Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico; con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.

El Cordero pascual

En el pasaje de Éxodo 12:1-14 vemos cómo el Señor señaló el punto de partida de su historia nacional, con la marca carmesí de la redención. Y lo mismo, para la iglesia del Nuevo Testamento y para cada alma redimida, el comienzo de los meses es la cruz del Calvario y la sangre derramada y rociada. El Cordero pascual no era sino un sumario de la antigua ordenanza de todos los tipos sacri-ficiales que ya habían sido instituidos durante casi treinta siglos.

La selección del cordero el día diez del mes, y el que fuera conservado hasta el catorce, sugiere indudablemente la venida de Cristo en la plenitud de los tiempos y los tres años y medio de su ministerio público después de haber sido separado para su obra redentora por el bautismo y en tanto esperaba el cumplimiento de su sacrificio.

La muerte del cordero ante toda la asamblea de los hijos de Israel nos recuerda cómo Jesús fue entregado por el concilio de su pueblo y condenado formalmente a muerte en manos de los romanos. La ocasión de la muerte corresponde al sacrificio del Calvario. La sangre rociada expresa nuestra aplicación personal de los méritos de su muerte, y la eficacia de la sangre en evitar el golpe del ángel vengador se cumple en la seguridad en la cual nos pone la redención, y la completa justificación y aceptación del alma que ha hallado refugio en la preciosa sangre.

La carne del cordero nos recuerda que Cristo no es solo nuestro sustituto, sino también la misma sustancia y subsistencia de nuestra vida espiritual por medio de su unión y comunión viva con nosotros. Tal como era comido la misma noche en que era inmolado, así nos alimentamos de Cristo a partir del momento en que le hemos aceptado.

El pan sin levadura nos ayuda a recordar que nuestra fe más santa no deja lugar para la indulgencia con el pecado, sino que requiere que nos apartemos de toda iniquidad si queremos reclamar la sangre redentora. Y las hierbas amargas presentan la historia del arrepentimiento y contrición en la vida del alma perdonada.

Así, pues, esto era la base de su redención y el precio de la nuestra. «…en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia» (Ef. 1:7). «…no con cosas corruptibles como oro y plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros» (1ª Ped. 1:18-20). «Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre … sea gloria e imperio por los siglos de los siglos» (Apoc. 1:5-6).

¿Hemos aprendido a unir el cántico de Moisés y el cántico del Cordero? ¿Estamos reposando sobre la carne del Cordero pascual? ¿Es nuestro pan sin levadura? ¿Llevamos puestas las sandalias, tenemos el bordón en la mano y ha empezado ya nuestro peregrinaje? ¿Estamos seguros de que la sangre ya está en la puerta?

Una leyenda hebrea cuenta que una niñita insistía en aquella primera noche de Pascua: «Padre, ¿estás seguro de que está la sangre en la puerta?». Miraron y vieron que había descuidado hacerlo. Con celeridad, rociaron los postes y el dintel, y el corazoncito de la niña se calmó en tanto que esperaba el comienzo del viaje. ¡Oh, si alguien que lee estas líneas se halla aún en Egipto, bajo el ala negra de la noche y el juicio, apresúrese a aplicarse la sangre!

El manso Cordero se halla a tu lado. Durante un tiempo ofrece su seno a la muerte, y su sangre para lavar tu pecado. Un clamor de penitencia, una mirada sincera, un toque de fe simple, y has pasado a su protección de vida y muerte. La una anulará tu culpa, la otra avivará y guardará tu vida futura en un pacto de amor y cuidado. Y esta hora será para ti el principio de los meses de tu historia eterna, y no serán olvidados ni cuando ante el mar de cristal cantes el cántico de Moisés y el del Cordero.

Noten bien que la seguridad de Israel no dependía de sus sentimientos o méritos personales, sino de su actitud respecto al cordero y la sangre. Así, querido lector, tu futuro eterno depende absolutamente de tu relación con el Señor Jesucristo. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él» (Juan 3:36). Fuera de la protección de la sangre, estás perdido, seas quien seas y dondequiera que estés. Bajo el dosel rociado estás tan seguro como un ángel y eres tan amado para Dios como su único y precioso Hijo.

El pasaje del Mar Rojo

En Éxodo 14:8-31, tenemos el sublime tipo de nuestra salvación, repetido cada vez de nuevo en cada gran liberación que viene a la vida de la fe. Los principios son siempre los mismos. Solo Dios ha de librar, y hemos de dejarle a él, cesando en nuestras obras, confiando ciegamente en él, obedeciéndole sin temor y siguiéndole.

