Una palabra acerca de cómo se evidencia la llenura del Espíritu en el matrimonio.

Hoy por hoy la familia y el matrimonio son blanco de muchas amenazas que perturban la sana convivencia familiar. Una de ellas, la dependencia alcohólica, cobra altos índices de quiebres matrimoniales. He sido testigo de cómo la pasión de proyectar una vida juntos se desmorona frente a un simple vaso de alcohol. ¡Qué absurdo; qué trágico! Pensar que un componente químico puede ocasionar tantos estragos en cientos de matrimonios.

¡Cuántas mujeres han tenido que asumir la dirección completa del hogar —con los esfuerzos que eso significa— porque sus maridos han perdido el respeto a sí mismos y hacia los demás sucumbiendo bajo el dominio del trago! De la misma manera, no son pocas las familias donde la madre está sumida en el alcohol, mientras deja a sus hijos indefensos, quienes se ven obligados a mendigar para poder subsistir.  Esta no es una tragedia que sólo se da en sectores marginales; gente de todos los estratos sociales ha sufrido en carne propia el dolor de tener un padre, una madre, un hijo, una hermana, un hermano, y hasta ellos mismos, agobiados por el flagelo del alcohol.

Nosotros sabemos que el pecado tiene múltiples manifestaciones. Y el alcoholismo es una de ellas.

Sed llenos

Pablo, en la carta a los Efesios, hablándole a la iglesia, aconseja: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu Santo” (Ef.5:18). ¿Cuáles son las consecuencias del abuso del alcohol? ¿Cuál es el resultado de la embriaguez? La respuesta es: disolución, es decir, desenfreno, libertinaje, la imposibilidad de dominarse y de controlarse. Encontramos, pues, en el embriagarse con vino, irresponsabilidad, descontrol de emociones, confusión, habladuría, perturbación de pensamientos, etc. Un borracho no sabe lo que dice, no sabe lo que hace, no sabe hacia dónde se conduce; en resumen, ha perdido el control de su vida.

Por eso Pablo aconseja: “No os embriaguéis con vino…” Antes bien, o por el contrario, dice: “Sed llenos del Espíritu del Santo”, o “Sed llenos con el Espíritu Santo”. Siguiendo el contexto, podríamos parafrasear: “Beban del Espíritu Santo; embriáguense con el Espíritu”, como si fuese un contenido, una bebida a tomar. ¿Qué es esto? ¿Se refiere a una acción carismática? ¿Es que el Espíritu producirá efectos similares al estar borracho ?

Efectos del ser llenos

Si seguimos leyendo, Pablo explica las consecuencias directas de ser llenos con el Espíritu: “Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales…» ( Ef.5:19).

Al contrario de la disolución que se encuentra en el vino, el Espíritu Santo, que es la vida de Cristo operando en el creyente, provoca un ejercicio de mutualidad entre los hijos de Dios, que se expresa hablando de aquello en lo que hemos sido testigos. Esto es, en hablarnos los unos a los otros de las proezas del Señor en la vida diaria. Proclamar – al igual que los salmistas– cómo, en el momento de la angustia, nos alcanzó su mano. De esta manera se reconoce al Señor en la debilidad, en la escasez, en la tristeza, en la persecución, en el gozo y en la victoria. ¡Oh!, qué gozo, qué alegría saber que la acción del Espíritu Santo en la vida del creyente le hace hablar así; le hace proclamar las maravillas de Dios para la edificación de la iglesia.

“Hablando entre vosotros… con himnos”, es proclamar el desarrollo de la victoria de Cristo en la cruz y en la resurrección. Nuestros primeros hermanos tenían por costumbre cantar himnos que contaban las hazañas del Señor. Como ejemplo, tenemos el capítulo dos de Filipenses. Allí en lo oculto, en las persecuciones, en las catacumbas, en la intimidad de las casas, los niños escuchaban a sus padres contar a la iglesia los padecimientos y la victoria de Cristo sobre todo principado y potestad. Allí se fortalecía la fe y el espíritu; la iglesia recibía las fuerzas del Señor para ser mártir; los hijos eran instruidos en la verdad; las mujeres recibían consolación; y la iglesia entera era edificada en el hablar de los hermanos llenos del Espíritu Santo.

