Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Y le buscó Simón, y los que con él estaban; y hallándole, le dijeron: Todos te buscan. Él les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido. Y predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios».

– Marcos 1:35-39.

El Señor Jesús se gozó en predicar y en hacer la voluntad del Padre; pero ese gozo estaba mezclado con dolor, con aflicciones muy grandes. Quienes amamos al Señor y deseamos servirle, no podemos esperar que nos vaya muy bien, en el sentido de que no vayamos a tener aflicciones en este servicio. Los apóstoles las tuvieron, y se consideraron privilegiados de padecer por causa del Señor (Hch. 5:40-41).

Cuando tres mil se convirtieron en un solo día, fue sin duda una gran alegría para los apóstoles. Ellos compartieron la Palabra; el Espíritu Santo estaba allí, haciendo su obra poderosamente. Pero muy pronto ellos se vieron envueltos en fuegos de persecución, llegaron a ser azotados y aun a morir por causa del nombre de su Señor.

El relato que encontramos en Hechos 9:15-16 registra las primeras palabras dirigidas a Saulo de Tarso, quien llegaría a ser el principal apóstol a los gentiles: «El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre».

Gozo y Aflicción

Y del mismo Pablo aprendemos en Colosenses 1:24: «Ahora me gozo en lo que padezco  por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia». El «gozo y las aflicciones» constituyen esa extraña mezcla que caracteriza a los verdaderos siervos del Señor.

El Señor nos está llamando a venir en pos de él, para hacernos pescadores de hombres. Él está haciendo eso. Predicaremos, daremos testimonio de él. Será un gozo cuando alguien reciba nuestras palabras y se convierta. Hay gozo en los cielos cuando un pecador se arrepiente, y la iglesia también se alegrará. Pero no olvidemos que la siembra es con lágrimas (Salmo 126:5-6). Nos consolamos sabiendo que también llegará el regocijo de la cosecha.

Hermanos, podría parecer un poco extraño el mensaje de este día. Porque normalmente nosotros  alentamos a los hermanos a estar siempre gozosos, con júbilo, con alegría, con regocijo. Pero no debemos olvidar que hay aflicciones en este camino, para que no nos parezca extraño cuando, en algún momento, la iglesia pase por aflicciones.

No es extraño que la vida del evangelista incluya padecimientos: «Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal» (Flp. 3:17-19).

Filipenses es la epístola del gozo y del regocijo. Sin embargo, en medio de ella, Pablo habla llorando, porque hay algunos que «son enemigos de la cruz de Cristo».

También encontramos el dolor en Flp. 3:10. ¡Qué capítulo es éste, hermanos! Cuántas veces lo hemos compartido y nos hemos alegrado porque está lleno de tanta riqueza. ¡Qué palabra más hermosa! Cómo Pablo estima como pérdida, todas las cosas, «para ganar a Cristo». Luego agrega: «…a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte…».

¡Qué equilibrado era Pablo! Porque él se llenaba de Cristo; su pasión era el Señor. Era un hombre que sufría por la obra del Señor. Todo lo reunía en Cristo; sacaba a los hermanos de las filosofías y de las huecas sutilezas del hombre, para atraerlos a Cristo, «porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad»«Cristo, vuestra vida», decía él, «…buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col. 3:1). Pero luego dice también que quiere conocerle aun más y llegar a ser participante de sus padecimientos. Y que se goza en lo que padece y cumple en su carne «…lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia» (Col. 1:24).

Nuestros Dolores

Hermanos, ¿por qué sufrimos nosotros? ¿Por qué hay dolores hoy en la obra del Señor? Nosotros no sabemos lo que son las persecuciones por causa del evangelio. En nuestro país aun gozamos de plena libertad para predicar en cualquier esquina, para cantar y proclamar el nombre del Señor. Pero, ¿qué es participar de los padecimientos del Señor? ¿Por qué sufrimos nosotros?

No hay que buscar mucho en el Nuevo Testamento para encontrar respuesta: «Delante de Dios en Cristo hablamos; y todo, muy amados, para vuestra edificación. Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes…» (2ª Cor. 12:19-20).

¡Cuánto tiempo y energía tiene que ocupar el apóstol en las dos epístolas a los corintios y en la carta a los gálatas! «Estoy maravillado, estoy perplejo». «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gál. 4:19).

Amados hermanos, ¿por qué sufrimos los cristianos? ¿Por qué a las iglesias les cuesta tanto avanzar? ¿Acaso no deberíamos muchos ser ya maestros? ¿Cuántos entre nosotros deberíamos tener mayor medida de gracia? ¿Cuántas de nuestras predicaciones deberían ser menos enredadas, más claras, más profundas, más directas, más llenas de Cristo? ¿Cuántas de nuestras intervenciones, de nuestras oraciones, de nuestras administraciones, deberían estar en un nivel más alto?

