La vida cristiana tiene un origen, una posición, una identidad y una batalla celestiales.

El evangelio anuncia la buena noticia de que Jesucristo murió, resucitó y fue sentado a la diestra de Dios en los lugares celestiales. Sin embargo, la buena noticia no termina ahí. El evangelio anuncia también que Jesucristo murió por nosotros.

La frase «por nosotros» no solo significa que Cristo murió por culpa nuestra, sino también que Jesucristo murió en nuestro lugar. En efecto, él fue nuestro substituto en la cruz del Calvario. Allí deberíamos haber muerto nosotros, pero él tomó nuestro lugar. Por eso, Pablo se atreve a decir que «si uno murió por todos, luego todos murieron» (2ª Cor. 5:14).

Pero el Señor Jesucristo no solo murió por nosotros, sino que también resucitó por nosotros. Entonces, podemos agregar a lo dicho por Pablo que si uno resucitó por todos, luego todos resucitaron. Esto, no obstante, no es algo que solo podamos inferir de las palabras de Pablo, sino que está afirmado explícitamente por él: «En el cual (en el bautismo) fuisteis también resucitados con él (con Cristo)» (Col. 2:12). «Y juntamente con él nos resucitó» (Ef. 2:6ª). La buena noticia del evangelio es que no solo Jesucristo resucitó; también en él, hemos resucitado nosotros. Él fue nuestro sustituto no solo en la muerte, sino también en la resurrección.

Pero, cuando venimos a la carta de Pablo a los efesios, descubrimos todavía algo más: Que nuestro bendito Señor Jesús también fue exaltado por nosotros. De manera que aquí también podemos decir, siguiendo la sentencia del apóstol Pablo, que si uno fue exaltado por todos, luego todos fueron exaltados. Y en efecto, Pablo, en su carta a los Efesios, mostrando la gloria de la iglesia, declara que Dios «asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (2:6b). Nuestro amado Señor también fue nuestro sustituto en la exaltación. No solo Cristo murió, también morimos nosotros; no solo Cristo resucitó, también resucitamos nosotros; no solo Cristo fue exaltado, también lo fuimos nosotros. En esto consiste la buena noticia del evangelio y la gloria de la iglesia.

Una nueva posición

Pero ¿qué significado tiene para la iglesia el hecho de que estemos sentados en los lugares celestiales con Cristo Jesús? ¿Cómo debiera afectarnos tan gloriosa verdad? Si, según Pablo, cuando Dios nos dio vida juntamente con Cristo, aun estando nosotros muertos en pecados, ese hecho significa para la iglesia que somos salvos por gracia (Ef. 2:5), ¿cuál será entonces la significación espiritual del hecho de nuestra exaltación con Cristo?

Para comenzar a contestar estas preguntas, acudiremos primero a la carta de Pablo a los colosenses. Allí Pablo, después de anunciar nuestra resurrección con Cristo (2:12), exhorta así a los hermanos: «Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las cosas de la tierra» (3:1-2). «Buscad» y «poned la mira» en las cosas de arriba es la enseñanza del apóstol para los colosenses y para nosotros. Pero ¿por qué no debemos buscar y poner la mira en las cosas de la tierra? ¿Acaso no estamos en la tierra? ¿Acaso no estamos en el mundo? Precisamente aquí está la cuestión. Los creyentes están sentados en los lugares celestiales con Cristo Jesús. Y eso significa que han cambiado drásticamente de posición. La posición de la iglesia ya no es terrenal, sino celestial. Aunque ella sigue aquí en la tierra, su ciudadanía está ahora en los cielos (Fil. 3:20). Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Como dijera Jesús: «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (Juan 17:16).

Un nuevo origen

Ahora bien, que nuestro Señor declare que él no es del mundo, es algo que todos entendemos; pero que él diga que nosotros tampoco somos del mundo, es algo que requiere una explicación, o mejor dicho, requiere de revelación. Pues bien, estar sentados con Cristo en los lugares celestiales significa que ahora tenemos un nuevo origen, un nuevo lugar de procedencia. Cuando Jesús le dijo a Nicodemo que «el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3), el texto griego dice literalmente «nacer de lo alto» o «nacer de arriba». ¡Hermanos! La iglesia tiene su origen en los cielos, es celestial, ha nacido de arriba. Esta es la gloria de la iglesia: «El segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales» (1ª Cor. 15:47-48). ¡Aleluya! ¿Lo puedes ver, hermano? No procedemos de la tierra, procedemos del cielo. Nuestro origen está allá, nuestra posición es celestial. Cual el celestial – Cristo – tales también los celestiales.

