La compañía llamada ‘los valientes de David’ es señalada para enfrentar al enemigo de Dios, y a sus acólitos.

Otra segunda guerra hubo después en Gob contra los filisteos; entonces Sibecai husatita mató a Saf, quien era uno de los descendientes de los gigantes. Hubo otra vez guerra en Gob contra los filisteos, en la cual Elhanán, hijo de Jaare-oregim de Belén, mató a Goliat geteo, el asta de cuya lanza era como el rodillo de un telar. Después hubo otra guerra en Gat, donde había un hombre de gran estatura, el cual tenía doce dedos en las manos, y otros doce en los pies, veinticuatro por todos; y también era descendiente de los gigantes. Este desafió a Israel, y lo mató Jonatán, hijo de Simea hermano de David. Estos cuatro eran descendientes de los gigantes en Gat, los cuales cayeron por mano de David y por mano de sus siervos».

– 2 Samuel 21:18-22.

Esto es parte del recuento de los hechos de los valientes de David. Notemos que había varios gigantes –al parecer de la familia del primer gigante, Goliat– que fueron vencidos por estos hombres de David. En relación a ello, para adentrarnos en nuestro derecho, propiedad y posición actual, reitero a sus mentes las familiares palabras de Efesios 6:10-12. «Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor… no tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra principados … contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes». Quiero que enfoquemos nuestra atención en la relación de estos gigantes con Goliat, el primer gigante.

Una respuesta corporativa al desafío del enemigo

Sabemos que, primero, el propio David entró en escena respecto al trono en relación con este primer gigante (que podríamos llamar inclusivo). Fue en su combate victorioso con Goliat que David fue considerado públicamente por primera vez, y esto marcó su primer paso hacia el trono de Israel, para el cual había sido ungido. Ahora hemos avanzado un trecho considerable, y el problema en el tiempo de estos hechos poderosos es la seguridad de ese trono. Cuando los valientes entran en escena, ellos, como en el caso de David, son vistos en relación al trono y a aquél que estaba destinado para ocuparlo. Pero el movimiento es uno mismo, desde lo personal a lo corporativo. En el caso de David, era personal. Él peleó una sola batalla contra Goliat; fue una figura solitaria en aquel campo. Cuando el gigante lanzó su reto, todos huyeron. Sin embargo, David aceptó y contestó ese desafío solo. Pero en el recuento que tratamos ahora, todo es corporativo, aunque es el mismo problema. Son todos reunidos en una compañía.

El gigante único, el gigante inclusivo, ha sido muerto y decapitado, pero ha dejado su descendencia, todos ellos son gigantes; y ahora el gigante en expresión corporativa es enfrentado por la expresión corporativa del trono. Esto queda muy claro en Efesios. Al principio de Efesios se declara que el Señor Jesús ha sido exaltado y puesto sobre todo principado y autoridad; lo personal y lo individual es una cosa cumplida. Pero al final de la epístola la iglesia entra en escena exactamente en la misma conexión: el trono desafiado por gigantes –los principados, potestades, gobernadores de las tinieblas de este siglo, los grandes en el reino espiritual– así como por las huestes espirituales de maldad. Eso está absolutamente claro. Así que ésta compañía llamada ‘los valientes de David’ es traída para enfrentar al residuo del gigante, para asumir el mismo gran problema del trono y de aquél que lo ocupa. Estos gigantes serán enfrentados por la compañía, como el gigante lo fue por el individuo.

La encarnación de un Espíritu

Los valientes de David no son tanto una clase de personas cuanto la encarnación de un espíritu. Ellos expresan un estado espiritual, una vida espiritual. En Efesios, es el Espíritu: «Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza». Es muy claro en esa carta que nos fortalecemos con poder en el hombre interior por el Espíritu. Ahora, hay dos cosas a destacar sobre estos valientes.

Compromiso de amor a una Persona

Primeramente, ellos están comprometidos con David. Vemos cómo lo amaban, vemos su devoción a David. Hablaremos sobre eso de nuevo antes de terminar, pero recordemos que algunas de las hazañas de ellos se relacionaron sobre todo con algunos deseos del corazón de David. Ellos estaban consagrados a él, y ese era realmente un rasgo distintivo. Notemos que cuando Goliat hizo su reto, la gente huyó (1 Samuel 17:24). ¿Por qué? Porque ellos estaban allí principalmente por los beneficios que pudieran conseguir para sí mismos. Era una cuestión de cómo las cosas les afectaban personalmente. Ese rasgo se encuentra continuamente en la vida de Israel –cuando las cosas no eran favorables a sus intereses, ellos estaban en cualquier parte menos en el lugar y condición correctos. Ahora estaban en aquel lugar porque convenía a sus intereses personales.

