Dios es fiel; él no precisa firmar un contrato. Sin embargo, en Su amor, él desciende a nuestro nivel y nos da un nuevo y (aun) mejor pacto.

Lectura: Hebreos 8:6-13.

Cuando viajo entre el pueblo de Dios, puedo  ver que las personas realmente están creciendo en el conocimiento de Dios;  pero, infelizmente, percibo que nuestra vida espiritual no ha crecido en la  misma proporción. Entonces, ante el Señor, quisiera saber cuál es la razón de  eso. Siento que probablemente esto tiene que ver con nuestro fundamento.

Un contrato

Siento  de forma muy profunda que este es un momento en que debemos examinar nuestro  fundamento. Si éste es firme, entonces cuando todas esas cosas sucedan, gracias  a Dios, podremos permanecer y estaremos listos para su regreso. Entonces,  queridos hermanos y hermanas, me gustaría compartir con ustedes algo que es  fundamental para nosotros – la vida en el Nuevo Pacto.

Nosotros  estamos viviendo bajo un nuevo pacto y tenemos que asegurarnos que efectivamente  estamos viviendo en tal pacto de gracia. Cuando leemos la Biblia, hay algo que  nos sorprende, y eso es que a Dios parece que le gusta hacer pactos. No sé si  conocen el sentido de la palabra «pacto», porque en inglés, por lo menos, es  una palabra algo antigua. La palabra moderna para pacto es contrato.  Creo que todos sabemos lo que es un contrato. Por ejemplo, si compras un auto o  una casa, firmas un contrato.

¿Por  qué son necesarios los contratos? Recuerdo a mi abuelo, que era un empresario.  Él construía casas. En su tiempo, cuando se hacía un negocio, no se firmaba un  contrato; todo era de palabra. Y aunque tuvieran que sufrir por eso, ellos  mantenían su palabra. Pero hoy es diferente, porque nuestra palabra no es digna  de confianza. Nosotros podemos prometer algo de forma bellísima, pero no  cumplimos.

No  somos confiables. Por eso hay necesidad de firmar un contrato. Todo es puesto  por escrito: tus responsabilidades, tus deberes y tus privilegios, lo que debes  hacer y lo que no tienes que hacer. Un contrato tiene peso legal. Si tú no  cumples, los tribunales de justicia irán detrás de ti.

Nosotros  no somos dignos de confianza, no se puede confiar en nosotros. Por eso, es muy  extraño que Dios haga un contrato, porque Dios es la Verdad. Todo lo que él  dice, lo hace, y todo lo que él dice, está hecho. Él es el más fiel. No es  necesario que él firme un contrato; podemos confiar en él plenamente.

Por  desgracia, dado que nosotros mismos somos poco confiables, necesitamos alguna  seguridad adicional de parte de Dios, como si su palabra no fuera suficiente.  Nuestra fe es muy pequeña; por eso, nuestro Dios, que nos ama tanto, desciende  a nuestro nivel. Él no solo es fiel; aun más, él hace un juramento. Y con esas  dos cosas él quiere fortalecer nuestra fe, para que podamos creer en él y  confiar en lo que él nos ha dicho. Por esta razón vemos en la Biblia que, desde  el inicio de la humanidad, Dios hizo pactos con el pueblo una y otra vez.

Pactos con los antiguos

En  Génesis capítulos 1 y 2, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y después  de crearlo, le dio dominio; le dio privilegios, pero también le dio  responsabilidades y deberes. Ellos debían guardar el huerto. El jardín de Edén  no tenía muros; por eso, Dios deseaba que el hombre guardase el jardín, pues  había un enemigo fuera, tratando de entrar y arruinar la obra de Dios. Así  descubrimos que al hombre no solo se le dieron privilegios, sino también  responsabilidades.

En  Génesis 1 y 2 no encontramos la palabra «pacto». Pero, al leer Oseas 6:7,  cuando Dios habla a Efraín, dice: «Mas ellos, cual Adán, traspasaron el  pacto». Eso muestra que Dios hizo un pacto con Adán, pero Adán no cumplió  con su parte.