Son cantos nacidos del Espíritu, que se gestan allí en lo profundo de la vida y surgen libres de la contaminación de la carne. Puros y transparentes. Pues somos hombres y mujeres redimidos del poder de la carne para ofrecernos a Dios en el servicio del Espíritu.

“Cantando y alabando al Señor en vuestros corazones”… En segundo lugar, ser llenos del Espíritu implica una vida interior activa, saludable, libre de resentimientos, de amarguras. Una vida en la que bulle la gracia. Toda la vida interior del cristiano es transformada. Todos los recuerdos y procesos psíquicos son embargados por la gracia divina, por lo cual el corazón puede cantar libre y espontáneamente.

“Dando siempre Gracias por todo al Dios y Padre , en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.” En tercer lugar la llenura del Espíritu se evidencia en reflejar externamente la plenitud interior con labios agradecidos al Dios y Padre en el nombre de Cristo.

El plato fuerte

Al leer la carta, el consejo del apóstol pereciera llegar hasta aquí. De hecho, algunas Biblias dividen el párrafo siguiente con un subtítulo y punto aparte. Pero, al leer detenidamente en el griego, nos damos cuenta que las consecuencias de ser llenos con el Espíritu Santo continúan en el texto subsiguiente. Es más, pareciera que lo que viene es el plato fuerte, pues continúa diciendo: “Sometiéndoos unos a otros en el temor de Dios.” 2

Aquí se completa el cuadro, puesto que no sólo afecta nuestro hablar, nuestra actitud interna y su expresión, sino que afecta directamente nuestras relaciones con los demás.

La mujer llena con el Espíritu

Esta vez nos detendremos, a modo de ejemplo, solamente en los primeros versículos referidos al matrimonio. “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor.” (Ef 5:22). Y Pablo confirma esta instrucción para las mujeres, encargándole a Timoteo y Tito el cuidado de la obra, diciendo: “Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte, no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien, que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos…» (Ti2:3); “Las mujeres asimismo sean honestas, no calumniadoras; sino sobrias…» (1Tim3:11).

En primer lugar, una mujer llena con el Espíritu Santo, es una mujer que se somete a la cobertura de su esposo. En general, se asocia la acción del Espíritu solamente con una actividad carismática, como si fuese independiente del quehacer cotidiano de los creyentes. O, por decirlo de otra manera, se relega la acción del Espíritu Santo exclusivamente a los momentos de reunión (cultos).

Pero, lo que intenta decirnos la palabra es que “embriagarse con el Espíritu Santo” para las esposas, es tener una vida consecuente con la vida de Cristo en su iglesia. Así como la iglesia frente a su amado tiene una actitud de sumisión y respeto, así las mujeres deben tenerlo con sus maridos.

La palabra griega, “estar sujetas”, se traduce literalmente como “estar bajo orden”; por lo tanto, una mujer que cultiva un espíritu afable y apacible para con su esposo, es una mujer que vive en el orden del Señor. Fíjense qué hermosa figura: mientras una mujer llena de mosto rivaliza, discute, pleitea, descubre y deshonra a su esposo, una mujer que bebe del “ buen vino” educa su espíritu en honra hacia su marido. Qué efecto más glorioso que una mujer voluntariamente por amor y temor al Señor, reconozca a su esposo lleno de debilidades e imperfecciones, quien se le da por amor para ser su cabeza. Esta acción no podríamos hacerla sin la intervención directa del Espíritu de vida, operando la vida del Hijo en las creyentes.

También hay una aplicación literal a la declaración del apóstol en la actualidad. Nuestra sociedad ha sofisticado el uso de las bebidas alcohólicas, y las promueve con hermosas mujeres en la T.V., diarios, revistas y otros medios. La tipología del bebedor ha cambiado en los últimos veinte años. En el presente las mujeres no tienen ningún tipo de represión al beber en público, y el espectáculo de jovencitas escolares alcoholizadas en las calles es realmente deprimente. La explicación se encuentra en que la modernidad y la tecnología ha aumentado el ritmo de vida, y las presiones y el estrés emocional psicológico han aumentado. Y junto ha ello también han aumentado las vías de escape.

