La historia de un cristiano en el contexto de la epístola a los Romanos.

Sin duda, la epístola de Pablo a los Romanos constituye un valiosísimo documento que define magistralmente el evangelio que profesamos. Podemos también considerarlo como una guía para nuestro crecimiento en Cristo.

Más aun, a medida que vamos avanzando en el estudio de cada capítulo, podemos discernir cuántas de las verdades en ella contenidas se han cumplido o no en nuestra experiencia cristiana. Somos creyentes, hijos de Dios, salvados por la gracia del Señor desde el momento en que hemos creído en el evangelio, y de esa manera, ya estamos ubicados en el capítulo tres de Romanos. Si estamos andando en la fe y nos alegramos con la experiencia de Abraham, ya estamos en el capítulo 4, y así sucesivamente, esta epístola nos permite conocer nuestro estado espiritual y el de muchos hijos de Dios.

También, si seguimos esta línea de pensamiento, los creyentes de Romanos 3 estarían en la etapa más temprana de su experiencia en Cristo, y quienes estén viviendo y sirviendo coordinadamente en el cuerpo de Cristo que es la iglesia, podrían ser llamados «creyentes» o «hermanos de Romanos 16», maduros, quebrantados en su fuerza natural, capaces de recibir a los más débiles y soportarlos; además, serían hermanos capaces de sostener batallas espirituales y seguir avanzando en los propósitos de Dios.

Apeles

Entre los muchos hermanos y hermanas mencionados en el último capítulo, nos llama la atención la forma como Pablo se refiere a Apeles. Seguramente el apóstol conocía bien la vida y testimonio de este hermano, por tanto puede decir de él, que es un hombre «aprobado en Cristo». Normalmente llamamos«aprobado» a una persona que ha pasado por muchas pruebas y las ha superado; si se tratase de un estudiante regular, diremos que aquel no fracasó a mitad de camino, sino que logró calificar en sus estudios y ahora puede llegar a ser considerado un profesional en el área en que fue formado… es decir, fue aprobado.

¿Qué será, entonces, para nosotros un hombre aprobado en Cristo?

A la luz de las verdades expuestas en los 16 capítulos de Romanos, podemos asumir que un hombre como Apeles (su nombre puede representarnos a cada uno de nosotros), fue «superando etapas» en su vida cristiana.

En primer lugar, nos hará bien como ejercicio, imaginarnos a Apeles como un hombre más de este mundo en tinieblas: negando a Dios, corrupto, atestado de toda injusticia como lo define 1:29. Tal es la condición del hombre caído, del cual todos fuimos parte antes de que la luz de Dios irrumpiese en nuestros corazones. Precisamente aquí parte la eficacia, el poder del evangelio, pues está dirigido, no a personas buenas, correctas o de buen nombre – les incluye por cierto, pues bondadosos y todo, sin Cristo todos estamos perdidos. El evangelio, pues, llega al corazón del hombre, mediante la proclamación o mediante la lectura… y el milagro se produce, la Palabra convence, el corazón se quebranta, el hombre se ve pecador, miserable, necesitado de Dios, y, a la vez, culpable de haberle negado y ofendido. Esta palabra del evangelio contiene así tanto el juicio como la atractiva misericordia que triunfa sobre el corazón más endurecido.

Como un fuego

Las palabras de Juan el Bautista, el precursor, ya fueron pronunciadas con fuego, pues él mismo era una antorcha que ardía y alumbraba (Juan 5:35).

Luego el propio Salvador en persona, viene llamando al arrepentimiento. Reunió multitudes con una palabra que convencía y a la vez les llenaba de esperanza…el reino de los cielos se había acercado, y aquellos hombres no vieron sino una realidad potente en cada sílaba pronunciada por el Señor. Sus almas eran alcanzadas y se convencían de que Sus palabras eran verdad. ¡Como pronunciaría el Señor cada palabra que lograba capturar el corazón de los hombres! El reconocido expositor bíblico G. Campbell Morgan escribió: «La autoridad de Jesús residía y reside en el hecho de que Él decía la verdad pura, eterna, de la cual nadie puede huir. Sus palabras nos sondean, son como una llama de fuego. Deseamos escapar de ellas, pero sabemos que Él está correcto».

Así, podemos imaginarnos a Apeles, un pecador como todos, que oye la verdad pura, eterna, no puede huir de ella –esa palabra es el evangelio–, se siente escrutado, como por una llama de fuego de la cual no consigue escapar.