Al  seguir leyendo la Biblia, descubrimos el diluvio. Tras el diluvio, Noé y su  familia salieron del arca y en gratitud a Dios, Noé ofreció un sacrificio. Y  leemos en Génesis capítulo 9 que Dios hizo un pacto con Noé y con sus hijos, y  no solo con el hombre, sino también con los animales. Y en ese pacto, Dios dijo  que nunca más destruiría la tierra con agua. Y para confirmar esto, Dios puso  el arcoíris después de la lluvia. Después que Noé y su familia pasaron por el  diluvio, sus corazones se atemorizarían cada vez que llovía, y por eso Dios los  confortó, y ese pacto permanece hasta hoy. Siempre que llueve, el arcoíris nos  asegura que Dios nunca más destruirá la tierra con agua – pero sabemos que él  destruirá la tierra con fuego.

En  los días de Abraham, el Dios de la gloria se le apareció en Ur de los caldeos.  Abraham le creyó a Dios, salió de allí y fue a Canaán. Dios le prometió que le  daría esa tierra a él y a su descendencia.

Sin  embargo, cuando Abraham era peregrino en la tierra de la promesa, él no tenía  un heredero ni propiedad allí. Entonces en Génesis 15, Dios hace un pacto con  Abraham. Cuando Dios dijo: «Te daré la tierra», Abraham dijo: «Yo no tengo  hijos. ¿Cuál es tu promesa para mí?». Entonces Dios lo llevó a un lugar abierto  donde se veía el cielo estrellado y le preguntó: «¿Puedes contar las estrellas  del cielo? Así será tu descendencia». Y, gracias a Dios, Abraham creyó a Dios,  y le fue contado por justicia.

Cuando  Dios habla acerca de la tierra, vemos que Abraham no podía creerlo, por eso  Dios hace un pacto con él. En aquellos días, cuando se hacía un pacto, mataban  algunos animales, y ponían la mitad de ellos a un lado, y la otra mitad al otro  lado, y los dos participantes del contrato pasaban por en medio de las mitades.

Así  era hecho un pacto, un pacto de sangre; en otras palabras, era un pacto que  tenía vigencia hasta la muerte. Y gracias a Dios, la fe de Abraham fue  fortalecida.

Pactos con Israel

Después  de eso, vemos cómo Dios sacó a los hijos de Israel de Egipto. Cuando el pueblo  llegó al monte Sinaí, en Éxodo 19, Dios hizo un pacto con Israel: «Ahora,  pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi  especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y  vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa».

Sin  embargo, a pesar de que Dios hizo tal pacto con Israel, ellos vagaron en el  desierto cuarenta años, porque no podían creer en Dios. Después de cuarenta  años vagando, Dios llevó a la segunda generación al oriente del Jordán, y allí,  en la tierra de Moab, él hizo otro pacto con Israel. Leemos eso en  Deuteronomio. Y luego, al final del libro, Dios hace otro pacto más con Israel,  un pacto de ley y misericordia, y a causa de ese pacto ellos entraron en  Canaán.

Ya  en la Tierra Prometida, Dios hizo otro pacto. En 2 Samuel 7, David quiso  construir la casa de Dios. Entonces Dios habla al rey a través de Natán. A Dios  le agradó el deseo de David. Pero este hombre de guerra había derramado mucha  sangre, y no podía representar a Dios de manera correcta. Entonces Dios le dice  que su hijo le construiría una casa. Pero Dios dice que primero él le construirá  casa a David. Y ese es el pacto de Dios con David, y con su casa.

Anuncio de un nuevo pacto

Los  hijos de Israel no guardaron la ley; una y otra vez se rebelaron contra Dios.  Dios decidió destruir esa nación, pero antes de destruirla, descubrimos estas  palabras en Jeremías 31:31-32: «He aquí que vienen días, dice Jehová, en los  cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el  pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la  tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto…».

Dios  anuncia aquí un nuevo pacto. Hasta hoy, la nación de Israel aún no disfruta de  este pacto. El nuevo pacto con la casa de Israel se cumplirá en el tiempo del  Reino. O sea, después de que concluya esta era en la que estamos. Cuando llegue  la era del Reino, los hijos de Israel disfrutarán del nuevo pacto. Ellos serán  una nación de sacerdotes, servirán a Dios y serán los primeros de entre las  naciones del mundo.

¿Qué  relación tiene el Antiguo Pacto con nosotros? Romanos 2:14:16: «Porque  cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la  ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de  la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles  o defendiéndoles sus razonamientos,  en  el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme  a mi evangelio».

