Dios demanda buenas obras de las mujeres cristianas. Pero, ¿en qué consisten esas obras, y cuándo una mujer de Dios está en condiciones de hacerlas?

En 1ª Timoteo Pablo demanda de las mujeres de Dios que se atavíen de “buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (2:10). ¿Cuáles son las buenas obras? ¿Cómo saber cuándo son realmente “buenas obras” aprobadas por Dios y cuándo son sólo el fruto del esfuerzo de la carne?

Respecto de este asunto hay importantes lecciones espirituales que podemos obtener de tres episodios de la vida de Marta y María.

Tres episodios

El primero de ellos está en Lucas 10:38-42: “Aconteció que yendo de camino, entró (Jesús) en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.”

Aquí encontramos a Marta sirviendo, y a María sentada escuchando al Señor. Cuando Marta presenta su reclamo por la actitud de María, el Señor, contra lo que ella esperaba, le reconviene y aprueba a María. El servicio de Marta –aparentemente bueno– no es aprobado por el Señor. ¿No es esto extraño?

El segundo episodio está en Juan 11:17-33. Aquí encontramos al Señor llegando a Betania cuatro días después de que su amigo Lázaro había muerto. Su hermana Marta acude a encontrar al Señor y le reprocha el no haber estado a tiempo cuando Lázaro lo necesitaba. El Señor le consuela hablándole de la resurrección, pero ella no recibe con fe sus palabras.

Entonces el Señor pide ver a María. Cuando María llega, se postra a los pies de Jesús. Ella dice las mismas palabras iniciales de Marta, pero su actitud es muy diferente. Ella se ha postrado a sus pies, y se ha puesto a llorar. Las lágrimas de María conmueven el corazón del Señor, quien también llora. Luego resucitará a Lázaro.

El tercer episodio está en Juan 12:1-8. El Señor está en casa de Marta y María de nuevo, y Lázaro está vivo. Marta sirve, como es su costumbre, y María de nuevo cae a los pies del Señor, esta vez no para escucharle, como en Lucas 10, ni para llorar, como en Juan 11, sino para ungir sus pies con perfume de nardo puro.

De nuevo surgen las críticas hacia María. Esta vez no vienen de Marta, sino de los discípulos, que juzgan un derroche lo que ella ha hecho. Y de nuevo el Señor, sale en defensa de María para decir: “Dejadla; ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho” (Marcos 14:6). El Señor alaba la buena obra de María, quien ha ungido anticipadamente su cuerpo para la sepultura.

Lo primero, sentarse

De estos tres episodios podemos extraer lecciones muy importantes respecto de las buenas obras que debe saber toda mujer de Dios. La figura de María nos mostrará lo que debe hacerse y cómo debe hacerse. En cambio, Marta nos mostrará el camino equivocado.

Lo primero que una mujer de Dios ha de hacer cuando se encuentra con el Señor Jesús es escucharle y contemplarle. En ese momento no cabe hacer nada más. Su actitud ha de ser de descanso (sentarse), por un lado, y por otro de aprendizaje. Realizar obras en ese momento no es algo que el Señor apruebe, como no aprobó el activismo de Marta en Lucas 10. Las obras de Marta procedían de sí misma, y le llenaron de justicia propia: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.” Marta no realizaba sus obras en paz, con gratitud al Señor, sino con molestia, disputando con su hermana.

Un servicio espiritual no se basa en el juicio ni en la violencia para con los demás. No hiere a nadie. Un servidor espiritual invita a otros a servir con su ejemplo, con su servicio gozoso, y con su corazón limpio.

La noche oscura del alma

María estaba muy bien sentada a los pies del Señor, oyéndole. Allí ella aprendió a amarle.

Pero viene en seguida una experiencia dolorosa que probará su fe y su amor. Después que Lázaro murió, Marta acude al Señor con reproche y con argumentos, en una actitud bastante fuerte. Pero María va al Señor sobre todo con lágrimas. Quien ha estado antes a sus pies oyéndole, cae a sus pies para llorar su dolor. Marta no estuvo nunca allí, así que no sabe ahora sentir correctamente.

