¿Esperamos que nuestra sociedad mejore, o que Dios intervenga?

Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios … Juzgará con justicia a los pobres y argüirá con equidad por los mansos de la tierra … florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz … todos los reyes se postrarán delante de él, todas las naciones le servirán».

– 2 Samuel 23:3; Isaías 11:4; Salmo 72:7-11.

Estamos ya viviendo en pleno año 2000. Con el desarrollo tan amplio de las comunicaciones, el mundo entero ya nos parece que es una aldea global –como dijo alguien (McLuhan, 1911-1980)– anticipando el fenómeno de la globalización. Hoy nos importa tanto lo que ocurre en nuestro país como lo que pueda estar ocurriendo en cualquier parte del mundo.

Escribimos esto desde el sur de Chile, desde los confines de la tierra. Sin embargo, la distancia no nos impide sentir muy cerca la guerrilla colombiana, la hambruna en Etiopía, los conflictos de Indonesia, las matanzas en la región de Cachemira, en Asia, el dolor de los chechenos y kosovares, las angustias de los españoles por los crímenes de la ETA, los conflictos de Irlanda del Norte, y la tensión palestino-israelí, entre otras cosas.

Ante la diversidad y vastedad de estos problemas, que sin duda desconciertan, cabe preguntarse: ¿Para dónde va el mundo? ¿Quién gobierna hoy sus destinos? ¿Podemos abrigar esperanzas de quienes lo dirigen – de sus actuales líderes y gobernantes?

Triste evaluación de los gobiernos

Nuestra región americana se ha caracterizado en los últimos meses por elecciones y cambios de gobierno: Argentina, Chile, Perú, México y Venezuela tienen Presidentes recién elegidos. Estados Unidos se encuentra en plena campaña electoral, y antes de fin de año tendrán nuevo Presidente.

Siempre existe la esperanza de que el nuevo gobernante sea mejor que el anterior. Sin embargo, la historia reciente nos muestra una situación muy distinta: Varios ex-gobernantes terminaron sus períodos enfrentando Tribunales de Justicia, acusados, algunos, de abusos de poder, otros de corrupción (ganancias ilícitas mientras se ejerce un cargo público), o de faltas a la moral. Este problema sume a la población en el desconcierto y la desconfianza. Las esperanzas se marchitan antes de ser concebidas. Así se debate nuestro mundo: Entre la desilusión y la desesperanza.

Parece que este fuera su inexorable destino, mientras sus grandes problemas siguen sin resolverse. Sigue habiendo hambre en el planeta, siguen en pie enfermedades que son verdaderas plagas, avanza con redobladas fuerzas un narcotráfico cada vez más difícil de controlar, la degeneración moral va en aumento, hay guerras y amenazas de guerras en distintos puntos del globo, y el terrorismo todavía tiene espantada a una de las principales naciones de Europa. ¡Parece que el mundo clamara por un gobierno justo que fuera capaz de resolver estos grandes problemas!

Los débiles miran a los poderosos, y éstos siguen sin atacar los problemas de fondo

Dentro del reciente mes de julio se reunieron en la isla japonesa de Okinawa los líderes de los siete países más industrializados del mundo, y Rusia. El grupo de los ocho (G-8) está conformado por: Estados Unidos, Japón, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, Canadá y Rusia. Estos se reúnen de tiempo en tiempo para orientar los destinos del mundo. Ellos son los poderosos de la tierra. Sus decisiones afectarán para bien o para mal a sus seis mil millones de habitantes.

Uno de los principales temas de su agenda fue la extensión de Internet a los países más pobres. Allí firmaron la llamada ‘Carta de Okinawa’ «para una sociedad de la información global, donde expresaron que el acceso a las nuevas tecnologías contribuirá al bienestar de la población mundial» (El Mercurio, Stgo. de Chile, 23 de julio/2000). Seguramente, esta decisión del G-8 cumplirá su objetivo en bien de la humanidad; es innegable que la información puede traer grandes beneficios.

Sin embargo, llama la atención, en este contexto, la protesta de Kewesi Owusu, Coordinador africano (no hay africanos en el G-8) de la organización «Jubilee 2000», la cual fomenta la condonación de la deuda de los países más pobres (tema ausente de la agenda del G-8). Él denunció un hecho mucho más cercano y dramático para esas naciones, al decir: «No podemos comer computadores. La gente está muriendo de hambre».

Además, la organización «Médicos Sin Fronteras», ganadora del Premio Nóbel de la Paz 1999  puso el  dedo en otra gran llaga de las naciones pobres al instar a las naciones poderosas a tomar medidas que abaraten los precios de los medicamentos para los países en desarrollo que luchan contra el VIH (virus que produce el temible SIDA).

Fácilmente podemos concluir que tanto «Médicos Sin Fronteras», como «Jubilee 2000», saben que la solución de la mayoría de los grandes problemas de la población mundial están en manos del G-8, y que sus decisiones podían mitigar el hambre y disminuir el efecto de las enfermedades infecciosas que matan a millones de seres humanos cada año. Ellos saben que las naciones subdesarrolladas no pueden solucionar sus problemas locales, y claman porque estos grandes organismos mundiales (¿anticipos de un gobierno mundial?) les ayuden a solucionar los problemas del hambre y la enfermedad.

¿Hay esperanza en el hombre?