En  lo que se refiere a las naciones gentiles, aunque Dios no haya hecho un pacto formal  con ellos, la ley de la naturaleza está escrita en sus corazones. En otras  palabras, la ley de Dios está escrita en nuestro corazón, y así nuestra  conciencia nos acusa o nos defiende. Por eso, la Biblia dice que «todos  pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios». ¿Por qué Dios puede  decir eso? Porque, aunque no tengamos la ley escrita exteriormente, tenemos la  ley de la naturaleza dentro de nosotros.

Nuestra  conciencia, antes, estaba en un coma. Porque la conciencia estaba ahí, pero  habíamos pecado tanto, que ella fue silenciada, entró en estado de coma. A  veces, las personas dicen: «Yo soy bueno, hago todo de acuerdo con mi  conciencia». Pero aquella persona puede ser un ladrón, o un estudiante. Cuando  yo era un estudiante, cuando me comparaba con el mundo, yo creía ser una  persona buena. Pero, cuando el Espíritu Santo toca tu conciencia, ahí empiezas  a descubrir cuánto has pecado.

En  China tenemos un dicho: «Cuando un ave está muriendo, su llanto es muy triste;  cuando una persona está muriendo, su conciencia despierta». Recuerdo que,  cuando estaba en la escuela secundaria, yo tenía un compañero que también era  hijo de un pastor. Era un buen muchacho, pero un día enfermó y estaba muriendo.  Entonces, él dijo a sus padres que estaba en tinieblas, porque su conciencia lo  acusaba. Él sabía que no podía ver a Dios cara a cara, pero gracias a Dios,  finalmente él puso su confianza en el Señor Jesús, y él dejó este mundo en paz.

Entonces,  hermanos y hermanas, de cierta manera, todos estamos bajo la ley, pero gracias  a Dios, por su gracia, él nos libertó. Y, ¿cuál es nuestra relación con este  nuevo pacto de la gracia? Porque, al leer Jeremías 31 dice muy claramente que  un día Dios haría un nuevo pacto con la nación de Israel, no con nosotros.  Entonces, ¿cómo nosotros participamos de ese nuevo pacto de la gracia? Gracias  a Dios, nosotros tenemos la mesa del Señor.

La mesa del Señor

La  mesa del Señor es tremendamente significativa para nosotros. Quiero mencionar  solo una cosa. Después de la cena, el Señor Jesús tomó la copa, y en Lucas  22:20, él dice: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros  se derrama». En esa mesa del Señor, Dios nos dio el Nuevo Pacto. «Esta  copa es el nuevo pacto en  mi sangre»,  quiere decir: «Esta sangre del pacto es eficaz y ahora les voy a dar ese nuevo  pacto». Cuando bebes de la copa, eso significa que aceptas el nuevo pacto.

Queridos  hermanos y hermanas, ya no estamos más bajo el Antiguo Pacto de la ley, que nos  condena. Gracias a Dios, nuestro Señor Jesucristo vertió su sangre por  nosotros. Él llevó sobre su cuerpo nuestros pecados y pagó el precio por  nosotros. Ahora, él nos da un nuevo pacto. Entonces, cada vez que recuerdas al  Señor ante la mesa, eso renueva tu fe, sabiendo que no estás más bajo el  Antiguo Pacto de la ley, no estás más bajo condenación; pero ahora estás bajo  el Nuevo Pacto de la gracia, y es en base a ese pacto que Dios va a tratar  contigo y es en esa base que tú también tratas con Dios. Esa es la única manera  en que nosotros como cristianos debemos vivir y a eso llamamos vivir en el  nuevo pacto.

Dicho  de otra forma, el vivir en el nuevo pacto es la vida cristiana normal. ¿Estamos  viviendo la vida cristiana normal? Después que somos salvos, creo que en  nuestro corazón, queremos hacer la voluntad de Dios, queremos agradarle. Ya no  podemos vivir como vivíamos antes.