Pero los hombres de David no se preocupaban por sus propios intereses o por cómo las cosas les afectaban. Sólo les importaba David; y así como otros que tenían intereses mezquinos huían ante la dificultad –debido a la magnitud de las condiciones adversas– éstos veían la adversidad como una oportunidad para demostrar su amor por su señor. Estaban comprometidos con él. Era, en principio, amor por el Señor.

Compromiso con el Rey escogido por Dios

Y entonces, por supuesto, ellos se comprometieron con su trono. Si leemos cuidadosamente las cosas que se dicen sobre ellos, nos damos cuenta que su lealtad no era sólo para David como persona, sino porque ellos conocían el lugar de Dios para esa persona, habían comprendido que era el hombre escogido por Dios para el trono. El trono era para ellos el trono de un elegido de Dios. Tenían que llegar a eso a través de la disciplina, y llegar al punto donde Saúl ya no sostenía la tierra para ellos. Vieron que David era el hombre de Dios para el trono. Por lo tanto, se comprometieron con él en el doble terreno del destino divino y de la devoción personal. Estoy seguro que la verdad aquí no necesita énfasis. Nosotros nos ocupamos mucho con la proclamación de esas dos cosas: que el Señor Jesús, en su persona, ha ganado la lealtad de nuestros corazones, y también hemos comprendido que él es el escogido de Dios para el lugar de autoridad suprema sobre este universo por todos los siglos; y nos hemos comprometido –con la cristiandad, o con el Señor– no por mera motivación personal. Si fuera así, cuando un gigante nos amenazara, huiríamos rápidamente de la escena. He aquí la prueba.

El Señor realmente está trabajando duro con nosotros, tratando de atraernos desde nuestros intereses personales en la cristiandad y en nuestra relación con Él, porque cuando las cosas que nos tocan aquí en esta tierra y en nuestras vidas personales nos amenazan, muy a menudo perdemos la fe. Nos abatimos, nos confundimos espiritualmente, en presencia de una amenaza a nuestros intereses aquí, aun siendo cristianos comprometidos con el Señor. Tenemos que desechar la consideración de cómo aquello nos afecta, y asumir una posición a favor de los intereses del Señor. Es una verdadera prueba y una cosa muy importante.

Nosotros debemos decir: «No importa cómo esto me afecta, sino cómo va el Señor a sufrir por ello. ¿Qué perderá el Señor si yo huyo, o si esto se acrecienta? ¿Cómo va afectar a mi Señor y a su trono?». Así, estos valientes de David se distinguen de la generalidad de aquellos que simplemente son cristianos por causa de las bendiciones de la cristiandad y que son ahuyentados del campo por el enemigo cuando sus bendiciones se ven amenazadas. Los valientes nos hablan de aquellos que han dejado atrás ese punto de consideración personal y han visto los intereses de Cristo y los propósitos de Dios centrados en él para el dominio universal.

Responsabilidad corporativa por los intereses del Trono

Había un aspecto en el cual David tenía que ser salvado y socorrido por estos hombres. Leemos en los versículos 16 y 17 de este capítulo 21, que uno de los gigantes, ceñido de una espada nueva, trató de matarlo. El hombre que había dado muerte al primer gigante estaba ahora en peligro a causa de uno de la descendencia de ese gigante, y uno de los valientes vino a su rescate y lo socorrió matando al gigante.

Entonces los hombres de David le dijeron: «No podemos permitirnos el lujo de perderte; tú te mantendrás lejos y nosotros iremos a la batalla; nosotros nos interpondremos entre tú y esta clase de cosas». Usted dirá que no es una interpretación correcta poner al Señor Jesús allí en el lugar de David –»Señor Jesús, quédate fuera de esto, nosotros vamos a enfrentarlo»–. Sin embargo, hay un sentido en el que esto es correcto en lo que concierne a la iglesia; los mismos intereses, honor, gloria y trono del Señor Jesús, están ligados con la iglesia. El asunto es que él ya no está solo, y hay un sentido en el cual él puede perder si la iglesia falla –en el cual Dios podría decir acerca de su Hijo: «Este no es el tiempo para que tú salgas personalmente; tú lo has hecho; es el tiempo en que la iglesia defienda tus intereses». La vida de David, el trono de David, fueron puestos en las manos de estos hombres, y ellos vieron su responsabilidad, cuán grande era, y lo que él podría perder si ellos no tomaban una acción definida frente a eso.

