Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura».

– Hebreos 10:19-22.

Hoy quisiera ilustrar el trabajo y el llamado que está teniendo la iglesia en este día. Quisiera ilustrarlo aquí, en el Lugar Santísimo, en el Lugar Santo y también en el atrio, yendo desde el Lugar Santísimo hacia el atrio.

Intimidad en el Lugar Santísimo

Todos los que estamos aquí, creo que ya estamos en el Lugar Santísimo. Aquel era el lugar donde la presencia de Dios se manifestaba. Era un lugar muy especial; allí habitaba Dios. El único que podía habitar en ese espacio era Dios. Pero sabemos que el Lugar Santísimo, la morada de Dios, es Jesucristo mismo. Dios mora en el Hijo. Por lo tanto, la presencia del Padre está en el Hijo. Y también dice que nosotros estamos en Cristo. En el fondo, nosotros también, como dijo el Señor un día: «…vendremos a él y haremos morada con él». En el fondo, nosotros estamos allí en el Lugar Santísimo.

Cristo es la presencia de Dios, Cristo es la habitación de Dios, Cristo es la morada de Dios, y allí estamos nosotros. Así que el Lugar Santísimo nos habla de la comunión, del estar con él, de la intimidad con él. Allí no hay actividad, no hay trabajo, no hay evangelización. Allí habita la presencia de Dios; allí está la común unión, la unidad, la intimidad con el Señor.

Para que podamos desarrollar las actividades del Lugar Santo y del atrio, lo más importante para un cristiano renacido es, primero que nada, permanecer en la presencia misma del Señor, teniendo comunión con él, amándole, devocionalmente por las mañanas, por las tardes, al mediodía, a toda hora. Para que podamos tener un servicio fructífero, para que nuestro ánimo no se canse hasta desmayar, es muy importante la comunión que podamos tener con el Amado de nuestros corazones.

¡Qué precioso es estar allí! En su presencia, hay plenitud de gozo; al estar en su presencia se conocen los planes maravillosos del Señor; al estar en su presencia, el Señor comunica al corazón lo que ha de hacer, lo que ha de decir; al estar en su presencia, usted y yo, nuestra mirada, nuestra manera de hablar, de tocar, de caminar, reflejarán la gloria del Señor.

Recuerden que cuando Moisés estaba en la presencia del Señor y luego descendía del monte, no se daba cuenta de que su rostro brillaba. Así es todo aquel que permanece en la presencia del Señor. De tal manera que la gente que lo saluda o que le ve, dirá: ‘Algo tiene en su mirada, en su sonrisa, cuando da la mano, cuando bendice fraternalmente. Cuando da una bendición, no son palabras aprendidas, sino parece que sale algo, como fuerza, poder, vida, cariño en sus palabras, tras estar en la presencia del Señor’.

Pero, cuando descuidamos este lugar tan precioso e incomparable, nuestra predicación, nuestro saludo, nuestra mirada, se tornará opaca, porque nuestro corazón estará casi oscurecido, por la falta de la luz de la presencia del Señor en nuestras vidas. Así que, primero que nada, es de suma importancia tener comunión con el Señor; estar con él, amarlo, bendecirlo, adorarlo.

Que no sea sólo un testimonio cantado o proclamado el que Jesús sea nuestro amado y el deseado de nuestros corazones; antes bien, sea una preciosa y bendita realidad. Que no sea sólo un cántico hermoso que Jesús es digno de toda alabanza, sino que usted mismo sea aquel que se está entregando y adorando incondicionalmente al Señor.

¡Oh, Jesús, qué precioso eres, qué bendito eres! Eres el único que puede llenar nuestro corazón, eres el único que satisface nuestra alma. ¡Bendito sea el Señor para siempre! Es digno de que estemos a sus pies cada mañana. Desde el día en que se rompió el velo, entonces hubo libertad para entrar al Lugar Santísimo, y allí permanecer, y allí estar.

En estos días, hemos visto algo en la Escritura. Un hermano nos decía que la Escritura no registra aquí que hay libertad para salir. Sí que hay libertad para entrar. De tal manera que no tenemos opción. Nosotros entramos de una vez y para siempre. Y entramos allí, y permanecemos allí, y estamos allí. No hay libertad para salir. No se anda con libertinaje, diciendo: ‘Voy a salir y voy a entrar’.

