Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico, con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.

El diluvio

El diluvio ha dejado su marca en las tradiciones de todos los pueblos antiguos y en la estructura del mismo globo. Los griegos tienen la historia del diluvio tan viva como el relato bíblico. Las inscripciones asirias nos informan de una antigua inundación muy similar al relato del Génesis. Leemos la historia del diluvio también en los rastros de las aguas sobre las rocas de la tierra, de modo que la verdad de esta parte de la historia bíblica está escrita de modo imborrable sobre la piedra.

No es desde el punto de vista histórico, sin embargo, que queremos ver el diluvio aquí, sino simbólicamente, para ver qué verdades más profundas hay bajo la narración. Sería un gran error leer la Biblia sólo simbólicamente; pero es hermoso ver las verdades que se esconden debajo de la historia, y encima y alrededor, como la luz nebulosa que rodea ciertas estrellas con una nube de gloria.

* El diluvio fue una señal para el hombre, de que Dios es santo, justo, y puro, y que tratará el pecado con justicia. Fue una gran lección objetiva de su retribución por el pecado. Fue también una prefiguración del juicio venidero. Es un tipo del diluvio de fuego que un día va a envolver el mundo otra vez. Tanto nuestro Señor como sus apóstoles hablan del diluvio como una figura del día futuro en que «los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!». «Como en los días de Noé, así será también la venida del Hijo del Hombre».

* El diluvio no sólo es un tipo del juicio, sino también de la salvación. El principio de la salvación por destrucción es enseñado por toda la Biblia. El diluvio destruyó el pecado de la tierra, pero salvó a la Iglesia; barrió del mundo la maldad, pero fue el medio para preservar a la manada pequeña. Las plagas de Egipto ilustran el mismo principio; terminaron con la muerte de muchos egipcios, pero salvaron a los hijos de Israel. La destrucción de los cananeos después de haber entrado los hijos de Israel en la tierra prometida ejemplifica la misma verdad; su exterminio fue la salvación del pueblo escogido. La cruz del Calvario nos trae salvación de la destrucción eterna por medio de la destrucción del pecado y de Satanás en la muerte de Cristo. Así, en la epístola de Pedro se nos dice que ocho personas fueron «salvadas a través del agua». El diluvio, pues, es un tipo del gran principio de la liberación por destrucción; la salvación de amor y poder de Dios a su propio pueblo viene por medio de lo mismo que derriba a sus enemigos.

* Aprendemos también del diluvio el gran principio de la muerte y resurrección. Quizá esta idea no podría haber sido encarnada en una figura más clara y vívida. En el diluvio, la pequeña iglesia fue enterrada en lo que parecía una tumba, y salió en el Ararat como resucitando de los muertos. Fue el gran tipo de la muerte y resurrección de Cristo, y señala hacia delante, también, a su Segunda Venida, cuando la tierra pasará a través de su último bautismo de sufrimiento y será introducida la nueva edad de bienaventuranza y pureza. Y, por tanto, Pedro la relaciona con el profundo significado del bautismo cristiano: «El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo».

El arca

Ésta tiene también un significado espiritual y tipológico. Es la figura del Señor Jesucristo como un refugio de las tormentas del juicio y las tempestades de la vida.

* Jesucristo, como el arca de Noé, es la provisión de Dios para nuestra seguridad y salvación del diluvio del juicio. El arca no estaba construida según los planes científicos de los carpinteros humanos. Probablemente no habría sido aprobada si sus planos hubieran sido presentados a un inspector de nuestros días. Pero era un refugio para cuando llegara la tormenta. Fue construida por Noé en exacta conformidad con las instrucciones que se le habían dado, y salvó a todos los que confiaron en ella.

Jesucristo no ha sido preparado según las ideas de las cosas que tienen los hombres. Cuando le veamos «no hallaremos parecer en él, ni hermosura, le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos». Él es el escondite para los que confían en él en todo tiempo de necesidad. En él estamos a salvo de los diluvios del juicio que vendrá sobre los impíos y de todas las tormentas y pruebas de la vida. Y él es el único bote salvavidas por medio del cual podemos alcanzar el puerto.