Hermanos amados, hay dolor en el corazón del Señor cuando no nos entendemos, cuando nos defrauda quien menos imaginamos. Estas son las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia. Los dolores provienen de lo que acabamos de leer: contiendas, envidias, iras, divisiones, murmuraciones. Hay hermanos que provocan las contiendas, que no renuncian a las iras, envidias y divisiones. Falta de Cristo aún; todavía la carne está presente.

Librados de Nosotros Mismos

Una de las verdades compartidas en este lugar es que ni Satanás puede impedir que el propósito de Dios se cumpla; porque el enemigo está vencido. Sin embargo, los únicos que podemos entorpecer la obra de Dios, somos nosotros mismos. Por eso oramos así: ‘Señor, líbranos de nosotros mismos’. Si algún hermano está haciendo esa oración, significa que está madurando, que ha dado un paso adelante en su fe. ¡Oh, si todos tuviésemos revelación de lo que somos nosotros también!

Es una gran alegría escuchar a los hermanos dar gracias al Padre «por habernos revelado a su Hijo». Esto lo cantamos y lo proclamamos en medio de la asamblea de los santos. ¡Gracias por la revelación de Cristo que tenemos! Pero también necesitamos la otra parte – que tengamos revelación de lo peligrosos que somos «en nosotros mismos». Y, a menos que Cristo viva en nosotros, somos un peligro para la obra del Señor. Este es el trabajo del Señor contigo y conmigo. Él quiere llevarnos de gloria en gloria, pero para esto tiene que derribar nuestras propias firmezas naturales.

Tres Grupos

La iglesia, la obra, el servicio al Señor, suele tener tropiezos. Hablando muy directamente, a causa de la experiencia de los años podemos reconocer en las iglesias a tres grupos de hermanos:

1. Quienes provocan los dolores

2. Quienes tropiezan y se debilitan a causa de estos dolores

3. Quienes, sufriendo los agravios, soportan y levantan a quienes los provocaron, al mismo tiempo que deben sobrellevar y animar a quienes se debilitan.

Una breve descripción de estos tres grupos nos ayudará a identificarnos con alguno de ellos. Hay algunos por cuya causa vienen las tristezas. Porque no han sido fieles al Señor, no se han consagrado lo suficiente, han sido duros de corazón, ellos provocan los dolores, escandalizan, dividen, defraudan, desilusionan. No se trata de hermanos que deseen provocar daño a sus hermanos o al testimonio del Señor (lo cual sería en extremo triste), mas bien, no han conseguido madurar o han sido vencidos por algún antiguo problema o debilidad no resuelta.

El segundo grupo de hermanos se debilita a causa de lo que provocaron los primeros, se desalientan. ‘¿Cómo puede pasar esto en la iglesia hermano?, dicen. Al parecer este es el número más amplio. Entonces  el enemigo disfruta, porque comienza a lograr su objetivo de dividir, desanimar y hasta paralizar a los hijos de Dios.

Entonces debe aparecer un tercer grupo. Estos hermanos doblarán sus rodillas y levantarán un clamor: ‘Señor, mira lo que ha acontecido; ten misericordia; mira cómo esto ha traído desaliento sobre otros’. Y tienen que asumir la pesada tarea de levantar a quienes fracasan y reanimar a los que se debilitan.

¿En qué grupo está usted, hermano? ¿Qué le dice el Espíritu del Señor, que todo lo sabe?

Permita el Señor que todos aspiremos a ser vencedores, es decir, que podamos sobreponernos ante cualquier cosa que venga a desanimar a los hijos de Dios. Porque nuestra mirada está puesta en el Señor. Que, mientras muchos se debilitan a causa de las aflicciones que otros provocan, seguimos batallando, corriendo la carrera y guardando la preciosa fe que hemos recibido.

¡Hemos sido despertados por Dios para conocer a su bendito Hijo! Nos reunimos porque hemos visto al Señor; nada impida que alabemos su glorioso Nombre. Permaneceremos unidos con aquellos con quienes Dios nos unió, porque creemos que el Señor está haciendo algo grande, reuniendo a sus escogidos, salvando a los pecadores y edificando su iglesia.

El problema más grande sigue siendo la carne nuestra, que con facilidad oye los susurros del enemigo, y tiene afinidad por las cosas terrenales, por las cosas buenas y también por lo más depravado de la tierra. Hermano, no se engañe. Si alguno está firme, mire que no caiga. Si alguno se siente firme, no por eso se olvide: aun el más espiritual entre nosotros, tendrá que batallar contra su carne y tomar su cruz cada día, y morir, para que la vida de Cristo se manifieste a través de él.