Hermanos  y hermanas, ¿somos capaces de vivir esa vida cristiana normal? ¿Realmente  sabemos lo que es el nuevo pacto? Permítanme decirlo de otra forma. Hoy, Dios  nunca tratará contigo de acuerdo con el antiguo pacto de la ley; todos sus  tratos contigo son de acuerdo con el nuevo pacto. Él ha hecho un nuevo contrato  contigo, y él dice: «Es de esa forma que voy a tratar contigo; si no es así, no  es mi forma». Y si tú quieres tratar con Dios de cualquier otra forma, estás  fuera de su voluntad.

Hermanos  y hermanas, ¿están claros con respecto a esto? Nuestro fundamento es el nuevo  contrato. Es en esa base que nuestra vida se fundamenta ahora. Y si vives de  esa forma, estás viviendo una vida cristiana normal. ¿Lo entiendes bien ahora?  Si estás claro, ahora tienes que saber qué es exactamente ese nuevo pacto.

Solo tres artículos

Cuando  Dios hace ese contrato con nosotros, no existe «letra chica» en él. Cuando un  hombre quiere hacer un contrato contigo, todavía quiere engañarte; la letra  grande parece fantástica, pero si no lees la letra chica estás en apuros. Pero  con Dios es diferente; cuando él firma contrato contigo, no hay letra chica; no  hay diez mandamientos, no hay estatutos ni ordenanzas, solo tres artículos.

Cuando  lees Jeremías 31:31-34, eso se repite en Hebreos 8:10-12, y ves que es muy  simple. Hebreos 8:10: «Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de  Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de  ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me  serán a mí por pueblo».Este puede ser llamado el artículo del  poder. Luego, versículo 11: «Y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a  su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el  menor hasta el mayor de ellos». Es el artículo del conocimiento. Y el  versículo 12: «Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me  acordaré de sus pecados y de sus iniquidades».Lo llamamos el  artículo del perdón y del olvido.

En  lo que se refiere al propósito de Dios, empieza con el primer artículo, en el  versículo 10; pero en relación a nuestra experiencia, empieza en el versículo  12. En el tabernáculo, la parte más interior es el Lugar Santísimo. Ahí  encuentras el arca de Dios, y sobre el arca está el propiciatorio. Dios habita  sobre el arca, sobre el propiciatorio. Eso es todo lo que hay en el Lugar  Santísimo, y ahí está la presencia de Dios; desde allí habla a su pueblo.

También  hay un velo, y fuera de ese velo está el Lugar Santo, donde los sacerdotes  servían quemando el incienso sobre el altar de oro, encendían el candelero y  colocaban el pan sobre la mesa de los panes de la proposición. Más afuera está  el atrio exterior, un espacio abierto, donde había un altar de bronce. Allí se  hacían los sacrificios, y detrás del altar estaba el lavacro donde los  sacerdotes se lavaban antes de servir.

En  relación al propósito de Dios, este se encuentra en el Lugar Santísimo; pero,  para aproximarte a Dios, tú empiezas por el atrio exterior, a través del altar  de bronce, pasando por el lavacro y eso te habilita para servir a Dios, y  finalmente para entrar a Su presencia. Entonces, en lo relativo al propósito de  Dios empieza en su presencia, conociendo a Dios y su perdón. Pero, en cuanto a  nuestra experiencia, empezamos en el versículo 12, perdón y olvido. Luego  entramos en el Lugar Santo, que significa conocer a Dios para poder servirle, y  finalmente llegamos al Lugar Santísimo para vivir en la presencia de Dios.

Primero: perdón y olvido

Quisiera  considerar estos versículos del punto de vista de nuestra experiencia. Hermanos  y hermanas, yo creo que todos sabemos cómo nuestros pecados son perdonados.  Nosotros éramos injustos delante de Dios. Tal vez pensábamos que hacíamos cosas  buenas, pero en realidad lo que hacíamos estaba mal todo el tiempo. No había  ninguna justicia en nosotros. Habíamos transgredido la ley de Dios, habíamos  ofendido la santidad de Dios y estábamos bajo condenación. Pero, gracias a  Dios, cuando creímos en el Señor Jesús nuestros pecados fueron perdonados.

Pero,  hermanos y hermanas, hay algo más que tenemos que conocer: No solo nuestros  pecados fueron perdonados. Recuerda, Dios los olvidó. Es de esa forma que  nuestros pecados fueron perdonados. Nosotros, los seres humanos, podemos  perdonar a alguien, pero nunca olvidamos. Pero Dios es diferente, cuando él  perdona, olvida. Si vienes a Dios y le cuentas tu pasado, Dios dirá: «No me  acuerdo».

