La obra de destrucción y reconstrucción que realiza el Espíritu Santo en los hijos de Dios.

Lectura: Juan 1:14, 16-17.

Como veíamos en nuestro mensaje anterior, el Señor Jesús expresó de manera muy equilibrada la gracia y la verdad. En cada encuentro que él tuvo con las personas, manifestó estos dos aspectos de su maravillosa persona. A veces manifestó primero la gracia, otras veces, la verdad; pero siempre estaban presentes las dos. Aunque, por lo que dice el versículo 16, la gracia excedía a la verdad.

Veíamos también que la gracia nos perdona, nos levanta, en tanto la verdad nos derriba y nos quebranta.

Cuando Jesús aparece

En el capítulo 1, desde el versículo 35 en adelante, tenemos a Juan el Bautista, que, al ver a Jesús que andaba por allí, dijo: «He aquí el Cordero de Dios». Y los dos discípulos que estaban con él siguieron a Jesús. Este día Juan perdió a sus dos discípulos. Hasta que apareció Jesús, Juan el Bautista era el gran profeta; todo el mundo corría a escucharlo, recibían su palabra y se bautizaban con su bautismo. Pero el día que el Señor Jesús fue manifestado, Juan comenzó a perder sus discípulos. Entonces, la verdadera estatura espiritual de Juan quedó en evidencia.

Antes que apareciera Jesús, Juan era grande. Después que apareció Jesús, ya no era grande. Antes, era un gran maestro; después que apareció Jesús, Juan pudo ver su verdadera estatura. Cuando aparece Jesús, todos los maestros pierden sus discípulos, porque éstos han de seguir a Jesús. Eso significa que él es la verdad. La verdadera estatura de Juan sólo quedó en evidencia cuando apareció Jesús.

En el capítulo 2 de Juan dice que el Señor fue a unas bodas en Caná. Y cuando estaban en medio de la fiesta, se acabó el vino. Entonces el Señor Jesús convirtió el agua en vino. Y este vino era mejor que el anterior. La segunda parte de la fiesta fue mejor que la primera. ¿Qué sucedió allí en verdad? Simplemente, que la verdad se manifestó; y todo lo que no es verdadero quedó en evidencia. Cuando Jesús viene, toda nuestra fiesta termina, el vino se acaba, porque el verdadero vino iba a ser introducido en la fiesta.

El vino representa el deleite, el gozo. Antes que aparezca Jesús parece que nuestra alegría es completa, pero cuando aparece el Señor se acaba nuestro vino. Y necesitamos que él nos convierta el agua en vino. Jesús manifestó la irrealidad de aquel vino, y él introduce el vino verdadero, porque Jesús es la verdad.

Más adelante, en el capítulo 2, se nos dice que el Señor fue al templo de Jerusalén. Ese lugar era muy admirado por los judíos, y también por los discípulos. Esa maravilla que había levantado Herodes hacía exclamar a los discípulos: «¡Qué piedras y qué edificios!». Sin embargo, el Señor Jesús, tomando un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y ovejas y los bueyes. Esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas, y dijo: «¡Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado!».

Para los judíos el templo era un lugar sagrado; pero cuando el Señor Jesús vino a él, la irrealidad del templo quedó en evidencia. Era sólo una casa de mercado.

Antes de que Jesús aparezca, todo nos parece real, esplendoroso. Pero cuando él se manifiesta, todas las cosas se ubican en su justa posición y estatura. Porque él es la verdad.

Antes de que el Señor se nos comience a manifestar como la verdad, tenemos opiniones erradas acerca de tantas cosas. Y sobre todo acerca de nosotros mismos. Antes parecía que teníamos un cierto grado de humildad, probablemente habíamos leído algunos libros, y a través de ellos, habíamos aprendido que la humildad es una virtud y procurábamos ejercitarnos en ella. Y llegamos a pensar que éramos humildes. Pero cuando apareció el Señor, nuestra humildad, que en realidad era un orgullo disfrazado, se deshizo. Y así ocurrió con muchas otras cosas. Porque nosotros vivimos en un mundo que está engañado, que está bajo la potestad del engañador. Las cosas parecen ser reales pero no lo son. Son ilusorias, son aparentes.