Es en él que morimos y en él que resucitamos a novedad de vida. Noé pareció que había muerto en aquella arca. Sin embargo, sólo lo parecía, y antes de poco se hallaba bajo el arco iris, a la luz y gloria de un mundo nuevo. Lo mismo nosotros, somos sepultados en el bautismo de sus brazos. Es una tumba simbólica, pero no morimos. Sólo es en apariencia. Él tuvo la amargura de la muerte. Nosotros estamos seguros incluso en ella. Estamos tan a salvo en nuestra muerte aparente como Noé lo estaba en el arca. Por medio de Él entramos en la muerte y salimos de él para vida eterna.

¿Hubo algún barco antes, que empezara su trayectoria desde un valle de la tierra y atracara en la cumbre de una montaña, tocando casi el cielo? Sin duda, no hubo nunca ninguno, excepto el barco de la gracia que se hace a la vela desde la tierra rumbo al cielo. ¿Hubo alguna vez un viaje semejante?

El cuervo

Cuando las agitadas olas del diluvio empezaron a calmarse, apareció una extraña figura sobre la superficie de las aguas, el único ser que es feliz y a sus anchas en el fiero conflicto de los elementos y la desolación. Era el cuervo, que Noé envió desde el arca, y que fue de un lado a otro sobre la superficie de las aguas hasta que las aguas del diluvio hubieron descendido de nivel sobre la tierra. ¡Qué tipo es este de la gran personalidad del mal: el príncipe de todo mal, el mismo Satanás! Es la misma figura de mal agüero, tanto si se trata de él como de sus seguidores.

* El cuervo se caracteriza por estar siempre inquieto. Fue de un sitio a otro, sin un momento de sosiego, pero no regresó al arca. Fue de acá para allá, con sus alas rozando las olas, hallándose en su elemento en el mar bravío, en las carroñas que se descomponían y la vegetación que se estaba pudriendo. Era un alma desasosegada, sin reposo. ¡Qué imagen de aquel que va de un sitio a otro constantemente buscando a quién devorar! Es también la imagen del espíritu desasosegado e inquieto del hombre. Se puede ver este desasosiego en el espíritu del mundo, sea en una sala de baile o en una oficina. En su incesante giro de excitación está siempre buscando reposo y satisfacción, pero es en vano; nunca la hallará hasta que el cuervo sea expulsado de él y en su lugar entre la paloma. En el cielo no tendría descanso, sino que andaría desasosegado para escaparse y hallar su lugar en el abismo eterno de tinieblas y en la compañía de otros espíritus tan inquietos e insatisfechos como él.

* El cuervo es un ave de gran melancolía. Su espíritu es tan mórbido como el alimento que devora. Es un ave de desesperación. El poeta le describe como sentado a la puerta de su corazón y gritando: «¡Nunca más!». ¡Qué cuadro de inquietud, suciedad y morbidez! Es una figura, y que el Señor nos salve de esta realidad.

La paloma

Hay otro tipo en el arca, muy diferente del anterior. Es la paloma. No se halla en los lugares en que se deleita el cuervo. Salió del arca volando suavemente y se movió durante un rato por encima de la superficie de las aguas, pero incapaz de hallar apoyo para el pie, no encontrando su hogar, regresó al arca. Salió por segunda vez, y esta vez halló una rama de olivo, emblema de su propio espíritu dulce, que arrancó de algún olivo y se apresuró a regresar con ella al arca. Por tercera vez la soltó Noé, pero ahora las aguas habían descendido mucho, el diluvio había terminado y no hubo otro diluvio más.

Todo esto es sugerente del Espíritu Santo y del corazón que descansa en él.