Cuando  yo era un niño, a principios del siglo XX, hubo un movimiento cristiano llamado  ‘el grupo de Oxford’, que se inició en Inglaterra y llegó hasta China. Su  énfasis era de una total entrega, enfatizaba que un cristiano debe ser  realmente absoluto. Ese movimiento llegó a China y los cristianos de la clase  más alta se unieron a él, los abogados, los educadores, y el movimiento terminó  cambiando su nombre por Rearmamento Moral.

Conocí  a un chino de la generación de mi papá, un cristiano muy conocido, que había  escrito libros. Durante la guerra, me encontré con él en el interior de China y  él comenzó a compartir conmigo. Él me dijo que cuando se sentía débil  físicamente, todos sus pecados volvían a su memoria y sentía la necesidad de  confesarlos una y otra vez. Él sentía que debía hacerlo para vivir esa vida  absoluta. Entonces intenté compartir con él, diciéndole: «La sangre del Señor  Jesús nos purificó, y tiene una eficacia eterna. Cuando él perdona, él olvida».  Pero aquel pobre hombre era incapaz de olvidar sus antiguos pecados; toda su  vida se consumía en una lucha contra el pasado. Hermanos y hermanas, espero que  sus vidas sean diferentes.

Aun  entre cristianos, se habla a veces de cómo puedes purificar tu mente recordando  todo desde tu infancia, todos los pecados que has cometido, confesarlos uno a  uno y eso limpiará tu mente. Pero ese no es el camino de Dios. Gracias a Dios,  su salvación es tan perfecta; todos nuestros pecados del pasado fueron  perdonados y fueron olvidados.

Y,  ¿qué decir de los pecados que puedes cometer hoy? ¿Te oprimen la conciencia?  Hermanos y hermanas, ¿qué haremos si tropezamos? ¿Te quedarás postrado? No, te  levantas y continúas caminando. En otras palabras, si de alguna forma  tropiezas, acude al Señor; su sangre es eternamente eficaz. Y si confesamos, él  perdona. Y cuando él perdona, olvida. Entonces tú te levantas y sigues andando.  No permitas que ningún pecado permanezca en tu vida. En el momento en que caes,  confiesas, eres purificado por la sangre de Jesús, te levantas y continúas.

Esa  es la forma de vivir la vida cristiana normal. No necesitas esperar hasta la  noche para confesar tu pecado. En el momento en que caes, confiesas, te  levantas y continúas. Ese es el primer artículo del nuevo pacto. Esto es muy  práctico. ¿Estás practicando eso? Si no lo estás, no serás capaz de vivir la  vida cristiana normal. Entre tú y Dios no debe haber sombra alguna. La sangre  del Señor Jesús es tan preciosa. Cuánto más creces en el Señor, más preciosa es  esa sangre para ti.

Segundo: conociendo al Señor

El  segundo artículo dice que no necesitas que nadie te diga: «Conoce al Señor».  ¿Te sorprende esto? Cuando al principio creíste en el Señor Jesús, querías ser  un cristiano, querías agradar a Dios; pero no sabías cuál es el camino de Dios.  Entonces, como nuevos creyentes, acudimos a un cristiano que lo ha sido por  varios años, y le preguntamos: «Ahora que soy cristiano, ¿puedo hacer esto?  ¿Puedo ir a aquel lugar? Dime lo que debo hacer, y lo haré».

Hermano,  hermana, tú no necesitas un maestro. Todos quieren ser maestros y, aunque no  les preguntes, te van a enseñar. Si les preguntas, con mayor razón, tendrán la  oportunidad de decir lo que tienes que hacer. «Para ser un buen cristiano, todo  lo que tienes que hacer es seguir estas instrucciones». Al principio, cuando  creíste en el Señor Jesucristo, ¿no te dijeron que, como cristiano, tienes que  leer tu Biblia cada día, debes orar todos los días, ir a la iglesia cada  domingo, y que hay ciertos lugares a los que no debes ir y ciertas cosas que no  debes hacer?

