Traer el arca a la casa es traer a Cristo mismo.

Es muy probable que a esta altura de nuestra vida cristiana, gracias a la bendita formación de la Palabra de Dios, la mayoría de las familias creyentes nos encontremos medianamente ordenadas. Como matrimonio, estamos ambos cónyuges en Cristo y es muy probable que nuestros hijos también. Gracias al Señor, económicamente hemos alcanzado alguna estabilidad, nuestros hijos se están educando bien y, en definitiva, somos y nos vemos como una familia ordenada. Si esto es verdad, es algo que hemos alcanzado en la gracia del Señor y alabamos a Dios por ello.

No obstante, y a pesar de ello, es probable que la mayoría de nosotros –si no todos–, aún sintamos una gran insatisfacción en nuestras vidas. Sentimos que en alguna medida lo tenemos todo y, por tanto, debiéramos sentirnos plenos, sin embargo la realidad es otra. Inexplicablemente sufrimos grados de depresión, experimentamos que nuestros cónyuges no nos pueden dar todo lo que necesitamos, que las cosas que alcanzamos no nos satisfacen como esperábamos. En fin, no nos sentimos plenos ni completos.

Alguien dijo por ahí, que los momentos de depresión no sólo vienen por las derrotas que a veces sufrimos, sino también después de grandes logros. ¿Por qué? Porque muchas veces los logros nos defraudan. El que no tiene dinero piensa: ‘Si tuviera dinero…’, y se hace tal expectativa que, de llegar a cumplirse su deseo, se sentiría de todos modos insatisfecho. Descubre que el dinero no puede darle todo lo que esperaba.

El asunto es el siguiente: No debemos esperar ni de las personas ni de las cosas aquello que sólo Jesucristo nos puede dar. Ni las cosas ni las personas son nuestra plenitud, sólo Jesucristo. Por lo tanto, no esperes de tu marido o esposa o hijos aquello que sólo Jesucristo te puede dar. Sólo Él puede llenarte plenamente. De allí que es urgente que, al igual que David, nos preguntemos: «¿Cómo he de traer a mi casa el arca de Dios?».

El ejemplo del rey David

Lo interesante del rey David fue el momento en que decidió traer el arca de Dios a su casa. En 2 Samuel 5 se nos cuenta la llegada de David al trono y la consolidación de su reino: en los versículos 1-5 David es proclamado rey sobre todo Israel; y en los versículos 6-10 David toma la fortaleza de Sion y conquista Jerusalén.

En los versículos 11-12 Dios confirma a David en su reino al hallar gracia ante los reyes vecinos. En los versículos 13-16 la prosperidad y la bendición de Dios se reflejan en la gran cantidad de hijos que Dios le dio. Y como sello de todo, en los versículos 17-25, Dios le da victoria sobre sus enemigos dos veces.

En resumen, David ha alcanzado la fama, la prosperidad, la bendición, la victoria, etc. En definitiva, lo ha alcanzado todo. No obstante, David no está satisfecho. Algo le falta. Pero ¿qué puede faltarle? ¿Es que acaso puede haber algo mayor y mejor que la fama, que la prosperidad, que los números, que una vida victoriosa? ¿Qué le faltaba a David?

Según 2ª Samuel capítulo 6 a David le faltaba el arca de Dios. ¿Y qué representa este mueble?

Para contestar esta pregunta recordemos brevemente en qué consistía el tabernáculo del Antiguo Testamento. El tabernáculo era la morada de Dios y estaba dividido en tres partes principales. La primera y más externa era el atrio o patio, donde se encontraban dos muebles: El altar de los sacrificios y la fuente de bronce. Luego, en la segunda parte se encontraba el Lugar Santo que contenía, a su vez, tres muebles: El candelero, la mesa de los panes de la proposición y el altar del incienso. En la parte más íntima se encontraba el lugar llamado Santísimo y que contenía como único mueble el arca de Dios.

El lugar Santísimo era, en rigor, la morada de Dios y el arca del pacto lo representaba a él. En términos generales podemos decir que todos los demás muebles representaban la obra de Dios en Cristo. El arca del pacto, en cambio, representaba a Cristo mismo. Los demás muebles simbolizaban lo de él; el arca lo simbolizaba a él mismo. Por lo tanto, cuando David muestra interés y preocupación por el arca de Dios, en el cielo, esto fue interpretado como interés por la persona de Dios mismo.

David, entonces, aunque lo tenía todo, no estaba satisfecho, le faltaba la presencia de Dios. Aunque gozaba de las bendiciones y de las manifestaciones de Dios, David anhelaba su misma presencia. Si Dios no estaba, aunque David lo tuviese todo, sería como no tener nada. Por eso, apenas lo hubo Dios consolidado en su reino, le nació en su corazón traer el arca de Dios a su casa.

El primer intento por traer el arca de Dios a Sion fue todo un fracaso. En lugar de traer vida, el arca produjo muerte. ¡Qué bueno es que el Espíritu Santo haya querido registrar este episodio! Es bueno, porque este primer intento fallido permitió que David se preguntara: «¿Cómo ha de venir a mí el arca de Jehová?» o como dice en el primer libro de las Crónicas: «¿Cómo he de traer a mi casa el arca de Dios?».

Esta pregunta es muy importante, porque sugiere que las buenas intenciones por gozar de la presencia misma de Dios no son suficientes. El solo deseo por ganarlo a él no basta. El punto es éste: Aquel que verdaderamente quiera ganarlo a Él, deberá hacerlo en los términos de él. La presencia de Dios solo puede ‘venir’ a nosotros si buscamos ‘traerla’ a Su manera.

El propósito de Dios

Al hablar, pues, de cómo traer la presencia de Dios a nuestras casas, es fundamental entender el propósito de Dios. Según la carta a los Efesios, Dios nuestro Padre creó todas las cosas (3:9). La carta a los Colosenses revela que Dios creó en, por y para su Hijo todas las cosas (1: 16). Efesios 1:9-10 nos muestra que el propósito eterno de Dios es reunir todas las cosas en Cristo. «Reunir» quiere decir que el deseo de Dios es que Jesucristo sea, no sólo la cabeza de todas las cosas, sino que sea la suma de todas las cosas. Que todas las cosas se resuman en él.

En otras palabras, que él llegue a ser todas las cosas en tu vida: Que él llegue a ser tu santidad, tu felicidad, tu sanidad, tu prosperidad, tu fama, tu bendición, tu sexualidad, tu futuro, tu comida, tu marido, tu esposa, tus hijos, etc.

Por esta causa, el Señor Jesucristo descendió y subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo (Ef. 4:10). Por ello Pablo proclama que Jesucristo es «el todo y en todos» (Col. 3:11). Amén. ¡Bendito sea nuestro Señor Jesucristo!