La omnipresente tecnología está empujando a la humanidad a una nueva edad oscura.

El Señor es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre».

–  Sal. 23.1-3.

Con toda seguridad, usted ya leyó y oyó muchas veces este texto bíblico. Sin embargo, quisiera preguntar: ¿hasta qué punto usted lo ha experimentado? ¿Cuánto tiempo ha pasado, recientemente, en los delicados pastos, reposando –no corriendo detrás de una pelota, de un entretenimiento o una diversión– en delicados pastos? ¿Cuál fue la última vez que se detuvo junto a las aguas de reposo o sintió al Señor refrigerar su alma en un verdadero ambiente de paz, de claridad y de restauración?

La fuente del problema

Hace poco tiempo, compré un libro de Maggie Jackson sobre un tema que considero sumamente importante para el mundo de hoy: la distracción. El título del libro es: Distracted: The Erosion of Attention and the Coming Dark Age (Distraídos: La erosión de la atención y la edad oscura que viene). Deseo citar algunos pasajes de este libro y pedirle que reflexione seriamente al respecto, pues son afirmaciones muy impactantes y amedrentadoras.

La tecnología hizo que la distracción se volviese omnipresente. Estamos casi siempre al alcance de algo nuevo para colocar en el cerebro. ¿Con qué frecuencia usted está en el coche sin encender la radio? ¿Cuántas veces usted entra en su casa o en su cuarto, sin prender el televisor, o, como es más común hoy, sin conectarse a Internet? Los lugares que antes ofrecían una especie de refugio de todo esto, como las cafeterías o salas de espera, hoy están entre los recintos que ofrecen mayor grado de conectividad.

Sin embargo, como es en estas aguas que nosotros solemos nadar, es difícil percibir lo que está sucediendo, a menos que se interponga un cierto tipo de condición artificial – un factor «artificial» como, por ejemplo, la naturaleza. El apagón ocasional es un fastidio, pero también es un regalo.

Una larga caminata con una mochila a las espaldas es una experiencia reveladora. Durante dos o tres días, su transmisor interno de CNN (o CBN) continúa con su bla-bla-bla interminable. Sin embargo, llega un punto donde las opiniones, las discusiones y los planes comienzan a agotarse, y las voces se silencian por un poco. El silencio nos trae sensaciones extrañas, pintorescas – hasta incómodas.

Tenemos hoy, a nuestra disposición, más de 50 millones de sitios para ser buscados, 1.8 millones de libros en circulación, 75 millones de blogs y otras tantas «ventiscas» de información. Aun así, procuramos cada vez más conocimiento por medio de búsquedas en Google o en los titulares de UOL (Terra, Yahoo, etc.), que engullimos con rapidez al mismo tiempo que hacemos malabares con otras diversas tareas simultáneas.

Esta manera de vivir está corroyendo totalmente nuestra capacidad de mantener una atención profunda, continua y perceptiva – que es la piedra fundamental de la intimidad, de la sabiduría y, asimismo, del progreso cultural. Además de eso, tal desintegración puede costar un precio muy elevado para nosotros y para nuestra sociedad.

La fascinación esclavizante por personas y cosas multitareas y la lealtad casi religiosa a un estado de movimiento constante son indicaciones de un universo de distracción, en el cual los viejos conceptos de espacio, tiempo y lugar fueron despedazados. Es por eso que somos cada vez menos capaces de ver, oír y entender lo que es relevante y permanente; es lo que causa, muchas veces, la sensación de que mal conseguimos mantener la cabeza fuera del agua; y es lo que marca nuestros días con interminables momentos sin nosotros.

Por otra parte, el debilitamiento de nuestra capacidad de concentración está ocurriendo a tal velocidad y en tantas áreas de la vida que la erosión alcanza rápidamente la masa crítica. Estamos a punto de perder nuestra capacidad, como sociedad, de mantener la atención enfocada con profundidad y por intervalos razonables de tiempo. En síntesis, nos estamos desmoronando, como cultura, en dirección a una nueva edad oscura.

