Un llamado a la iglesia para que siga en humildad el camino de Cristo.

Entonces los que se habían reunido le preguntaron,diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?».

– Hechos 1:6.

Esta pregunta, aparentemente hecha fuera de lugar, no lo es tanto, dado el curso de todos los acontecimientos vividos por los primeros discípulos, a saber:

a) Conocieron y experimentaron lo que ningún hombre en la historia de la humanidad jamás siquiera se imaginó: convivir la vida de Cristo.

b) Jamás habían escuchado hablar a uno con tanta autoridad y a la vez con tanta simpleza (ningún intelectual de la época le pudo entender).

c) Hasta ese momento no habían visto nunca las maravillas y milagros hechos por un hombre (tan solo sabían de oídas los portentos hechos por los antiguos profetas).

d) Pero lo que terminó por aplastar cualquier otra experiencia anterior, fue ver la resurrección, con cuerpo glorificado, distinto, celestial, del Señor Jesucristo.

Despejadas todas las dudas, recuperada la fe y la esperanza, llegada la normalidad, entonces la pregunta hecha por los que se habían reunido, siguió simplemente la lógica. Nosotros, en el lugar de ellos, habríamos preguntado lo mismo. Más aún, hasta al día de hoy seguimos haciendo preguntas parecidas a estas.

Cuando recibimos la revelación de lo que significa el Cuerpo de Cristo, cuando nos damos cuenta que no existe nada, pero absolutamente nada como la iglesia en este mundo, entonces la lógica nos dice que la iglesia debería ocupar los puestos claves, que deberíamos emitir nuestras opiniones respecto a todos los temas contingentes, que esta sociedad debería escucharnos, que los gobernantes debieran tenernos en cuenta, que somos importantes en las encuestas, que deberíamos postular y tener nuestros propios candidatos, que deberíamos tener una actitud beligerante respecto a la idolatría, que deberíamos exigir los mismos derechos que tienen otros, etc,

¿Qué vio Juan en el capítulo cinco de Apocalipsis?

Juan, el discípulo amado del Señor, preservado hasta el final de los tiempos de la primera iglesia, ya anciano, tuvo experiencias estresantes y agotadoras, llenas de fuertes emociones; sin embargo, fue sustentado por el Espíritu Santo para mostrarle cosas inéditas y muy importantes para la iglesia y su futuro.

«Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo» (v.4). A Juan no le quedó otra alternativa. La impotencia, la incapacidad, la invalidez humana (porque Juan en su fuero interno sabía que el problema no tenía solución, definitivamente no había nadie en todo el universo capaz de abrir el libro y desatar sus sellos). De manera que cuando uno de los ancianos le hace el anuncio «He aquí que el León de la tribu de Judá…» (v.5), debe haberle provocado un cambio brusco en sus emociones. De la tristeza sin esperanza a un gozo indescriptible; de la nada al todo; sí, porque, en definitiva, sí había una solución.

No una solución humana, sino que una divina. Una vez más Dios le sorprendía. Pero sigamos con las sorpresas: ¿Qué es para Juan un león? ¿Qué representa para nosotros un león? Para la civilización contemporánea de Juan, un león representaba la fiereza y el poder. No hay nada más temido que un león hambriento; es respetado por todos los animales. Es un animal que representa la soberanía. (En nuestros días, Inglaterra es representada por un león en su escudo nacional, y se trata de un país históricamente guerrero). De manera que Juan justificaría su gozo pensando: «Por fin al término de la historia humana, el pecado, la inmundicia del hombre, el asesinato de Jesucristo, la represión en contra de la iglesia y de sus santos mártires, etc, son reivindicados por el Señor Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador. De manera que el que mejor lo representa es precisamente un león; fue una elección acertada, el soberano sobre todos. Al fin se hizo justicia; todos estarán a sus pies, desde Satanás y sus huestes de maldad, a todos aquellos que despreciaron a Jesucristo». Así que Juan se apresta a ver a su León, majestuoso y soberano y… ¡nuevamente es sorprendido!, porque lo que vio Juan no fue un león, sino ¡un cordero! Y más aún, no un simple cordero, sino un cordero como inmolado.

¿Como debió ser siempre la iglesia?

Hermanos, ¿cuál es nuestra postura respecto de la iglesia? ¿Cómo es que la iglesia tiene que manifestarse? ¿Como un león o como un cordero inmolado?

Me parece que la postura que debe tener la iglesia en nuestra sociedad debiera ser como la que representa al Señor: la iglesia debe ser como un cordero inmolado.

Nunca, en su historia, la iglesia fue más gloriosa y poderosa que cuando ésta fue perseguida y combatida. Fue invencible, por donde los hermanos iban, revolucionaban en todo su contexto. Y no fue el afán de la iglesia primera aparecer en los estratos poderosos de la sociedad de aquella época. Ninguno de nuestros mártires atesoró nada en esta tierra: su gloria más grande fue luchar por la causa de Jesucristo. Los vituperios de Cristo fueron su estandarte. Como un cordero inmolado derrotaron al imperio romano, el más poderoso jamás existido.

Pregunto: En los tiempos que corren ¿habrá alguno digno de abrir el libro y desatar sus sellos? ¡Sí, sólo la iglesia!

Todos nosotros sabemos que uno de los acontecimientos que restan por ocurrir es que la iglesia sea una, un solo cuerpo. Todos unidos, milagrosamente unidos. Y a partir de ese momento, la iglesia va a adquirir un poder insospechado. Pero no lograremos establecer el Reino de Dios, ni tendremos éxito en nuestra gestión, si no observamos que Dios le dará siempre la victoria a los humildes y mansos de corazón. Dios quiere restaurar su verdadero Israel en este tiempo. No equivoquemos el Camino. Siempre será el Cordero el vencedor.

Sergio Gómez