Estupor en el mundo, sin duda:
de un extremo hasta el otro del globo
la funesta noticia ha volado:
un jirón de terror amedrenta:
es la muerte que va con el hombre;
es el odio que nunca perdona;
la violencia engendrada en el alma;
el principio del mal que destruye.

En mis ojos se secan las aguas,
el sollozo me queda apretado
y no logro explicarme este infarto:
veo al mundo revuelto en un caos.
¿De qué rabia es producto esta sangre?
¿Qué violencia infernal la derrama?
¿Qué doctrina desata esta guerra?
¿Y qué causa este fin justifica?

Un nefasto «evangelio» de muerte
desgarró a la «nación poderosa»:
su sitial de Negocios violado,
y hasta el polvo su gloria humillada.
La mañana de un «once» en Manhattan
el sistema mundial agoniza:
el pavor estrangula la vida,
y lloró la «señora orgullosa”.

Ha quedado en suspenso la tierra:
toma, oh Dios, la justicia en tu mano;
que este aciago atentado anticipe
un bautismo de gracia en tu nombre.
¡Levantad, oh terrestres, los ojos
hacia Aquel que murió en un madero:
con la sangre del Cristo ya basta,
y volvamos al Dios verdadero!