La noche en que fue entregado, el Señor Jesús dijo a los discípulos una sentencia descorazonadora acerca del mundo: «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece» (Jn. 15:19).

El apóstol Juan, cuando escribe casi setenta años después, recuerda estas palabras y en su Primera Epístola toca el tema del mundo, también. Este es un asunto de vital importancia para los cristianos del tiempo del fin. ¿Cuál es la radiografía que hace de él? En el capítulo 2:15 al 17 dice: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre». Por muy bueno y atractivo que el mundo parezca –al menos algunas cosas de él– todo él tiene un signo contrario a Dios.

Juan nos muestra que hay una absoluta disociación entre el mundo y el creyente. El amor del creyente no puede orientarse hacia el mundo y hacia el Padre al mismo tiempo. Todo lo que hay en el mundo es contrario a Dios.

En el capítulo 3, vuelve a tocar el punto, de una manera breve pero contundente: «Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece» (3:13). Es casi lo mismo que el Señor les había dicho aquella noche. Luego, hablando de los falsos profetas, Juan dice que «ellos son del mundo, por eso hablan del mundo, y el mundo los oye» (4:5). No solo el mundo es enemigo de Dios, sino que es aliado de los falsos profetas. Y en el capítulo 5, casi al terminar, el apóstol pareciera darnos el golpe final al decir: «El mundo entero está bajo el maligno» (5:19).

El cristiano se encuentra, pues, como arrojado al mundo, en un ambiente hostil, que le tienta y, a su pesar, le atrae. ¿Cómo podrá vencer en esta lucha aparentemente tan desigual? El capítulo 5 de esta Primera Epístola trae una clave preciosa: «Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (vv. 4-5).

En la tierra hay una embajada de Dios, compuesta por hombres y mujeres que tienen una vida superior. No se trata de una doctrina ni una religión. No se trata tampoco de una técnica que, ejercitada muchas veces pueda perfeccionar al hombre hasta la victoria. Se trata de una vida –que ha nacido de Dios–, que es celestial y victoriosa.

Esta vida tiene la capacidad de vencer, y se expresa en una fe definida que apunta a una persona: «Jesús es el Hijo de Dios». ¿Ha recibido usted esta fe que vence? ¿O simplemente ha creído algunas cosas ambiguas, sin poder ni eficacia, acerca de Jesús? El mundo tiene, ciertamente, muchos recursos para derrotar al cristiano, pero no tiene ninguno para vencer esta fe preciosa que Dios nos ha dado acerca de su Hijo Jesucristo, el Hijo de Dios.

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