Cosas viejas

El temor de Dios

“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Prov.1:7).

En nuestros días el temor a las desgracias, a los accidentes, incendios y aun a la muerte ha reemplazado el temor de Dios. El temor de Dios ha ido desapareciendo del hombre a medida que ha ido dando una explicación científica a lo extraño y sobrenatural. Nuestros antepasados temblaban ante Dios por los temblores y los truenos, porque eran una señal de su desagrado. La indefensión ante la naturaleza bravía le sumía en una sensación de pequeñez y precariedad.

Algo de eso vivimos todavía cuando estamos en el campo, lejos de la civilización, cuando los elementos de la naturaleza se desencadenan. ¡Pero esas experiencias momentáneas no bastan para marcar de temor de Dios el corazón del hombre!

Cuando leemos de Abraham, Isaac y Jacob viviendo en tiendas, como extranjeros y peregrinos, durmiendo a la intemperie bajo las estrellas, oyendo el rugido del león y el alarido de los chacales en la noche, entonces hallamos que el temor de Dios y la obediencia, eran el sustrato de sus almas piadosas, que esperaban en Dios para todo.

Pero hoy reinan la presunción y la soberbia. La abundancia del pan que sobra en la mesa, la luz cegadora en la noche, la música desenfrenada, el show permanente de la TV, nos eximen del lenguaje solemne de la naturaleza, y del santo temor de Dios. Hoy campea la desfachatez, el cinismo del hombre triunfalista y exitoso, que se ríe con desprecio de la fe sencilla de quienes temen a Dios.

¡Oh, que seamos llenos del temor de Dios para no pecar contra Él, y para no flirtear con el pecado! ¡Cómo necesitamos a veces vernos expuestos, inseguros, vulnerables, para andar delante de Dios en santo temor, y agradarle!

Necesitamos el temor de Dios cada día. ¡Oh bendita inseguridad, que nos lleva a esperar en Dios cada día, a buscar en Él todos nuestros recursos! No busquemos librar nuestra alma de la inseguridad y del sano temor. Ellos la mantendrán limpia de toda soberbia y siempre muy cerca de Dios.

Cosas nuevas

Viene, aunque demore un poco

Naamán se sumergió siete veces en el Jordán antes de ser sanado. Israel tuvo que dar siete vueltas a Jericó antes de que cayeran sus muros. Elías oró siete veces antes de que lloviera. David reinó siete años y seis meses sobre Judá antes de ser reconocido como rey por el resto de Israel. Abraham hubo de esperar más de veinte años antes de que naciera el hijo de la promesa. Moisés hubo de esperar cuarenta años antes de que su deseo de salvar a Israel le fuera concedido.

La parábola de la viuda y el juez injusto, en Lucas 18, nos ayuda para entender la necesidad de la espera en nuestras oraciones. Esta parábola concluye diciendo: “¿Y acaso Dios no defenderá la causa de los escogidos, que claman a él día y noche, aunque dilate largo tiempo acerca de ellos?” (Lc. 18:7; Versión Moderna). La Biblia de Jerusalén traduce esta última frase así: “ … y les hace esperar?”. Luego, en el versículo siguiente, dice: “Yo os digo que defenderá su causa presto”.

Este último versículo pareciera contradecir al anterior, pero no es así. Lacueva explica: “La vindicación será rápida y completa, aunque se demore por algún tiempo”.

En efecto, aunque la respuesta viene pronto y completa, no vendrá sin antes tardarse un poco. Sin embargo, muchas oraciones se interrumpen antes de que se complete el tiempo establecido por Dios para enriquecernos con la paciencia de la espera. Las peticiones que le hacemos al Señor conforme a su voluntad, las tenemos, y en ello hemos de mantenernos, pero muchas veces la respuesta viene cuando ya habíamos perdido la esperanza de recibirla, o cuando ya habíamos olvidado el asunto.

Hebreos 6:12 dice que por la fe y la paciencia se heredan las promesas. Cada respuesta de Dios a nuestras oraciones trae un valor añadido, que es la cuota de paciencia que se ha agregado a nuestra estatura espiritual.

Así que, agradezcamos las respuestas concedidas, pero también agradezcamos por la paciencia que se nos permitió ganar en su espera.