Una visión sumaria de la grandiosa epístola.

Los santos en Colosas habían comenzado bien, y su progreso había sido bueno, pero estaban en peligro de ser desviados del Señor viviente y del caminar que resulta de la ocupación del alma con él, por la entrada de las doctrinas judaizantes y las filosofías de los gentiles. El apóstol les revela en formas ricas y variadas la plenitud y la suficiencia de Cristo que es el correctivo divino de ese mal.

En esta epístola, el apóstol dice que a él le fue dado el ministerio especial de «anunciar cumplidamente la palabra de Dios» (Col. 1:25), «completar» la revelación de Dios. A él le fue dado revelar, por su ministerio, el más alto de los misterios divinos.

La revelación de Dios brilla más alto a medida que avanza el progreso de las dispensaciones.

Aquí Cristo es visto como la Cabeza y la plenitud de su cuerpo que es la iglesia, integrada por un llamado hacia afuera de judíos y de gentiles, para llegar a ser compañeros miembros de Cristo y coherederos de la gloria. Estos habían sido los secretos del corazón de Dios desde el principio, los más profundos de todos sus consejos de gracia, pero ahora ellos son exteriorizados.

Esta consumación dio carácter especial al ministerio de Pablo. Él fue un ministro del evangelio y también de la iglesia (Col. 1:23-25), y ésta es la última y más elevada revelación de Dios, la más rica en todos los consejos de su gracia.

Como Eva fue la última de todas las obras maravillosas de Dios en la primera creación, así la mujer aquí, el complemento del hombre (Ef. 1: 23), es la corona de toda su obra en gracia, la novia de Apocalipsis 21, que estará en gloria.

Y esta gracia multiforme en todas sus riquezas ahora es manifestada ante principados y potestades en los lugares celestiales, que oyen en maravilloso silencio la historia de esa gracia que este llamamiento de la iglesia ahora está ensayando.

En Colosenses 1, las glorias de Cristo brillan en toda su plenitud. Él es preeminente por todas partes. Su señorío y su plenitud permanecen prominentes, y son dirigidos especialmente a los santos que componen este cuerpo, la iglesia.

Colosenses 2 dice cómo el poder de la cruz ha reunido todo, que el santo es como uno que ha muerto, y así es liberado de esa esfera en la cual el pecado y la carne tienen su dominio. Por lo tanto, ellos no son (sujetándose a preceptos) como hombres que todavía viven en el mundo (verso 20). El «crecimiento que da Dios», que es la fuente de su alimento (verso 19), es celestial y no de las filosofías de la tierra; es espiritual, no de ordenanzas carnales, y Cristo es en ellos la esperanza de gloria.

Colosenses 3 nos habla de un pueblo levantado con Cristo, que es Cabeza y carácter de una nueva creación. Como tales, ellos deben buscar las cosas de arriba, y su conducta debe concordar con su llamamiento, que provee el poder para tal trayectoria. Los preceptos de este capítulo testimonian el llamado celestial y carácter de los santos, porque expresan la virtud moral que está en la doctrina, de modo que ellos la glorifiquen.

La audacia que debe marcar el camino de los santos es estar de acuerdo con su posición celestial: es la osadía adecuada a la dispensación. En épocas anteriores habría sido deshonroso para un judío comer con un gentil; ahora todos son uno en Cristo, y el único Espíritu de Quien se deriva todo fruto lo impregna todo.

Colosenses 4. Las relaciones terrenales así como los impulsos de la conducta moral, deben ser todas purificadas y gobernadas por estas verdades celestiales que moran y que operan en los santos. Los siervos rinden su servicio al Señor y el maestro halla su patrón y ejemplo en su «Maestro celestial». Todo esto honra la doctrina de la epístola, y en las manos del Espíritu está la expresión de su virtud moral.

J.G. Bellet (1795-1864)
Escritor y teólogo asociado al movimiento Plymouth Brethern.