Bienaventurado el hombre que llega a experimentar esta hermosa crisis que antecede a la genuina conversión, pues bajo tal contrición, al hombre no le queda sino recibir el evangelio, es decir, el perdón de los pecados, mediante el sacrificio de Jesucristo en la cruz, y la inyección de vida del Espíritu Santo. El resultado viene a ser nada menos que un hombre regenerado, de las tinieblas a luz, de muerte a vida. ¡Tal es el poder del bendito evangelio de Jesucristo nuestro Señor!

Nueva vida

Ahora Apeles comienza una nueva vida, es maravillosa, pero es solo el principio de una gran carrera. Extrañamente, Apeles siente que nada ha hecho, solo ha creído lo que ha oído y/o leído acerca de la persona y obra de Cristo. Desde ahora, su vida será como un río que fluye y que solo le conviene dejarse llevar por esa bendita corriente.

Comienza a descubrir que Las Sagradas Escrituras hebreas cobran hermosa vigencia, que lo anticipado en los Salmos se cumple en Cristo, que la doctrina de la gracia era una realidad en los personajes bíblicos de mayor relevancia como Abraham o David, a quienes su fe les fue contada por justicia, o sea, creyeron a Dios y aquello bastó para agradarle. Los capítulos 3 y 4 de Romanos exponen abundantemente este tema.

Apeles entonces descubre el valor de la sangre de Cristo, sabe que Dios el Padre no podrá rechazarle si se acerca ante él limpio y redimido por ella, su conciencia también descansa, pues ya no hay acusaciones por los hechos pasados… ¡Se siente un vencedor!

Sin embargo, hay más todavía: quien le ayudó a convencerse de pecado, justicia y juicio, no fue sino el bendito Espíritu Santo, que ahora le habita, y que ha venido a llenar su corazón con el amor (ágape) de Dios. Ahora Apeles es un hombre que no se avergüenza de ser creyente y se gloría en la esperanza que le conduce a la gloria de su Dios. ¿Es ésta su condición? Entonces, usted es un cristiano de Romanos 5.

Viviendo Romanos

Si consideramos las enseñanzas del libro de Romanos como la historia de la vida espiritual de un hijo de Dios, veremos que quien haya alcanzado en experiencia lo descrito en el capítulo 5, sin duda ha experimentado un cambio radical en su vida. ¿Cómo es o cómo se siente alguien que tenga la experiencia de Romanos 1? El estado espiritual no es sino de muerte, angustia y dolor. Es una persona incapaz de ser verdaderamente feliz, sus alegrías serán pasajeras y sus frustraciones muchas. Pero, si esa misma persona, ahora puede decir que es un bienaventurado (4:7), que tiene paz para con Dios, que está firme en la gracia y se gloría en la esperanza (5:2), que el amor de Dios ha sido derramado en su corazón por el Espíritu Santo que le fue dado (5:5), que reinará en vida, que ha recibido en abundancia la gracia y el don de la justicia (5:17), que por la obediencia de Cristo ha sido constituido justo, escapando así de su herencia adánica (5:19), etc. La experiencia es maravillosa; se necesitarán varios años para asimilar estas riquezas. Muchos cristianos, cuando han llegado a este punto, se sienten tan plenos, tan gozosos, tan seguros, como si nada más necesitasen. Es más, muchos cristianos permanecen aquí en su historia con Dios por el resto de sus vidas.

Avanzando

Sin embargo, la carta continúa, según el parámetro divino; aún hay muchas cumbres que escalar; si la meta es Romanos 16, recién nos acercamos a la mitad del camino.

Los capítulos 6, 7 y 8 contienen elementos no sencillos de comprender, son como una escarpada montaña. Incluso entender estas verdades mentalmente puede ser algo medianamente sencillo, pero vivir en experiencia que hemos muerto al pecado, que nuestro viejo hombre fue crucificado, que hemos muerto con Cristo, que también hemos resucitado con él, etc.

¿Cómo puede una persona asimilar que por una parte está muerto (al pecado) y que por otra está vivo (para Dios)? Ciertamente no es algo que se experimenta con solo oír una vez un mensaje al respecto. Aquí el cristiano, Apeles en nuestro caso (o nosotros), se enfrenta con algunos problemas. Comienza a descubrir que no son solo sus hechos pecaminosos los que lo separaban de la comunión con Dios –aquellos ya fueron limpiados gracias a la sangre de Cristo–, ahora el problema parece ser su propia naturaleza. Los argumentos son abundantes, previendo el Espíritu Santo que no sería fácil para nosotros internalizar una enseñanza tan vital.