El velo roto llama a entrar, porque está abierto y no hay obstáculo. Todo el camino se ha despejado. El velo se rasgó de arriba a abajo. Ahora, usted y yo podemos entrar a cualquier hora. Por la mañana, al mediodía, o por la noche. Bendito sea el Señor, porque gracias a su tremendo sacrificio, gracias a su muerte en el Calvario, gracias a la reconciliación que hizo entre Dios y los hombres, el velo del templo se rasgó, y hoy día sí tenemos libertad para entrar. Y por eso es la invitación que nos dice: ‘Entonces, entra, acércate’. ¿Sabes por qué? Porque ya estás en el Lugar Santísimo. Ya estás allí. Así  pues, lo que tienes que hacer es acercarte más, porque allí estás. ¡Bendito sea el Señor!

Trabajo en el Lugar Santo

Ahora vamos a ver algo del Lugar Santo. Este, figurativamente hablando, es el que mejor ilustra el trabajo de la iglesia como cuerpo de Cristo. Creo que todos conocemos algo acerca de los enseres que había en el Lugar Santo. Había una mesa con los panes de la proposición y había un candelabro. Pero en el centro de ese lugar, frente al Lugar Santísimo, estaba el altar del incienso.

Estos tres utensilios nos hablan del trabajo de la iglesia, del trabajo de los creyentes. Estar en el Lugar Santísimo con él, nos habla de intimidad, y estar en el Lugar Santo, que nos habla de una actividad permanente; no un relajamiento, sino una actividad.

1. Alabanza y Gratitud

Así que, hermanos, volvamos a Hebreos 9:2: «…en la primera parte, llamada el Lugar Santo, estaban el candelabro, la mesa y los panes de la proposición». ¿Qué representa la mesa de los panes? Sobre aquella mesa había doce panes. Estaban allí permanentemente.

Aquello significaba adoración, alabanza, gratitud profunda. Es otra forma de honrar al Señor. En Proverbios 3:9-10 dice que también honremos al Señor con nuestros bienes. De esto nos habla principalmente la mesa con los panes, de la gratitud que tenemos que tener por todo el bien que nos ha hecho el Señor.

En el Lugar Santo siempre hay gratitud; siempre se entra por las puertas con acción de gracias, siempre se alaba al Señor, porque nos ha dado salud, porque nos ha revelado a su Hijo. Si, principalmente porque nos ha revelado todas las cosas concernientes a su Hijo y a su propósito. Allí siempre hay gratitud. La mesa de los panes nos habla principalmente de esta gratitud que tenía el pueblo de Israel al honrar al Señor con sus bienes; del reconocimiento que tenemos que tener por todo el bien recibido.

¿Nos ha bendecido el Señor este año? ¿Te ha faltado un día el pan en la mesa? ¿Ha calzado tus pies y ha dado abrigo a tu cuerpo? ¿Has tenido un lecho donde recostar tu cabeza para dormir? Las tribus de Israel lo tenían muy claro en sus corazones. Es por eso que cada día estaba allí el pan. Ese pan, sin palabras, da un mensaje hacia el cielo. Ellos decían: ‘Estamos muy agradecidos, Señor, por todo lo que tú nos has bendecido. De tu mano lo hemos recibido, y esto mismo que tú nos has dado también lo entregamos a ti’.

Crónicas 29:14 dice: «Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos». Y también en 1ª Corintios 4:7 dice algo parecido: «Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?». La verdad de las cosas, hermanos, es que en el Lugar Santo, la iglesia siempre tendrá que tener un corazón con una devoción, con una alegría, con una acción de gracias, por todo lo que hemos recibido de su misma mano. ¡Bendito sea el Señor!

2. Testimonio hacia el Mundo

Y también estaba el candelabro, que nos habla principalmente de que los cristianos  en  movimiento, en el servicio de la iglesia, en el mundo, en la casa, en el lugar de trabajo, con la sociedad, con los cristianos, con sus familiares, con sus parientes cercanos y lejanos. Ellos tienen un testimonio de luz que dar a las naciones, a las ciudades, a los pueblos.

El candelabro nos habla de luz. A Israel se le dijo que ellos iban a ser luz a las naciones. Y también el Señor nos ha dicho a nosotros: «Vosotros sois la luz del mundo». Es el buen testimonio, ese estilo de vida, esa manera de caminar, de comportarse, de hablar, eso de honrarnos los unos a los otros, eso de amarnos, de considerarnos, de respetarnos, de bendecirnos, de estimularnos al amor y a las buenas obras. Eso de considerar al hermano siempre mayor que nosotros; esta es la forma de dar un buen testimonio. Es ese estilo de vida que el Señor mismo nos enseñó; aquello que los mismos apóstoles nos dicen que imitemos. ¡Oh, que así sea, en el nombre del Señor!

En el Lugar Santo la iglesia siempre tiene que estar ministrando alabanza, adoración, gratitud al Señor. Y en segundo lugar, caminando, dando un buen testimonio y alabando al Señor no sólo con su testimonio, sino con su estilo de vida. Pero lo uno trae lo otro. Para que ardiera el candelabro tenía que haber fuego y tenía que haber aceite. Pero, si no tenemos comunión con el Señor, ¿cómo se encenderá el candelabro? ¿Cómo se encenderá la lámpara si no tiene aceite?