En los tiempos del Señor Jesús había tantas cosas ilusorias y aparentes. Un gran maestro que en verdad no era un gran maestro; una fiesta que en verdad no era fiesta; un templo que en verdad no era un lugar sagrado. Los judíos decían que ellos eran hijos de Abraham, y el Señor les dijo que eran hijos del diablo (Juan 8:41-44). Los judíos pensaban que en las Escrituras se encontraba la vida eterna, pero el Señor les dice: «A vosotros os parece que en ellas tenéis vida eterna, y no queréis venir a mí para que tengáis vida» (Juan 5:39-40). «Os parece». ¡Cuán errados estaban! Cuántas cosas a nosotros nos parecen reales, verdaderas, y no lo son.

Muchos fracasos nuestros se deben a que nosotros presumíamos de tener algunas cosas, y no las teníamos. Uno de mis mayores fracasos lo tuve pocos días después de que en mi corazón tuve este pensamiento: «¡Cómo mi hermano puede ser tan profano!». A los pocos días, Dios me mostró que yo era más profano que él. Pero yo no lo sabía. Vivimos envueltos en el autoengaño. Porque nosotros nacimos en medio de irrealidades, apariencias e hipocresías. Pero el Señor está conduciendo a su iglesia por el camino de la gracia y de la verdad, y para que pasemos de la gracia a la verdad.

Porque la gracia no es eterna – en el Apocalipsis no encontramos la gracia. Pero sí encontramos la verdad, encontramos realidad. Porque la gracia es un medio para llevarnos a la realidad de las cosas; para sacarnos de nuestra bajeza, para elevarnos, y para que todo en nosotros, por medio de la gracia, sea real. Para que toda justicia, todo amor, toda paz, toda bondad, toda mansedumbre, toda humildad, sean reales.

¿Por qué necesitamos la gracia? Porque caemos. Porque somos defectuosos. Pero llegará un día que no seremos defectuosos, entonces no necesitaremos la gracia. Seremos pura realidad de Dios en Cristo. Y hacia allá nos va conduciendo el Señor. Y cuando él venga, tendrá una iglesia santa, sin mancha y sin arruga. Sin mezclas. Sin cosas espurias. Auténtica.

Es interesante que al final del capítulo 2 de Juan dice las siguientes palabras: «Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre» (vv. 24-25). Según entiendo, es la única parte de los evangelios en que dice algo así. Él no se fiaba del hombre. Precisamente, la verdad que él manifestó en el evangelio de Juan reveló lo que había en el corazón de los hombres.

Recuerdo una profecía que recibió María, la madre del Señor, cuando Jesús nació. Simeón le dijo: «He aquí, éste está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha … para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones» (Lucas 2:34-35). El Señor apareció para revelar lo escondido, para sacar a luz lo encubierto, lo aparente. Cuando el Señor Jesús apareció, las tinieblas fueron reprendidas, quedaron en evidencia, porque él es la luz.

Probablemente usted se ha llevado más de alguna decepción con usted mismo. Entonces se da cuenta que en verdad no ama al Señor tanto como debiera; que la experiencia de Pedro es también la suya. Pedro niega al Señor, y después, junto al mar, el Señor le dice: «Pedro, ¿tú me amas más que éstos?» – porque Pedro había dicho: «Aunque todos éstos te nieguen, yo no». Entonces Pedro le dice: «Señor, tú sabes que te quiero». Pedro no usa la misma palabra que usa el Señor, usa una de inferior calidad. La segunda vez, el Señor le dice: «Pedro, ¿me amas? Pedro contesta: «Señor tú sabes que te aprecio». La tercera vez el Señor le pregunta: «Pedro. ¿me aprecias?». Y él le dice: «Señor, tú sabes todas las cosas, tú sabes que te aprecio». Es como si le dijese: «Señor, debo reconocer que no te amo, sólo te aprecio».

¿Dónde está aquel amor incondicional de Pedro? No había tal amor incondicional, pero él no lo sabía. Ese interrogatorio del Señor lo desnuda. Ni le amaba más que los otros, ni siquiera le amaba. Apenas lo apreciaba, lo quería.

Sólo después de eso Pedro pudo ser usado, porque la venda de sus ojos cayó para verse a sí mismo. ¡Cómo necesitamos nosotros vernos a nosotros mismos, para no presumir!

El otro Consolador

Pero el Señor Jesús se fue; él está a la diestra del Padre. Y la noche anterior a ser entregado, en esa conversación íntima que tiene el Señor con sus discípulos, y que ocupa los capítulos 13 al 17 de Juan, en un momento el Señor les dice: «Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad». Noten cómo se conjugan aquí dos expresiones para referirse al Espíritu Santo: «el otro Consolador» y «el Espíritu de verdad». Y esta doble mención aparece tres veces, una en el capítulo 14, otra en el capítulo 15 y otra en el capítulo 16. Y siempre aparecen juntas las dos, el «Consolador» y el «Espíritu de verdad».