Muriendo para vivir

Ahora bien, si el capítulo 6 nos cambia totalmente el esquema de los capítulos anteriores, peor aún es lo que viene en el capítulo 7. «Muertos a la ley». Si se hiciese una encuesta a un número de cristianos de distintos contextos doctrinales, con al menos diez años de convertidos, lo más probable es que la mayoría de ellos nunca ha comprendido cabalmente estos dos importantes capítulos. Muchos llegan a dudar que Romanos 7 sea la experiencia de un renacido; más parece el lenguaje un perdido pecador, un inconverso ignorante de la vida de Dios. ¿Qué es esto de «habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo»(7:4), «ahora estamos libres de la ley, por haber muerto»? (7:6).

Seguramente Apeles vivió este conflicto, cuántas veces habrá debido caminar sin comprenderse a sí mismo, sin comprender a sus hermanos en Cristo. ¿Cómo puede un cristiano llegar a exclamar: «¡Miserable de mí!» (7:24)?

El problema es que si no logramos superar Romanos 5 en la experiencia, nos quedamos en el ABC del evangelio, salvos, pero inmaduros. Hijos de Dios, pero en un estado de permanente infancia. Como si no se lograse el objetivo divino de obtener un pueblo que agrade su corazón. Convengamos que Romanos 6 y 7 no pueden permanecer como tierra desconocida para la mayoría de los cristianos. Romanos 16 está allá adelante, hay que avanzar.

Si Apeles llegó a exclamar: «¡Miserable de mí!», es un buen augurio; el hombre comenzó a llegar «al fin de sí mismo». Ahora comenzamos a comprender que la obra de Dios en Cristo para nosotros incluye no solo el perdón de los pecados, sino también llevarnos con él en su muerte, para terminar con nuestra antigua naturaleza. Entonces la muerte de Cristo vino a ser mi propia muerte, «morimos en él». Dios no nos quiere conformados a Adán, el hombre caído, rebelde, enajenado de Dios, independiente y soberbio. Adán debe morir, solo Cristo debe vivir. Ahora bien, el conflicto por el que inevitablemente pasaremos, es que en la realidad de la experiencia cotidiana, muchas veces aparecemos «muy vivos aún».

Hasta Romanos 5 no había problema: la fe, la gracia, el perdón, el don del Espíritu Santo, todo nos fue dado sin que fuésemos «tocados» – por así decirlo. Ahora aparezco con un cuerpo mortal sujeto a concupiscencias, con un pecado que pretende recuperar a su antiguo esclavo y enseñorearse de él. Me encuentro con que en mí, esto es en mi carne (no se habla de esto en Romanos 5), no mora el bien (7:18), tan solo hay en mí «un querer», pero no «un hacer» el bien que deseo.

Proceso

Nadie piense que este es un proceso fácil, la experiencia ha demostrado reiteradamente que a partir de Romanos 6, el cristiano es tocado en sus fibras más íntimas. Toda apariencia tarde o temprano dará paso a una cruda realidad: a menos que muramos, somos inútiles en la vida y servicio cristiano. Multitudes de cristianos han quedado tristemente a mitad de camino. Apeles debe haber sido testigo, como tú y yo, de una gran cantidad de hermanos que partieron bien, se gozaron con la gracia de Dios, recibieron la palabra de la justificación por la fe, recibieron vida nueva, se alegraron con la esperanza de ver la gloria de Dios… pero su caminar demostró que no estaban dispuestos a tomar su cruz, sucumbieron a la hora de tener que ser quebrantados; ellos nunca llegaron a gemir con angustia un «¡Miserable de mí!». Permanecieron «enteros», firmes en sus buenas intenciones, con un alto concepto de su propia naturaleza, con la efímera gloria de una humana reputación. No siguieron al Maestro, no aborrecieron su carne, se amaron a sí mismos más que a Cristo el Señor.