Si esto te parece asombroso y maravilloso, espera todavía más. Jesús dijo también a Nicodemo: «Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo» (Juan 3:13). Jesús estaba física y geográficamente en la tierra; sin embargo, declaró que simultáneamente estaba en el cielo. Nuestro Señor vivió su vida aquí en la tierra, pero desde el cielo. Él era un celestial entre los terrenales. De la misma manera nosotros, hemos sido enviados al mundo (Juan 17:18). ¡Hermanos! Los creyentes no somos gente que va al cielo. No, somos gente que volverá al cielo. Somos gente que descendió del cielo y que fue enviada al mundo, al igual que nuestro Señor. Y cuando un día lleguemos al cielo, no será otra cosa que nuestro regreso a casa. Como dijera Jesús: «Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre» (Juan 16:28).

Una nueva identidad

La iglesia tiene, pues, un nuevo origen, una nueva posición. Esta posición no es en Adán, sino en Cristo; no es terrenal, sino celestial. Sin embargo, esto no es algo que funciona automáticamente; funciona por medio de la fe. De allí el imperativo paulino de poner la mira en las cosas celestiales y buscarlas. Pablo, después de decir que no debemos poner la mira en las cosas de la tierra, afirma la razón de ello: «Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col. 3:3). Con respecto a nuestra vida pasada, adámica, hemos muerto. Ahora, nuestra vida es Cristo (Col. 3:4). Llama la atención, no obstante, que Pablo declare que nuestra nueva vida «está escondida con Cristo en Dios». ¿Por qué dicha expresión? ¿Cuál es la causa de ella? Porque nuestra nueva vida está escondida en Dios en los lugares celestiales. Hay, pues, que entrar a estas habitaciones celestiales y descubrirla. Hay que descubrir nuestra nueva identidad y lo que ella significa. Allí el Señor nos dará a comer del maná «escondido» (Apoc. 2:17). Allí ha de sernos revelado nuestro nuevo y verdadero padre, el Padre celestial; allí hemos de descubrir nuestro hermano mayor, el Señor Jesucristo; allí se nos dará a conocer nuestra nueva familia, la familia de Dios; y allí deberemos asumir nuestra nueva identidad de hijos de Dios.

Los lugares celestiales en Efesios

Volvamos ahora a Efesios para completar las respuestas a las preguntas que nos planteamos anteriormente. Cabe observar que en Efesios la expresión «lugares celestiales» aparece cinco veces en toda la epístola.

En primer lugar, en Efesios 1:3, cuando dice que Dios «nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo». En Cristo –que está exaltado en lugares celestiales– el Padre nos ha bendecido (tiempo pasado) con toda bendición espiritual.

Conviene enfatizar que las bendiciones son de carácter espiritual. Digo esto, porque nuestra mente carnal tiende permanentemente a interpretar las bendiciones de Dios en términos materiales y terrenales. Pero las bendiciones que nos han sido dadas en las despensas celestiales son espirituales, porque éstas son las verdaderas y las eternas. Las cosas materiales, en cambio, son pasajeras y temporales. Por lo tanto, si entras a las despensas celestiales no encontrarás autos, ni casas, ni éxito. Lo que encontrarás son joyas de un valor infinitamente mayor, como estas: «Según nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo» (Ef.1:4); «En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo» (Ef. 1:5); «En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (Ef. 1:7).«Dándonos a conocer el misterio de su voluntad» (Ef. 1:9); «En él asimismo tuvimos herencia» (Ef. 1:11); «Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa» (Ef. 1:13b); «El Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia» (Ef. 1:14a).

En segundo lugar, en el 1:20, cuando Pablo declara que la fuerza del poder de Dios «operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales». Luego, en Ef. 2:6, la expresión que es objeto de este estudio: «Y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús». En el 1:20 es Cristo el que fue sentado; ahora, en el 2:6 somos nosotros los que fuimos sentados juntamente con él.