Hermano, la iglesia será tan gloriosa y será tan victoriosa, y ganará a muchos hombres, en la medida que cada uno de nosotros nos enamoremos del Señor y entendamos el propósito por el cual fuimos llamados. Más que en una reunión linda, nuestra mirada está puesta en el autor y consumador de nuestra salvación.

Dios nos unió al uno con el otro. En primer lugar, el Padre nos ha unido a su Hijo. ¡Gloria al Señor! Y eso ya nos saca del mundo y de nosotros mismos. Somos de Jesús; fuimos lavados por la sangre preciosa del Cordero. El Espíritu Santo nos habita. ¡Cristo vive en nosotros! Poderoso es el Señor que tenemos; él sostiene su Casa.

Llenos del Señor, iremos a pescar hombres. Venimos primero en pos de él, para llenarnos de él, para enamorarnos más y más de él, y recibir y asimilar sus palabras.

Atravesando el Valle

Terminemos con esta palabra de consuelo. Salmos 84:5-7. «Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas…» (v. 5). ¿Qué le parece? Aquí no hay inteligencia humana que valga; lo único que importa es si tus fuerzas están o no en el Señor. «…en cuyo corazón están tus caminos. Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques. Irán de poder en poder; verán a Dios en Sion». ¡Qué precioso! Permita el Señor, por su Espíritu, que esta palabra sea realidad de cada uno de nosotros.

Hermano, no se conforme con asistir a las reuniones de la iglesia local; no se conforme con ser un número. Usted tiene que ser un hermano, una hermana, que tiene sus fuerzas en el Señor. Que esto se pueda decir de ti: ‘Mire a este hermano, ¡cómo se ve a Cristo en él! ¡Cómo ha avanzado; es un hombre que tiene sus fuerzas en el Señor. Se ve más de Cristo en él…!’

Porque si en tu corazón están los caminos del Señor, de la abundancia del corazón hablará tu boca. El que murmura, está lleno de murmuraciones; el que chismea, está lleno de amarguras. ¡Que nuestro corazón esté lleno del Señor, para que nuestro tema sea Cristo, su evangelio, su salvación!

¿Y qué hacen estos hombres? Atraviesan el valle de lágrimas, es decir, no se quedan estancados en el valle.

Hermano amado, tenemos que ser capaces de atravesar el valle de lágrimas. ¿Hemos llorado? Sí que hemos llorado. Si tuviésemos que contar nuestra historia, (a veces contamos sólo cosas lindas), tal vez sea mejor contarla desde nuestros fracasos. No sé quien podría decir que nunca ha fracasado; pero, por la misericordia del Señor, estamos aprendiendo a atravesar esos valles.

¿Quedaremos estancados en el valle, o vamos a atravesarlo? ¿Quiénes lo atraviesan? Aquellos que tienen en el Señor su fuerza, y en cuyo corazón están Sus caminos. Amén, hermanos, porque venimos a las reuniones a llenarnos del Señor; vamos a la Escritura, para llenarnos de Cristo; buscamos la comunión, porque queremos más y más de él.

«Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente…». ¿Qué significa eso? No sólo que superamos el problema, sino que, además, el problema sirvió para hacernos madurar, para crecer, para sacar lecciones. Ese problema ahora es una fuente de enseñanza, para que no vuelva a ocurrir, para crecer en experiencia, como cuerpo, delante del Señor. Y Satanás perdió. Cristo ganó. Eso es lo que el Señor quiere.

«… cuando la lluvia llena los estanques». La lluvia viene de arriba; eso ya es sobrenatural. Ya no depende de nosotros, sino del Señor, que se derrama sobre nosotros y nos llena de su Espíritu. Y bebemos de él, y de lo que recibimos de él, eso damos a los demás.

«Irán de poder en poder; verán a Dios en Sion». Hermanos, no esperemos el día de la resurrección para ver al Señor. Veámosle hoy. Veamos, este año, cómo nos libra; veamos al Señor siempre delante de nosotros. Veamos qué propósito tiene el Señor con cada aflicción; y si somos participantes de aflicciones en la iglesia, pensemos: «Estas son las aflicciones de Cristo». Y al participar de ellas nos asociamos más y más con nuestro amado Salvador.

Son los padecimientos de Cristo, porque la iglesia aún no está madura. Participamos de esos padecimientos, diciendo: ‘Señor, sana a tu iglesia’. ¿Hará usted esa oración? Hermanos, busquemos al Señor. Que él sane nuestros corazones, para que ninguna amargura se manifieste, sino que, a través de nuestras vidas, se manifieste la vida poderosa del Señor.

Síntesis de un mensaje compartido en Rucacura 2010.