Sin alternativa

 Más allá de Romanos 6 y 7 está la vida conforme al Espíritu, la victoria sobre la carne y sus pasiones. Hay un andar, un pensar, un ocuparse en las cosas del Espíritu del Señor. Hay una comunión viva con el Espíritu de Dios. Notemos que en Romanos 8 no se enfatiza nada externo, no se está enseñando ciertas normas de conducta, más bien se va profundo a la vida de Dios dentro del creyente, allí donde «el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios». No hay alternativa posible a la crisis de Romanos 7; quienes no han sido entrenados en estas verdades, no avanzan en Cristo; no porque no hagan un estudio bíblico al respecto, pues el mero conocimiento no nos concede la realidad de las cosas espirituales.

Notemos que estos conceptos del «espíritu y de la carne», no se utilizan hasta después de Romanos 5, son algo así como «conceptos nuevos». Esto es porque hasta entonces, solo estábamos conscientes de nuestros pecados cometidos, de los hechos conductuales, sea de palabra o de obra, de los cuales nos estábamos desprendiendo. Ahora, a partir de Romanos 6, «el hombre» comienza a ser tocado, y no podemos negar que se trata de un proceso doloroso. Quizás ahora podemos comenzar a comprender mejor la forma como Pablo define la vida cristiana en Gálatas 2:20: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí».

Aliento

Es muy posible que algún lector esté pasando por una incomprensible crisis. De pronto, ya no siente el mismo gozo del principio, ha intentado hacer las cosas lo mejor posible, ha procurado alejarse de todo cuanto sabe que es dañino o pecaminoso, pero la tentación arrecia, y los fracasos parecen ser inevitables. En vez de avanzar, siente que retrocede; su carne, su yo, sus sentimientos, se hieren con bastante facilidad; en fin, el desaliento viene en aumento, la comunión se dificulta, los amigos escasean. El caminar cristiano se ha puesto pesado, hermano Apeles, ¡la cumbre es escarpada, parece que estamos a punto de resbalar!

Comprendamos, con el socorro del Señor, que es nada menos que SU mano la que está detrás de todo esto. Todo cristiano sincero, que desea avanzar en el Señor, vivirá el fracaso de la energía natural, deberá comprender por experiencia (aquí la doctrina solo cobra un valor informativo) que sin el Señor nada podrá hacer, que deberá abandonarse al Señor y a su Espíritu, sufrir el dolor, más bien la agonía, de las cualidades de la carne, es decir, las que son propias de su naturaleza, sea esto bueno o sea malo. Cuando el Señor trata con nosotros, no solo tiene en cuenta lo ‘malo’ de mí, sino también lo que considero ‘bueno’ de mí mismo.

Con propósito

Cuando aquella «noche oscura del alma» haya pasado, Romanos 8 ya no será una mera predicación linda, ni un buen tema para el sermón más inspirado: será una sólida realidad de victoria. ¿«Más que vencedores»? (8:37), sí, porque la victoria ha sido del Señor – es «por medio de Aquel que nos amó». Los pecados fueron perdonados, Romanos 3 y 4; la carne fue vencida, Romanos 6 y 7; la vida del Espíritu ha venido a tomar su lugar, Romanos 8. Ahora el propósito de Dios se comienza a cumplir.

«Propósito», palabra nueva, que no aparece antes de Romanos 8:28. Ahora comprendemos la razón de ser de tanto conflicto con la carne, el hombre viejo, Adán, o como se le llame. Ahora vemos que Dios todo lo hizo o lo permitió porque tenía este propósito en mente: «…que seamos conformados a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos».

Entonces valió la pena el trato, la meta era mucho más alta de lo que pudimos imaginar. Debíamos ser limpiados, no solo de los pecados cometidos (en plural), sino más aun, del pecado (singular) que moraba en nosotros. Ahora el camino ha quedado expedito, nuestro entendimiento puede ser renovado, ahora podemos pensar con cordura. Ya podemos comenzar a coordinarnos con el resto del cuerpo.

Romanos 12 y 13

¿«Cuerpo»? Otro concepto nuevo. ¡Nada se dijo del cuerpo entre los capítulos 1 y 8 de Romanos! Aún estábamos muy inmaduros, muy «enteros», muy niños; nosotros aun estábamos vivos, dominándolo todo, no podíamos «ver» el cuerpo de Cristo, menos aún podríamos respetar o coordinarnos con el resto del cuerpo… Ya estamos en el capítulo 12, parece que hemos dado un gran salto; Apeles se alegra, su corazón se ensancha, la estrechez ha quedado atrás, la crisis del capítulo 7 fue necesaria, ahora la visión se amplía, en el amor a los hermanos, en el servicio diligente, en el fervor del espíritu (12:10-11). Nos sometemos a las autoridades, desechamos las tinieblas, nos vestimos de Cristo… Ya estamos en Romanos 13… Nuestra vestidura habla de nosotros, si estamos elegantes o harapientos; la ropa es muy vistosa, si nos vestimos de Cristo, si nos escondemos en Cristo. El mundo va a comenzar a verlo a Él formado en nosotros. ¡Qué maravilla!