La cuarta vez que aparece en Efesios la expresión «lugares celestiales», es en el versículo 3:10: «Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales». El mensaje de la iglesia no es solo para los hombres, es también para el mundo angelical. El mensaje es dado a conocer a los hombres en la tierra; pero, a los ángeles, la sabiduría de Dios les es dada a conocer en los lugares celestiales.

El apóstol Pedro revela que estas cosas celestiales que disfruta la iglesia, son objeto de la mirada de los ángeles. Pedro lo dice así: «Cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles» (1ª P. 1:12). Ellos pueden mirarlas, pero no pueden participar de ellas. Ellos las miran con anhelo, pero no las pueden experimentar. Las cosas celestiales son la herencia de la iglesia, no de los ángeles. ¡Esta es tu gloria, iglesia! Pablo dice que la obra que ha hecho Dios en la iglesia, en Cristo, tiene por finalidad «mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Ef. 2:7). A esta escritura podemos agregar: «mostrar» a los hombres en los lugares terrenales y «mostrar» a los principados y potestades en los lugares celestiales.

También, en su carta a los corintios, hablando de los apóstoles y, por extensión, de los ministros en general, Pablo dice: «Me parece a veces que Dios nos ha colocado a nosotros los apóstoles al final de la cola, como reos que marchan al cadalso (patíbulo) detrás de un desfile triunfal, para que el mundo, los ángeles y los hombres nos contemplen» (1ª Cor. 4:9: «La Biblia al Día»). El término «contemplen» en griego es la palabra «teatro», es decir, un lugar para ser vistos por los demás; en este caso, para ser vistos por los ángeles. Pero ¿qué ven ellos? ¿De qué somos hechos espectáculo? De que él nos venció y ahora somos suyos. De que nuestra vida le pertenece y que en nuestro servicio al Señor, somos personas que caminan para dar la vida por él, como si caminásemos al patíbulo.

Enemigos en los lugares celestiales

La quinta y última vez que aparece la expresión «lugares celestiales» en Efesios, es el 6:12: «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes».

La expresión «regiones celestes» es la misma que «lugares celestiales». En efecto, el término griego es el mismo en ambos casos: «Epouranios». A decir verdad, tanto la palabra «lugares» como el término «regiones» son palabras suplidas en español. «Epouranios» significa sencillamente «cielos», o «las celestiales» (referidas a cosas celestiales). Lo interesante de este texto es que afirma que nuestra vida en los lugares celestiales tiene enemigos. Nuestra nueva vida no solo está escondida con Cristo en Dios, sino que también enfrenta enemigos espirituales que atentan contra nuestra búsqueda y toma de posesión de ella.

El Antiguo Testamento nos provee de una figura exacta y preciosa para ilustrar esto. ¿Cuál? La toma de posesión por parte de Israel de la tierra prometida. Ella era la herencia del pueblo de Dios, pero la posesión de la tierra fue resistida por los enemigos que allí se encontraban. El pueblo de Israel debía entrar y tomar posesión de su herencia, sin embargo, antes de ello debía desalojar a sus enemigos.

De la misma manera la iglesia, aunque tiene su herencia en los lugares celestiales en Cristo, debe no obstante mantener firme su posición celestial contra todo enemigo espiritual. Nótese que esta batalla se libra en las regiones celestes, no en la tierra. Pablo es claro al afirmar que nuestra lucha no es contra carne y sangre, es decir, no es contra las personas. Nuestros enemigos no se encuentran aquí en la tierra, sino en los lugares celestiales, y no son de carne y huesos, sino enemigos espirituales.

Pero la buena noticia del evangelio es que Dios ha provisto de una armadura divina a la iglesia para enfrentar esta batalla y, así, mantenernos firmes contra las asechanzas del diablo (Ef. 6:11). El apóstol, siguiendo la figura del soldado romano de su época, ilustra entonces que los creyentes debemos vestirnos con la verdad como cinturón, con la justicia como coraza, con la disposición de proclamar el evangelio de la paz como calzado, con la fe como escudo, con la salvación como casco y con la palabra de Dios como espada (Ef. 6:14-17). Así vestidos, podremos mantenernos firmes en nuestra posición celestial. ¡Esta es tu gloria, iglesia!