Aserrín y pan

Si usted sale a su jardín y arroja al suelo un poco de aserrín, los pájaros no se fijarán en él; pero si en cambio arroja migas de pan, en seguida verá cómo ellos bajan de los árboles para arrebatarlas.
El que es realmente hijo de Dios conoce bien la diferencia, por así decirlo, entre el aserrín y el pan. Muchos que se dicen cristianos están comiendo del aserrín del mundo, en lugar de ser alimentados por el Pan que desciende del cielo. Lo único que puede satisfacer los anhelos del alma es la Palabra del Dios viviente.
D.L. Moody

Un caballito de palo

Un padre llevó a su hijito a un largo paseo por el bosque. Como era pequeño, le llevó sobre sus hombros por mucho rato. Luego le puso de pie y le dijo que tendría que caminar hasta la casa. Al rato el pequeño lloraba porque estaba muy cansado, demasiado cansado para dar un paso más. El padre cortó un palito y lo limpió muy bien de toda astilla mientras el niño observaba. Al terminar, dijo: «Mira, hijo, aquí tienes tu propio caballito para que te lleve a casa». Encantado, el niño se montó sobre su caballito y felizmente llegó a casa. Y en casa dio vueltas por todo el jardín hasta que tuvo que ir a bañarse y acostarse, ya rendido.
A veces nuestro Padre nos lleva y a veces nos deja caminar, y muchas veces creemos que ya no podemos más cuando alguien, movido por él, nos ofrece un caballito – una idea, una promesa, una canción nueva, un cariño, una oración intercesora, lo que sea, y sobre ese corcel llegamos a la meta. ¿Necesitan un caballito? ¿Otro hermano está necesitando un caballito? Ofrezcámoselo con ternura, recordando nuestro propio cansancio a veces. Eso hace toda la diferencia para un pequeño hermano.
Kirt Mellberg.

Protegidos de los tiburones

Al observar una película documental sobre la vida de los tiburones, el Señor me mostró con claridad que debemos estar siempre revestidos de la armadura divina. En el film, un buzo descendía a las profundidades del mar, protegido por una jaula de barrotes de acero. Después de arrojar un cebo especial a las aguas, toda la zona se llenó de voraces tiburones que comenzaron a atacarlo.
Las escenas que siguieron evidenciaron la crueldad y fuerza de los escualos. Con gran violencia intentaban cercenar el cuerpo del hombre rana, y en su furia mordían los barrotes, perdiendo dientes en el intento. Entre el buzo y la muerte sólo estaban los barrotes de la jaula.
Así nos ataca el diablo: con furia y fuerza. Si nos cubrimos con la armadura de Cristo, se romperá los dientes sin conseguir tocarnos.
Oscar Marcellino en «Violentamente cristiano».