Podemos ser un candelabro y podemos ser una lámpara caminando, pero pudiera ser que no tenga aceite ni tenga fuego. Pudiéramos quedarnos con un testimonio aprendido. Quiero decirles que todos nosotros corremos el riesgo de quedarnos con el conocimiento y con un testimonio aprendido, porque aprendimos y oímos alguna vez decir algo. Pero el testimonio siempre tiene que estar acompañado de esa savia, de ese aceite, de ese fuego del Espíritu. Tal como el apóstol nos enseña y exhorta a que seamos «fervientes en el espíritu», para cantar, para adorar, para bendecir.

Fervientes en espíritu, no significa gritos ni saltos. Podemos ser fervientes en espíritu hasta guardando silencio, pero, por dentro, estar encendidos por el Señor. Que el Señor conceda a toda la iglesia ser vigorosa, firme, estable, que sostenga el testimonio con fidelidad, que busque al Señor, que lo ame, que se entregue delante de él todos los días.

Si hay algo que escasea en medio de nosotros,  y si hemos de esperar que este sea un año fructífero, es buscar al Señor y estar en comunión con él. Me refiero principalmente a la oración. A veces, las reuniones que se citan para otras cosas son muy concurridas. Pero, cuando usted invita a la iglesia a orar, vienen muy pocos hermanos. Esto tiene que hablarnos mucho en estos días. El Señor nos va a hablar mucho de esto, y creo que es la necesidad del tiempo presente en las iglesias.

3. Oración

En el Lugar Santo también estaba el altar del incienso, muy cerca del Lugar Santísimo y relacionado con éste, por causa de lo que se hace o se ministra allí. El altar del incienso nos habla, por lo menos, de tres aspectos: la oración, la alabanza y la intercesión. Así que las tres funciones están allí bien detalladas.

Vamos a hablar con respecto a la oración. ¿Qué es la oración? Oración no es aprenderse de memoria el Padrenuestro de Mateo, y repetirlo. No es aprender una doctrina acerca de la oración y repetirla como un devocional. No es proclamar muchas cosas. La oración tiene que ser fluida, y tiene que ser el Espíritu Santo quien tome el control de sus palabras. La oración es una conversación con Dios; es un hablar con él. Y también es oír.

La oración es una comunicación. Es algo muy precioso, hermoso y noble. Dios está presente. Dios está escuchando lo que usted va a decir. Quizá, usted va a hablar tres palabras, y será suficiente, y el Señor se agradará de ello. ¡Cuántos testimonios hay, que usted seguramente ha leído, en que la oración más corta ha hecho grandes milagros! Hubo ocasiones en que ha bastado una sola expresión, para que el Señor, produzca tremendos portentos y milagros en una oración.

«Te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» (Mat. 11:25-26). ¿Se da cuenta? El Señor nos enseñó a orar. Y la Escritura también nos enseña cómo tenemos que hacerlo. A conversar con el Señor, tener comunicación y comunión con él, y estar de acuerdo con él. Comunión, en el sentido de tener en común las cosas con Dios.

Y en cuanto a la alabanza, allí es mucho más que cantar. Ésta es más bien una oración, un clamor cantado, una alabanza proclamada, que nace del espíritu del hombre, que se une al Espíritu de Dios y lleva la adoración hasta el tercer cielo. Y cuando alcanzamos la cima de la alabanza y la adoración, el Señor Jesucristo es glorificado y queda agradado con la alabanza.

No se trata de ir incluyendo cánticos hermosos relacionados o no con el cielo, o con el Amado, o con la dignidad del Señor. Se trata de que lleguemos a agradar su corazón, a tocar su corazón, a estar con él, a tener un testimonio interior de que, con este cántico, estoy agradando y glorificando el nombre del Señor. Tenemos muchos cánticos que elevar, pero a veces pudiera ser que entonemos uno solo varias veces, hasta llenar el corazón del Señor. ¡Oh, tenemos mucho que aprender! ¡Gracias al Señor por todo lo que ya nos ha enseñado!

El tercer aspecto es la intercesión, el clamor que nace del corazón de alguien que ama a los hombres, que ama a las almas perdidas. Es aquella oración con súplica, con llanto, que trae a los hombres inconversos ante Dios. Es la voz de aquel creyente que se pone entre Dios y los hombres, para decirle: ‘¡Ten misericordia de este pecador! ¡Ten misericordia de mi madre, de mi padre, de mis parientes! ¡Ten misericordia de mis vecinos; mira cómo se pierden! ¡Señor, que no pase este año sin que mi padre, mi madre, mis hijos, se conviertan!

