Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.

Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.

– 1a Juan 1:7.

Si una persona redimida peca sin darse cuenta, ¿cómo puede ser restaurada a Dios? Este es un asunto de suma importancia. A menos que él conozca el camino de la restauración, no podrá volver a Dios.

Por su muerte en la cruz, el Señor Jesús nos limpió y nos redimió de todos nuestros pecados. Cuando nosotros vinimos a él, el Espíritu Santo nos iluminó y nos mostró nuestros pecados.

Pero lo que nos mostró el Espíritu Santo no fue tan completo como lo que hizo el Señor en la Cruz.

Vale la pena notar la diferencia. Así como la ofrenda de pecado en Levítico 16 incluye cada pecado, así también el Señor Jesús llevó todos nuestros pecados en la cruz. Su redención cubrió cada pecado que tú puedas cometer en tu vida. De hecho, al morir en la cruz, él cargó todos los pecados de tu vida.

Cómo volver a Dios después de pecar

No tenemos ninguna intención de animar a los jóvenes hermanos y hermanas a vivir una vida holgada. En otro capítulo les señalamos el camino de la victoria (capítulo 26, «Liberación»). Nuestro propósito ahora es mostrar cómo alguien que ha pecado puede ser restaurado a Dios.

1. Andar en luz

«Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (1a Juan 1:7). ¿A qué se refiere la «luz» aquí? Tiene dos significados posibles: una posibilidad es la luz de la santidad; la otra es la luz del Evangelio, es decir, Dios revelado y manifestado en el Evangelio.

Muchos quisieran que la «luz» aquí señalara la luz de la santidad. Así la primera parte de este versículo podría ser enunciada como: «si andamos en santidad, como Dios está en santidad». Sin embargo, tal representación haría que lo que sigue carezca de sentido. Es evidente que no tendríamos necesidad de la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, para limpiarnos de nuestros pecados si nosotros fuésemos santos.

Dios ha declarado claramente que él viene a salvarnos y a darnos gracia. Si estamos en esta luz, como Dios está en la luz de la gracia, la luz del Evangelio, entonces podemos tener comunión unos con otros. Por la gracia venimos a Dios, como él también viene a nosotros en la gracia. Así que tenemos comunión con Dios, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todos nuestros pecados. Esto es verdaderamente la gracia.

2. La confesión y la gracia del perdón

«Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1a Juan 1:8). Nos engañamos si decimos que no pecamos; es evidente que la verdad no está en nosotros. Esto es cierto.

«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (v. 9). Si sabemos que hemos pecado y entonces lo confesamos, Dios perdona nuestros pecados y nos limpia de toda maldad. Él es fiel a su palabra y justo hacia su propia obra, fiel a su promesa y justo hacia la obra redentora de su Hijo en la cruz. Él no puede sino perdonar, porque de lo contrario mentiría; él debe perdonar debido a la obra de la redención. A causa de su fidelidad y su justicia, él nos perdona nuestros pecados y nos limpia de toda maldad.

«Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros» (v. 10). ¿Cómo podríamos decir que nunca hemos pecado? Eso haría a Dios mentiroso y refutaría la necesidad de redención. Dios nos ofrece la redención porque hemos pecado.

«Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1a Juan 2:1). La frase «estas cosas» nos remite a las palabras en Juan 1:7-10; allí, Dios describe en principio nuestras diferentes condiciones ante él a causa de nuestros pecados. Por la sangre de su Hijo Jesús, Dios nos perdona nuestros pecados. Debido a su fidelidad y su justicia, él nos perdona y nos limpia de todas nuestras injusticias. No importa qué tipo de pecados hayamos cometido, todos ellos son perdonados.

