DESDE EL GRIEGO

El apóstol Pablo en los capítulos 2 y 3 de su primera carta a los corintios, menciona la existencia de tres clases de hombres: el hombre natural (2:14), el hombre carnal (3:1) y el hombre espiritual (2:15); siquikóssarkikós y neumatikós, respectivamente.

El hombre natural es el hombre siquikós. Este término procede de la palabra griega “siqué” que significa “alma”. Inventando un término, podríamos decir entonces que el hombre natural es un hombre “almático”. Literalmente hablando habría que decir que es un hombre animal, esto es, un hombre que tiene ánima o alma. Esta clase de hombre representa al hombre caído, sin Cristo, que al igual que Adán se quedó solamente en estado de “alma viviente” (1ª Co. 15:45). Según el apóstol Pablo, el hombre siquikós no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios; peor aún, para él son locura. La razón por la cual el hombre natural no puede entender las cosas del Espíritu es porque estas se han de discernir espiritualmente, es decir, se han de juzgar con el Espíritu. Para la mente del siquikós las cosas del Espíritu son necedad y él está imposibilitado de conocerlas. Según Judas, el hombre siquikós (los sensuales) no tiene al Espíritu (v. 19).

El hombre carnal es el hombre sarkikós. Este término proviene de la palabra griega sarx que significa “carne”. Para Pablo esta clase de hombre, a diferencia del hombre natural, sí ha sido regenerado y renovado por el Espíritu Santo (Tito 3:5). No obstante, aún no es un hombre espiritual. Según Pablo, los sarkikós son niños en Cristo (1 Co. 3:1). ¿Qué quiere decir esto? Que, no obstante que han recibido el Espíritu de Dios, todavía andan según la carne y en las fuerzas de la carne. El hombre de Romanos 7, según el versículo catorce, no es el hombre natural, sino el carnal (sarkikós). Este, según el hombre interior, se deleita en la ley de Dios (7:22) y quiere hacer el bien (7:18); sin embargo, no hace el bien que quiere y termina haciendo el mal que no quiere. ¿Dónde está el problema? En esto: el sarkikós quiere agradar a Dios en las pobres fuerzas de su carne. Entre los versículos 7-24 del capítulo siete aparece siete veces mencionado el “yo”. En definitiva, el sarkikós tiene el Espíritu, pero no ha aprendido todavía a andar en el Espíritu. Ha recibido al Espíritu, pero aún es guiado por la carne. En la práctica, los carnales no manifiestan el carácter de Cristo, sino las obras de la carne (1ª Co. 3:3,4).

El hombre espiritual es el hombre neumatikós. Esta expresión viene de la palabra griega neuma que significa “espíritu”. Según Pablo, el hombre espiritual juzga o discierne todas las cosas espiritualmente. Su discernimiento de las cosas resiste cualquier otra clase de juicio adverso porque, en definitiva, el juicio del hombre espiritual representa el pensamiento (gr. Nous) de Cristo. El hombre neumatikós, a diferencia del sarkikós, no trata él de agradar a Dios, sino que más bien se deja guiar por el Espíritu; aprende a andar en el Espíritu y no en sus fuerzas. Por eso, el hombre carnal de Romanos siete encontró la liberación únicamente en esto: En la ley del Espíritu de vida que es en Cristo Jesús (Rm. 8:2). ¡Aleluya! El hombre espiritual puede comunicar algún don espiritual a sus oyentes (Rom. 1:11), siembra lo espiritual en ellos (1ª Co. 9:11); no ignora acerca de los dones espirituales (1ª Co. 12:1); restaura a sus hermanos sorprendidos en alguna falta, con espíritu de mansedumbre (Gál. 6:1); goza y experimenta toda bendición espiritual (Ef. 1:3); sabe cantar al Señor con cánticos espirituales (Col. 3:16); posee sabiduría e inteligencia espiritual (Col. 1:9); y sabe ofrecer a Dios por medio de Jesucristo sacrificios espirituales (1 Ped. 2.5). Amén.