No es un clamor frío; es un clamor ferviente, encendido con el fuego del altar, con el aceite de la lámpara, para orar, interceder, principalmente por los hombres extraviados. Esta es la función de la intercesión por los que no conocen al Señor.

Es muy importante estar en el Lugar Santísimo, es muy importante estar en el Lugar Santo. Pero, ¿sabe?, hay algo que nosotros no estamos acostumbrados a hacer. Es interceder con gemidos indecibles, para que el Señor lleve a cabo su propósito, principalmente con los hombres extraviados. Que por el testimonio de vida de los hermanos, por la conducta, por el estilo de vida, y también por la proclamación del evangelio, y por las oraciones de los hermanos, el Señor permita que muchos se conviertan.

Evangelización en el Atrio

Y también está el lugar del atrio. Allí había dos utensilios: el altar del holocausto y el lavacro o fuente de bronce. Esto nos habla de una actividad que la iglesia tiene fuera de los ámbitos de la iglesia; nos habla principalmente de la redención y la salvación de los hombres.

El altar de bronce está íntimamente relacionado con el perdón y la remisión de los pecados de los hombres. El altar está presente. Hebreos dice que tenemos un altar. Gracias al Señor. El altar era un mueble que tenía cuernos en sus cuatro esquinas, indicando los cuatro puntos de la tierra, y está relacionado también con la encomienda del Señor expresada en Mateo capítulo 28, cuando dice: «Id, y haced discípulos a todas las naciones…». Está relacionado con predicar la Palabra, con traer hombres al Señor, diciéndoles: ‘Hay un altar que está presente, allí está la sangre derramada, el sacrificio de Cristo. Puedes ser salvo, puedes acercarte al Señor’.

Eso es lo que la iglesia tiene que hacer hoy: proclamar, predicar el evangelio. No sólo llamar desde un púlpito en una campaña evangelística; más bien, en este tiempo, hemos de predicar en forma corporativa, con palabras, con la conducta y con todo lo que el Señor nos permita hacer.

La sangre de Cristo está vigente. Lo corrobora el libro de Hebreos, cuando dice. «Tenemos un altar». Y no sólo la sangre está vigente para traer almas y ganarlas, para ser introducidas en el Lugar Santo y el Santísimo, sino también para cada uno de nosotros. «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos…». Allí está la sangre, para perdonarnos una y otra vez.

Los Cuernos del Altar

Quiero terminar con 1 Reyes 1:50-51. «Mas Adonías, temiendo de la presencia de Salomón, se levantó y se fue, y se asió de los cuernos del altar. Y se lo hicieron saber a Salomón, diciendo: He aquí que Adonías tiene miedo del rey Salomón, pues se ha asido de los cuernos del altar, diciendo: Júreme hoy el rey Salomón que no matará a espada a su siervo».

Ahora, quisiera dirigirme a todos los que somos débiles, los que somos frágiles y caemos; aquellos que a veces prometemos y no cumplimos, aquellos que rápidamente nos inclinamos de lo perfecto a lo imperfecto,  debido a aquellas caídas que, durante este último tiempo pudiéramos haber vivido. Y aquí, en este ambiente que el Señor ha preparado, quisiéramos que ningún hermano se sienta lejos del Señor, del Lugar Santísimo, del Lugar Santo.

Quisiera hablar a los hermanos que han caído, a aquellos jóvenes que son frágiles, que tropiezan y caen. Quiero decirles, con todo el amor del Señor, que tenemos un altar que está vigente. Pudiera ser que usted lleve ese nombre de Adonías, y hoy pueda aceptar la invitación del Señor y tomarse de los cuernos del altar. Si a su mente viene una acusación y le dice: ‘Tú no eres digno, eres pecador, y vas a ser castigado’, los cuernos del altar –Cristo– esperan por usted.

Adonías corrió, porque él sabía lo que significaba tomarse de los cuernos del altar. Porque él decía: ‘Si me tomo de aquí y me ve Salomón, aunque tenga una espada, no podrá hacerme daño’. Usted, como hermano,  conoce la vigencia de la sangre de Jesús. Está vigente para los débiles, que somos nosotros; está vigente para los cristianos que caen, que se debilitan y equivocan el camino; pero también, como ya dijimos, está vigente para los hombres no convertidos, a los cuales el Señor nos ha encomendado que prediquemos el evangelio.

Aún no ha venido el Señor. Todavía hay gracia, hay misericordia y perdón. La sangre de Cristo aún cubre, perdona y quita los pecados. ¡Gloria al Señor! Amén.

Síntesis de un mensaje compartido en Rucacura 2010.