La experiencia de Pablo –lo que hay detrás de las cartas inspiradas, el hombre Pablo, el apóstol, con sus luchas y dolores– está ricamente contenida en la Segunda Epístola a los Corintios. Allí están sus peligros mientras ejerce su ministerio, su agonía mientras escribía la Primera Epístola – incluso sus confesiones íntimas guardadas por catorce años. Pero quisiéramos centrar nuestra atención en el pasaje del capítulo 4, desde el versículo 7 hasta el 13, para revisar su actitud en medio de los sufrimientos.

«Pero tenemos este tesoro en vasos de barro (el tesoro es Cristo; el vaso de barro es Pablo), para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros (en el creyente no hay excelencia, sino lo que tiene de Dios), que estamos (aquí viene un desglose de la experiencia de Pablo) atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos (es decir, viviendo siempre experiencias-límite, como al borde de la catástrofe); llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús (primera mención de la muerte), para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos».

«Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte (segunda mención de la muerte) por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros (tercera mención de la muerte), y en vosotros la vida» (Después de esto –de tanto experimentar la muerte– podría pensarse que Pablo no tiene nada más que hacer, sin embargo, no es así).

«Pero teniendo el mismo espíritu de fe (este es el espíritu, la actitud que lo anima; esta es la clave de su victoria), conforme a lo que está escrito (la Escritura determina la experiencia de Pablo, no sus adversidades): Creí, por lo cual hablé (esta es una cita del Salmo 116:10; Pablo cita solo la mitad; la otra mitad dice: «Estando afligido en gran manera»; es decir, la experiencia de Pablo había sido también la del salmista que lo inspiró), nosotros también creemos, por lo cual también hablamos» (en medio de la muerte que le rodea, Pablo cree y habla).

¿Quedará Pablo detenido en las circunstancias difíciles? ¿Hará una profunda reflexión acerca de por qué él está siendo quebrantado así? ¿Sacará cuentas acerca de si seguir o no dando la batalla? No. Lo que él hace es creer y hablar. Es decir, ignorando lo que da en contra, él atiende la palabra –su alimento, su guía– y la cree. Luego, en conformidad con su llamamiento, anuncia su mensaje.

Por eso, una y otra vez, Pablo pide a las iglesias que oren por él para tener denuedo en la proclamación del mensaje. Nada deberá silenciar la boca de un corazón que ha creído. «Creí, por lo cual hablé», dice el salmista.«Nosotros también creemos, por lo cual también hablamos», agrega Pablo, sumándose a la caravana de fe de tantos y tantos creyentes que en otro tiempo dieron la dura batalla. ¿Qué diremos nosotros? Si también creemos, también hablaremos.

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