentación. Sabemos cuánto podemos resistir, pero, por desgracia, no hemos descubierto cuánto puede resistir Cristo. Puedo soportar la tentación hasta cierto punto, pero más allá de ese punto, estoy acabado.

Si dos niños lloran, la madre puede soportarlo, pero si más de dos lloran juntos, se hunde. Sin embargo, en realidad no se trata de si lloran dos niños o tres. Todo es cuestión de si la victoria la obtengo yo o Cristo. Si soy yo, entonces solo puedo soportar a dos. Si es Cristo, no importará si lloran veinte a la vez. Ser llevado por Cristo es quedarse preguntándose después cómo sucedió.

Este es también un asunto que Dios se complace en traernos con una nueva pizca de comprensión. De repente, un día vemos que Cristo es nuestra vida. Ese día todo cambia. Hay un día en que nos vemos en Cristo. Después de eso, nada puede hacer que nos veamos fuera de él. Todo cambia.

También hay un día en que vemos que Cristo dentro de nosotros es nuestra vida. Eso también altera toda nuestra perspectiva. Pueden ser días diferentes con un intervalo entre ellos, o ambos pueden venir juntos. Pero debemos tener ambos; y cuando los tenemos, entonces comenzamos a conocer la plenitud de Cristo, y a maravillarnos de haber sido tan necios hasta ahora como para permanecer pobres en la provisión de Dios.

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