Y si nosotros miramos atentamente podemos ver aquí la misma relación que hay en el Primer Consolador: «gracia» y «verdad». El segundo Consolador, es decir, el Espíritu Santo, consuela, acoge, lo que equivale a la gracia, y también como Espíritu de verdad, conduce a la verdad.

Entonces, en el ministerio terrenal del Señor, los hombres que lo tocaron, encontraron la gracia y la verdad. Luego, cuando se fue, el Espíritu que fue enviado en su lugar cumple exactamente el mismo ministerio: muestra la gracia y la verdad. El papel que jugó el Señor Jesús en su ministerio terrenal, hoy lo cumple con nosotros el Espíritu Santo. Y aún vamos a dar un detalle más. Así como en Juan 1 aparece más veces la palabra «gracia» que la palabra «verdad», así también respecto al Espíritu Santo, aparece más veces como Consolador que como Espíritu de verdad (Ver 14:26). ¡Es muy interesante!

Ahora, nosotros tenemos, a causa de la distorsión acerca del Espíritu Santo en la historia de la Iglesia, especialmente en el siglo XX, prejuicios contra el Espíritu Santo. Y a veces hasta le tememos. Algunos llegan a decir: «Por favor, no nos hable del Espíritu Santo. No toque el tema del ‘bautismo del Espíritu Santo’. Porque no queremos llenarnos de escándalos, de desórdenes, de manifestaciones extrañas que no tienen sentido». Por causa de esa distorsión lamentable, estamos perdiendo el ministerio precioso e insustituible del Espíritu Santo.

Aquí en Juan vemos que la principal labor del Espíritu Santo es consolarnos, y es revelarnos toda la verdad. Primero, la verdad respecto a Dios, al Señor Jesucristo, luego acerca de todas las demás cosas –que aparecen en las demás epístolas y en Apocalipsis– y también la verdad acerca de nosotros. Sin el Espíritu no hay realidad alguna, porque él es el Espíritu de verdad.

Nosotros no tenemos realidad de Cristo si no es por el Espíritu Santo. Nadie puede nacer de nuevo si no es por el Espíritu Santo. Nadie tampoco puede llegar a tener el carácter de Cristo si no es por el Espíritu Santo. «De su plenitud tomamos todos»; de la plenitud de Cristo toma el Espíritu y nos la imparte a nosotros.

¿Cómo se forja la humildad en un cristiano? ¿Se forja por sólo leer, por entender el concepto? No, seguramente el Espíritu Santo nos va a conducir por un camino de tropiezos, de aflicciones, de menosprecio, para que se nos sea comunicada la humildad de Cristo. El Señor Jesús por lo que padeció aprendió la obediencia.

Ninguna realidad espiritual es generada en nosotros si no es por el Espíritu, y si no es por medio de ciertas tribulaciones. Eso es doloroso, pero el fruto es genuino. Es realidad, es verdad. La humildad del hombre no es en absoluto confiable. Es paja, aunque luzca hermosa. Hay ateos que son humildes, que son bondadosos, que son filántropos. ¡Todo eso es paja! La única humildad real, verdadera es Cristo en nosotros, por el Espíritu Santo.

Nos llevamos tantas sorpresas desagradables con respecto a nosotros, y con respecto a otros cristianos. «Parecía que el hermano era más maduro, ¡pero mire lo que hizo!». ¡Oh, parecía! ¿Era realidad? No era realidad; era un parecer. «A vosotros os parece», dijo el Señor (Juan 5:39). «A mí me parece».

El Señor no quiere que seamos cristianos engañados, llenos de pareceres, de opiniones, de supuestos. Es tan doloroso, cuando vemos que algo que parece real, no es real. Es como el oropel. Métalo en el fuego, espere un poquito, y verá que no es oro. La diferencia entre el oro y el oropel, la realidad del uno y la irrealidad del otro, va a quedar en evidencia en el momento de la prueba. ¿Cuándo nosotros seremos desengañados de todo lo falso que tenemos? ¿Será cuando estemos delante del tribunal de Cristo, o cuando estemos en el lecho de muerte, y tengamos que decirle a la esposa, y a los que estén a nuestro lado: ‘Tengo mucho de qué arrepentirme. En realidad, ustedes han creído en alguien que no era’?