Las tres salidas de la paloma del arca son, las tres, simbólicas de la obra del Espíritu Santo. La primera vez que salió y fue revoloteando de un lado a otro sobre la superficie de las aguas, pero no halló reposo, regresó al arca. Lo mismo en las edades antes de Cristo salió el Espíritu Santo sobre la tierra, buscando un lugar donde descansar, pero no halló ninguno, por lo que entró en contacto con el hombre, de modo aislado, pero no se aposentó con los hombres, ni se esforzó con ellos.

Estuvo con Abraham e Isaías, Jeremías y David, pero no se quedó a morar en la tierra, porque Jesús aún no había venido. Estuvo en muchas partes de la tierra, buscando un lugar en que hacer nido y quedarse, pero no pudo hallar ninguno y regresó al seno del Padre.

Por segunda vez vino a la tierra, y esta vez pudo hallar algo. Vino durante el ministerio de Jesús en la tierra. Descansó en él como una paloma, y de esta forma se detuvo durante un tiempo en el mundo. Arrancó una hoja de olivo de paz en la cruz del Calvario y con esta muestra de perdón y reconciliación de la tierra regresó al cielo, con el mensaje de que el diluvio del juicio estaba menguando.

Por tercera vez salió y esto ocurrió en el día de Pentecostés. El mundo estaba preparado para él ahora. El diluvio había desaparecido y había un lugar en que podía hacer su nido, doblar las alas y descansar. Y ahora no vino como un invitado pasajero, sino para una presencia permanente. Vino a hacer un nido y criar sus pequeños. Amado, ¿tiene la dulce paloma un nido en tu corazón? ¿Está criando a sus pequeños en tu casa? Si tiene el nido, el Espíritu de Cristo está en ella, y «el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza».

El altar de Noé

Cuando el diluvio terminó y Noé pudo salir, edificó un altar y ofreció sacrificios al Señor, sin duda, bajo la dirección divina. El Señor miró la escena con satisfacción. Hacía ya mucho que estaba disgustado con lo que veía en la tierra. Había percibido el hedor del pecado hasta que ya no podía tolerarlo más, y por fin dio salida a las aguas del diluvio para que lo limpiaran todo. Pero el juicio no fue placentero para él en modo alguno. Todo aquello fue una carnicería, y era terrible para el cielo. Pero al fin hubo algo en la tierra que agradó a Dios. «Y percibió Jehová olor grato».

Hay personas hoy que se llaman cristianos y están predicando en iglesias evangélicas que, o bien repudian abiertamente la doctrina de la expiación por la sangre, o la refinan de modo que no queda casi nada de ella; han quitado del todo la sangre del Evangelio, y han eliminado enteramente la idea de sufrimiento vicario por el pecado por parte de Cristo. Dicen que no pueden admitir que Dios quisiera permitir que muriera su propio Hijo a causa del pecado. Que esto es cruel y no es propio de Dios. No pueden tolerar ni el olor de la sangre y la llaman una doctrina de matadero. ¡Cuán diferente es la historia que vemos aquí en el Génesis!

Cuando Noé hubo erigido el altar y la víctima ensangrentada yacía sobre él, no se nos dice que Dios se apartara con desagrado: el olor que percibió fue grato para él. Vio que el hombre no era mejor que antes; vio que su corazón era tan turbio como antes. Miró a Noé y vio que dentro de poco él mismo estaría borracho en su tienda, y con todo, a pesar de todo ello, prometió que nunca más caería sobre la tierra su maldición por causa del hombre, «porque el designio del corazón del hombre es de continuo solamente el mal». No iba a esperar nada del hombre, porque era una criatura pobre, inerme; sino que decidió contar con Jesucristo. La cruz del Calvario ha enviado un grato olor a Dios continuamente desde entonces. No maldeciría al hombre más, sino que lo aceptaría por malo que fuera, por amor de Jesús. A partir de entonces, él miraría la injusticia del hombre como cubierta por la justicia de Cristo, y le consideraría como digno, a pesar de su indignidad, por amor a Jesús.

