Hay muchas bendiciones en la Casa de Dios, muchos servicios que son para nuestro consuelo y protección. Pero no debemos olvidar que este es también el lugar para nuestra educación espiritual.

«En cuanto Abram supo que su sobrino estaba cautivo, convocó a trescientos dieciocho hombres adiestrados que habían nacido en su casa, y persiguió a los invasores hasta Dan» (Génesis 14:14, NVI).

La expresión «…hombres adiestrados que habían nacido en su casa» plantea algunas preguntas interesantes. Se refiere a un campamento grande, porque ellos no estaban viviendo en una casa real sino en tiendas. La referencia realmente es a una familia, y es en este sentido que la palabra se usa en el Nuevo Testamento con respecto a la casa de Dios. Nosotros hemos nacido en una casa (Hebreos 3:6), y esta casa designa, sobre todas las otras cosas, un lugar de entrenamiento espiritual y educación.

Cualquiera fuese el entrenamiento de los hombres de Abram, ellos estaban ciertamente adiestrados para la guerra. Nosotros también tenemos que aprender que la Casa de Dios es el lugar de entrenamiento para el conflicto espiritual. La familia de Dios es la vida de comunión de los creyentes: no es un lugar, sino la relación en el Espíritu Santo en el cual hemos nacido de nuevo. Es la esfera de nuestro adiestramiento, para que nosotros no vivamos nuestras vidas sólo en teoría, sino estemos sujetos a la obra disciplinaria del Espíritu Santo.

Hay muchas bendiciones en la Casa de Dios, muchos servicios que son para nuestro bien, nuestro consuelo y nuestra protección. Damos gracias a Dios por ellos, pero no olvidemos que este es también el lugar para nuestra educación espiritual. El entrenamiento espiritual no es académico. Consiste en aprender las lecciones de vida juntos, en compañerismo con otros creyentes, y debido a ello podemos a veces sentir deseos de correr lejos y escapar de tal prueba.

«…hombres adiestrados que habían nacido en su casa». ¿Cuál es el significado del amor si no es una cosa corporativa? ¿Cuál es el significado de paciencia, si no tiene que ver con otras personas? ¿Cuál es el significado de tantas cosas en la vida cristiana si ellas no se encuentran en el contexto de una vida interrelacionada? Es en esta vida comunitaria que nosotros somos probados. Es allí que encontramos nuestra real disciplina y entrenamiento.

«Él convocó a sus hombres adiestrados». Observen por qué él tenía que hacer esto. Lot, su pariente, estaba en un trance desesperado. Hay tan a menudo personas difíciles, constantemente involucrándose a sí mismos y a sus amigos en problemas; hombres torpes, hombres egoístas que priorizan sus propios intereses y buscan su propio placer sin valorar el propósito de Dios. En este tiempo, Lot había sido capturado con toda su familia y posesiones, y llevado por sus enemigos.

Abram podría haberse frotado sus manos y haber dicho: ‘¡Me he librado de esta molestia! ¡Gracias a Dios, se ha ido!’. Pero no hizo eso. Fue para este ‘hermano débil’, este hermano fracasado, este hermano difícil que apenas parecía merecer ayuda, que Abram convocó a sus hombres adiestrados, y no retornó hasta que pudo traer de vuelta a este ‘hermano’ necesitado. Es una lección para nosotros y una indicación de lo que significa llegar a ser un miembro de la casa del Padre.

Difícilmente alguno de nosotros podría juzgar o condenar a Lot, pues de hecho todos nosotros somos personas muy torpes. Todos nosotros somos motivo de problemas para el Señor. Cuán maravilloso es recordar que «…habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13:1, NVI). Es una materia de la familia; aprender a amar así en la Casa de Dios. ¿Ha sentido usted alguna vez que todo sería mejor si sólo algún hermano o hermana difícil se fuera? Esta acción de Abram nos recuerda que la familia en la que estamos siendo entrenados demanda buena voluntad para luchar en favor del compañero creyente más débil.

No es que Abram se hiciera partícipe en los asuntos de Lot. No, él luchó por su hermano fracasado, buscando ganarlo y salvarlo, pero él no tenía nada que ver con Sodoma y su rey. El rey le estaba agradecido por parecerle que apoyaba su causa, pero Abram no participaba de esto. Él rehusó los regalos y la adulación de Sodoma. Se guardó incontaminado del mundo, pero usó su gente adiestrada para ayudar a su familiar. Él mismo estaba en la Casa de Dios y había tenido que aprender lecciones de obediencia y santificación. Nosotros nunca pensamos en Abraham como un hombre luchador, y sin embargo en la vida de fe tenemos que aprender a pelear la buena batalla.