Lo que el Señor ha hecho es perdonarnos y limpiarnos totalmente de todos nuestros pecados y de toda nuestra injusticia. Cuando él dice «todo», sin duda quiere decir «todo». Su palabra no cambia. Él perdona no solo nuestros pecados del pasado, sino todos nuestros pecados – tanto aquellos cuya existencia conocemos, como aquellos de los cuales no tenemos conciencia. Nosotros nos vamos con un perdón perfecto y completo. «Estas cosas», por lo tanto, aluden a cómo nuestros pecados son perdonados a través de la promesa y la obra de Dios.

Dios nos ha dicho que no podemos pecar. Cuando vemos el gran perdón del Señor hacia nosotros, lejos de ser descuidados, más bien estamos constreñidos a no pecar.

Lo que sigue es algo muy específico. Los pecados mencionados son de carácter más general, y el perdón experimentado también es general en principio. Pero ¿qué pasa con los pecados cometidos después que hemos creído en el Señor? ¿Qué perdón específico existe? «Si alguno hubiere pecado» se refiere a un hijo de Dios — «abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo».

«Con el Padre» demuestra que este es un asunto de familia. Nosotros somos contados entre los hijos de Dios; pertenecemos a la familia. Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo, que es la propiciación por nuestros pecados. Porque él se convirtió en la propiciación por nuestros pecados en su muerte, ahora es nuestro abogado con el Padre.

Si un cristiano peca, tiene un abogado con el Padre. Hay una relación Padre-Hijo, si el que peca es un creyente. La palabra abogado, en el griego es Paracletos, que significa «llamado a su lado». Este término tiene dos usos diferentes: en uso civil, significa que defiende y está siempre dispuesto a ayudar; en uso legal, es un consejero o abogado, quien asume toda la responsabilidad del caso. Nuestro Señor nos tomó con él cuando llegamos por primera vez a su cruz. ¿Cómo asumió él nuestro caso? Siendo la «propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1a Juan 2:2).

Los nuevos creyentes deben ser claramente exhortados a no pecar. Ellos no deberían pecar y es realmente posible que ellos no pequen. Pero si por desgracia pecan, hay que recordarles que la sangre del Señor Jesús aún puede limpiarlos de todos sus pecados. Él es su ayudador; él es el justo. El hecho de que el Señor ahora está con el Padre garantiza el perdón de los pecados.

Puesto que esto es así, no permanezcas en la vergüenza del pecado, creyendo que tal sufrimiento traerá santidad. No pensemos que prolongar la conciencia del pecado sea de manera alguna una indicación de santidad. Si un creyente peca, lo primero que debe hacer es ir a Dios y confesar: «He pecado». Esto es juzgarse a sí mismo, llamando al pecado por su nombre correcto. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad». Si haces esto, entonces verás que Dios te perdona y que tu comunión con él es restaurada de inmediato.

3. El camino de la restauración

Si un hijo de Dios peca y sigue en el pecado, sin confesión, él todavía sigue siendo un hijo de Dios y Dios es su Padre. No obstante, su comunión con Dios se perderá. Ahora hay una debilidad en su conciencia; él es incapaz de levantarse delante de Dios. Puede intentar tener comunión con Dios, pero le resultará muy doloroso y bastante limitado.

Es como un niño que ha hecho algo malo. Aunque su madre no lo sepa ni pueda reprocharle, él sigue sintiéndose muy incómodo en casa. Le resulta imposible tener un dulce compañerismo, porque dentro de él hay una sensación de distanciamiento.

Solo hay una manera de ser restaurado. Debo ir a Dios y confesar mi pecado. Creo que el Señor Jesús es mi abogado y ha tenido cuidado de todos mis pecados. Así que aquí estoy delante de Dios, reconociendo humildemente mi fracaso. Espero en el Señor no ser tan arrogante y descuidado en adelante. He aprendido cuán propenso soy a caer. Yo no soy mejor que los demás. Así que ruego a Dios sea misericordioso conmigo, para que yo pueda seguir con el Señor paso a paso. Alabado sea Dios, abogado tenemos para con él, a aquel que va a nuestro lado.

Traducido de Spiritual Exercise, Chapter 22
Christian Fellowship Publishers