Casi un tercio de los trabajadores hoy siente que escasamente tiene tiempo para reflexionar sobre el trabajo que realiza o para analizarlo adecuadamente. Más del 50% normalmente son obligados a hacer malabarismos con una cantidad excesiva de tareas simultáneas o son interrumpidos tantas veces que sienten dificultad para concluir su trabajo. Una investigación, hecha a través de un año entero, evidenció que los trabajadores no sólo cambiaban de tarea cada tres minutos durante el día de trabajo, sino también que la mitad de las interrupciones fue iniciada por ellos mismos. Las personas están tan aturdidas que no tienen tiempo para reflexionar sobre el mundo circundante, mucho menos sobre su futuro.

¿Qué es la atención?

Una de las mejores definiciones de atención que encontré viene del remoto año 1890, cuando la gente aún sabía lo que esto significaba. Es una definición del psicólogo y filósofo norteamericano William James: «La atención es la acción en que la mente toma posesión, de forma clara y vívida, de uno entre varios objetos o líneas de pensamiento simultáneamente posibles. Implica el retiro de algunas cosas para poder ocuparse efectivamente de otras. La atención es el maestro del cerebro, el único capaz de dirigir en forma armónica la orquesta multifuncional de la mente. En sus diversas ramificaciones, están las llaves no sólo para las formas más elevadas del pensamiento, sino también para la moralidad e, incluso, para la propia felicidad».

El mundo virtual que la Internet trae hoy al interior de nuestra casa nos ofrece experiencias, actividades y hasta una forma de interactuar con cosas, eventos y personas que están a centenas o miles de kilómetros de distancia. Con esto, destruyó nuestro concepto del espacio, porque está en todo lugar y encendida en forma permanente.

El concepto actual de multitareas (o tareas simultáneas) ha redefinido nuestra noción del tiempo. No es más una cuestión de secuencia. Tenemos, hoy, cerebros de monos que saltan por aquí, se rascan allí y saltan a esa rama de más allá. Una vida de movimiento perpetuo ha remodelado nuestro relacionamiento con el espacio y con el significado de estar en el mundo.

De esta forma, las cosas que antes servían como anclas, permitiendo que formásemos un sentido de quiénes somos, de lo que es realmente importante y del objetivo de nuestra vida, están siendo corroídas rápidamente – delante de nuestros ojos. La velocidad de este proceso nos está afectando no sólo socialmente, sino, de acuerdo con un volumen cada vez mayor de evidencia abrumadora, también fisiológicamente. Ha sido realizada una serie de estudios que demuestran los efectos de la distracción y las actividades multitareas sobre el cerebro humano. Los resultados son, por lo menos, alarmantes, pues demuestran que la distracción del mundo actual está produciendo sutilmente efectos muy nocivos en los centros del estrés y de la creatividad. Estamos siendo más estresados y menos creativos. De allí, la inminencia de una nueva edad oscura.

Todos nosotros sentimos esto – porque vivimos en este mundo, en este tiempo. Algunos lo sienten con mayor intensidad que otros. Con seguridad, usted conoce a alguien que no tiene celular, no utiliza Internet o no tiene e-mail. Pero esta clase de gente es cada vez más rara. La verdad es que, hoy, nosotros somos personas distraídas, y que esta distracción está trayendo consecuencias.

Durante una semana normal, podemos sentir fuertes deseos momentáneos por la presencia de Dios; tales chispazos de nostalgia, sin embargo, son neutralizados, a veces en cuestión de instantes, por las distracciones de la cultura. Un celular que suena: «¡Llegó un mensaje para ti!». Una rápida mirada al calendario, el timbre… Puede ser una cualquiera de estas cosas o de una multitud de otras.

Exceso de información – falta de oír a Dios

Me gusta tener acceso a la información. Siento, de cierta forma, que si soy el presidente de una organización llamada «Grupo Centinela», cuyo objetivo es ser atalaya, saber las cosas de antemano para alertar a otros, entonces necesito estar al tanto de los hechos. Exactamente por eso, me inscribí para recibir varios ‘feeds RSS’. Por si usted no lo sabe, un feed RSS es una pequeña alerta que usted recibe en el computador diciendo que hay, por ejemplo, 18 artículos del diario Washington Post, 22 del New York Times y 15 del Wired Magazine esperándole. En mi caso, la suma de estas informaciones llega a centenas. Si transcurren solo dos o tres días sin chequear mis feeds, los tengo que excluir todos o invertir un tiempo considerable en ponerme al día.