Debe haber una compañía del pueblo del Señor que se levante a ese nivel, que vea que la tremenda importancia del trono del Señor Jesús está en sus manos. Por una parte, suena a presunción decirlo, pero ustedes comprenden lo que quiero significar. Si nosotros no asumimos la responsabilidad ante la agresión de estas huestes de maldad, si no nos fortalecemos en el Señor y no enfrentamos a los principados y potestades, no sólo nosotros vamos a perder, sino también nuestro Señor. Su trono va a ser afectado. Ahora, él, en cierto sentido, nos ha hecho responsables por el problema final que no es personal, sino colectivo y corporativo.

Debe haber personas (se mencionan números reales en el caso de David, pero no debemos tomar eso literalmente: ellos representan una compañía interna específica) que han visto los problemas poderosos de los que se habla en la carta a los Efesios –esos consejos eternos de Dios acerca de Jesucristo, y del lugar de la iglesia como instrumento para su plena realización–, que han desechado todo interés personal en materia de bendiciones, y se comprometen ahora a su Señor y a la intención de Dios acerca de Él, y comprenden que la responsabilidad es de ellos.

Siento que eso es la palabra del Señor para nosotros en este momento –no para ser sólo cristianos comunes, sino para comprender que Dios requiere una compañía para sí mismo, en medio del pueblo, que corresponde a los valientes de David, y asume los últimos problemas del señorío de Cristo en Su nombre. El Señor está involucrado en estas batallas en las que nos involucramos, y ellas no son sólo nuestras batallas, son las batallas del Señor. Hay situaciones y tareas que se presentan como gigantescas; son paralizantes, si usted puede ser paralizado. Cuando Goliat empezó a gritar, todos quedaron literalmente paralizados. Toda su fuerza se esfumó ante esa presencia amenazante.

Podemos quedar petrificados por alguna de las situaciones que el enemigo provoca para probar nuestra fe. ¿Y entonces qué pasará? Bien, un factor decisivo será si nosotros nos consideramos a nosotros mismos o a nuestro Señor; si en seguida empezamos a sentir autocompasión, bajamos a nuestro propio terreno –que es justo lo que el enemigo quiere provocar– o si decimos: «Bien, el nombre y la honra del Señor están comprometidos en esto; el problema real aquí es el señorío, la soberanía, el ascendiente del Señor». Y cuando ello ocurre, hay que enfrentar la situación en ese terreno.

Ellos no siempre esperaron que los enemigos viniesen y empezaran a actuar. Cuando los enemigos aparecieron, estos hombres tomaron la iniciativa. Soy el último en sugerir que debemos ser descuidados y frívolos ante el ataque de fuerzas espirituales. El hacer eso, puede significar nuestra destrucción; y también señalo que esto es algo muy peligroso como para hacerlo individualmente. Es una tarea para la Iglesia –el ataque corporativo en situaciones de conflicto que podría literalmente paralizarnos y ponernos fuera de acción. El Señor debe tener personas así, en quienes está la iniciativa de Su señorío.

Sufriendo a favor del Cuerpo

Debe haber algunos que asuman la situación de una forma –¿puedo usar la palabra?– vicaria. Están todos los demás, está todo Israel; pero muchos no pueden ponerse en pie. Ellos no han logrado la posición espiritual, la medida espiritual; están en debilidad espiritual, y cualquier forma de prueba o dificultad severa en seguida los deja paralizados y desvalidos. ¿Va el enemigo a crear un ambiente de temor generalizado? No, por causa de la iglesia debe haber quienes asuman esta posición de los valientes vicariamente por causa de los demás, el fuerte para llevar las cargas del débil, para tomar la iniciativa en nombre de la iglesia, por la causa de la iglesia. Estoy seguro que entre los valientes del Señor Jesús, el Apóstol Pablo ha de ser contado entre «los tres valientes» y él fue uno que dijo: «A favor de su cuerpo que es la iglesia» (Col. 1:24, NVI). Él llenaba lo que estaba faltando de los sufrimientos de Cristo por causa de Su cuerpo –el sufrimiento vicario, no por el pecado, que es de Cristo solo, sino para la victoria de la iglesia.

Estamos familiarizados con el amplio lugar dado en el Nuevo Testamento al tema del poder y el valor espiritual. Yo pienso que estos relatos sobre David y sus valientes no se escriben en el Antiguo Testamento como historias para niños, sino para representar lo que Dios quiere decir a través del valor e intrepidez espiritual, siendo fuertes en el Señor. Allí están como grandes ilustraciones de estos mismos pasajes que leemos en Efesios. El mensaje del Señor para nosotros es que él necesita una compañía que, habiendo visto lo que está involucrado en la guerra espiritual, pase de la posición de los intereses personales y de la bendición personal, y por causa del Señor y por causa de Su pueblo, asuma el tema de la guerra contra las fuerzas espirituales, y abra camino para la iglesia.

De la revista «Un testigo y un testimonio», julio – agosto 1949.