Si  necesitamos maestros, hallaremos maestros por todos lados. Serás afortunado si  no encuentras un maestro falso. Pero, aunque encuentres un buen maestro y él te  enseñe, y obedezcas lo que él te dice, ¿ayudará eso a tu vida cristiana? No,  porque estás haciendo algo externo. No hay un contacto entre tú y Dios. Tú no vas  a Dios y buscas su voluntad. Dios no te ha hablado. Todo lo que estás haciendo  es guardar leyes y reglamentos, y eso no es la vida cristiana.

La  vida cristiana es una vida interior. En el tiempo del Antiguo Testamento, la  ley fue dada escrita en piedra. Si no sabías leer, necesitabas que alguien  leyese para ti. Y si no la comprendías, necesitabas que alguien te la enseñara.  «Conoce la ley». La palabra «conoce», en griego, es gnosis, y se refiere  al conocimiento común, y esa es la manera como aprendemos el mundo.

Nuestro  aprendizaje natural viene de afuera hacia adentro, nuestra mente recoge y  almacena información desde el exterior. Eso te hace ser un conocedor. No tiene  nada que ver con tu corazón, ni con el espíritu; todo es un proceso exterior.  Y, aunque sean cosas correctas, son algo muerto; no es el conocimiento vivo de  Dios. Ese es el camino del antiguo pacto, pero no es el camino cristiano.

La  Biblia dice: Sí, tenemos que conocer al Señor, tenemos que conocer su mente,  tenemos que conocer su voluntad para poder obedecerla. Pero, ¿cómo conocerla?  No por enseñanza externa; esa es la forma del antiguo pacto. Pero, ¿cómo es el  conocimiento en el nuevo pacto? Tú conocerás al Señor interiormente, «del  menor hasta el mayor de ellos». Dicho de otra manera, es un conocimiento  intuitivo, un conocimiento directo. La palabra griega es «oida», y se  refiere a un conocimiento interior y directo. Gracias a Dios, después que somos  salvos, nuestro espíritu es renovado y vivificado. Dios es espíritu, y la única  forma de llegar a Dios es mediante el espíritu.

Cuando  el primer cosmonauta ruso fue al espacio, dijo: «Yo fui al espacio, miré, y no  vi a Dios por ninguna parte». Es un sinsentido, porque Dios es espíritu; no lo  verás con tus ojos naturales, necesitas tu espíritu para verlo. Gracias a Dios,  aquellos que fuimos salvos, tenemos un nuevo espíritu, y el Espíritu Santo mora  en nuestro espíritu, y está ahí para enseñarnos todas las cosas.

A  menudo digo que nuestra alma es tan preciosa para Dios, que él nunca le va a  confiar un alma a cualquier persona. Dios confía nuestras almas a su Espíritu  Santo. Y el Espíritu Santo nos enseña intuitivamente. En tu interior, tú  sientes la mente de Dios.

Ahora,  si esto es así, ¿por qué yo estoy aquí hablando? Debieras decir: «Bueno, no  hables más, no necesitamos que estés aquí». Pero la Biblia dice que hay  maestros. ¿Por qué es así? Porque aún estamos en el principio. Nuestro sentido  interior aún no está desarrollado plenamente; necesitamos confirmación y aun  corrección. No seas tan orgulloso de decir: «No necesito a nadie, solo el Señor  me basta». Esto parece muy espiritual, pero en realidad es algo muy propio del  alma. Necesitamos ser suficientemente humildes para recibir la ayuda de  nuestros hermanos y hermanas. Pero, en primer lugar, necesitas acudir a Dios.

Frecuentemente  me entristezco, cuando veo que  el  cristianismo hoy lleva a las personas a una forma exterior, en lugar de  ayudarles a vivir la forma interior.

Cada  vez que tengas un problema, antes de preguntarle a cualquier persona, ve al  Señor esperando su respuesta. Y él te hablará en una forma suave. Es como una  unción que será aplicada sobre ti. En 1a Juan 2:27 dice que tenemos la unción sobre  nosotros.

El  Espíritu Santo es como ese óleo santo que es aplicado sobre tu conciencia, un  óleo que te calma, que es suave, quieto, pero poderoso. Necesitamos aprender la  forma interior de vivir, porque esta es la vida cristiana real. Cuánto más  aprendes de eso, más conoces al Señor. Y ese conocimiento no viene desde  afuera, sino del interior. Una vez que eres salvo, el Espíritu Santo, morando  en tu interior, empieza a enseñarte.