Probablemente, algunas mujeres nunca probarán una gota de alcohol en su vida, pero ¿qué hay del abuso de fármacos, drogas, comida, sueño, tabaco? O de otros como la música, las amistades, o el salir de compras? ¿No son estos elementos embriagantes para evadirse de una realidad insostenible? ¿No serán estas las pequeñas zorras que echan a perder las viñas, en la relación matrimonial? ¡Hermanas, atended el consejo del Apóstol y sed constantemente llenas con el Espíritu Santo!

El marido lleno con el Espíritu

“Maridos, amad a vuestras mujeres , así como Cristo amó a la iglesia , y se entregó a sí mismo por ella…” (Ef.5:25).

El marido “embriagado del Espíritu” no sólo proclama las virtudes de Señor, canta y alaba en el corazón y, además, es agradecido del Señor, sino que se somete a la instrucción de amar. ¿Puede haber algo más concreto que amar? Pareciera que el apóstol aterriza a los maridos en un aterrizaje forzoso. Juan lo define en pocas palabras de forma magistral, diciendo, “El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón ¿cómo mora el amor de Dios en él?… No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1Jn. 3:17,18).

¡Qué práctico y objetivo! El amor de Cristo es práctico y objetivo. “Así como Cristo amó a la iglesia …” Uno de los errores del amar de los maridos es hacerlo a su manera, “como a mí me parece.” Hermanos, el amor no busca lo suyo. El marido debe amar como su esposa quiere sentirse amada. A veces es algo tan sencillo lo que las esposas requieren de sus esposos. Generalmente, no son tan grandes las cosas que pide una esposa, sino más bien un pequeño detalle lo que le va a hacer sentirse profundamente amada por su esposo. Los varones deben aprender a decodificar los mensajes de su mujer. Es tan simple como, por ejemplo, mostrarse colaborador. Hay tantas tareas en casa en las cuales las mujeres esperan la iniciativa del marido para ayudar.

Un varón lleno del Espíritu no espera ser atendido, sino que sirve a los demás. Obsérvate en este ejemplo, después de una larga jornada de trabajo, en la cual has hablado todo el día, y sólo quieres llegar a tu casa a comer y a descansar. Imagínate a tu esposa todo el día en casa atendiendo mil cosas, esperando que finalice el día para establecer una provechosa conversación con su esposo, necesita preguntarle algunas cosas domésticas de casa, o simplemente quiere hablar de algo importante para ella. Tú estás cansadísimo y hambriento… ¿Qué harás?

Yo te digo lo que hizo Cristo, ese mismo que está en ti. Atendió, lavando y purificando a la iglesia en el lavamiento del agua por la palabra. ¡Qué hermoso!, el varón embriagado del Espíritu atenderá a los detalles más insignificantes de su esposa y lavará, purificará a su esposa con una palabra sabia mientras se ofrece a atenderla y colaborar con sus tareas. Parece idílico, pero no es así. Beber del Espíritu Santo es beber de la vida de Cristo. Los maridos, al igual que Cristo, muestran entrega por sus esposas y la instruyen con la palabra.

Cristo tiene el Buen Vino

En fin, hay tantos ejemplos que podríamos citar para educar la vida matrimonial, que el tiempo nos faltaría. Sólo quiero decir que Cristo tiene un buen vino. Cuando él fue invitado a unas bodas y escaseó el vino, proveyó del mejor, y la celebración en aquel día fue con regocijo. Si por algún motivo hay escasez en tu relación matrimonial, ven a Cristo. Escucha las palabras de María diciendo: “Haced todo lo que él os diga…” Y habrá el Buen Vino en tu mesa. Sí, hagamos todo lo que él nos diga y la plenitud de la relación de Cristo y su Iglesia se verá reflejada en nosotros para la gloria de Dios. Amén.

1 Traducción literal, del Nuevo Testamento interlineal Greco-Español. Francisco Lacueva. 2 Id. Francisco Lacueva.