Recuerdo una experiencia que nos contó el hermano Devern Fromke. Cuando él era un pastor joven participaba de un ministerio conjunto con otros pastores, sirviendo a los jóvenes. Levantaron grandes edificios, pero un día un gran incendio acabó con todo. Parado frente a las cenizas, él se sintió devastado, e incluso molesto con Dios por no haber defendido Su obra.

Entonces se vio a sí mismo en una larga fila de personas delante del trono de Cristo, esperando el juicio. Muchos tenían sus brazos llenos de madera, heno y hojarasca – eran todas sus obras. Cuando llegaban delante del Señor, inmediatamente Sus ojos de fuego quemaban todo. Fromke podía reconocer entre ellas a muchas personas conocidas como hombres de Dios con sus obras delante del Señor. Y vio también a algunos que tenían sus manos llenas de oro, plata y piedras preciosas. Y cuando los ojos del Señor se posaban sobre esas obras, brillaban más aún, y veía la sonrisa de aprobación del Señor. Y ellos tuvieron una entrada amplia y generosa. Entonces, el próximo en llegar ante el Señor era él mismo. Pero el Señor cerró las cortinas y dijo: «No todavía». Fromke dijo, con alivio: «Gracias Señor». Entonces el Señor le dio una palabra clave, que fue la motivación de su vida de ahí en adelante. «Que tu construcción sea en vidas y no en edificaciones materiales». Desde entonces él ha intentado edificar el cuerpo de Cristo.

¿Qué les parecería llegar al final de la carrera, y que el Señor con su sola mirada destruya sus obras, y más encima, que ustedes –como dice la Escritura– sean ‘salvos como por fuego’? Porque el tribunal de Cristo no sólo será un juicio sobre nuestras obras, sino también sobre nosotros mismos. Cuando lleguemos a esa instancia, ¿qué presentaremos?, ¿cómo nos presentaremos? ¿Será como cuando usted tiene sed y alguien le ofrece un vaso de bebida, y está tan agitada que se le llena el vaso de espuma? ¡Usted tiene sed de líquido, no de espuma! Pero el vaso está lleno de espuma. ¡Qué terrible! No es espuma lo que el Señor quiere, él quiere realidad.

Alguien ha dicho que en la Biblia aparece sólo dos veces el dedo de Dios escribiendo. Y en estas dos ocasiones, los hombres fueron pesados en una balanza. La primera vez le ocurrió al rey Belsasar (Daniel cap. 5), cuando vio unos dedos escribiendo en la pared, que Daniel interpretó para él: «Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto». Ese mismo día Belsasar murió. Murió y su medida no fue completada. La otra vez fue cuando el Señor escribe en tierra, mientras los judíos trajeron a la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8). También esta vez su dedo pesó a los hombres, y también los encontró faltos.

Hay una balanza que está esperando por nosotros, por ti y por mí. En ese momento lo único que llenará la medida va a ser lo que Dios haya producido en nosotros por medio de su Espíritu. Porque es el único Espíritu de verdad. Es el Espíritu de realidad.

El amor y la verdad

Juan fue el último de los apóstoles en partir de esta tierra. Y sus escritos son también los últimos escritos de las Escrituras. Se ha dicho con verdad que Juan es el apóstol de la restauración, así como Pedro es el iniciador y Pablo el de la edificación. Juan es el apóstol para los tiempos finales, es decir, nuestros tiempos. Entonces los escritos de Juan tienen mucha vigencia para nosotros.

Si miramos en forma global los escritos de Juan vemos cómo este asunto de la gracia y la verdad se va desarrollando – pues las Escrituras desarrollan gradualmente las verdades, desde un inicio balbuceante hasta un final perfecto. Entonces este asunto de la gracia y la verdad tenemos que verlo no sólo en el evangelio, sino en todos sus escritos. Si lo hacemos así, nos vamos a llevar una tremenda sorpresa. Veremos que se enfatiza la verdad, y que la gracia se muda en amor. Ahora es «el amor y la verdad».

Ya no hay tanto una relación cielo tierra –que es lo que gracia implica– sino una relación horizontal – el amor. En la relación entre los hombres no se puede hablar de gracia, porque la gracia va desde uno que es superior a otro inferior, pero entre nosotros es en forma horizontal, la gracia transformada en amor. Entonces el amor prueba si antes hubo gracia o no, porque si tú recibiste gracia, esa gracia recibida se transforma en amor. Entonces, está el amor y la verdad.

