Que la meta única de toda tu vida sea Cristo. A él debes dirigir todas tus aspiraciones, todas tus actividades, todo tu ocio y tu negocio. Fíjate en Cristo como tu único y absoluto bien. No ames nada, ni te entusiasmes por nada, ni quieras nada que no sea Cristo, o por Cristo. Y no aborrezcas nada, ni desprecies nada, ni huyas de nada, sino del pecado o por causa del pecado.

Lo que hagas –ya veles o duermas, comas o bebas, descanses o te diviertas– todo te sucederá para acrecentar más tu premio. Y así sucederá que incluso algunos vicios menores , en los que caemos en nuestro camino hacia la virtud, se convertirán para ti en motivo de premio. Pero si tu ojo es malo y mira otra cosa que no sea Cristo, entonces, el mismo bien que haces no reportará fruto y hasta puede ser pernicioso. Toda cosa buena no bien hecha es defectuosa. Todo, pues, lo que hallares en tu camino hacia la meta del sumo bien, lo habrás de rechazar o aceptar en tanto en cuanto estorba o favorece tu andadura.

Los mismos filósofos ven ciertos fines imperfectos e intermedios, en los que no hay que detenerse, ni conviene servirse o gozar de ellos. Como medios que son, no todos ayudan o estorban de igual modo a los que caminan hacia Cristo. Por lo mismo, habrá que rechazarlos o asumirlos en la medida que impiden o favorezcan su caminar hacia él. El conocimiento, por ejemplo, es más útil para la piedad que la belleza, las fuerzas del cuerpo o las riquezas. Y aunque todo saber se puede referir a Cristo, sin embargo, uno conduce mejor que otro por su camino.

Este fin es el que ha de medir la utilidad o inutilidad de los medios. ¿Amas el saber? Estupendo; ámalo por Cristo. Pero si lo amas para saber por saber, te quedas allí donde era preciso seguir adelante. Pero si amas las letras para mejor poder hallar y conocer a Cristo, oculto en los misterios de las Escrituras –y una vez conocido, lo amas; y conocido y amado, lo das a conocer y te gozas de ello–, entonces aplícate al estudio de las letras. Pero no más allá de lo que pueda contribuir a un sólido conocimiento. Vale más saber menos y amar más, que saber más y no amar.

Erasmo de Rotterdam