Ahora, la pregunta es la siguiente: Todo este tiempo que invierto, que invertimos nosotros como cultura, de estar al tanto de los hechos, siempre actualizados, ¿para qué sirve si es precisamente esta actividad la que nos impide oír la voz y la sabiduría de Dios? Al final del día, ¿qué, realmente, hemos aprendido? Y el nuevo saber adquirido, ¿es adecuado para hacer diferencia en nuestra cultura? ¿En nuestra sociedad? ¿En nuestra comunidad?

Básicamente, la información que recibimos dice relación con lo que está roto en el mundo, con lo que no está funcionando. Ahora, si invirtiéramos este mismo tiempo meditando en la presencia de Dios, en aquellos delicados pastos, junto a las aguas de reposo, conectándonos con la revelación y la sabiduría del Espíritu, quizás aprenderíamos algo verdaderamente útil.

Nuestro amor, como dice el profeta Oseas, es como el rocío del amanecer (Os. 6:4) que se desvanece en un instante. Me siento terriblemente avergonzado cuando veo que es de esa forma como me comporto delante del Señor, que mi atención para con él es frecuentemente tan fugaz, tan efímera. Un amigo me hizo la siguiente declaración: «Jesús es el único novio que conozco que tiene una novia que casi no habla con él».

A veces, intento imaginarme cómo sería la Última Cena si sucediese en nuestros días. ¿De quién sería el celular que sonaría? ¿Quién estaría mirando el reloj pensando en el compromiso de ir a una reunión o de pasar a buscar a alguien? Vivimos en una cultura tan distraída que ni percibimos que estamos distraídos.

¿Qué hará Dios con nosotros?

Un libro de Malcolm Gladwell, un bestseller llamado The Tipping Point (El punto de desequilibrio), examina cómo los productos o ideas se vuelven virales (causando cambios repentinos como si fueran factores epidémicos) dentro de una sociedad. Es un libro fascinante. En este libro, el autor cuenta la historia de dos psicólogos de la Universidad de Princeton que decidieron conducir un estudio con los alumnos, inspirado en la parábola del buen samaritano.

Cada miembro del grupo de seminaristas recibió la tarea de preparar un pequeño discurso sobre un tema bíblico. Después de eso, tendría que ir a un predio vecino al campus para presentarlo. En el camino, era forzoso pasar junto a un hombre caído en un callejón, cabizbajo, con los ojos cerrados, tosiendo y gimiendo. El objetivo era descubrir quién se detendría a socorrerlo. Varios seminaristas, yendo a dar una conferencia sobre el buen samaritano, pasaron literalmente por sobre el hombre caído y siguieron corriendo hacia su compromiso. Lo único que realmente les importó fue la urgencia de su tarea.

Oí una historia del famoso autor de los Guinness sobre una tribu, en las Filipinas, en que los nativos se referían a los misioneros occidentales como «gente con dioses en las muñecas». Ellos decían esto porque, cuando los misioneros necesitaban tomar una decisión, en vez de volverse hacia el Dios de los cielos y de la tierra, miraban siempre el reloj en su muñeca para encontrar dirección. Otros, quizás, encuentran orientación en la cuenta bancaria, en el celular o en la agenda.

Hace poco tiempo, vi un folleto para pastores con el título Cómo contextualizar para los cristianos occidentales. Este es un título peligroso. Entre otras, contenía las siguientes sugerencias:

1. Si desea comunicar el evangelio y sus desafíos a los cristianos occidentales, usted necesita «anunciar con denuedo». Haga esto de forma visual. Dé su mensaje con frecuencia y de manera bien clara. Todo el mundo tiene prisa; nadie tiene tiempo para detenerse – solo para leer corriendo.

2. Respete las restricciones de tiempo de la sociedad de hoy; adáptese a sus exigencias de agendas y horarios. Concilie las actividades de misiones y avivamiento con los acontecimientos que ya están programados.

Creo que, desde el punto de vista de Dios, este debe ser un desafío bien interesante. ¿Qué tendrá que hacer él para adaptarse a estos occidentales con cerebros de monos?

George Otis
Tomado con autorización de Revista Impacto
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