Cuando Jesús está ante Dios como una ofrenda, Dios te mira y en él percibe un olor grato; es el olor grato de Cristo, no el tuyo. Tenle siempre sobre el altar de tu corazón, querido, que arda en él el fuego del Espíritu Santo; de modo que puedas ser rociado con la sangre de la expiación y Dios siempre te dirá: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo contentamiento». Entonces, también la Paloma se posará sobre ti y hallará un hogar para sí en tu corazón que se le habrá rendido, y en el cual el Padre, Hijo y Espíritu Santo van a hacer su morada permanente.

El arco iris

El punto culminante sublime y majestuoso de esta serie de tipos es el espléndido arco iris que se extiende por el firmamento cuando Noé mira las nubes que se apartan. ¡Qué vista tiene que haber sido para el primer ojo que lo contempló! No hay nada más hermoso para el ojo de un niño que la presencia magnífica del arco iris. Es el símbolo último relacionado con el diluvio. «Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra». Así que el arco iris es una señal del pacto de Dios con nosotros. Leemos sobre esto en el libro de Apocalipsis, como habiendo dado un círculo completo: «Y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda».

Hay un significado bienaventurado en esto para nuestra vida cristiana. Es una muestra del pacto de Dios con nosotros para bendición espiritual. Es un tipo de la intimidad a la cual él quiere llevarnos consigo. Es un símbolo del pacto de su eterno amor, «juré que nunca más las aguas de Noé pasarían sobre la tierra; así he jurado que no me enojaré contra ti, ni te reñiré» (Is. 54:9). La aflicción es un fondo oscuro sobre el cual él pinta esta muestra de su amor. El arco iris está formado por una combinación de luz y oscuridad; la luz brilla sobre pequeñas gotas de lluvia, y es separada en estos hermosos colores.

Su gracia puede tomar las nubes de la tormenta y arrancar gotas de nuestra vida y transformarlas en arcos de triunfo y joyas de resplandor glorioso.

Llega el tiempo en que nuestro arco iris será un círculo completo. No tendremos victorias a medias entonces, como las tenemos ahora. Lo que ahora vemos sólo a medias, y que nos deja perplejos y desazonados, se desarrollará en un círculo completo de luz y de gloria. Entonces conoceremos cómo somos conocidos y, nuestra tristeza se transformará en gozo.

La ciencia nos dice hoy que las causas que producen el arco iris tienen que haber existido en la tierra antes del diluvio y, por tanto, que no puede ser ésta la primera ocasión en que aparecieron. Las causas tienen que haber existido, pero, con todo, es posible que nunca hubieran dado lugar a un arco iris. No vemos el arco iris cada vez que llueve. Dios deja que la luz dé sobre la nube con frecuencia a un ángulo tal que no se produce el arco iris. Él podría haber impedido al sol y la lluvia de estar en una posición que produjera esta hermosa apariencia si él lo hubiera deseado. No hay duda que podría haberlo hecho. Quizá durante dos mil años todas las causas del arco iris no se combinaron nunca, y Dios las tenía en reserva hasta que llegara el momento oportuno, y entonces, de repente, dejó que en el cielo se proyectara la luz en el ángulo exacto que divide a los rayos en sus colores y se formó el arco majestuoso por primera vez.

Amados, hay causas escondidas en nosotros que podrían producir en cualquier momento arco iris espirituales. Dios las retiene, pero algún día él las dejará actuar. Es posible ir preparando cada día, por medio de una resistencia paciente en las pruebas, por medio de victorias ganadas mediante la fe en su Nombre, una corona de gloria para nuestra cabeza cuando Dios dejará que la luz brille en estas tribulaciones y tentaciones, y éstas van a tomar un aspecto diferente, y se transformarán en arcos triunfales y coronas de joyas, que contemplaremos arrobados en alabanza.

Demos gracias a Dios, queridos amigos, por las cosas que no hemos visto todavía, por las sorpresas que él nos está preparando, y van a salir de estos quebrantos que tan terribles nos parecen ahora. Cuando él enjugue nuestras lágrimas sabremos que es verdadera la promesa: «Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2ª Cor. 4:17). (Continuará).