Creo  que todos nosotros tenemos esa experiencia; pero, por desgracia, somos llevados  afuera. Tenemos que saber entonces, la forma real de conocer la mente del Señor.  Acude al Señor, porque todavía somos nuevos, tenemos que ser suficientemente  humildes para obtener confirmación y, a veces, recibir la corrección del cuerpo  de Cristo. Necesitamos los unos de los otros.

Tercero: morando en el Lugar Santísimo

Ahora  tú estás en el Lugar Santísimo y eres capaz de servir a Dios. Pero ahora el  dilema es que conozco la voluntad de Dios, pero no tengo el poder para  cumplirla. Esa fue la experiencia de Pablo en Romanos 7. Él dice: «El querer  el bien está en mí, pero no el hacerlo». Y Pablo pasa por aquella  experiencia profunda, hasta que clama: «¿Quién me librará de este cuerpo de  muerte?». Y entonces él clama en el versículo 25: «Gracias doy a Dios,  por Jesucristo». O sea, yo no puedo, pero él puede; es él quien lo hace. «Para  mí el vivir es Cristo».

Queridos  hermanos y hermanas, ¿qué es la vida cristiana? La vida cristiana es que Cristo  vive en mí. Esta es la única forma de vivir la vida cristiana. Nosotros tenemos  que menguar para que Cristo pueda crecer, hasta que seamos conformados a su  imagen.

Ejemplo de Hudson Taylor

Permítame  usar una ilustración. Los creyentes chinos siempre recordamos al hermano Hudson  Taylor, porque fue el pionero, el primer misionero que abrió el camino al  interior de China. ¡Cuánto sufrimiento soportaron los primeros misioneros en  China! Y nosotros damos gracias a Dios por ellos. Hudson Taylor, el fundador de  la misión al interior de China, trabajó allí para el Señor muchos años. Sin  embargo, él no estaba satisfecho con su vida cristiana, porque veía debilidad  en sí mismo. Él quería descubrir el secreto de la vida cristiana. Ayunó,  estudió las Escrituras y pensó: «Si solo pudiera estar conectado a Cristo, todo  el poder suyo estaría a mi disposición, y así podría yo ser vencedor».

Él  oraba mucho y, en aquellos días, uno de sus colaboradores estaba pasando por  una experiencia similar, y el Señor le abrió los ojos. Aquel hermano le  escribió a Hudson Taylor: «Esta es una cuestión de fe; tienes que creer, y  entonces la vas a experimentar».

Hudson  Taylor trató de creer. ¿Cómo podría ser unido a Cristo? Un día, repentinamente,  el Espíritu Santo le reveló la forma de Dios. El Señor le dijo: «Tú quieres  estar unido a mí, para obtener todo el poder de mí, ¿pero no sabes que ya estás  en mí? Yo soy la vid, tú eres un pámpano. Tú estás intentando ser un pámpano  unido a mí para obtener todo el sustento. ¿Pero sabes tú que ya estás en mí? Tú  estás en mí, y yo estoy en ti».

Hermanos  y hermanas, eso abrió todo su ser. Él dio gracias a Dios. Él estaba unido a  Cristo en forma indisoluble, y Dios era su poder. Todas sus preocupaciones se  fueron. Y, durante la llamada revolución de los bóxers en China, muchos  misioneros fueron asesinados. Hudson Taylor estaba enfermo, en Europa y, cuando  aquellas noticias llegaron, noticias que ningún ser humano podía soportar, sin  embargo, no perturbaron su corazón. Él pudo descansar en el Señor y soportar la  carga sobre sus hombros.

Hermanos  y hermanas, ese es un secreto ahora abierto, para ti y para mí. No más yo, sino  Cristo. Este es el secreto de la vida cristiana. El Señor les bendiga a todos.  Gracias a Dios, él no quiere salvarnos como a rastras. Un hermano dijo: «Si mis  dos pies entran en la ciudad de Dios, ya estoy feliz». Pero ese no es el  pensamiento de Dios. Dios desea que tú entres en la ciudad gloriosamente.  ¡Gloria a Dios!

Síntesis de un  mensaje oral impartido en Santiago de Chile, en septiembre de 2012.