Esta es la hermosa figura de la entrega de fe, cuando el alma viene temblando a Cristo en busca de salvación. Perseguida por sus pecados y sus implacables adversarios, ve el camino cerrado adelante, y no puede retroceder. Entonces vienen las benditas palabras: «No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros … Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos» (Éx. 14:13-14).

Nuestro primer acto tiene que ser cesar en nuestros propios esfuerzos por salvarnos; el siguiente, tener la mirada fija en Dios, y el tercero, seguir adelante, no en el desasosiego del esfuerzo propio, sino en simple obediencia a su guía y en la confianza en su promesa. Puede que no haya camino, sino el mar bravío, pero el alma puede entregarse con toda seguridad a Él, y al instante dar un paso en las tinieblas del futuro inevitable, para encontrar una vía de redención y victoria.

Así hemos de actuar en las grandes crisis de dificultad y peligro a lo largo del curso de la vida. Ante ellas, nuestras primeras expresiones son generalmente de desconfianza y temor, como el pobre Israel que huía. Y nuestro mayor peligro es que estemos tan agitados y activos en nuestros esfuerzos desaforados por salvarnos a nosotros mismos, que Dios no pueda ayudarnos realmente. Por tanto, su palabra reitera que estemos quietos. Hemos de cesar en absoluto en nuestros intentos, angustia y precipitación, y dejar que el Señor se haga cargo de la situación.

Luego, hemos de poner nuestros ojos en él, y ver Su salvación, sabiendo que él luchará por nosotros, y al hacerlo hemos de continuar en silencio. No debemos tener temor, sino reposar en el Señor y esperar en él con paciencia. Luego vendrá el momento de emprender la marcha y nuestro progreso será seguro y efectivo. Es posible que no haya un camino visible y tengamos que avanzar durante un rato por terreno inundado; pero hallaremos tierra seca al proseguir adelante, y en la otra orilla entonaremos el cántico que saben solo los que han aprendido a confiar en medio de la oscuridad y cantan en la noche.

El paso del Mar Rojo no es solo símbolo de la entrega de fe, sino también de la muerte y resurrección. «…y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar» (1ª Cor. 10:2). Expresa la idea radical del bautismo de modo muy vívido, a saber, la muerte y la vida de resurrección. Fue una tumba aparente, como nuestro bautismo y, con todo, solo aparente, porque ellos hallaron tierra sólida bajo sus pies.

Y, no obstante, fue realmente muerte para sus enemigos. De este modo pasamos a estar unidos a Cristo en su muerte y en su resurrección. Las únicas cosas que mueren son nuestros enemigos espirituales, y en la orilla del otro lado vemos a los egipcios ya muertos, impotentes para dañarnos de nuevo. De esta manera, Dios nos permite que enterremos nuestros pecados, nuestras vidas pasadas, y aun el mundo de Egipto que nos había esclavizado y degradado. Este es el glorioso significado de la cruz de Cristo.

Una vez más, amado, ¿dónde te encuentras entre estas figuras de la redención? ¿Hemos cesado en nuestras propias obras y aceptado la salvación del Señor? ¿Hemos ido adelante en plena entrega de fe iniciando como ellos nuestro peregrinar cristiano? ¿Hemos muerto al pecado y está nuestra culpa enterrada en las profundidades del mar? Es más, ¿hemos muerto al espíritu del yo y del mundo, dejando el espíritu de Egipto atrás para siempre? ¿Estamos viviendo en el lado de la cruz que mira hacia Canaán? ¿Hemos aprendido el secreto de la liberación en los lugares estrechos de la prueba estando quietos por la fe en la intervención de Dios?

Sigamos adelante, como resultado de estas meditaciones, con una visión más clara de nuestra redención completa, nuestra línea de demarcación eterna y separación del mundo, nuestra vida de resurrección real y nuestras gloriosas perspectivas que ahora empiezan, entre las enseñanzas de estos antiguos tipos, nuestro peregrinaje cristiano.

El cántico de Moisés

Solo queda añadir como conclusión que el cántico de Moisés y de Miriam al otro lado del mar de Egipto es la nota clave del cántico de salvación de toda alma redimida, el cántico que inspira toda visitación de la providencia de Dios y el cántico de Aquel en el cual todas estas notas serán reunidas entre los coros de la gloria.

¿Hemos aprendido este primer cántico en Isaías 12? «Cantaré a ti, oh Jehová; pues aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has consolado. He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí».

Si hemos aprendido el cántico de liberación, tendremos nuestra parte en aquel coro más grande donde la multitud que nadie puede contar, de toda nación, lengua, pueblo y tribu, cantará a gran voz: «La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero … El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza» (Apoc. 7:10; 5:12).