Y la verdad está allí muy fuerte en las tres epístolas de Juan.

Leamos en 1ª de Juan 1:6: «Si decimos que tenemos comunión con él y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad». Aquí se está hablando de la práctica de la verdad. Se fijan que no es un asunto sólo de ser confrontados con nuestra realidad, sino de si nosotros estamos o no practicando la verdad. Si estamos o no posesionándonos de cierta realidad de Dios en Cristo. Versículo 1: 8: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros». Versículo 2:4: «El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él». Versículo 2:21: «No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad». Es como si dijese: «Porque conocéis la verdad, necesitáis practicarla». Una cosa es conocer y otra cosa es andar en la verdad. Aquí el énfasis no es conocer la verdad, sino que es «por causa de que conocéis la verdad, andad en ella». Versículos 3:18-19: «Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad». No sólo conocer la verdad: somos de la verdad. Es decir, la verdad nos posee, pertenecemos a la verdad. Somos gentes de realidades, no de mero conocimiento.

Vamos ahora a la Segunda y Tercera Epístolas de Juan. En 2ª Juan 4 dice: «Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad». El andar en la verdad es la práctica de la verdad.

Y en la 3ª de Juan está la culminación. Aquí está la cumbre. Veamos lo que le dice el apóstol a Gayo. «Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad» (v. 3). Oh, esta palabra es maravillosa. «Tu verdad … la verdad». Es decir, «tu verdad es la verdad». «Tu realidad es equivalente a la Realidad». ¡Esto es maravilloso! Este hermano llamado Gayo alcanzó la meta. Todo en él era realidad.

Pero hay un segundo ejemplo. Porque estas cosas deben constar con, al menos, dos testigos. El otro es Demetrio. Versículo 12. «Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y también nosotros damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro testimonio es verdadero». ¡Oh, bienaventurados Gayo y Demetrio! ¿Irá a ocurrir algo así con nosotros? ¿Llegaremos a esa meta?

El Apocalipsis nos hace temblar cuando leemos las epístolas a las iglesias, porque cada una de ellas comienza con esta frase: «Yo conozco tus obras». Es como decir: «Yo conozco tu verdad, tu realidad». Yo conozco cuánto de lo que tú hablas se ha traducido en verdad. Cuánto de lo que tú piensas, dices, sostienes, crees, cuántas cosas que te parecen son realidad.

Oremos al Señor para que él nos permita, nos conceda, la gracia que le fue dada a Gayo y a Demetrio de que su verdad es la verdad, y de que la verdad dé testimonio de nosotros.

Demos libertad al Espíritu

No le tengamos temor al Espíritu Santo; al contrario, busquémoslo. Démosle libertad en nuestro corazón. Oh, el Espíritu Santo es precioso; es respetuoso. No tengas temor; nunca te va a herir, nunca te va a atropellar; nunca va a violentar tu personalidad, nunca te va a anular. Nunca te va a escandalizar. El Espíritu Santo es el otro Consolador, y es el Espíritu de verdad.

Nuestra única esperanza de ser genuinos, de ser reales, auténticos y plenos, completos, cabales en Cristo es por medio del Espíritu Santo. Así que, abrámosle el corazón sin temor.

El Espíritu Santo puede ser ofendido, puede ser apagado, puede ser contristado, puede ser resistido. Es como una paloma muy sensible; basta que usted peque, que lo ignore; entonces él se repliega. Él no toma la iniciativa si no se la da usted. Es tan delicado, pero a la vez es tan poderoso.

Mientras estamos diciendo estas cosas, el Espíritu Santo está tocando la puerta de su corazón, para decir: ¿Puedo intervenir? ¿Te puedo guiar? ¿Te puedo llenar? ¿Quieres tú que te muestre, te consuele? ¿Quieres que te guíe hacia toda la verdad?

El Señor le dijo a Jerusalén: ¡Cuántas veces quise, y tú no quisiste! (Mateo 23:37). Tal vez el Espíritu Santo nos dice lo mismo: ¡Cuántas veces yo quise, pero tú no quisiste! Así que, digámosle al Espíritu Santo que nos dé realidad de Cristo, para no llevarnos una desagradable sorpresa en aquel día. Y para no escandalizar mañana a los pequeños; para no ser motivo de dolor en la iglesia. ¡Cuánto dolor puede traer una irrealidad descubierta tardíamente! ¡Necesitamos realidad de Cristo!

Síntesis de un mensaje impartido en Barbosa, Colombia, en julio de 2007.