Comprendemos que la mayoría de nuestros actuales gobernantes procuran, dentro de sus grandes limitaciones, hacer lo mejor por sus pueblos. Pero el hombre ha esperado demasiado en el hombre. ¿No será tiempo que el hombre comience a buscar la solución en Dios?

Los que esperamos el retorno triunfante de nuestro Señor Jesucristo a la tierra no confiamos en las promesas de una sociedad más justa o de un mundo mejor. Tenemos la palabra profética más segura, la cual enciende en nuestro corazón una esperanza bienaventurada: «El que ha de venir vendrá y no tardará…» (Hebreos 10:37). Y aunque nuestra voz no sea oída ni recibido nuestro mensaje, tenemos el imperativo de proclamar por todos los medios disponibles lo que hemos visto y oído, tocante a la Persona y obra de nuestro Señor Jesús.

Todo cuanto se profetizó respecto a su primera venida tuvo un pleno cumplimiento. Esto asegura nuestro corazón para esperar que lo que está profetizado para su segunda venida también se cumplirá cabalmente. Tenemos, por tanto, un doble consuelo y una firme convicción de que los tiempos y los plazos se están cumpliendo, y que la segunda venida del Señor es inminente. Esta vez no vendrá como un manso Cordero, sino como Rey de reyes y Señor de señores.

Todo ojo le verá

El evangelista Lucas dice que las gentes «verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria» (21:27). El apóstol Juan dice: «He aquí que viene con las nubes y todo ojo le verá, y los que le traspasaron, y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él» (Apocalipsis 1:7). Por casi dos mil años, millones de cristianos han orado: «Venga tu reino y hágase tu voluntad en la tierra», quizás sin entender lo que se pide. Muchos hoy estamos clamando: «¡Ven, Señor Jesús!».

Si bien hay muchas cosas que deben cumplirse aún respecto a la predicación del evangelio en todo el mundo, el arrebatamiento de la iglesia y el gobierno mundial del anticristo, la venida del Señor Jesucristo afectará la tierra entera. ¿Podemos imaginarnos por un momento a todas las naciones bajo el gobierno justo del Mesías Rey?

Las Sagradas Escrituras nos enseñan que el Señor Jesús era del linaje de David según la carne, de la tribu de Judá, de Israel. Entonces, es justo esperar que se cumpla la profecía de Zacarías 14:4-5;16-17, que dice: «Afirmará sus pies sobre el monte de los Olivos y será Rey sobre toda la tierra; y los sobrevivientes de las naciones que vinieron sobre Jerusalén subirán de año en año a Jerusalén para adorar al Rey».

La paz para Jerusalén

La restauración de la nación de Israel es una viva realidad en nuestros días. Para muchos hoy, el conflicto árabe-israelí no pasa más allá de ser una disputa política de territorios ocupados y de celo religioso. Pero si tenemos un poco de fe, y creemos las palabras del propio Señor Jesús (Mateo 23:37-39), veremos que tal conflicto de gran actualidad en nuestros días, no tiene solución humana posible, y si llegara a tener una salida pacífica, sería un engaño estratégico que no duraría por mucho tiempo. La única y verdadera paz posible para la ciudad de Jerusalén, para toda esa explosiva región, y para el mundo entero, se verificará el día que venga el Príncipe de Paz a establecer allí su trono y beneficiar con su gobierno a toda la tierra. (Salmo 72:8).

El reino justo del Mesías

Entonces se cumplirá la palabra: «Habrá un justo que gobierne entre los hombres». Su gobierno mundial será justo. ¿Podemos imaginar un gobierno mundial sin narcotráfico, sin guerras ni guerrillas, sin hambre y sin plagas, sin mafias, sin crimen organizado, sin gobiernos ni gobernantes corruptos? ¿Un mundo con justicia y equidad? Un solo versículo de la Sagrada Escritura basta para consolar con esperanza a los creyentes que vemos con impotencia sufrir a las víctimas inocentes de las cruentas guerras que se libran hoy en Colombia, en Etiopía, en Chechenia, en Pakistán y algunas regiones de Indonesia: «Él juzgará entre muchos pueblos y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos, y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra» (Miqueas 4:3).

Será un reino poderoso, sin duda. Apocalipsis 19:15 dice que él regirá a las naciones con vara de hierro. La soberbia natural del hombre no admite un gobierno débil o contemplativo. Deberá ser fuerte en extremo. Pero absolutamente confiable: El Rey será justo e incorruptible.

Además, todas las naciones tendrán la oportunidad de ser «enseñados en sus caminos y andar en sus veredas» (Miqueas 4:2). ¿Un mundo andando en los caminos de Dios? Verdaderamente, el reinado universal por mil años de nuestro Señor Jesucristo (Apoc.20:1-6) será más maravilloso de lo que nuestras mentes puedan concebir. «Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová como las aguas cubren el mar» (Habacuc 2:14).

¿Y usted?

Si usted aún no está reconciliado con el Rey que viene, apresúrese a ponerse a cuentas con Él. No cometa el fatal error de despreciar al bendito Salvador que cargó en la cruz todas nuestras culpas. Allí se burlaron de su condición de rey, coronándole con espinas, aun así exclamó: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» (Lucas 23:34-35). Ahora, sabiendo nosotros que el Señor resucitado, ascendido y glorificado, regresará para reinar, no tendremos excusa el día que comparezcamos ante Él.  El Rey viene pronto, y a unos dirá: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino…»  Y a otros dirá: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno…» (Mateo 25:34, 41).

¿De cuál lado estará usted?