Recibiéndonos

«Recibid al débil en la fe». Solo uno que es fuerte, maduro, crecido en Cristo, puede obedecer este mandato. Un débil no recibe ni contiene a otro débil. Volvemos a pensar en Apeles… Ahora nuestro hermano ha crecido, se puede esperar mucho de él. Antes, cuando aún conocía solo las verdades hasta Romanos 5, otros debían soportarlo a él. Pero ahora ha crecido, ha superado los apremios de Romanos 6 y 7; aprendió a vivir por el Espíritu Santo; ha cambiado de mentalidad, es un miembro del cuerpo cumpliendo su función; es maduro, es fuerte; puede recibir a quienes Dios ha recibido; no contiende sobre opiniones, sobre días, o sobre comidas; vive para el Señor; no juzga, deja los juicios al Señor (Rom. 14); más aun, soporta las flaquezas de los más débiles, no se agrada a sí mismo (o sea, el «sí mismo» ya no importa).

Apeles ya es un cristiano al nivel de Romanos 15. ¿Qué pasó con el «sí mismo»? Murió, fue sepultado y no resucitó. Otro se levantó, y ese Otro es Cristo morando en Apeles, o podemos decirlo también: ahora ya no vive por sí mismo, dejó de ser él la fuente de su vivir. Ahora la vida de Cristo, la vida del Espíritu se manifiesta en él. Noten la frase contenida dentro del versículo 18 del capítulo 15: «lo que Cristo ha hecho por medio de mí». ¡Que todos lleguemos vivir esa bendita realidad!

Aprobado

Finalmente, llegamos al anhelado capítulo 16. No miremos este capítulo como un conjunto de meros «saludos personales», veamos al cuerpo de Cristo en acción; todos los miembros bendiciéndose unos a otros, cada cual cumpliendo su función. Entre ellos aparece nuestro amigo Apeles. Solo se dice de él:«Aprobado en Cristo». No en sí mismo, no. Apeles ya no está en Adán, está quebrantado en su fuerza natural; se puede ver claramente la obra del Señor en su vida. Ha pasado las estrecheces más grandes, ha permanecido cuando muchos claudicaban en su fe; quemó etapas, maduró, comprendió que el propósito de Dios para con él era muy alto; ahora Cristo es visible en él, y, por tanto, puede vivir corporativamente aportando vida al resto de los santos – y con toda seguridad también al resto de los hombres, llevándoles el simple, pero poderoso evangelio que lo transformó a él. No está entre quienes causan divisiones; está entre quienes libran la buena batalla, confiado en la plena victoria de su Señor por medio de su iglesia.

Apeles ha venido a ser un hombre aprobado en Cristo.

La vida de la iglesia

Romanos nos enseña la gloria del evangelio. El capítulo 16 nos muestra el resultado que el evangelio ha logrado: muchos miembros sirviendo al Señor y sirviéndose unos a otros.

Resulta clave observar las expresiones: «en el Señor … en Cristo». Hasta aquí, casi en toda la epístola no se había mencionado la palabra «iglesia»; podemos concluir entonces, que el evangelio ha tenido como resultado el expresarse en la iglesia, que estaba en el corazón del Señor.

En la iglesia cada miembro tiene su función: unos ayudan, otros colaboran, otros han trabajado mucho, otros han abierto sus casas, otros han hospedado a los apóstoles, otros han expuesto sus vidas por el evangelio, ¡nadie está ocioso!

La riqueza de Romanos 16 es inmensa, son los miembros redimidos por Cristo, vivificados por el Espíritu, que siguiendo a su Señor, alumbran en medio de las tinieblas de este mundo. En fin, ¡es la iglesia!

La victoria del evangelio

Finalmente, esta iglesia recibe la promesa de que «Dios aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies» (16:20). Tal es la iglesia, tal es la obra del Señor. ¡Tal es la gloria del Evangelio!