El Señor recibe el corazón de María, llora con ella, y resucita a Lázaro. María de nuevo ha hecho lo correcto y con la actitud correcta.

Las Martas no saben tocar el corazón del Señor, porque nunca se preocuparon de escucharle. Ellas no le conocen de verdad. Han visto sus obras, pero no conocen los latidos de su corazón.

Esta experiencia de María nos enseña que en el caminar de una mujer que ama al Señor, hay un día de prueba antes de poder servirle espiritualmente. Hay una noche oscura del alma; un período de su vida que es como un largo invierno sin luz y sin calor. En ese día, las Martas reclaman, pero las Marías sólo derraman su corazón delante de él.

La mañana de resurrección

El tercer episodio de Marta sirviendo y María ungiendo al Señor en Juan 12 cierra esta enseñanza. Lázaro ha sido resucitado por el Señor. En aquella casa de Betania, Marta sigue en lo mismo de siempre, afanada en las cosas. Nada ha cambiado para ella en su relación con el Señor. Ella sólo sirve y vive el gozo de ver a su hermano vivo. Espiritualmente, no hay mucho que aprender de Marta.

María, en cambio, demuestra un progreso en su caminar de fe. Después de pasar por aquella experiencia dolorosa, y de ser consolada por el Señor, acude a él para adorarle. Para ella, el centro de la atención sigue siendo el Señor Jesucristo. Y mayormente ahora. Entonces, derrama su tesoro a los pies de su Señor, y le enjuga con su propio cabello. ¿No había una toalla por allí? No; una toalla es demasiado impersonal y fría para los amados pies del Señor. Su cabello ofrecía la calidez de su propio corazón; ellos eran una prolongación de sí misma.

Cuando los reproches se levantan contra María, el Señor interviene diciendo que ella le ha hecho una buena obra. Este es el punto final de esta enseñanza. Esta es la buena obra de María, y en esto consisten las buenas obras de todas las Marías.

Las muchas obras de Marta no tenían ningún valor espiritual, pero aquí, ésta obra de María es aprobada por el Señor. Sólo después de haber estado a los pies del Señor para aprender a amarle, y después de haber depurado ese amor en el día aciago de la prueba, se está en condiciones de servir espiritualmente al Señor. Todo servicio espiritual es un servicio al Señor, y ocurre solamente en la mañana de resurrección. Si no hay muerte, no hay resurrección. Las muchas obras de Marta no equivalen ni siquiera a una buena obra de María.

La buena obra de María consistió en ungir el cuerpo del Señor con su perfume. El aroma de tal obra agradó al Señor y llenó del suave aroma la casa entera. Cuando el Señor es servido espiritualmente, la casa (la iglesia) se llena del grato olor de Cristo.  Las buenas obras que son llamadas a hacer las mujeres de Dios consisten en ungir el cuerpo de Cristo. Lo hizo María ayer, y lo siguen haciendo las Marías de hoy.

El cuerpo de Cristo es la Iglesia, y los miembros de ese cuerpo son los hijos de Dios y hermanos del Señor.

¿Cómo podemos ungirle hoy?

El Señor Jesús no está entre nosotros hoy para que podamos ungir su cuerpo. Pero hay una palabra que él dijo que nos muestra cuál es su cuerpo hoy en la tierra, y cómo podemos ungirle: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mateo 25:40).

María hizo una buena obra para el Señor, y aquí en Mateo él nos dice que lo que hacemos a sus hermanos más pequeños, lo hacemos a él. Nada, en verdad, ha cambiado; él estuvo con María y hoy sigue estando con nosotros. En cierto sentido, María no necesitó tanta fe, porque le tuvo de cuerpo presente, pero nosotros tenemos a nuestro favor la bienaventuranza de mirarle en cada uno de nuestro hermanos necesitados de pan, de agua, de hospitalidad, de vestido, de amor y de consuelo (Mateo 25:34-36).

Que el Señor obtenga de las muchas Marías que hay en el presente en todo su pueblo un servicio espiritual, el cual consiste exclusivamente en servirle a él.