Betania era una aldea ubicada en la ladera oriental del monte de los Olivos, a unos 3 km. de Jerusalén, cerca del camino de Jericó. Externamente era como muchas otras; sin embargo, para el Señor Jesús era muy especial, porque allí moraban Marta, María y Lázaro, sus amigos.

Cuando se tornó más cruda la oposición en Jerusalén hacia el final de su ministerio, se hizo para él más acogedor ese hogar en Betania. Allí había una mujer que se sentaba a sus pies para escucharle con devoción, otra mujer que se preocupaba de atenderle, y su amigo Lázaro. ¡Cuánto solaz habrá encontrado en ese hogar de una modesta aldea! Un remanso de aguas quietas en medio de una tempestuosa y agitada oposición.

Betania significa “Casa de canción” y también “Casa de aflicción”. ¿Contradictorio? No, Betania es ambas cosas. Allí se vivieron momentos sublimes, como la experiencia de la resurrección y el ungimiento de María; y también de gran tristeza, como la muerte del amigo y la resistencia consiguiente de los religiosos. Es la vida con Cristo, que trae siempre consigo la experiencia de la muerte y de la resurrección; donde, sin embargo, la presencia de Cristo lo preside todo, y lo asegura todo.

Betania es un tipo neotestamentario de la iglesia, que, al margen del sistema religioso que Jerusalén representa –con sus múltiples rituales y su rechazo al Señor– se vuelca completamente hacia Cristo. En sencillez y modestia, los corazones de aquellos amigos se convierten en la verdadera casa del Señor. Todo allí se centra en Cristo; todo mira hacia él y en él encuentra su sentido.

Cuando el Señor asciende a los cielos, lo hace desde Betania, vuelto hacia sus amigos y discípulos, y dando la espalda a Jerusalén. “Así volverá, tal como le habéis visto ir”, dijeron aquellos varones de vestiduras blancas. Así, con su rostro vuelto hacia los que le aman, le escuchan y le honran, así volverá.

Se nos dice que hoy Betania es una aldea ruinosa y pobre llamada El-Azariyeh, o Lazariyeh (el pueblo de Lázaro). ¿Cómo no habría de serlo, si el Señor ya no está ahí, y si sus queridos amigos tampoco están? Ruinoso y pobre es todo lugar donde él no está, donde no se escucha su voz ni se percibe su mirada, donde el Señor no es atendido ni amado, donde él no encuentra complacencia.

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