Después que Abram había dejado Ur y entrado en la tierra prometida, él bien podía haber asumido de que había llegado, que desde ahora estaba en el lugar que Dios le había asignado, y podría aspirar a una vida tranquila. También nosotros estamos inclinados a pensar que, una vez que hemos obedecido al Señor y hemos salido en fe, hemos de disfrutar una grata experiencia de sereno contentamiento.

¿No estamos en el lugar del propósito de Dios, de su voluntad y su promesa? Hemos de aprender, como Abram, que la verdad es lo contrario. Estar comprometido con todo el propósito de Dios como un miembro de su casa es comprobar que una dificultad superada sólo significa todavía una mayor a ser enfrentada. El ámbito de los más grandes valores espirituales es el campo de la educación más difícil, la esfera del conflicto más feroz y más persistente.

Parece que todos esos trescientos hombres que habían sido entrenados, fueron llamados para entrar en batalla y perseguir al enemigo. Esta es una de las grandes lecciones que tienen que aprender los que han nacido en la Casa de Dios: la lección de guerra espiritual. Necesitamos ser entrenados en esta materia, porque hay enemigos –enemigos espirituales– que quieren oponerse al propósito de Dios y subyugar al pueblo de Dios. No es sólo tener experiencias, no importa lo profundas que ellas sean. No basta sólo tener historia. Nosotros tenemos que aprender el significado de nuestras experiencias, para poder extraer de nuestra historia las intenciones del Señor. Tenemos que aprender en la Casa de Dios, que es la escuela de la santidad.

Según Pablo, uno de los grandes propósitos de las Escrituras es que podamos saber «cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente» (1ª Tim. 3:15, NVI). Abraham pudo entrenar a otros porque él mismo hubo de aprender severas lecciones. Mientras estaba en Caldea, era diferente, pero ahora él había seguido con Dios y lo que pertenecía a su nueva vida era totalmente diferente a lo de Caldea. En Caldea quizás podía hacer cosas que no podía hacer ahora en la tierra. Si hemos de ser entrenados para enfrentar y conquistar a los enemigos espirituales de los propósitos de Dios, entonces necesitamos que las verdades de la Biblia sean forjadas en nuestra propia experiencia personal, para que ellas lleguen a encarnarse en nosotros. Ninguna instrucción será alguna vez verdadera enseñanza si no se traduce en experiencia. Y es en la Casa de Dios, la comunión de vida de todos los creyentes, que tal experiencia es obtenida.

La tentación es tratar de eludir tal disciplina espiritual, separarse del compañerismo, ignorar las implica-ciones y los grandes valores de ser nacidos y entrenados en la casa de Dios. En lugar de sucumbir a tales tentaciones dividiéndonos y aislándonos, debemos reconocer que para nuestro entrenamiento en las cosas celestiales necesitamos mantener la unidad del Espíritu. El momento llegará, como sucedió en la casa de Abram, cuando un gran desafío de los enemigos de Dios nos convocará a tomar posiciones, para probar el poder de Dios dándonos victoria a través de nuestro Señor Jesucristo, y mucho dependerá de habernos sometido a la disciplina de adiestramiento por el Espíritu Santo y haber sido preparados para el conflicto espiritual por las pruebas que vendrán a nosotros en nuestra vida de compañerismo.

El mismo hecho de que estemos considerando al gran sirviente de Dios, Abraham, enfatiza la necesidad de una fe obediente y perseverante. Hubo tal vez muchas ocasiones para él cuando parecía que, lejos de disfrutar el cumplimiento de esa esperanza basada en el poder de la palabra de Señor, todo se veía como imposible. Pero él siguió creyendo. Sin duda este fue el tipo de entrenamiento que el resto de la casa compartió con él. Y en el caso que nosotros hemos estado considerando, hubo una victoria total y la recuperación completa de lo que estaba aparentemente perdido. Ellos «persiguieron a los invasores hasta Dan». Hicieron más que eso. Volvieron en gran triunfo y nos demostraron la convicción del Nuevo Testamento que «la fe es la victoria que vence al mundo».

Nosotros estamos «en una gran casa» (2 Tim. 2:20-21). Respondamos entonces a la obra de entrenamiento y santificación del Espíritu que nos constituirá en vasos de honra, santificados, dispuestos para el uso del maestro, preparados para toda buena obra.

Traducido de «Toward the Mark», Nov-Dic. 1981.